Por Oscar Edgardo García.-

La Iglesia Católica Romana continúa siendo la religión dominante en la República Argentina pero ya no es lo que fue en el pasado, dado que las estadísticas muestran una importante tendencia descendente en la cantidad de sus creyentes.

De acuerdo al Censo del año 1947, los católicos representaban el 93,6% de la población, porcentaje que disminuyó al 90,05% en 1960, al 76,50% en 2008 y al 62,90% en 2019.

Por otra parte, los evangélicos crecieron del 9,00% en 2008 al 15,30% en 2019 y las personas sin religión pasaron en los mismos años del 11,30% al 18,90%.

Este fenómeno no es exclusivo de la Argentina, ya que se ha producido prácticamente en otros países de la región con hegemonía católica, en los que con el decrecimiento del catolicismo sobrevino el ascenso de los evangélicos y de los sin religión.

Una menguante y envejecida plantilla de sacerdotes, que no se renueva con jóvenes apóstoles y adecuadas iniciativas, hace que el catolicismo pierda cada año cientos de miles de feligreses en un proceso que está produciendo la creciente inasistencia a las misas, a lo que se suma que las celebraciones de sacramentos, como bodas, bautismos y comuniones, registran un significativo descenso, circunstancia que hace que cada vez sean menos las nuevas familias que profesan el credo.

Frente a este escenario, cabe plantearse cuáles son los motivos por los que el imperio eclesiástico de la Iglesia Católica perdió a casi el 33% de sus fieles entre los años 1947 y 2019.

Entre las varios razones existentes pueden mencionarse que muchos feligreses se desencantaron por los abusos sexuales cometidos por parte del clero, por desacuerdos sobre las enseñanzas sociales y morales, por la desaprobación de declaraciones y posicionamientos políticos del Vaticano, por la reprobación de temas doctrinales, como la autoridad papal y la interpretación de la Biblia, así como también porque sus necesidades espirituales no estaban satisfechas.

Todo esto es lo que ha sucedido en el pasado y en el futuro es muy posible que el proceso de caída de la Iglesia se profundice debido a la conducción de un Sumo Pontífice, que lleva a cabo acciones y declaraciones confusas, erráticas, contradictorias y dicotómicas que no están para nada orientadas a lograr la adhesión de más fieles sino más bien a expulsarlos hacia un camino sin retorno.

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