Por Hernán Andrés Kruse.-

LA OBRA DIVINA Y EL CUIDADO DEL MUNDO: PERSPECTIVAS DESDE EL EVANGELIO

“Para el Papa los problemas actuales requieren, como ya se dijo, de la interdisciplinariedad, lo que implica escuchar a las demás disciplinas. En este empeño, un diálogo entre la religión y la ciencia puede aportar a la solución de los problemas, lo mismo que «acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad». Es decir, el Papa incluye aquí el aprendizaje mutuo entre las culturas, el diálogo, y los aportes desde las distintas formas de ver y entender el mundo, o lo que se ha llamado en el pensamiento latinoamericano: interculturalidad. Es la acción mancomunada de todos, desde todos los saberes y experiencias de vida, la que puede ofrecer soluciones, perspectivas y esperanzas a la crisis actual.

Con todo, esa apertura no obsta para que desde el evangelio se expongan algunos puntos de vista fundamentales para solventar los problemas. Es aquí cuando el Papa acude a las Escrituras, a los santos y a la Doctrina Social de la Iglesia para fundamentar sus posiciones. El punto de partida es el relato de la creación en el génesis. Dios creó el cielo, la tierra y todo lo que existe sobre ella. Cada criatura es producto del amor divino y es ese acto creador el que le ha dado el valor y la dignidad a todo lo existente. De ese acto depende su valor y su significado. Cada cosa es producto del pensamiento de Dios y en esta narración simbólica del Génesis aparecen claramente tres relaciones: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Pero estas relaciones se han roto gracias al pecado. Fue con la caída, con la soberbia del hombre que no supo verse como criatura limitada como se quebraron esas relaciones. De ahí que el deber del hombre de «dominar», cuidar y labrar la tierra se desnaturalizó también y provocó un conflicto.

El Pontífice aclara que no hay en el pensamiento judeocristiano un mandato de explotar salvajemente la naturaleza, pues el deber del hombre era el de «labrar y cuidar» el jardín del mundo, cultivarlo, preservarlo, custodiarlo, etc., lo que «implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza». Desde este punto de vista, lo que ha hecho el hombre actual con la naturaleza, así como las guerras, debe verse como un pecado, porque implica la destrucción de la obra de Dios, de la casa común, del mundo que el Creador le ha dado al hombre para vivir. Por eso, la Biblia manda a una perfecta comunidad con el reino de todo lo vivo, de ahí que no haya lugar en las Escrituras para el «antropocentrismo despótico que se desatienda de las demás criaturas».

Sostiene el Papa: «el fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo». Es decir, lo que se pone de presente en esta concepción es la de un mundo como gran obra de un ser creador, de un arquitecto o artesano que creó la naturaleza, tal como Francis Bacon, Galileo y Leibniz, entre otros, lo comprendieron. Por eso: «Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros». La naturaleza es un libro cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el cosmos, dice Francisco citando a Juan Pablo II. Así las cosas, nuestra casa común es sagrada y a ella nos debemos. Es ahí donde el evangelio y la Iglesia juegan un papel fundamental. Por eso la Iglesia debe procurar por la vida de todas las criaturas y por realizar la felicidad del hombre también sobre la tierra.

Y en esa labor pastoral de la Iglesia, el pobre juega un lugar privilegiado. Por eso el Papa recuerda que: «para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios le otorga su primera misericordia». Esto es así porque el Reino de Dios le pertenece a los pobres, a quienes han sido desechados y descartados. A ellos se les debe amor desinteresado, por su saber, su cultura, su fe, su modo de vivir, etc., sin ser usados para fines políticos o personales, es decir, sin ser instrumentalizados. Ahora, si los pobres y desamparados son, por decirlo así, el sujeto privilegiado de la acción pastoral, del evangelio mismo, el Papa enuncia dos programas necesarios para luchar contra la degradación de su vida. Estos programas surgen del papel positivo y propositivo que debe jugar la Iglesia.

El primero de ellos se refiere a la «inclusión social de los pobres» y, el segundo, a «la paz y el diálogo social». El primer punto requiere un cambio de las estructuras económicas existentes, donde se escuche el clamor y el gemido de los pobres, de tal manera que se garanticen los derechos humanos de las personas y de los pueblos, donde todos tengan alimento, pues lo hay suficiente para todos; donde el hombre pueda vivir dignamente. Lograr estos fines requiere una «distribución del ingreso», de la riqueza social, resolver las causas estructurales de la pobreza, pues «la inequidad es raíz de los males sociales». De tal manera que se requiere cambiar el concepto de economía que manejan las sociedades actuales. La economía, resignificada, es para el Papa: «el arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero». Desde este punto de vista, para el Papa, como para el filósofo italiano Giorgio Agamben, la economía es un paradigma de gestión, sin embargo, una gestión responsable de lo común.

Este nuevo paradigma económico implica: a) no confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado, b) la recuperación de la soberanía estatal, c) el control del libre mercado por el Estado, d) asegurar el bienestar económico de todos los países y no solo de unos pocos; e) abandonar el paradigma eficientista de la tecnocracia, buscando un desarrollo integral de la persona, f) «desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo», dando origen a otro modelo de desarrollo y de progreso, de tal manera que se cuide el medio ambiente y h) regular la actividad financiera especulativa y la economía ficticia. El fundamento de la nueva economía, la cual debe estar al servicio de la plenitud humana, es «la dignidad de la persona humana y el bien común». Este es el horizonte último de la economía y también de la política, la cual debe ser dignificada y puesta al servicio de la vida. Para el Papa es claro que la política debe escuchar a todos los sectores sociales y algo muy importante, no debe someterse a la economía. Esta es, entre otras cosas, una forma de evitar que la economía se ponga por encima de la democracia y de los procesos de participación de las comunidades, pues «El dinero debe servir y no gobernar».

En cuanto al segundo punto, «el bien común y la paz social», el Papa es claro en afirmar que la paz social no es mera ausencia de violencia, ni un trato favorable para unos pocos, sino ante todo debe tener en cuenta la inclusión social, los derechos humanos, la dignidad de la persona, y buscar el «desarrollo integral de todos». Por su parte, la construcción del bien común y de la paz social, debe tener en cuenta 4 principios ineludibles. El primero, que «el tiempo es superior al espacio», es decir, que se deben emprender obras de largo aliento, a largo plazo, superando el inmediatismo y los criterios cuantitativos; el segundo, la prevalencia de la unidad sobre el conflicto, aprovechando este último como un nuevo eslabón para la paz; el tercero, asumiendo que la realidad es más importante que la idea, con lo cual se quiere decir que se debe atender al mundo, a la circunstancia, abandonando la retórica y las palabras grandilocuentes, pues lo que convoca es la «realidad iluminada por el razonamiento», pues: «No poner en práctica, no llevar a la realidad la palabra, es edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo». El último principio se refiere a lo que los filósofos llaman una verdad de razón, esto es, que «el todo es superior a la parte», con lo cual se quiere significar las justas relaciones entre lo local y lo global, a la certeza de que el trabajo en lo pequeño, en lo cercano, también contribuye a lo macro; a la unión de lo individual y lo comunitario, lo cual enriquece a ambos. Todo esto debe estar alimentado por el diálogo social e interreligioso (con el judaísmo y el islam) que contribuya a la paz”.

(*) Damián Pachón Soto (Universidad Santo Tomás-Bogotá-Colombia-2016): “El pensamiento social del papa Francisco”.

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