¿Cuándo serán como el hombre común?
Por Italo Pallotti.-
Seguramente cada argentino de bien se siente, cada vez más, y desde hace tanto tiempo, rodeado de una caterva de ciudadanos qué además fueron y siguen siendo votados, poseedores de una especie de franquicia ilimitada, llamada hipocresía. Una simulación de los actos y comportamientos expuestos de una manera infantil, cruel y despiadada que nos abruma como sociedad. Siempre la misma retórica. El mismo estilo para engrupir y pretender sostener verdades inconsistentes. Nuestra historia, al menos la reciente, está plagada de páginas que por su contenido es preferible olvidar. Pero hay un grupo de nuestros pares, que por distintas circunstancias nos depositan en una especie de sumidero hacia un depósito de pésimas experiencias. No hemos sido capaces de enmendar los errores cometidos de la mano de esos malos dirigentes. Y están allí, como un lastre incesante, despiadado, impidiendo un despegue hacia otra realidad. No han comprendido, o infielmente lo han consentido, sobre la oportunidad de aprender sobre los errores y hacer algo para corregirlos. Da la sensación que muchos no entienden que quedan pocas opciones para evitar el camino hacia el naufragio total. Ya no sólo bastardearon la posibilidad del bienestar de quienes integramos el cuerpo social, sino todo el contexto de un orden democrático y republicano. Jaquearon el sentido del voto ciudadano. Bien se los puede calificar como mercaderes del servilismo, la inmoralidad, la corrupción y otras vergüenzas para triturar la voluntad popular.
Por momentos parece estar viviendo en un país de imbéciles: un conjunto de seres que por el contrario de buscar lo mejor, hemos ido sembrando nuestra propia ruina, en una expresión autodestructiva, que cuanto menos es el hazme reír del mundo civilizado. Toleramos malos gobiernos, luego los corruptos y al fin los impresentables, girando en una especie de ruleta rusa donde no se sabe, finalmente, cuál será el tiro del final. Cabe preguntarse quién, como respuesta, le pondrá fin a esta idiosincrasia tan nuestra del delirio y la sinrazón. Lo más triste es que esta gente que nos ha gobernado ha salido de este mismo pueblo, el que hoy se rasga las vestiduras, sorprendido, por el resultado de una mala praxis crónica de sus propios elegidos. Todo fue cooptado por la anormalidad.
Esa misma cofradía de exgobernantes hoy aparece con un grado de hipocresía, cinismo y desmemoria que de verdad asusta y preocupa. Fueron pecadores seriales. El olvido los obnubila y renacen de las cenizas de su propio fuego destructor para enseñorearse con nuevas propuestas, la mayoría rancias, vetustas, incoherentes, en una especie de “salvadores” de la Patria. Esa que destruyeron quirúrgicamente. El desprecio por la verdad y la exaltación de la mentira fueron y son su muestrario político. Su populismo nos puso de rodillas; pero insisten groseramente; desde las bancas, desde un micrófono o simplemente en una marcha convocada para subvertir el orden; como de costumbre, es obvio. Nada los detiene; su genética es ir en contra de; no importa que todo se quiebre, ni las víctimas consecuentes. Se unen y separan con la velocidad del rayo. El juego perverso de las sociedades por conveniencias o intereses a la orden del día. Un siniestro grupo experto en malicia, en desorden. Dicho esto, como expresaba en la nota anterior sobre el caso de la nena en la marcha (de Jubilados); hoy me atrevo a manifestar que la cena (¿de nuevo?) con los ”héroes” (¿qué héroes?) en Olivos fue un hecho más para el anecdotario del berretín de los políticos. Una puesta en escena de un teatro del absurdo; el que, por tan repetido, ya no sorprende; diría mejor, aburre. ¿Imitar al hombre común? Bien, gracias.