Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 11 de enero, Página/12 publicó un artículo de Luis Bruschtein titulado “Mundo Musk”. Escribió el autor: “Musk es el modelo que Estados Unidos propone para competir con China. En vez de ofrecer caminos nuevos, Occidente se dispone a profundizar los que llevaron a su decadencia. En el mundo capitalista neoliberal que se basa en la creciente desigualdad, la incorporación de negocios con nuevas tecnologías involucradas en la comunicación generó productos como Musk, con gobiernos controlados por tecnócratas ultracapitalistas con fortunas que exceden al PBI de algunos países (…) Elon Musk se ha convertido en el arquetipo del modelo que Estados Unidos le ofrece al mundo y al que adscribe con fanatismo el presidente argentino Javier Milei. Se trata de una distopía donde cuatro o cinco megaempresarios favorecidos por el proceso de concentración del capital controlan a un mundo empobrecido, del que sacan y ponen dirigentes gracias a su control de las comunicaciones” (…).

Cuando compró Twitter y la transformó en X, Musk sacó todo tipo de control de discursos de odio o mentiras, alteró el algoritmo para que favorezca su ideología y lanzó campañas de falsa información para intervenir en los procesos políticos en todo el planeta. En las últimas semanas acusó al primer ministro británico Kay Starmer y a su antecesor Gordon Brown, ambos laboristas, de proteger bandas de prostitución infantil. Y ahora publicó una entrevista con la dirigente de los neonazis alemanes de Alternativa para Alemania (…) Cada vez es más evidente que sin un marco regulatorio para las falsas noticias, los discursos de odio o el juego clandestino que se introduce en los hogares, la democracia resulta imposible (…) El brutal modelo Musk que propone Estados Unidos abrió el gran debate sobre las sociedades distópicas que tienden a generar las nuevas oligarquías tecnocapitalistas que han acumulado un poder económico y comunicacional frente al cual las democracias están indefensas”.

Con la asunción de Donald Trump el 20 de enero, Elon Musk pasó a ser el hombre más poderoso de la tierra. Megalómano y totalitario, el empresario sudafricano sueña con un mundo controlado por un sistema comunicacional de su propiedad. Así de simple. Así de dantesco. Sería “1984” (la memorable novela de Orwell) elevado a la enésima potencia. El liberalismo como filosofía de vida se desmoronaría como un castillo de naipes. La humanidad podría ser testigo, ahora sí, de un inapelable “fin de la historia”.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Asma Mhalla (Especialista en política tecnológica. Es profesora en SciencesPo París y en la École Polytechnique; es experta asociada en la Agencia Ejecutiva de Investigación de la Comisión Europea e investigadora visitante en el Institut Mines-Télécom (imt)) titulado “Musk 3T ¿Una economía de la posverdad?” (2022). Saque el lector sus propias conclusiones.

¿QUÉ REPRESENTA EL NOMBRE ELON MUSK?

“Hasta sus recientes arrebatos polémicos sobre Ucrania y Taiwán, Elon Musk era conocido como un empresario visionario y disruptivo. Tras un paso por Paypal, donde se codeó con Peter Thiel e hizo fortuna, a partir de 2002 se volcó en tres campos estratégicos que combinan las nuevas tecnologías y la industria pesada: Tesla (vehículos eléctricos), Neuralink (una startup de neurotecnologías, nbic, famosa por sus implantes cerebrales), Spacex (astronáutica, empresa matriz de los satélites Starlink) y The Boring Company (un negocio que engloba desde túneles hasta perfumes, pasando por lanzallamas).

Pero Musk no se contenta con promover a voz en cuello sus numerosos proyectos industriales, sino que también se complace en lanzar diversas polémicas en Twitter, destilando sus opiniones o su visión del mundo: críticas alternativas a demócratas o republicanos, justas verbales que lo oponen al presidente estadounidense Joe Biden, con el que mantiene pésimas relaciones, un tira y afloja con la dirección de Twitter en el momento del anuncio de su adquisición, una propuesta de plan de paz en el conflicto ruso-ucraniano, una opinión sobre el estatus de Taiwán, posiciones políticas conservadoras sobre la moral o posiciones tecnocéntricas sobre la solución al cambio climático o al colapso demográfico, y posiciones sobre criptomonedas inestables y desestabilizadoras.

Y la receta funciona, cada tuit es un pequeño acontecimiento en sí mismo que agita la esfera mediático-política durante unas horas. En el fondo, Elon Musk es un anarquista de derecha en su expresión químicamente más pura. Si tuviéramos que buscar una imagen que resumiera al personaje, podríamos pensar en el Joker de Batman en una versión más jovial. Joker Musk juega con las autoridades, las desafía, las desestabiliza, se burla abiertamente de ellas. Las obligaciones con el regulador de Wall Street, por ejemplo, nunca han sido respetadas. Está claro que Musk está probando la resistencia del sistema y gozando al hacerlo. Tiene una visión articulada del mundo, pero sobre todo del papel de las instituciones que desprecia. Mucho más que cualquier otro patrón de Silicon Valley, simboliza el advenimiento de estas nuevas formas de poder entre las big tech y los Estados, en definitiva, una nueva clave de reparto de poder entre estos dos mundos. El sistema Musk se basa en el tríptico de las 3t: troleo económico, tecnología total y tecnopolítica. Proponemos llamar a este sistema «Musk-3t».

EL SISTEMA “MUSK-3t”

“En el plano económico, Musk reinventa brillantemente lo que Donald Trump había iniciado en Twitter unos años antes. De la «política de la posverdad», Musk nos ha llevado a la era de la «economía de la posverdad» a través de una capacidad de daño sin precedentes. La ilustración más llamativa de este fenómeno es el psicodrama que acompañó toda la secuencia de la caótica adquisición de Twitter en la primavera de 2022. El anuncio unilateral de la suspensión de la adquisición –Musk explicó que no estaba de acuerdo con el recuento del número de cuentas falsas facilitado por la plataforma– le permitió iniciar oficialmente un tira y afloja y una guerra psicológica con el consejo de administración de Twitter, un bluff de póker cuyos verdaderos motivos nadie pudo conocer. La simple operación de fusión-adquisición no pudo concretarse porque las dos partes no se pusieron de acuerdo sobre el método de recuento de las cuentas falsas, acusándose mutuamente de mentir sin que ninguna de ellas pudiera demostrar la veracidad de su punto de vista.

La (larga) secuencia de recuento de cuentas falsas no es baladí, marca un punto de inflexión, una era inaugurada unos años antes por Trump y sus famosos «hechos alternativos»: las cifras se han convertido en una opinión como cualquier otra, que no permite ninguna forma de consenso. El clímax del psicodrama fue el famoso emoji de la «caca» que Musk opuso a las largas explicaciones del ceo de Twitter, Parag Agrawal, sobre el recuento de cuentas falsas. El críptico tuit fue archivado posteriormente por Twitter como prueba en el juicio que lo enfrenta a Musk. La instrumentación que hace Musk de Twitter no termina ahí. El troleo económico le permite trastocar los códigos del mercado financiero mundial y las instituciones que lo enmarcan. Con un tuit, Musk puede desestabilizar el mercado financiero de la tecnología, que hoy tiene las valoraciones bursátiles más altas. Un tuit, y el mercado, irracional, puede teóricamente colapsar.

Este poder de influencia le permitió burlarse por segunda vez de la poderosa Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (sec, por sus siglas en inglés), el regulador de Wall Street, que ya lo había multado en 2018 por «declaraciones falsas y engañosas» después de que tuiteara su intención de retirar Tesla de la bolsa si el precio de la acción alcanzaba los 420 dólares. La sec, inerme, también obligó a los abogados de Tesla a examinar cada tuit sobre los asuntos de la empresa antes de su publicación. La multa, ridículamente pequeña en comparación con la riqueza de Musk, fue debidamente pagada, Musk siguió en su puesto y sus tuits no fueron examinados más que antes.

En 2022 volvió a ocurrir lo mismo con el caótico plan de compra de Twitter. El asunto adquirió tal magnitud en Estados Unidos que los políticos se cuestionaron abiertamente si la sec seguía siendo apta para cumplir su misión en un sistema en el que los tuits pueden determinar los movimientos bursátiles, en el que las multas son una gota de agua para los empresarios multimillonarios, pero en el que estas tácticas de troleo pueden costar millones a los inversionistas y socavar permanentemente la gobernabilidad interna y las operaciones de las empresas atacadas. En resumen, Wall Street está perdiendo el control del mercado, perturbado por Twitter”.

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