Por Hernán Andrés Kruse.-
LA OBRA DIVINA Y EL CUIDADO DEL MUNDO: PERSPECTIVAS DESDE EL EVANGELIO
“Para el Papa los problemas actuales requieren, como ya se dijo, de la interdisciplinariedad, lo que implica escuchar a las demás disciplinas. En este empeño, un diálogo entre la religión y la ciencia puede aportar a la solución de los problemas, lo mismo que «acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad». Es decir, el Papa incluye aquí el aprendizaje mutuo entre las culturas, el diálogo, y los aportes desde las distintas formas de ver y entender el mundo, o lo que se ha llamado en el pensamiento latinoamericano: interculturalidad. Es la acción mancomunada de todos, desde todos los saberes y experiencias de vida, la que puede ofrecer soluciones, perspectivas y esperanzas a la crisis actual.
Con todo, esa apertura no obsta para que desde el evangelio se expongan algunos puntos de vista fundamentales para solventar los problemas. Es aquí cuando el Papa acude a las Escrituras, a los santos y a la Doctrina Social de la Iglesia para fundamentar sus posiciones. El punto de partida es el relato de la creación en el génesis. Dios creó el cielo, la tierra y todo lo que existe sobre ella. Cada criatura es producto del amor divino y es ese acto creador el que le ha dado el valor y la dignidad a todo lo existente. De ese acto depende su valor y su significado. Cada cosa es producto del pensamiento de Dios y en esta narración simbólica del Génesis aparecen claramente tres relaciones: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Pero estas relaciones se han roto gracias al pecado. Fue con la caída, con la soberbia del hombre que no supo verse como criatura limitada como se quebraron esas relaciones. De ahí que el deber del hombre de «dominar», cuidar y labrar la tierra se desnaturalizó también y provocó un conflicto.
El Pontífice aclara que no hay en el pensamiento judeocristiano un mandato de explotar salvajemente la naturaleza, pues el deber del hombre era el de «labrar y cuidar» el jardín del mundo, cultivarlo, preservarlo, custodiarlo, etc., lo que «implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza». Desde este punto de vista, lo que ha hecho el hombre actual con la naturaleza, así como las guerras, debe verse como un pecado, porque implica la destrucción de la obra de Dios, de la casa común, del mundo que el Creador le ha dado al hombre para vivir. Por eso, la Biblia manda a una perfecta comunidad con el reino de todo lo vivo, de ahí que no haya lugar en las Escrituras para el «antropocentrismo despótico que se desatienda de las demás criaturas».
Sostiene el Papa: «el fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo». Es decir, lo que se pone de presente en esta concepción es la de un mundo como gran obra de un ser creador, de un arquitecto o artesano que creó la naturaleza, tal como Francis Bacon, Galileo y Leibniz, entre otros, lo comprendieron. Por eso: «Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros». La naturaleza es un libro cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el cosmos, dice Francisco citando a Juan Pablo II. Así las cosas, nuestra casa común es sagrada y a ella nos debemos. Es ahí donde el evangelio y la Iglesia juegan un papel fundamental. Por eso la Iglesia debe procurar por la vida de todas las criaturas y por realizar la felicidad del hombre también sobre la tierra.
Y en esa labor pastoral de la Iglesia, el pobre juega un lugar privilegiado. Por eso el Papa recuerda que: «para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios le otorga su primera misericordia». Esto es así porque el Reino de Dios le pertenece a los pobres, a quienes han sido desechados y descartados. A ellos se les debe amor desinteresado, por su saber, su cultura, su fe, su modo de vivir, etc., sin ser usados para fines políticos o personales, es decir, sin ser instrumentalizados. Ahora, si los pobres y desamparados son, por decirlo así, el sujeto privilegiado de la acción pastoral, del evangelio mismo, el Papa enuncia dos programas necesarios para luchar contra la degradación de su vida. Estos programas surgen del papel positivo y propositivo que debe jugar la Iglesia.
El primero de ellos se refiere a la «inclusión social de los pobres» y, el segundo, a «la paz y el diálogo social». El primer punto requiere un cambio de las estructuras económicas existentes, donde se escuche el clamor y el gemido de los pobres, de tal manera que se garanticen los derechos humanos de las personas y de los pueblos, donde todos tengan alimento, pues lo hay suficiente para todos; donde el hombre pueda vivir dignamente. Lograr estos fines requiere una «distribución del ingreso», de la riqueza social, resolver las causas estructurales de la pobreza, pues «la inequidad es raíz de los males sociales». De tal manera que se requiere cambiar el concepto de economía que manejan las sociedades actuales. La economía, resignificada, es para el Papa: «el arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero». Desde este punto de vista, para el Papa, como para el filósofo italiano Giorgio Agamben, la economía es un paradigma de gestión, sin embargo, una gestión responsable de lo común.
Este nuevo paradigma económico implica: a) no confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado, b) la recuperación de la soberanía estatal, c) el control del libre mercado por el Estado, d) asegurar el bienestar económico de todos los países y no solo de unos pocos; e) abandonar el paradigma eficientista de la tecnocracia, buscando un desarrollo integral de la persona, f) «desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo», dando origen a otro modelo de desarrollo y de progreso, de tal manera que se cuide el medio ambiente y h) regular la actividad financiera especulativa y la economía ficticia. El fundamento de la nueva economía, la cual debe estar al servicio de la plenitud humana, es «la dignidad de la persona humana y el bien común». Este es el horizonte último de la economía y también de la política, la cual debe ser dignificada y puesta al servicio de la vida. Para el Papa es claro que la política debe escuchar a todos los sectores sociales y algo muy importante, no debe someterse a la economía. Esta es, entre otras cosas, una forma de evitar que la economía se ponga por encima de la democracia y de los procesos de participación de las comunidades, pues «El dinero debe servir y no gobernar».
En cuanto al segundo punto, «el bien común y la paz social», el Papa es claro en afirmar que la paz social no es mera ausencia de violencia, ni un trato favorable para unos pocos, sino ante todo debe tener en cuenta la inclusión social, los derechos humanos, la dignidad de la persona, y buscar el «desarrollo integral de todos». Por su parte, la construcción del bien común y de la paz social, debe tener en cuenta 4 principios ineludibles. El primero, que «el tiempo es superior al espacio», es decir, que se deben emprender obras de largo aliento, a largo plazo, superando el inmediatismo y los criterios cuantitativos; el segundo, la prevalencia de la unidad sobre el conflicto, aprovechando este último como un nuevo eslabón para la paz; el tercero, asumiendo que la realidad es más importante que la idea, con lo cual se quiere decir que se debe atender al mundo, a la circunstancia, abandonando la retórica y las palabras grandilocuentes, pues lo que convoca es la «realidad iluminada por el razonamiento», pues: «No poner en práctica, no llevar a la realidad la palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo». El último principio se refiere a lo que los filósofos llaman una verdad de razón, esto es, que «el todo es superior a la parte», con lo cual se quiere significar las justas relaciones entre lo local y lo global, a la certeza de que el trabajo en lo pequeño, en lo cercano, también contribuye a lo macro; a la unión de lo individual y lo comunitario, lo cual enriquece a ambos. Todo esto debe estar alimentado por el diálogo social e interreligioso (con el judaísmo y el islam) que contribuya a la paz”.
(*) Damián Pachón Soto (Universidad Santo Tomás-Bogotá-Colombia-2016): “El pensamiento social del papa Francisco”.
23/04/2025 a las 8:07 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Gestos y palabras
Oscar Campana
Página/12
22 de abril de 2025
Un Papa habla. Escribe y habla. La mayor parte del tiempo. Las crónicas periodísticas comienzan diciendo: “el Papa afirmó…”, “el Papa dijo…”, “el Papa expresó…”, “el Papa condenó…”. Y allí está el website del Vaticano facilitándonos ese universo documentario inacabable , que nos habla de una diversidad de modos en la comunicación papal. Irónicamente, solía decir el teólogo argentino Lucio Gera que sólo los funcionarios vaticanos podían distinguir la diferencia entre una encíclica, una carta apostólica o una exhortación…
Sí. Un Papa habla y escribe. Y Francisco no fue la excepción. Su magisterio fue prolífico. En volumen y en problemáticas abordadas. Pero más que por sus palabras, Francisco será recordado por sus gestos y sus decisiones.
Pocos meses después de asumir, Francisco fue a la isla de Lampedusa, símbolo de la muerte de tantas y tantos que intentan cruzar el Mediterráneo en busca de una vida mejor; espacio de transición ya no entre dos continentes sino entre dos mundos, el de la abundancia y el consumo y el de la sed, el hambre y la muerte. Y allí, en Lampedusa, Francisco dijo: “¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de ‘sufrir con’: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!”
Y Francisco habló de llorar. No esgrimió argumentos teóricos ni abundó en disquisiciones académicas. Habló del llanto de los que sufren y de la indiferencia de quienes se olvidaron de sus hermanas y hermanos. Muchos, casi todos, olvidarán lo que dijo. Pero no que estuvo allí.
Un par de años después, en uno de sus viajes a América Latina, Francisco participó del Segundo Encuentro Mundial de Movimientos Populares que se celebró en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Es decir: un Papa aceptó la localía de otros jugadores, por fuera de protocolos y pruritos ideológicos. Y arriesgó su palabra junto a la de otras y otros, provenientes de distintos universos culturales e ideológicos. Y no calló: “¿Reconocemos, en serio, que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando estallan tantas guerras sin sentido y la violencia fratricida se adueña hasta de nuestros barrios? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando el suelo, el agua, el aire y todos los seres de la creación están bajo permanente amenaza? Entonces, si reconocemos esto, digámoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio.”
Y en nombre de ese cambio, propuso las tres grandes tareas a las que se enfrentan quienes quieren cambiar el mundo: “La primera es poner la economía al servicio de los pueblos. La segunda es unir nuestros pueblos en el camino de la paz y la justicia. Y la tercera, tal vez la más importante que debemos asumir hoy, es defender la madre tierra.”
Claro. Sí. Están las palabras. Pero enraizadas en gestualidades, actitudes, hechos que le dan otro volumen. Sumado a la sutileza para esquivar ciertos debates y a la vez sentar posición. Por ejemplo, al hablar de la dictadura en Argentina en su autobiografía: “Es uno de los treinta mil argentinos desaparecidos”, dice de un conocido. O “Juntos [habla de los judíos] sufrimos también el dolor, en la larga, terrible noche de la dictadura que sacudió a mi país: de treinta mil desaparecidos argentinos […] al menos dos mil pertenecían a la comunidad judía.” Además de recibir y abrazar a Hebe y a Estela, escribió: “A una madre que ha sufrido lo que sufrieron las Madres de Plaza de Mayo, yo se lo permito todo. Puede decir lo que quiera. Porque el dolor de esa madre es inconcebible.” No hay novedades doctrinales en Francisco, podríamos decir, al hablar de los derechos humanos. Pero hay imágenes que lo dicen todo.
Claro. Sí. Están los documentos. En el escrito fundacional de su papado, la exhortación Evangelii Gaudium, la preocupación por lo social aparece atravesando toda su reflexión. Esto se hace explícito en el capítulo que él llama “La dimensión social de la evangelización”.
Sin dudas, su gran encíclica social fue Fratelli tutti. En ella repiensa y vuelve a proponer la doctrina social de la Iglesia a la luz de los problemas contemporáneos. Y lo hace con enfoques y lenguajes novedosos para un texto papal, acortando la distancia entre los principios y su comprensión, y dando cuenta de la diversidad de miradas y enfoques hoy vigentes.
Y en un mundo donde los líderes en boga se dedican a negar el cambio global y climático, Francisco hizo del cuidado del planeta una de sus preocupaciones centrales, al punto de dedicarle uno de sus principales documentos, la encíclica Laudato si’: hermanarse con la tierra. No desde un ecologismo ingenuo sino desde la mirada crítica a un mundo que avanza hacia una cada vez mayor inequidad en el acceso a los recursos vitales. Y sobre este tema volvió en la exhortación Querida Amazonia, “hermosura herida y deformada, un lugar de dolor y violencia”. Y en ambos documentos, la afirmación de una ecología integral.
Palabras y gestos. Podríamos recorrer más escritos y recordar innumerables acciones de Francisco, un Papa que miró el mundo desde el reverso de la historia. Sería imposible hacerlo en estas líneas.
Se fue Francisco, el argentino obispo de Roma que antepuso el “nosotros” al “yo” que hoy parece dominar los corazones. Que expresó el caminar de tantas comunidades cristianas de América Latina y el Tercer Mundo, castigadas en los papados anteriores. Y que cantó, desde su propia voz y su raíz cristiana, aquello que la Negra Sosa cantaba hace ya tiempo en la Cantata Sudamericana: “Que no es cosa de salvarse cuando hay otros que jamás se han de salvar”.
23/04/2025 a las 10:38 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Francisco, el papa latinoamericano para el mundo
Washington Uranga
Página/12
22 de abril de 2025
Francisco, el papa latinoamericano que “los cardenales fueron a buscar al fin del mundo” como él mismo lo afirmó, entra en la historia de la Iglesia Católica y de la humanidad como aquella persona que, ejerciendo un liderazgo firme, dentro y fuera de las fronteras institucionales, supo entender los desafíos de la sociedad, desde su lugar ensayó las respuestas a su alcance y, sobre todo, tuvo la capacidad de interpelar a propios y extraños con su mensaje profundamente humano.
De esta manera Jorge Bergoglio logró dejar huella en la vida de muchas personas, también en gran parte de quienes no lo reconocieron como su líder espiritual o religioso. En el escenario de un mundo contemporáneo atravesado por los conflictos y las guerras y, al mismo tiempo, carente de voces y de referentes que iluminen los senderos de la fraternidad entre las personas y los pueblos, Francisco marcó presencia.
Como componente esencial de su misión el Papa predicó y puso en práctica lo que él mismo denominó “la cultura del encuentro”. Porque, como lo escribió en su autobiografía recientemente publicada bajo el título “Esperanza”, “solo quien levanta puentes sabrá avanzar; el que levanta muros acabará apresado por los muros que él mismo ha construido. Ante todo quedará atrapado su corazón”.
FRANCISCO: EL HOMBRE COMÚN
Se proyectó como estadista y líder mundial, sin perder la sencillez característica de la historia personal de este porteño (“dentro de mi alma me considero un hombre de ciudad”), el mayor de cinco hermanos nacidos todos en el barrio de Floresta en Buenos Aires, y que aún en el Vaticano siguió reconociéndose como “cuervo” por su afición a San Lorenzo. Sin embargo, cuando le anunciaron que en su regreso a la avenida La Plata el nuevo estadio podría llamarse “Papa Francisco” dijo claramente que “la idea no me entusiasma”.
La elección como Papa le cambió la vida a Jorge Bergoglio. Pero una vez convertido en Francisco hizo lo posible por mantener los rasgos de humanidad y de hombre común que hacían que en Buenos Aires, y ya siendo cardenal, siguiera viajando en subte para ir a su despacho en la curia porteña. “Me gusta caminar por la ciudad, en la calle aprendo” decía. Su nueva condición lo obligó a muchas restricciones, pero en lugar de habitar un palacio vaticano eligió vivir en la residencia Santa Marta, una especie de hotel religioso que recibe a obispos y sacerdotes que viajan a Roma por motivos eclesiásticos. Allí trasladó incluso muchas de sus audiencias, sobre todo cuando se encontraba con la gente más cercana por motivos personales o pastorales. Santa Marta fue su casa. Hasta allí le alcanzaron los zapatos “gomicuer” que pidió a sus amigos que le llevaran desde Buenos Aires tras descartar el calzado rojo que usaba su antecesor Benedicto XVI. También desde allí, o desde cualquier lugar del mundo donde estuviera de visita, cada domingo por la noche Francisco cumplía en llamar por teléfono a Buenos Aires a su hermana María Elena, la única sobreviviente de su familia. Ha dicho que no ver a su hermana es de los desprendimientos que más le costó.
Se reconocía como amante de la música y del tango. “La melancolía ha sido compañera una compañera de vida, aunque de manera no constante (…) ha formado parte de mi alma y es un sentimiento que me ha acompañado y que he aprendido a reconocer”.
Desde 1990, a raíz de una promesa religiosa, no volvió a mirar televisión y se mantenía informado por otros medios.
«PLAN DE GOBIERNO»
La elección de Bergoglio como papa Francisco, que cambió la vida de la Iglesia Católica, también modificó profundamente la manera de relacionarse del catolicismo con la sociedad, en el mundo y en cada país y región.
Ni siquiera los más cercanos, aquellas y aquellos que conocían sus pensamientos y que habían seguido su trayectoria, habrían podido imaginar aquel 13 de marzo de 2013 el «plan de gobierno» que Jorge Bergoglio tenía en su mente cuando fue ungido como máxima autoridad de la Iglesia Católica. Quizás tampoco había pasado por su cabeza esa posibilidad a pesar de la experiencia acumulada en sus años como superior provincial de los jesuitas en Argentina (1973-1979), en plena dictadura militar, o en su tarea como obispo auxiliar (1992-1998) y luego como arzobispo de Buenos Aires (1998-2013).
No pocos sostienen que la vida de Bergoglio tuvo un vuelco fundamental por su participación en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Aparecida, Brasil, 2007) en la que el entonces arzobispo porteño recibió un baño de ”latinoamericaneidad” en su contacto con sus colegas obispos de la región y, en particular, con los de Brasil. Esto es lo que lo llevó a escribir en sus memorias que “mis raíces son también italianas, pero soy argentino y latinoamericano. En el gran cuerpo de la iglesia universal, donde todos los carismas ‘son una maravillosa riqueza de gracia’, esa iglesia continental tiene unas características de vivacidad especiales, unas notas, colores, matices que también constituyen una riqueza y que los documentos de las grandes asambleas de los episcopados latinoamericanos han manifestado”.
Hasta entonces el “porteño” Bergoglio, como buena parte de los argentinos, se había mantenido distante de América Latina. También en términos eclesiásticos por su cercanía a la “teología de la cultura” que aprendió de su maestro Juan Carlos Scanonne y más alejado de los teólogos de liberación como el peruano Gustavo Gutiérrez o el brasileño Leonardo Boff. Con ambos se encontró y se abrazó después una vez que estuvo en el Vaticano. Bergoglio se hizo latinoamericano en Aparecida. Y con ese bagaje llegó al consistorio que lo eligió Papa.
Pocos días antes de su muerte, la teóloga argentina Emilce Cuda, a quien el Papa llevó a Roma como una de sus más estrechas colaboradoras, fue enfática al señalar que la teología de Franscisco ha sido “la teología” a secas, rescatando las raíces del pensamiento cristiano a lo largo de la historia para ponerla a dialogar con los desafíos de la actualidad de la Iglesia y del mundo.
REFERENTE MUNDIAL
El tiempo y sobre todo los gestos de Francisco fueron dejando en claro la propuesta y las huellas que el primer papa latinoamericano deseaba establecer como impronta a su gestión. Fue así que su primer viaje político-pastoral lo llevó hasta Lampedusa, para encontrarse con los inmigrantes ilegales expulsados de su territorio que huyen desesperados en busca de la vida. A ellos y al mundo les reafirmó con un gesto de cercanía y solidaridad su prédica en favor de los pobres, los descartados y de sus derechos.
Desde allí, sin abandonar su impronta religiosa, el Papa comenzó a construir su condición de referente mundial más allá de las fronteras de la Iglesia Católica convirtiéndose en interlocutor de jefes de estado, de dirigentes sociales, políticos y culturales. En un mundo con liderazgos en crisis y enfrentando los desafíos de la realidad Francisco eligió el camino del diálogo y del encuentro con los diferentes, desde la realidad de los pobres y reclamando por sus derechos.
Sus ideas quedaron plasmadas en muchos de sus documentos y alocuciones públicas pero sobre todo en las encíclicas Laudato Si (2015), sobre “la casa común”, el cambio climático y el cuidado de los recursos naturales, y Fratelli Tutti (2020) acerca de la amistad y la fraternidad social.
Pero Francisco fue, de muchas maneras, un líder incómodo, para los gobernantes y los poderosos del mundo. En particular por sus llamadas a atender los problemas de sobre explotación de los recursos naturales en desmedro del cuidado de la naturaleza, las críticas de un modelo económico depredador y excluyente y las advertencias sobre el “descarte” que se evidencia en las migraciones masivas, las guerras y la pobreza creciente.
LOS POBRES Y LA GUERRA
En su transitar Francisco se convirtió en vocero de los descartados y los pobres, pero también en aliado de quienes salieron en defensa de los derechos de estas personas y comunidades. Puede decirse que el discurso pronunciado el 9 de julio de 2015 por el Papa ante el auditorio plural de los movimientos sociales reunidos en Cochabamba (Bolivia), cuyo eje fue su proclama de «las tres T» (tierra, techo, trabajo), constituye una suerte de síntesis doctrinal que, en otro tono y con distinto despliegue, Francisco había expresado de manera sistemática y con base teológica en Laudato Sí. Una gran suma que, a contracorriente de las fuerzas del capitalismo mundial, se alzó en favor de los pobres y sus organizaciones, criticó a los poderes hegemónicos y lanzó un llamado a la paz. Una militancia pacifista que Bergoglio apoyó con sus acciones y las del Vaticano en cada lugar de conflicto en cualquier rincón de la tierra. En esta tarea los movimientos sociales fueron elegidos permanentemente como aliados e interlocutores, convocados y sentados a la mesa de las conversaciones con el Papa.
A través de sus acciones Francisco también consolidó su idea de que a las grandes religiones monoteístas del mundo y a sus dirigentes le cabe la responsabilidad de encontrar salidas a la guerra mundial traducida en multitud de conflictos acotados o guerras regionales por disputas territoriales, cuestiones de soberanía, enfrentamientos políticos, étnicos o raciales. “No existe la guerra inteligente; la guerra solo sabe causar miseria; las armas, únicamente muerte” afirmó.
En octubre de 2022 organizó en Roma un gran encuentro de líderes religiosos mundiales por la paz. Pero antes y después se reunió en Irak, con el Gran Ayatolá Sayyid Ali Al-Husayni Al-Sistani, líder de la comunidad chií del país, en Ulaanbaatar con once líderes de diferentes confesiones y, más recientemente, en Indonesia junto al iman Nasaruddin Umar visitó el ‘túnel de la Amistad’ que conecta la mezquita Istiqlal con la catedral de Nuestra Señora de la Asunción.
EN LA PROPIA IGLESIA
Hacia el interior de la misma Iglesia Católica el papa Francisco impulsó muchas líneas que conectan directamente con iniciativas inauguradas en el Concilio Vaticano II (1962-1965), impulsadas por el papa Juan XXIII (1958-1963 ) y continuadas por Paulo VI (1963-1978), pero que tuvieron frenos y retrocesos con Juan Pablo II (1978-2005) y Benedicto XVI ( 2005-2013).
De esta manera Bergoglio insistió en la idea de “una iglesia de puertas abiertas” con capacidad de acogida para todas y todos, sin ningún tipo de restricciones, en diálogo con la sociedad y enfrentando los problemas comunes. Esto implicó también reformas profundas en las estructuras eclesiásticas, con más espacios para los laicos y en particular para las mujeres, pero también desde una perspectiva eclesiológica que buscó protagonizar el “sacerdocio común de los fieles” incluso antes que el sacerdocio ministerial.
Con esa intención Francisco propició, a través de los sínodos (universal y regionales) una Iglesia más participativa que puso en crisis el modelo estrictamente jerárquico, piramidal y romano céntrico. Ello trajo aparejado también la decisión de enfrentar los problemas de abusos, la pederastia y la corrupción dentro de la estructura eclesiástica.
Bergoglio acompañó este proceso con reformas de la curia vaticana, recambio de los responsables y nuevos nombramientos para rodearse de figuras de su confianza. También hubo cambios mediante la designación de obispos más jóvenes y cercanos a la perspectiva eclesiológica de Francisco.
Nada de esto ocurrió sin resistencias y enfrentamientos. En el mundo, pero también en la Argentina donde paradójicamente los sectores católicos más conservadores, empresarios y representantes del poder que vieron en Francisco la continuidad de un cardenal Bergoglio, que en su momento y sin considerarlo como del propio palo, nunca les resultó incómodo. Rápidamente se sintieron defraudados por las iniciativas y las propuestas del Papa que acentuó los rasgos más latinoamericanistas del entonces cardenal de Buenos Aires y radicalizó su perspectiva en favor de los pobres, de los excluidos y de sus derechos.
El poder se disgustó con Francisco y no lo disimuló. También los sectores conservadores de Iglesia incluidos algunos obispos se sintieron molestos con Bergoglio, aunque estos últimos se mantuvieron dentro de los márgenes de discreción que impone la propia Iglesia.
A nivel mundial también las intrigas y las conspiraciones fueron en aumento. Integrantes del colegio cardenalicio que habían ido a buscar a un papa latinoamericano y seleccionaron a un argentino porque siendo tal era el «más parecido» a los europeos se sintieron frustrados en sus expectativas.
En más de una oportunidad los sectores más conservadores se rasgaron las vestiduras ante lo que consideraron excesivas concesiones de Bergoglio, tanto en sus mensajes como en su estilo pastoral. Francisco no se inquietó demasiado por ello. Siguió tomando decisiones con conciencia de los problemas que enfrentaba e incluso utilizó la energía y el respaldo que le llegaba desde afuera para dar batallas en el seno de la propia Iglesia.
Siempre apareció convencido de la tarea que debía enfrentar: avanzar y profundizar la reforma de la Iglesia hacia una forma de gobierno y de participación más sinodal, más horizontal y plural que renueve la vida del catolicismo.
Si bien se dieron pasos sustanciales en ese sentido, quizás sea esta la tarea inconclusa que deja Francisco y que quedará en manos quien lo suceda en el pontificado. Una designación que dependerá de una elección incierta y sin candidatos a la vista, aun teniendo en cuenta la profunda renovación que Bergoglio hizo en el colegio cardenalicio que escogerá al nuevo papa.
23/04/2025 a las 10:47 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Murió Francisco, un intento fallido de rescatar a una Iglesia Católica reaccionaria y en descomposición
Marcelo Mache
Prensa Obrera
21/4/025
A sus 88 años, según confirmó el Vaticano, en horas de la mañana de este lunes 21 falleció Jorge Mario Bergoglio, conocido en la última década como Papa Francisco: máximo líder de la Iglesia Católica. Francisco prometió una renovación que no fue tal, en una institución atravesada por las violaciones y abusos contra menores, y la opulencia y el enriquecimiento espurio en un mundo dominado por el hambre y la pobreza. Su pose “progresista” al interior de la Iglesia tampoco sirvió para una apertura de una institución anquilosada, conservadora y reaccionaria, y su intervención política estuvo al servicio de conciliar y contener los procesos de lucha de los pueblos contra los gobiernos capitalistas.
La noticia fue dada a conocer por las autoridades del Vaticano luego de que el Papa transitara una prolongada hospitalización debido a un caso grave de neumonía, obteniendo el alta médica el pasado 23 de marzo, pero conservando un estado de salud delicado.
Francisco asumió al frente de la Iglesia Católica como Papa el 13 de marzo de 2013, hace 12 años, con el compromiso de renovar una institución desprestigiada a nivel mundial y en franco retroceso respecto al avance de otros credos, como los evangelistas, particularmente en Latinoamérica y entre la población pobre donde se encontró históricamente su fuerte.
UNA CUEVA DE PEDÓFILOS
El ascenso de Francisco fue considerado como una oportunidad para avanzar contra los curas pedófilos y terminar con los delitos sexuales contra menores que afectan a la Iglesia Católica en todo el mundo. El propio Vaticano reconoció en un informe del 2018 que la institución recibía alrededor de 600 denuncian anuales por abusos. Pese a sus promesas, y más allá de algunos encuentros y medidas superficiales, Francisco mantuvo la línea de encubrimiento de los abusadores.
Según investigaciones recientes del diario italiano Domani (2022) la línea del vaticano siguió siendo la de encubrir los escándalos por pedofilia eclesiástica, trasladando a los curas abusadores a otras diócesis o parroquias para “evitar” denunciarlos, y presionando a las víctimas para que no hagan públicos los abusos. Esta fue la conclusión a la que llevó la cumbre sobre los abusos realizada en el Vaticano, que resolvió que los casos no trasciendan los umbrales de la Iglesia Católica.
Francisco, además, promovió a agentes directos de la impunidad de los abusadores, como el arzobispo platense Víctor Manuel “Tucho” Fernández, que fue designado en un puesto del Dicasterio para la Cultura y la Educación del Vaticano. Bergoglio también encubrió al exobispo de Orán, Gustavo Zanchetta, denunciado por abusar de seminaristas; protegió al cura paranaense José Francisco Decuyper, denunciado por su sobrino por el delito de abuso sexual, incluso contra la recomendación del Papa de mantener todo bajo la alfombra; y recluyó en el Monasterio de San Isidro de Dueñas de Palencia (España) al cura abusador Carlos Miguel Buela, de la ciudad de San Rafael (Mendoza) Carlos Miguel Buela, entre algunos casos que trascendieron.
LA IGLESIA DE LA OPULENCIA Y LOS NEGOCIOS
Si Bergoglio no saneó a la Iglesia Católica de los pederastas, tampoco limpió a la Santa Sede de los negocios turbios y la opulencia. Jesuita, proveniente de la Compañía de Jesús, Bergoglio ascendió a Francisco bajo la promesa de impulsar “una Iglesia pobre para los pobres”, en medio de la crisis de su predecesor, Benedicto XVI (Ratzinger), en cuyo gobierno salió a la luz el escándalo del lavado de dinero y negocios espurios con la mafia italiana.
Francisco no alteró en nada la estructura financiera ni la lógica mercantil del Vaticano salvo en la retórica, haciendo demagogia con la pobreza y el derecho a la vivienda mientras el Vaticano concentra un patrimonio inmobiliario de medio millón de metros cuadrados, que equivale a casi tres mil millones de dólares y alrededor de 4.421 inmuebles, con beneficios impositivos extraordinarios y un uso dedicado a negocios y favores clericales.
En 2019, salió a la luz el escándalo del destino de los fondos del Obolo de San Pedro (fondo de donaciones para los pobres) que fue utilizado para operaciones financieras en lugar de ir a parar a los “necesitados”. La Santa Sede utilizaba el dinero de la caridad para negocios inmobiliarios millonarios, adquiriendo mansiones en los mejores barrios de Europa.
CAMBIAR PARA QUE NADA CAMBIE
Francisco fue presentado como la “renovación” en la Iglesia Católica, quizás para marcar algún punto de inflexión con su predecesor de tinte claramente conservador, pero su lógica fue la de la preservación del orden fundamental y desigual del régimen capitalista y sus penurias, una característica a que lo acompañó durante toda su trayectoria bajo una institución comprometida con los peores crímenes contra la humanidad, incluido el terrorismo de Estado en la Argentina y Latinoamérica.
Cuando Bergoglio, Francisco se opuso a la teología de la liberación, y su responsabilidad bajo la última dictadura cívica militar en la Argentina lo ubica al menos en el bando de las complicidades silenciosas y el abandono a su suerte de sus pares combativos, cuando la estructura eclesiástica colaboraba con los genocidas.
A nivel internacional, Francisco optó por una orientación conciliadora y de contención, articulando incluso en la relación entre los Estados Unidos de Barack Obama y Raúl Castro para el avance de la restauración capitalista en Cuba y poniendo paños fríos en todos y cada uno de los levantamientos populares contra los gobiernos capitalistas en todo el mundo.
Que nada ha cambiado para bien lo demuestra el hecho de que la población católica mundial se encuentre en franco retroceso, particularmente en América Latina y en Argentina, aun con Papa local. La Iglesia Católica no da respuestas a las necesidades de la población explotada y se ha presentado como un obstáculo y enemiga de las principales aspiraciones y luchas populares.
La muerte de Francisco, Bergoglio, da fin a un intento tímido por revertir una tendencia inevitable: el hundimiento de la Iglesia Católica de la mano de la descomposición capitalista y el avance de una conciencia de clase contra quienes profesan una ideología reaccionaria, conservadora y contrarrevolucionaria.
23/04/2025 a las 11:08 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Dónde está Francisco ahora
Jorge Fontevecchia
Fuente: Perfil
(*)Notiar.com.ar
22/4/025
Ahora Francisco vino a la Argentina para siempre. No importa que su cuerpo quede en Roma. Ahora está dentro de todos los argentinos. Incluso de aquellos que lo denostaban creyéndolo peronista, porque sin su presencia carnal quedan sus ideas con mayor pregnancia que nunca.
Como bien decía Freud, el padre muerto es introyectado y está más presente que nunca dentro de cada uno. Todos aquellos que tuvimos la mala fortuna de perder a nuestro padre sabemos lo que digo, de cómo se lo recuerda más que cuando estaba vivo y se lo tenía presente o se lo visitaba, cómo su presencia se transforma en omnipresencia. La mator presencia es la de la ausencia, cuando aquello que falta se hace notar, emerge su presencia, aún mayor que cuando se lo tenía.
El cuerpo de Bergoglio quedó en Roma, pero Francisco está ahora en Argentina, comenzando a sanar la grieta que nos separó.
Ese padre que al morir pasamos a llevar dentro para siempre representa la ley, el límite que nunca es más fuerte que cuando es impuesto, no por la autoridad de un tercero, sino por nuestra propia convicción.
La muerte de un padre nos obliga a redefiniciones y transformaciones, nos obliga a ser más adultos. y Argentina tiene una historia de orfandad de padres confiables, con su consiguiente conflicto con la autoridad.
La muerte de un padre puede significar la caída de un (des) orden, de un sinsentido (la grieta), la muerte de Mandela en 2013 unió a los sudafricanos enfrentados por décadas de apartheid; y en Polonia la muerte de Juan Pablo II en 2004 cerró definitivamente la grieta entre comunistas y anticomunistas.
Frente al caos que produce la emergencia de líderes autoritarios y antidemocráticos, la pérdida del papa Francisco como muro contenedor genera una sensación de vacío. Pero es todo lo contrario porque no lo estamos perdiendo; ahora, trasformado en legado, su influencia podrá ser más grande. Y el vacío simbólico que genera siempre a los hijos quedar sin guía puede dar lugar a la reinvención.
La figura de los padres de la patria evoca a los guerreros que hicieron posible la independencia. Pero el padre de los argentinos es Francisco doblemente, por ser el Santo Padre y connacional. Y la desaparición de un padre espiritual, arquetípico y protector puede producir una forma colectiva de reactivación emocional: con los otros, con la sociedad, con la patria, y finalmente una revisión del vínculo con la fe.
Su muerte, en lugar de la búsqueda de otro padre, puede permitir liderazgos que faciliten emanciparse y crecer, porque Argentina no vive una crisis económica sino una crisis crónica de confianza de la cual la economía es uno de sus síntomas, igual que la inseguridad.
La desaparición física de Francisco es mucho más que la muerte de un líder religioso, es un evento político y cultural. La de un líder moral internacional cuyo legado aumenta el capital simbólico de la Argentina en el mundo. Su voz seguirá incomodando dentro del sistema y resonando como un eco con más fuerza.
Quizá la muerte de una persona, pero a la vez el nacimientote un mito, pueda en Argentina reorganizar las relaciones d e poder, activando mecanismos de apropiación simbólica apolítica que generen unidad frente al orgullo nacional compartido ante el primer “argentino universal”.
Que el luto genere una tregua en la confrontación política reduciendo la polarización, abriendo caminos para nuevas formas de autoridad más democráticas y plurales y creando espacios para el diálogo.
Ese duelo colectivo puede llevar a procesar su ausencia reforzando la cohesión social al compartir un luto y, al honrar a “uno de los nuestros”, contribuir a reforzar nuestra identidad nacional.
Después de años de preeminencia de una Iglesia conservadora, legitimadora por omisión y hasta en algunos casos por acción de golpes de Estado, la renovación de la Iglesia argentina que deja Francisco revaloriza el rol de la religión—todas, no solo las cristianas— en la sociedad contemporánea y la posibilidad de que la Iglesia católica recupere su papel de mediadora nacional.
Siendo Francisco una figura transversal, su pérdida significa un momento de inflexión simbólica que facilite reconciliaciones. Un sentimiento de unidad que supere momentáneamente las divisiones políticas y nos permita reflexionar sobre valores compartidos dejados momentáneamente de lado, como la justicia social, también moderar el tono del debate público, propiciar la cultura del encuentro, el cuidado de los pobres y el combate a la indiferencia por los que sufren.
Una oportunidad, un respiro simbólico, un macro ético para cerrar heridas, llamando a la unidad.
¿Donde están los que no están? el cielo y el infierno (similar tanto a cristianos y judíos, como al islam). “Son metáforas”, me dijo Francisco, “están dentro de uno”•, agregó.
El cuerpo de Bergoglio quedó en Roma, pero Francisco está ahora en Argentina, dentro nuestro, comenzando, de a poco, a sanar la grieta que nos separó.