Por Pascual Albanese.-
El camino hacia las elecciones de octubre quedó sellado por los resultados el 18 de mayo en la ciudad de Buenos Aires. La incógnita principal no era quién iba a ganar, posición en la que la mayoría de los pronósticos ubicaban equivocadamente a Leandro Santoro, sino cómo terminaría la puja entre Manuel Adorni y Silvia Lospenatto, que protagonizaron una “interna abierta” cuyo desenlace fijó el rumbo para la contienda nacional del 26 de octubre.
En esa carrera Adorni corrió con dos ventajas. La principal era su absoluta identificación con la figura de Javier Milei, que le permitió capitalizar a su favor el elevado nivel de popularidad presidencial. La segunda es la clásica tendencia del electorado porteño a privilegiar la problemática nacional sobre los asuntos locales, una característica que le restó relevancia a la campaña del PRO, basada en la reivindicación de sus dieciocho años de gestión, un lapso de una extensión inédita la historia de la ciudad de Buenos Aires.
Esa particularidad de la idiosincrasia porteña diferenció claramente a la elección de la ciudad de Buenos Aires de las celebradas en Santa Fe, Chaco, Salta, Jujuy y San Luis, donde los oficialismos locales obtuvieron amplias victorias y, salvo en Chaco, donde fue aliada con el gobernador radical Leandro Zdero, La Libertad Avanza no tuvo resultados satisfactorios. De hecho, el oficialismo porteño fue, hasta ahora, el único derrotado este año en las urnas.
Esa puja entre el PRO y la Libertad Avanza estuvo pletórica de golpes bajos. Fue evidente el apoyo de la administración de Jorge Macri a la candidatura de Ramiro Marra, que le quitaba votos a Adornis. Mucho más encubierto, pero no menos real, fue el aliento de un sector del gobierno nacional al lanzamiento de Horacio Rodríguez Larreta, cuya presencia en la disputa impactó en una franja significativa del electorado tradicional del PRO: En una elección en la que, según las encuestas, la diferencia entre los tres principales contendientes no superaría los seis puntos porcentuales, la performance de Marra, en desmedro de Adorni, y de Rodríguez Larreta, en detrimento de Lospinatto, podían influir sensiblemente en el resultado final. Las cifras del escrutinio defintivo revelaron la relatividad de todos esos ejercicios de alquimia política
El resultado no querido de esa áspera confrontación entre el PRO y LLA era la posibilidad de que en un distrito en que el peronismo hace mucho tiempo perdió su arraigo territorial, Santoro terminara ocupando el primer lugar, lo que provocaba que la prédica del PRO y de LLA tendiera a culpabilizarse recíprocamente de la posibilidad de su victoria en el segundo distrito más “antikirchnerista” de la Argentina (el primero es Córdoba).
En realidad, se trataba de un reduccionismo propagandístico. Santoro es un dirigente de extracción radical con un perfil moderado, afín a la cultura política de la clase media porteña. Su campaña estuvo concentrada en la crítica a Milei y al gobierno del PRO, eludiendo toda identificación política con el ”kirchnerismo”.
En un reportaje periodístico Santoro llegó a decir: “Yo estoy trabajando en un proyecto local. Si me preguntan qué modelo me inspira es el modelo cordobés”. Para fundamentar ese razonamiento, exótico en su boca, apuntó: “Qué hizo el peronismo cordobés? Si hay una provincia gorila, si las hay, es Córdoba”. Y explico: “porqué sucede esto? Porque ahí hay un peronismo que entendió la producción, la idiosincrasia de los cordobeses, que entendió la necesidad de incorporar a otros sectores, donde también hay un sector del radicalismo”.
Más allá de sus exageraciones proselitistas, estos comentarios de Santoro corroboran una tendencia al eclipse del “kirchnerismo”, no como fuerza política sino como alternativa de poder. Ese agotamiento, que ya era notorio en el peronismo del interior, es también el trasfondo de la controversia desatada en la provincia de Buenos Aires entre Cristina Kirchner y Axel Kiciloff, cuya dinámica paraliza y corroe al Partido Justicialista bonaerense.
Kiciloff no tiene posibilidades de reelección, por lo que su futuro personal está indisolublemente unido a una candidatura presidencial. A tal fin, enfrenta un dilema insoluble: es consciente de que su subordinación a Cristina Kirchner constituye un obstáculo infranqueable para su éxito electoral, pero sabe también que una confrontación abierta con su antigua jefa sería igualmente fatal para sus aspiraciones.
Algunos gobernadores peronistas presionan fuertemente a Kiciloff para que perpetre un “matricidio político” y le prometen su apoyo para una eventual futura candidatura presidencial. Pero Kiciloff, con una razón fundada en la experiencia histórica, recela de este “animémonos y vayan”.
Estas limitaciones llevan a Kiciloff a transitar por un angosto desfiladero. Necesita sortear el veto de Cristina Kirchner sin someterse a su jefatura para no convertirse en un segundo Alberto Fernández, algo que ella naturalmente no está dispuesta a resignar. En esa pulseada Kiciloff, con el respaldo de la mayoría de los intendentes, impuso un inédito desdoblamiento de las elecciones, con la intención de hacerse cargo de la contienda provincial y dejar a Cristina Kirchner librada a su suerte en la competencia nacional.
En ese “tira y afloje” cobra más sentido la circunstancia de que Cristina Kirchner encabece la lista de candidatos a la Tercera Sección Electoral, cuyo padrón equivale numéricamente a la segunda provincia argentina después de Buenos Aires y que es hasta ahora el último bastión del “kirchnerismo”. Una victoria en esa compulsa compensaría parcialmente una nueva derrota a escala provincial y hasta serviría como un módico “premio consuelo”.
Pero el mayor problema que afronta Kiciloff es que, al menos hasta ahora, carece de una visión de fondo alternativa a la de Cristina Kirchner. A lo sumo puede exhibirse como una fotocopia más “prolija” que su progenitora política, con una trayectoria sin acusaciones de corrupción, más allá de las posibles derivaciones del juicio sustanciado en Estados Unidos sobre la estatización de YPF, que lo contó como máximo responsable en su carácter de Ministro de Economía, un pleito que ocasionó un perjuicio de 16.000 millones de dólares al estado argentino. Pero su capacidad de atraer a la amplia franja del electorado desencantada del “kirchnerismo” depende de su aptitud para mostrar algo más que el enunciado de esa “nueva canción” que anunció el año pasado pero que todavía carece de música de letra y hasta de título.
Kiciloff duda entre esa decisión rupturista a la que lo impulsan la mayoría de los gobernadores peronistas y los sectores del peronismo bonaerense enfrentados con La Cámpora y la alternativa de aguardar a que la Corte Suprema de Justicia confirme la condena penal contra Cristina Kirchner, que incluye la inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos, un hecho que podría desencadenar una estampida en las huestes que todavía la acompañan.
Pero cada una de estas opciones tiene una contrapartida políticamente negativa. El acuerdo con Cristina Kirchner favorecería una ruptura de una corriente del peronismo bonaerense referenciada en los intendentes de Tigre, Julio Zamora, y de Esteban Echeverría, Fernando Grey, quienes junto a otros intendentes del interior de la provincia convergerían con Florencio Randazzo y su partido Hacemos, expresión jurídica de la estructura nacional que intenta construir el ex gobernador de Córdoba Juan Schiaretti y con la incipiente fuerza escindida del radicalismo liderada por Facundo Manes.
Es probable que el peligro de una inminente condena definitiva alimente la intención de Cristina Kirchner de negociar con el gobierno una ampliación de la Corte Suprema de Justicia que modifique su actual integración. Esa alternativa, que fracasó meses atrás en las conversaciones que precedieron al rechazo por el Senado de los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla, recobró actualidad con el ambiguo comportamiento del gobierno en el fracaso de la sanción de la ley de “ficha limpia” en el Senado y podría tener ahora un resultado distinto. Las declaraciones de senadores “kirchneristas” que insistieron en la remoción de los actuales ministros de la Corte revelan un juego subterráneo cuya concreción tropieza empero con un cerrado rechazo de la mayoría de la opinión pública.
La terminante resolución de la puja entre Milei y Macri, reflejada en las urnas de la ciudad de Buenos Aires, y la sola existencia de la controversia entre Kiciloff y Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires, revelan el ocaso de las dos figuras que signaron el escenario nacional en los últimos quince años, fecha de la desaparición de Néstor Kirchner, y marcan una incipiente reconfiguración del sistema político cuya primera expresión fue, precisamente, la irrupción y el triunfo de Milei en las elecciones de 2023.
Estas circunstancias, que condicionan las características de las próximas elecciones legislativas, no opacan la importancia del hecho de que el 26 de octubre la Libertad Avanza quedará consagrada como la primera fuerza política a nivel nacional, seguida por un conjunto integrado por un Partido Justicialista en crisis, un archipiélago de fuerzas provinciales con arraigo territorial y un variopinto y heterogéneo elenco de formaciones menores.
En principio este previsible resultado implicará un voto de confianza a Milei que puede satisfacer las expectativas de los actores económicos más relevantes y de la comunidad financiera internacional, cuyas dudas sobre el futuro de la Argentina coinciden con las advertencias de la presidenta del Fondo Monetaria Internacional, Kristalina Georgieva, y no residen en el contenido del programa económico de Milei, al que apoyan decididamente, sino en su viabilidad política en el mediano y largo plazo.
Conviene empero precisar que el triunfo del oficialismo en las elecciones de octubre no le alcanzará para tener mayoría propia en la Cámara de Diputados ni en el Senado. Por lo tanto, la aprobación de las leyes que viabilicen las reformas estructuras incluidas en el acuerdo con el FMI, desde la reforma previsional hasta la modernización del régimen laboral y la modificación del sistema impositivo, que junto a la privatización de las empresas estatales representan el núcleo básico de la segunda etapa del gobierno, seguirá demandando continuas negociaciones con sectores de la oposición, en particular con algunos gobernadores.
Ninguno de estos obstáculos detiene en absoluto a Milei, que está dispuesto a aprovechar al máximo las ventajas que le otorgan en el plano interno los avances en lucha contra la inflación y en el orden internacional el inequívoco respaldo de Donald Trump, quien lo considera nada menos que el principal, aliado estratégico de Estados Unidos en América Latina, algo inédito en la historia de la región, sin atender las quejas de quienes le reprochan su estilo personal y su retórica brutalmente confrontativa, tan alejada de la formalidades institucionales aconsejadas por los abanderados de lo “políticamente correcto”.
En esa dirección el gobierno consiguió un logro muy significativo en las tratativas con los cancilleres del MERCOSUR que determinaron el acuerdo sobre una nómina de un centenar de productos que quedarán eximidos del arancel externo común, lista que será definida separadamente por cada país. El entendimiento representa un paso trascendente en el camino hacia una flexibilización y mayor apertura internacional del MERCOSUR y facilita la negociación en ciernes de un acuerdo bilateral de comercio con Estados Unidos que no viole las veras restricciones impuestas por las normas constitutivas del bloque regional.
Tampoco caben extraer conclusiones apresuradas. Ni el triunfo de Adorni en la ciudad de Buenos Aires es fácilmente replicable en las provincias del interior, donde si bien Milei goza de una elevada popularidad carece de una fuerza política suficientemente organizada, ni tampoco una eventual derrota del Partido Justicialista en la provincia de Buenos Aires implica forzosamente su eclipse. Tampoco un triunfo del oficialismo a nivel nacional es la garantía de un resultado semejante en 2027. En 2021 el gobierno de Macri ganó las elecciones legislativas de 2017 pero fue derrotado en 2019.
Corresponde recordar que desde hace veinte años el Partido Justicialista no ganó en ninguna de las elecciones de medio término realizadas en la provincia de Buenos Aires. La última vez que ocurrió fue en 2005, cuando Cristina Kirchner derroto a Hilda “Chiche” Duhalde, en una competencia análoga a la que protagonizaron en mayo Milei y Macri en la ciudad de Buenos Aires y que en aquella ocasión significó el afianzamiento de Kirchner y el ocaso de quien lo había eyectado al poder. En las elecciones de 2009 y 2013, fue derrotado por dos expresiones del peronismo “anti- kichnerista”, encabezadas por Francisco de Narváez y Sergio Massa, respectivamente, y en 2017 y en 2021 perdió contra Juntos por el Cambio.
En franca contraposición, para el gobierno de Milei resulta absolutamente vital ganar las elecciones en la provincia de Buenos Aires. Una eventual y por ahora improbable derrota implicaría un brutal golpe en la confianza internacional y redundaría en un automático incremento de la tasa riesgo país y una postergación en las inversiones anunciadas.
Este riesgo justifica ampliamente la prioridad estratégica otorgada por el gobierno a un triunfo electoral en Buenos Aires. Ganar, como todo parece insinuarlo, no le significará una victoria definitiva, pero una derrota sería, sí, políticamente letal. Esta certeza condicionará la acción del gobierno en los próximos cuatro meses, concentrada en el éxito en la lucha contra la inflación como carta de triunfo, aún mediante la adopción de medidas como la liberación de importaciones que en corto plazo pueden provocar el incumplimiento de las metas de acumulación de reservas monetarias pactadas con el FMI, lo que probablemente ameritará, Trump mediante, un ”waiver” o dispensa del organismo multilateral.
El camino hacia octubre estará entonces inevitablemente sellado por la instancia electoral. Milei obtendrá el premio al éxito de su programa anti- inflacionario. El resto del espectro político, incluido el peronismo, que hoy se asemeja a un archipiélago carente de liderazgos, probará fuerzas para establecer las bases de una nueva estructuración que permita avanzar en el proceso en marcha de reconfiguración del sistema de poder, acorde con el punto de partida representado por la irrupción de Milei y el ocaso de Macri y de Cristina Kirchner.
Recién entonces será posible determinar con cierta precisión el espacio de maniobra que tendrá el gobierno de Milei para avanzar en su programa los interlocutores políticos con los que tendrá que negociar para conseguirlo y el escenario de la futura puja por la sucesión presidencial en 2027.
05/06/2025 a las 11:06 AM
En Octubre próximo, gana la abstensión o; el voto en blanco. Ya todos nos dimos cuenta que Milei y Caputo, también son casta.
05/06/2025 a las 5:36 PM
Escribo como Juliana