Por Italo Pallotti.-
El día de la sentencia, por encima de las expectativas creadas en torno a la figura de Cristina, fue, para el ciudadano común, un día de luto. Una jornada para el olvido. Una fecha de esas que es preferible pasar por alto en el recuerdo. En definitiva, un latigazo a la memoria de aquellos que preferirán sacar de su pensamiento que alguna vez hubo una dirigente (o dirigenta, quizás le gusta que se le diga) que tiró al basurero más innoble de la política todos los principios que la buena práctica aconseja. ¿Y por qué de aquello de una jornada negra cuando un Juez de la Nación pronunciaba el tan esperado, por tantos, “condenar a Cristina, etc, etc. a 6 años de prisión e inhabilitación para ejercer cargos, etc. etc.?. Pues no irá a prisión, y además aquello de la inhabilitarla no es más que una frase, ya que hasta que todo este fatal entramado no pase por la Corte Suprema, no hay encierro ni posibilidad cierta que no aparezca en una lista de candidatos. Porque así son las cosas en estas tierras, regadas desde tanto tiempo por una lluvia de incoherencias; de esas otras trampitas (o al menos mucho se le parecen) donde lo que debe ser no es y lo que es, lejos está de serlo de modo concreto. Recordar aquí la primer condena 27/12/2016 (Juez Ercolini). Como es costumbre, todo para largo y me temo que lo será mucho más extenso aún.
Y porqué aquello de luto? Porque un personaje político de esta estatura (Convencional Constituyente, Diputada, Senadora, Vicepresidenta, Presidente (2), fue votada por una mayoría que hoy, salvo ese grupo de adeptos fanáticos, transfigurados de un supuesto militante original a una especie de cómplice, cuando la Justicia, ya se ve, hace tanto tiempo que había dado un veredicto sobre su conducta en el ejercicio del poder, se cuestiona una y mil veces cuanto de error cívico constituye su decisión de poner su voto, una y otra vez, a favor de quien hizo de la corrupción (según testimonio de jueces) poco menos que un estilo de vida política. Y al resto, ese que no votaría jamás una figura de semejante perfil; rústico, poco venerable, le duele y lastima como ciudadano haber sido gobernado por alguien de tan turbia trayectoria.
La pregunta que subyace es: ¿qué se esconde detrás de la despectiva respuesta como “perseguida política” o “víctima de proscripción”, bandera enarbolada no solo por ella, sino por un séquito de desvergonzados “defensores” que buscan en el ataque a los jueces, a otros dirigentes, o a los medios, cargar con la culpa de una condena personal que, no hay dudas, está plagada de argumentos y pruebas para que así sea? Dudar de las sentencias. Ganar tiempo. Buscar fueros. Mimetizarse entre personajes de la misma especie corrompida, producto de su génesis y manera de gobernar, para zafar de juicios condenatorios. O simplemente camuflarse en la retórica chabacana de un relato que a través de décadas le rindió frutos, muy por encima de lo que el hombre común desea y espera de un político. Los que pretendían verla con el traje a rayas, con la tobillera, con la domiciliaria, se debieron conformar con ver por la TV sus mohines o muecas (según el caso) lo que será por largo tiempo, con reminiscencia de un “nunca” que no por tan repetido, lo tenemos (todos) asumido. Por eso lo del título: ¿Y ahora, qué? ¡Nada!
16/11/2024 a las 7:35 AM
Tiene usted razón, es doloroso ser gobernados por personas a las que nada importa, salvo servir sus intereses y de los que los que los patrocinaron. Tal ves algún día tengamos la dicha de que se cumpla el anhelo de Martín Fierro, y que venga un criollo a estas tierras mandar. Mientras tanto estamos en eso de «tiene el gaucho que aguantar hasta que lo trague el hoyo»
16/11/2024 a las 12:59 PM
SE MERECE COMO MÍNIMO 300 AÑOS DE CÁRCEL.