Por Luis Alejandro Rizzi.-

El martes pasado, ya transcurrió una semana, la Corte dejó en condiciones de ser ejecutada la condena de prisión e inhabilitación aplicada a Cristina y no pasó nada en la sociedad.

Sólo una parte de su militancia partidaria se movilizó, probablemente por genuina devoción, además de su dirigencia adicta, pero incluso más de uno lo hizo como un mero ritual de buenos modales: Había que darle el pésame, no olvidemos que ella se consideró una “fusilada viva”.

Esa referencia es de pésimo “mal” gusto, ya que los “fusilados” en 1956 fueron asesinados sin defensa alguna; ella usó la defensa para inculparse.

Fue una comparación malvada e irrespetuosa.

En su neurótica personalidad erró fiero en su defensa y no atinó a decirle a la gente que su patrimonio es “bien habido”, que puede explicar cómo se lo ganó la familia, llegando al extremo de cobrar en su jubilación de “presidenta” el suplemento patagónico.

Cuando todos sabemos que desde hace por lo menos 20 y pico de años vivió en la CABA, aunque tuviera propiedades en la provincia de Santa Cruz, alguna de las cuales ocupaba de modo esporádico. Hace años que no tiene residencia “patagónica”

Vivió y vive sumergida en su propio cinismo.

Sólo se defendió de modo partidario, ni siquiera político, recurriendo al igual que Milei -en eso son parecidos en su patología-, al agravio y el insulto, que resbalaron de modo intrascendente, convirtiéndose paradojalmente, en su caso, en una confesión tácita; “quien calla otorga”, dice un refrán popular español.

Jamás negó la comisión de los delitos ni los hechos que se le imputaron, lo que podría haber cambiado el trámite y el resultado del proceso.

Al contrario, hizo un uso paranoico del proceso. Tiene otros en trámite más complicados para su defensa, para convertirlo en una suerte de “bullying” o acoso -el lawfare- institucional, para victimizarse, por lo menos ante su “capital electoral o núcleo duro”.

Durán Barba le había aconsejado a Mauricio Macri que no compitiera en las elecciones presidenciales del 2011, porque no había posibilidad alguna de ganarle a una viuda vestida de negro.

Pues bien, ahora se vistió otra vez de viuda, esta vez “viuda política”, incluso “fusilada”, pero apenas logró que sólo unas decenas de sus “partidarios” la acompañara, por más que exhibiera sus cualidades de bailantera desde un balcón de la esquina de San José y Humberto Primo.

Aún le queda el cortejo desde su domicilio a Comodoro Py, salvo que el tribunal encargado de ejecutar la sentencia, “digitalice” trámites procesales formales, y el cortejo quedará reducido a un obligatorio velorio en vida de una “fusilada vida”.

Esto, que suena a macabro y esotérico, sólo podría ser interpretado y explicado por un etnógrafo, especializado en rituales chabacanos, como lo sugería Eduardo Fidanza.

En lo personal, me queda la duda de si en su compleja personalidad y sus pulsiones masoquistas narcisistas, no se expresa su real “ello” freudiano propio de una vida que tuvo más de tragedia griega que de amigable o simpática comedia.

La condena quizás sea un espejo de su vida y supere su dimensión penal. Fue incapaz de sentir alegría y felicidad, siempre vivió en soledad, aunque el barullo la acompañara casi permanentemente.

Todos al llegar a una edad que presagia por lógica un final, que nos deja mágicamente esa esperanza de no saber cuándo será, no podemos evitar, en lo mas íntimo de nuestro ser, un recorrido de nuestra existencia desde que comenzamos a tener “uso de razón” hasta el presente. Es inevitable.

Es probable que Cristina tome conciencia de que vivió “presa” de sí misma durante toda su vida.

¿Podrá arrepentirse?

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