Por Oscar Edgardo García.-

Resulta totalmente incomprensible que una persona que con inteligencia y capacidad ha logrado erigirse como el jefe supremo del Estado del Vaticano y de la Iglesia Católica Apostólica Romana mantenga ininterrumpidas relaciones con dirigentes sindicales y sociales, así como también vínculos con políticos, que cuentan con sospechas y/o acusaciones por delitos cometidos en perjuicio del Estado o de los movimientos populares que representan.

Por otra parte, es paradójico que el Sumo Pontífice establezca tales lazos con personajes que son gerenciadores en la producción de un tema que es habitual en sus prédicas: la pobreza.

No es creíble que la inocencia del Papa Francisco sea de tal nivel como para que nunca se haya preguntado por qué el pueblo argentino está sumido en la pobreza y los dirigentes a los que homenajea gozan de un envidiable patrimonio obtenido por vías «non sanctas».

Sus conductas son particularmente una ofensa a la feligresía cristiana así como también una subestimación de la inteligencia del pueblo argentino honesto y trabajador.

Finalmente, es inaceptable que anteponga su ideario político a su condición de Jefe del independiente Vaticano inmiscuyéndose inapropiadamente, directa o subliminalmente, en los asuntos y temáticas de otro Estado.

Jorge Bergoglio parece que no llega a comprender que por más que éste sea el de su nacionalidad sus roles no deben entremezclarse.

Desafortunadamente, el accionar del Sumo Pontífice está muy lejos de ser un factor contributivo a una pacífica unificación del pueblo argentino sino, más bien, tendiente a acentuar la negativa grieta existente.

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