Por Jorge Raventos.-

La derrota del macrismo en las elecciones locales de la ciudad de Buenos Aires en mayo, su ostensible fragmentación política y la reciente aplicación de la sentencia que dictamina la prisión por seis años de Cristina Kirchner y su inhabilitación política perpetua son los testimonios más notorios y cercanos de la crisis que afecta al sistema político. No son los únicos: habría que sumar, por ejemplo, la descomposición del más que centenario radicalismo y el creciente desinterés electoral que revela el ausentismo record de los últimos comicios realizados en el país.

Consecuencia de esa crisis, hoy ejerce el gobierno el Presidente Javier Milei, que, pese a haber llegado a la Casa Rosada sin una estructura partidaria extendida, sin asentamiento nacional y, consecuentemente, con una mínima representación parlamentaria propia y sin poderes territoriales de su organización, ejerce una autoridad central sólida y ha sido muy exitoso en la lucha contra la inflación y en la eliminación del déficit fiscal, aunque aún necesita afianzarse en el terreno de la producción, el empleo y el equilibrio social. Como advirtió ante la Cámara de Comercio estadounidense en Argentina el prestigioso economista Ricardo Arriazu, un acreditado sostenedor de la línea económica del Presidente, “la destrucción avanza mucho más rápido que la creación”.

Esas señales de destrucción y creación paralelas son rasgos del cambio de época que estamos transitando. Un cambio que no tiene vuelta atrás. Y que no es un fenómeno exclusivamente local.

La última semana, el ex jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Argentina, el teniente general Juan Martín Paleo, comentaba en un diario de Buenos Aires el bombardeo ordenado por Donald Trump a instalaciones nucleares de Irán. “Un nuevo paradigma se abre paso: el de atacar no por lo que el adversario es, sino por lo que tal vez algún día llegue a ser. El ataque marcó el fin de una línea roja estratégica: la de la disuasión como contención”, señalaba Paleo.

En rigor, Trump ya había golpeado por decisión propia a Irán en su anterior mandato: el 3 de enero de 2020 un ataque selectivo de drones de Estados Unidos ordenado por él eliminó en Bagdad al general Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds y mano derecha del líder supremo Ali Khamenei. El reciente ataque contra las plantas atómicas iraníes tenía otro carácter, sin embargo: demostró terminantemente, con un acto decidido por su jefatura política, la superioridad militar de Estados Unidos y su voluntad de emplearla para arbitrar situaciones conflictivas sin atender, como subrayaba el general Paleo, a líneas rojas preexistentes. Forzó un alto el fuego entre Irán e Israel y consiguió su objetivo de limitar significativamente la posibilidad de que Irán se convierta en potencia atómica. Fue, además, una señal para todos los actores del escenario mundial.

Trump ha atravesado más de una línea preexistente: no adhiere al multilateralismo, retiró a Estados Unidos de organismos e iniciativas globales (como el Acuerdo de París, la UNESCO o la OMS). Va trocando la idea de un sistema de reglas compartidas por una diplomacia basada en la presión unilateral, sanciones económicas y negociaciones ad hoc. Con esa actitud acaba de conseguir un compromiso de los socios de la OTAN de incrementar sus aportes al 5 por ciento de sus PBI y anunció un acuerdo arancelario de largo plazo con China y un próximo gran acuerdo del mismo tipo con India.

El uso intensivo de redes sociales como instrumento de política exterior, y la centralidad del “yo presidencial” sobre las instituciones marcan las pautas de su liderazgo.

La presidencia de Trump representa un giro significativo en la política exterior estadounidense y en consecuencia, una transformación estructural del orden internacional vigente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. No se trata solo de un cambio de estilo o de prioridades, sino de una reconfiguración de los modos en que Estados Unidos entiende y ejerce su papel en el mundo. Y corre paralelo a la vertiginosa revolución productiva basada en el desarrollo tecnológico cuyo vértice, la inteligencia artificial, exhibe a Estados Unidos en la vanguardia.

La política de Trump no implica un aislacionismo, como han postulado muchos analistas, sino un protagonismo apoyado en una visión más selectiva, transaccional y condicional de las relaciones internacionales que pivotea sobre el poderío estadounidense y lo que, en tiempos de Carlos Menem en Argentina se conoció como diplomacia presidencial.

En ese nuevo escenario internacional, en el que se destaca abrumadoramente el peso determinante del gobierno de Donald Trump, Javier Milei ha alcanzado una figuración que lo ubica muy cerca del presidente de Estados Unidos, lo que en este contexto de reconfiguración política implica una notable ventaja.

Otra ventaja importante con que cuenta Milei es que frente al gobierno solo se observa un espectáculo de desorden y ausencia de alternativas.

El peronismo navegaba claramente ese desorden desde hace meses. A principios del mes de junio encontraba grandes dificultades para conectar puentes entre fracciones diversas y la autoridad de la señora de Kirchner como titular del Partido Justicialista parecía irremisiblemente cuestionada. El anuncio de la aplicación de la pena de prisión e inhabilitación modificó en principio esa tendencia y llevó a las distintas corrientes a prepararse para asimilar y resistir un golpe que, aunque en primera instancia afectaría a la expresidenta, se sospechaba enderezado a golpear al peronismo en su conjunto.

Haciendo caso omiso tanto de los delitos imputados por una legión de jueces a la expresidenta, como del hecho de que, según la inmensa mayoría de los  estudios de opinión pública, casi 7 de cada 10 argentinos la consideran culpable de esas transgresiones, una numerosa legión de militantes y simpatizantes de ella ha decidido acompañarla, sostenerla políticamente y reclamar por su libertad y contra su inhabilitación política, pena accesoria que es descripta como una proscripción.

Axel Kicillof, que venía ensayando gestos de autonomía, no pudo completar ese distanciamiento, presionado por la victimización con la que la expresidenta afrontó su cautiverio, una jugada política que la devolvió momentáneamente a la centralidad, disparó una multitudinaria manifestación de solidaridad y condicionó a sus críticos internos al acompañamiento o al silencio. Ella emplea su condena para, como indicaba Napoleón, cortar la retirada de las propias tropas.

De hecho, esa práctica y la larga continuidad de su conducción están inextricablemente conectadas con la paulatina declinación y las derrotas que ha padecido el justicialismo. La inhabilitación determinada ahora por la sentencia podría ser una nueva oportunidad para la renovación, como lo fueron antes la derrota electoral de 2015, la imposibilidad de ser candidata presidencial en 2019 (bloqueada por la resistencia interna y la mala imagen pública) y el fracaso a cuatro manos de la presidencia de Alberto Fernández, que abriría las puertas a la presidencia de Milei.

La recuperada centralidad le ha permitido a ella mejorar en dos o tres puntos su imagen positiva, pero no ha conmovida la imagen negativa de 60 por ciento o más que la viene acompañando desde hace años. La contraofensiva que ella conduce desde su departamento del barrio porteño de Monserrat diagnostica el fin (el “vencimiento”) del gobierno de Milei pero no propone ninguna alternativa, solo “volver”, mientras su cohorte, La Cámpora, conducida por su hijo Máximo, levanta como programa con vistas a 2027 el indulto de ella. Hay vida fuera de esa burbuja.

La multitud que se reunió en Plaza de Mayo el día en que quedó cautiva en su departamento de Monserrat fue una demostración tanto del alcance de su poder de convocatoria como de sus límites- Entre las decenas de miles de personas fervorosas que se congregaron no estaban, sin embargo, ni  los gremios más numerosos y decisivos de la CGT, ni buena parte de los intendentes del Gran Buenos Aires, ni representantes de la mayoría de los gobernadores peronistas. Todos han expresado su solidaridad con ella pero no todos coinciden con la caracterización de su condena ni con la de los jueces que la ratificaron. Ninguno quiere salir en la foto de los que toleran o aplauden medidas contra la expresidenta, pero muchos tratan asimismo de evitar ser retratados junto al cristinismo restaurador.

En este nuevo trance el peronismo seguramente reflexiona sobre el contradictorio papel que juega la señora de Kirchner; si por un lado, hoy parece contribuir con su condena a la unidad, por el otro, sigue siendo un tapón para buscar aliados hacia el centro del paisaje político y para crecer, recuperando un electorado que en 2023 prefirió a Milei.

Ese balance y la elaboración de un programa y un lenguaje adaptado a los tiempos resulta más importante que  los gestos de acompañamiento, lealtad y obediencia, aunque los incluya. Requiere repensar la realidad y salir con mente abierta y una propuesta actualizada a la búsqueda de interlocutores y aliados.

¿Podría el peronismo producir un nuevo cambio de piel como los que le permitieron en el pasado recuperarse de la caída de 1955, de las proscripciones posteriores, de golpes de estado y de derrotas electorales como las de 1983, 1999 y 2015? ¿O la seguidilla de retrocesos que proyectaron al gobierno a Javier Milei y ahora dejan fuera de juego a la jefa del kirchnerismo implican que el movimiento nacido en 1945 está condenado a dispersarse, diluirse y morir al llegar a octogenario?

Mientras procesan esos interrogantes, amplios sectores del justicialismo (muchos intendentes del Gran Buenos Aires, el peronismo del interior, la mayoría de los gobernadores, la CGT) siembran por el momento en sus propios terrenos. Buscan operar sobre el presente mientras se preparan para una nueva etapa.

Los gobernadores, junto a sus colegas de otras fuerzas, se reunieron el último lunes en el Consejo Federal de Inversiones y acordaron impulsar conjuntamente un proyecto de ley destinado a eliminar «todos los fondos fiduciarios que se financian con el Impuesto a los Combustibles Líquidos », para que las provincias destinen esos fondos «según las prioridades que cada una defina». También plantearon que el Fondo de Aportes del Tesoro Nacional, que el gobierno actualmente reparte selectivamente, favoreciendo a “los amigos” se distribuya en adelante de acuerdo con los criterios de la “coparticipación primaria y secundaria de la Ley 23.548”.

Los gobernadores no quieren impactar negativamente sobre la lógica del equilibrio fiscal, que comparten; tienen la certeza de que la sanción de esta iniciativa «no afectará la sustentabilidad de las finanzas públicas nacionales y que, complementariamente, generará más federalismo”. En los hechos, convergen y piden cambios en la modulación política. Osvaldo Jaldo, gobernador de Tucumán que ha sido de los más cooperativos con el gobierno de Milei, lo resumió así: “A la Nación tiene que irle bien, pero con las provincias incluidas”.

Kicilof fue uno de los gobernadores que acordó la propuesta conjunta. Entretanto, mientras coincide con otros jefes territoriales y contiene su diferenciación explícita del cristinismo para no dañar una unidad electoral que necesita, mantiene una intensa pulseada con las fuerzas de La Cámpora, apuntaladas por la detenida de la calle San José 1111. La integración de las boletas electorales evidenciará, a mediados de julio, quién prevaleció y también si han sido capaces de encontrar consensos que permitan al menos una unidad precaria.

Un signo claro será el nombre que reemplace al de Cristina Kirchner, que iba a encabezar la boleta de la Tercera Sección Electoral. Desde el cristinismo se impulsa el nombre de Máximo Kirchner., una oferta que Kicillof difícilmente acepte (y quizás una movida “de máxima” de la Cámpora para negociar un apellido propio menos controversial). Del lado del gobernador se piensa en Verónica Magario, vicegobernadora, exintendente de La Matanza: una victoria en la Tercera la colocaría en la pole position para pelear por la sucesión de Kicillof en 2027.

La elección de septiembre en la provincia es, en definitiva, una importante pelea de semifondo. Es una disputa local, pero su resultado influirá en la elección nacional de octubre y estará a su vez influida por hechos nacionales y mundiales: la carga interna de la figura de Cristina Kirchner, con sus luces y sus sombras, la capacidad de Javier Milei para sostener hasta las urnas un programa que ha sido exitoso en la lucha contra la inflación pero que todavía no consigue afianzarse en el terreno de la producción, el empleo y el equilibrio social. Y, último pero no menos importante, la atmósfera mundial, en la que se destaca abrumadoramente el peso determinante del gobierno de Donald Trump.

Cuando la Alicia de Lewis Carroll le objetó a Humpty Dumpty: “La cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”, Humpty Dumpty le respondió: “La cuestión es saber quién manda, eso es todo”. Quizás no es todo, pero es indispensable.

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