Por Italo Pallotti.-

Como consecuencia de la asunción de Cristina de Kirchner a la Presidencia del Partido Justicialista, viene a la memoria el número 14 de las “Veinte verdades Peronistas”. Se expresaba allí: “El Justicialismo es una nueva filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y humanista”.

De más está decir que hay un pueblo, al menos ese que durante años los votó, que los está mirando, porque en ese espacio jugaron al heredero del sillón, dejando la sensación de que se las sabían a todas; pero, en definitiva, nunca actuaron en consecuencia. Lejos estuvieron de una demostración cabal de que algo les interesaba: lo dejaron plasmado en su acción de gobierno. Toda una antítesis, fue la realidad. En pleno fue llevado a una tarea quirúrgica de perversión y posterior destrucción de un legado que, al menos en lo teórico, algo tenía de significancia. La nueva filosofía tiró por la borda lo racional, para transitar en lo irracional, trastocando la vida de los ciudadanos para asilarlos en una aventura tosca, donde la demagogia, el populismo y el prebendarismo lo fueron ahogando en una dependencia de asfixia que tuvo su desgraciado final en una pobreza extrema. Lo popular fue sólo una entelequia, una quimera, que derivó en ese populismo tramposo y degradante. Lo profundamente cristiano y humanista, profanado, sencillamente deshonrado por conductas despreciables, que tuvo en la corrupción y el mal desempeño de funciones, su correlato.

Hoy se los ve como los “fundadores” de una nueva política. De un trucho mensaje promesante y de relato que, a la luz de su historia reciente, nada tiene de creíble. Su Presidenta, antes con el mismo cargo en la Nación, luego como vice, se mimetiza en esta nueva aventura con esa costumbre arraigada de ilusionista, seguramente con la intención de manejar a dedo las candidaturas, asunto que no le es ajeno. Suma a esto su proverbial y vetusta discursiva, con la supuesta intención de recuperar espacios perdidos. Hoy, muchos de sus “seguidores” están salpicados por el flagelo de la corrupción, mal que le pese; incluida ella misma con un largo proceso judicial que la tiene ya condenada en dos instancias. Ese retorno al viejo sello, del que parecen alejarse los aliados (obligados en muchos casos, por esas cosas de la política), como el sindicalismo hoy, porque nunca se sabe las triquiñuelas de este cambiante partido, como temerosos de dar el salto y cobijarse en esta nueva experiencia. Ante esta nueva estrategia sí revolotean las caras obsecuentes de siempre, sus amigos/enemigos, con esas cambiantes identidades y personalidades, tratando de buscar bajo la nueva carpa algún perfil político que los deje libre del naufragio que en estas aguas borrascosas del momento nacional, los ponga a salvo. La eterna deuda con su sufrido pueblo, está muy lejos de saldarse.

Mientras, el nuevo gobierno, ya con un año de vigencia, tiene una ciclópea tarea por delante. Entre esa deuda heredada que debe solucionar a como dé lugar; dura, difícil, traumática y algunos éxitos entre lo institucional, económico y cultural (sobre todo) se debate por demostrar que el camino elegido no admite demasiadas rutas alternativas. Ya no caben argucias y discursos. Hay un filo de cornisa que no admite juegos de guerra. Vínculos de sociedad de poder en pre terapia. No es bueno. Los gruñidos y gestos los devoró el tiempo; hoy debe prevalecer el diálogo. Lo brillante, si no se lo lustra, se vuelve opaco. Entre el pasado oscuro, lleno de zozobras y esta nueva opción, sólo un pueblo aceptando lo cruel del ajuste (anunciado) y aunque sea con una mínima esperanza, no tiene otro destino que ser dueño de su futuro. Sólo aferrándonos a él, sepultaremos una oprobiosa página que nos dejó, fatalmente, la historia reciente.

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