Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 21 de marzo, Perfil publicó una nota de Martín Balza titulada “¿Importa la verdad?” El autor, un reconocido miembro de las fuerzas armadas y ex combatiente de Malvinas, analiza lo acontecido, en materia represiva, a partir del 24 de marzo de 1976, día en que fue depuesta Isabel Perón por el partido militar.

Escribió Balza:

“Ese día (24 de marzo de 1976) se consumó el último golpe de estado cívico-militar autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” (PRN), que recurrió a una ilegal y cruel represión, conducido por Juntas Militares y altos mandos de las Fuerzas Armadas. Invocaban combatir a la subversión terrorista ejercida por organizaciones armadas y liberarnos del comunismo que lideraba la Tercera Guerra mundial aunque éstas estaban seriamente debilitadas y nada impedía continuar accionando con las Fuerzas de Seguridad (Gendarmería Nacional y Prefectura Naval), Policía Federal y Policías Provinciales”.

Luego Balza se pregunta si es necesario revisar lo acontecido en aquellos dramáticos años. Su respuesta es afirmativa. De esa forma, sentencia, se evita que vuelvan a producirse. Y transcribe las reflexiones de reconocidos analistas de nuestro medio.

1-“La forma militar de resolver la crisis por el PRN fue excepcional, desmesurada y horrorosa. La violencia ejercida de manera clandestina por el Estado alcanzó niveles nunca vistos en el país. Hubo una cantidad inmensa de muertes y desapariciones, campos de concentración, tortura y exterminio, saqueo de bienes y robo de niños. Lo ejecutó un Estado clandestino, que operaba de noche y aparentaba normalidad de día; además de matar, derrumbaba la fe en las instituciones y en las leyes, sistemáticamente violadas por quienes debían custodiarlas. El general Jorge Videla, presidente durante los cinco años iniciales, fue un protagonista mediocre, y sus sucesores mucho más” (Luis A. Romero, La larga crisis argentina).

2-“Una cosa es una banda de criminales terroristas y otra cosa es que el Estado se convierta en criminal. Su responsabilidad es mucho más grave (René Balestra, La Nación).

3-“Esta campaña de aniquilamiento de la subversión y de intimidación de los ciudadanos pacíficos indigna a amplios sectores de la opinión pública, incluso a aquellos que no experimentan ninguna ternura con los guerrilleros. Es difícil de explicar la suspensión de los derechos fundamentales y el desencadenamiento de una violencia represiva infinitamente más cruel que la de los terroristas” (A. Rouquié, citado por Prudencio García, El drama de la autonomía militar).

4-“El concepto totalmente minoritario de la guerrilla desautorizó la auto calificación de la lucha como guerra, en la que coincidían con sus adversarios, los militares” (Juan J. Sebrelli, Crítica de las ideas políticas argentinas).

Más adelante, el autor recuerda la orden dada por el gobierno de Isabel para aniquilar a la subversión. “En 1975, el gobierno constitucional- posteriormente depuesto por el golpe militar-, mediante los Decretos 261 y 2772, ordenó “realizar las operaciones militares que sean necesarias para neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”. El término “aniquilar militarmente” tiene un claro alcance: quebrar la capacidad de lucha del enemigo. No reducirlo a la nada y hacerlo desaparecer. Nosotros, en Malvinas, fuimos aniquilados, pero no se cometió ningún crimen de guerra”. Y agrega: “El objetivo básico de todo combatiente no significa el exterminio del adversario, con matanza total de los rivales y despiadada destrucción de sus pertenencias y su territorio, sino la reducción a la impotencia bélica. El reconocido militar alemán Colmar von der Goltz dijo que no se vence al enemigo destruyéndolo totalmente, sino quitándole la esperanza de la victoria” (Cabanellas de Torre, Diccionario Militar).

Como colofón, Balza cita a Borges: “el mayor defecto del olvido es que a veces incluye la memoria”, para luego sentenciar que “Glorificar la dictadura y sus perpetradores, y distorsionar y mentir intencionalmente sobre los crímenes expresados, es negar a la sociedad el acceso a la verdad histórica y socavar su confianza en las instituciones”.

Nadie puede discutir la veracidad de lo expresado por Martín Balza. Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y compañía decidieron poner en práctica un feroz terrorismo de estado que se desarrolló en la clandestinidad, con el obvio objetivo de que ningún actor, interno e internacional, sospechara de lo que estaba sucediendo. Pero aquí es donde hay que apelar nuevamente a la memoria histórica. Porque si alguien que desconoce nuestra historia contemporánea lee el escrito de Balza, lo más probable es que crea que semejante tragedia comenzó el 24 de marzo de 1976 cuando un grupo de militares iluminados derrocaron a Isabel, ante el asombro y el espanto de la sociedad.

El terrorismo de estado no se comprende sin recordar lo que aconteció en el país a partir del 11 de marzo de 1973, día en que Héctor Cámpora llegó a la presidencia por el voto popular. En la noche del 25 de mayo un gran número de terroristas que estaban encarcelados recuperaron su libertad. A partir de ese momento comenzó una feroz lucha por el control del poder entre la izquierda y la derecha del peronismo, es decir, entre los montoneros y la AAA. El 20 de junio, el avión en el que viajaba Perón no pudo aterrizar en Ezeiza. El aeropuerto y sus adyacencias se habían convertido en escenario de una feroz batalla entra ambas facciones del peronismo. Hubo decenas de muertos.

El 21 de julio Perón echó al camporismo del poder. El 23 de septiembre, el 62% del electorado le dio el triunfo en las urnas. El 25, un comando montonero ejecutó a José Ignacio Rucci. La “juventud maravillosa” le había declarado la guerra al General. A partir de entonces se desató una guerra civil que enlutó al país. Por primera vez en su vida, Perón, desde la cima del poder, se mostró impotente para resolver una situación harto comprometida. El 1 de mayo de 1974 los montoneros desafiaron la autoridad de Perón. El General, encolerizado, los insultó y afirmó que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento. Dos meses después partía de este mundo. El gobierno quedó en manos de Isabel y José López Rega. En las exequias de Perón, Ricardo Balbín hizo un desesperado llamamiento a la concordia. Fue en vano.

1975 fue uno de los años más dramáticos de la Argentina contemporánea. Isabel nombró a Celestino Rodrigo en el ministerio de Economía. El feroz ajuste que impuso pasó a la historia como “el rodrigazo”. Tiempo después López Rega era eyectado del gobierno. El poder había quedado en manos de Lorenzo Miguel. En el Ejército Numa Laplane fue reemplazado por Jorge Rafael Videla, un militar considerado “apolítico”. En ese momento (agosto) comenzó a planificarse el golpe de estado. En medio de la vorágine Isabel pidió licencia para tomarse un descanso. Fue reemplazada por Ítalo Argentino Luder. El presidente provisional y su gabinete de ministros firmaron en octubre los decretos ordenando a las fuerzas armadas el aniquilamiento de la subversión.

El 23 de diciembre la guerrilla intentó el copamiento del regimiento militar situado en Monte Chingolo. Fue aniquilada. Este hecho es fundamental ya que, me parece, significó el fin de la guerrilla como amenaza militar. Los días de Isabel estaban contados. Durante el verano de 1976 todos nos preguntábamos cada noche si al día siguiente Isabel seguiría siendo presidente. El agobio era absoluto. El miedo nos paralizaba. El vacío de poder era inocultable. Finalmente, el 24 de marzo las fuerzas armadas derrocaron a Isabel, quien fue detenida y transportada al sur del país. La inmensa mayoría del pueblo respiró aliviada.

A casi medio siglo del comienzo de esa tragedia me atrevo a extraer las siguientes conclusiones:

a) no se puede comprender lo acontecido en el país con posterioridad al 24 de marzo de 1976 sin tener en cuenta la etapa precedente;

b) la dictadura militar gozó durante un largo tiempo de un amplio consenso;

c) el peronismo, el radicalismo y la democracia progresista prestaron su colaboración;

d) la guerrilla, en el momento del golpe de estado, había dejado ser una amenaza militar, si bien seguía siendo capaz de cometer actos feroces, como el atentado al Comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal el 2 de julio de 1976;

e) el terrorismo de estado no comenzó el 24 de marzo de 1976 sino el 1 de mayo de 1974 cuando Perón exclamó desde el histórico balcón que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento.

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