Por Hernán Andrés Kruse.-

La noticia conmocionó al mundo. El lunes 21 de abril falleció el Papa Francisco. Tenía 88 años. Jorge Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. Con 21 años ingresó al seminario de la Compañía de Jesús y once años después, exactamente el 13 de diciembre de 1969, fue ordenado sacerdote. En junio de 1973 fue nombrado provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina. De 1980 a 1986 fue la máxima autoridad del Colegio Máximo de San Miguel. En 1991 fue enviado a Córdoba como confesor en la residencia de la Compañía de  Jesús, lo que fue interpretado como un castigo por su rebeldía e inconformismo. Fue en ese momento cuando conoció al entonces arzobispo de Buenos Aires, cardenal Antonio Quarracino, quien advirtió de inmediato su talento. En el despuntar de 1992 fue ordenado Obispo por Juan Pablo II y nombrado auxiliar de Buenos Aires. De esa manera, pasó a ser en la práctica la mano derecha de Quarracino. En 1998, a raíz del fallecimiento del arzobispo, Bergoglio lo sucedió. En 2001 fue ordenado Cardenal por Juan Pablo II.

Luego de la caída de Fernando de la Rúa la Iglesia Católica conducida por Bergoglio participó como mediadora de la Mesa del Diálogo Argentino. Con el ascenso del kirchnerismo al poder la relación entre el poder y la Iglesia lejos estuvo de ser cordial. Resultaba por demás evidente que tanto Néstor como Cristina Kirchner no soportaban la presencia de un prelado que les hiciera sombra. Al morir Juan Pablo II (2005), sus detractores reflotaron una vieja acusación sobre su supuesta complicidad con la dictadura militar. Luis Zamora y Myriam Bregman llegaron incluso a conducir un interrogatorio del futuro Papa por la desaparición de dos sacerdotes de la Compañía de Jesús en mayo de 1976. Es importante tener en cuenta que Bergoglio no compartía la opción por la lucha armada bendecida por los montoneros ni los postulados de la Teología de la liberación.

Tampoco Mauricio Macri sentía aprecio por Bergoglio. El 25 de mayo de 2012, el entonces jefe de Gobierno de la Ciudad no asistió al que sería su último Te-Deum. Lejos de amilanarse por el evidente aislamiento al que era sometido tanto por Macri como por el matrimonio Kirchner, no se privó de fustigar “el relativismo que, con la excusa del respeto a las diferencias, homogeneiza la transgresión y la demagogia, permite todo con tal de no asumir las contrariedades que trae el coraje de sostener los valores y los principios”. El 13 de marzo de 2013 Bergoglio fue elegido Papa. Había comenzado el papado de Francisco (fuente: Claudia Peiró, Infobae, 21/4/025).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Damián Pachón Soto (Universidad Santo Tomás-Bogotá-Colombia-2016) titulado “El pensamiento social del papa Francisco”. El autor analiza el pensamiento social y económico de Francisco, enfatizando lo que implicaba para el Papa el nuevo paradigma económico (desconfianza por la mano invisible del mercado, el necesario control estatal del libre mercado, garantía del desarrollo integral de la persona, etc.).

EL DIAGNÓSTICO: LA CRISIS ANTROPOLÓGICA Y LA DESERTIFICACIÓN ESPIRITUAL Y AMBIENTAL DEL MUNDO

“Para el Papa «hoy suele hablarse de un exceso de diagnóstico que no siempre está acompañado de propuestas superadoras y realmente aplicables». Con todo, su opción no es asumir sin más ese presunto exceso de diagnóstico, sino desde el evangelio realizar su propio análisis de la situación global actual y de sus múltiples crisis. En este sentido, el Papa advierte que la Iglesia debe abrirse a las ciencias, a la interdisciplinariedad, y aprender de ellas, para tener una visión compleja de los problemas que acucian a las sociedades actuales. Aclarando con gran apertura y sensatez que no «es función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea», y que «sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de las opiniones». Sin embargo, exhortando a todos a que estudien «los signos de los tiempos». Es decir, deja claro que ni la Iglesia ni el Papa tienen el «monopolio en la interpretación de la realidad social».

Hechas las anteriores aclaraciones, el papa Francisco detalla que en las sociedades actuales la mayoría de los hombres y las mujeres viven precariamente el día a día, en la pobreza y en la violencia, en la inequidad, indignamente, lo cual genera miedo y desesperación. La actual es para el Papa una sociedad donde impera una «economía de exclusión», donde los excluidos no son «“explotados” sino considerados desechos “sobrantes”». Es decir, es una «cultura del descarte» donde las personas son consideradas bienes de consumo, que se pueden usar y luego tirar. En estricto sentido, eso se debe a la lógica misma de la economía, basada en la competitividad y la eficiencia, al consumismo y a una «cultura del bienestar que nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado». Esa economía de la competitividad no cuestiona el crecimiento económico y supone la «teoría del derrame» según la cual el crecimiento «favorecido por la libertad de mercado logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo».

Sin embargo, esta teoría denominada «Teoría de la filtración» por el premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, es falsa, pues los beneficios no necesariamente se irrigan a la totalidad de la sociedad, sino que benefician a ciertos sectores. En el fondo de esta problemática está una profunda “crisis antropológica: ¡La negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (…) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”. La actual no es una economía al servicio de la vida, sino del capital que defiende la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, de ahí que «niegue el derecho de control de los Estados». Por eso se instaura una tiranía invisible que impone sus reglas y sus leyes a la inerme población. Ese culto al dinero y esa dictadura de la economía han generado otras patologías sociales como el aumento de la corrupción y problemas como la evasión fiscal «que han asumido dimensiones mundiales».

El Papa pone sobre el tapete un problema fundamental de las sociedades actuales: el tema de la inequidad y la violencia. Para el Pontífice hay una relación directa entre la primera y la segunda, pues la inequidad «genera la reacción violenta de los excluidos». Y esa violencia se agrava porque el mal es estructural, es el «mal cristalizado en las estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor». Así las cosas, el Papa pone el dedo en la llaga al mostrar que la pobreza no se debe a gente vaga y perezosa que no trabaja, sino en poner de presente que «el sistema social y económico es injusto en su raíz». Ya decía el filósofo alemán Herbert Marcuse que la escasez no cae del cielo sino que esta ha sido organizada para no satisfacer las necesidades de todos los individuos, es decir, se debe a una especial estructuración de la sociedad capitalista. De ahí que la violencia para el Papa no se soluciona con una mayor seguridad, sino combatiendo la inequidad y la pobreza.

Es decir, no es lo que hoy se ha llamado «securitización» lo que va a generar paz social, sino ante todo, un nuevo orden y una nueva lógica de la economía que combata la exclusión social. “Así la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Solo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos”. Esta reflexión resulta supremamente actual si pensamos el fenómeno del terrorismo y la política preventiva de los Estados Unidos a partir del 11-S, la cual ha seguido atizando los conflictos en Oriente, y hoy mismo, en el interior de Europa. Como se sabe, la lucha contra el terrorismo ha sido usada también para demonizar la protesta social que tiene causas muy distintas a la amenaza terrorista, de tal manera que la securitización general de la sociedad termina siendo un mecanismo ideológico y represivo que oculta la pobreza y la inequidad social mundial.

Por otro lado, parte de esa crisis antropológica implica la desertificación espiritual del mundo, es decir, la pérdida de valores, de solidaridad, fraternidad, hermandad y quiebre de los lazos sociales entre las personas, etc., ocasionados por una sociedad veloz, rápida, egoísta e individualista: «vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, de todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales». De ahí el relativismo y la ausencia de ética en el mundo actual, producto también de la secularización de las sociedades, a la vez que la sociedad de la comunicación destruye los lazos culturales y amenaza la institución familiar.

Ahora, uno de los temas que más simpatía ha causado y que más atención ha llamado del pensamiento social del Papa es su pensamiento ambiental. En su exhortación apostólica nos dice: «La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos». «Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto y amamos a la humanidad que lo habita». El problema es que el hombre actual, con su ambición, su egoísmo, su irracionalidad, con su afán productivista y ánimo de lucro; con su acción industrial y usos tecnológicos está destruyendo esa casa común, nuestro oikos, nuestro hogar. Por eso la encíclica “Laudato Si”, acomete reflexiones fundamentales que involucran: “La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a la forma de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida”.

Este amplio e integral catálogo de temas y de intereses es lo que hace del papa Francisco, un auténtico pensador de nuestro tiempo, un hombre que ha aprovechado su posición, tan humildemente asumida, para luchar por los pobres del mundo, de su Iglesia y así buscar la felicidad de los mismos en la tierra. Por eso, el compromiso con la casa común lo lleva a hablar de la contaminación, las basuras, los desechos, la contaminación del agua, los efectos nocivos de la minería, la pérdida de la biodiversidad, la desertificación del suelo por el monocultivo y la agricultura extensiva, el calentamiento global, etc., así como del deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social. Así se reconoce que la crisis ambiental es también una crisis social, que la pobreza tiene efectos sobre la destrucción del ambiente y que el daño ambiental degrada también la vida humana; que el problema ambiental implica incluir el tema económico, político, la discusión en torno a la justicia, etc. En fin, lo que hace el Pontífice es un tratamiento integral y holístico de la ecología, esto es, de las relaciones de los seres con su medio”.

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