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"Juzgo imposible describir las cosas contemporáneas sin ofender a muchos". Maquiavelo

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Opinión

La génesis del kirchnerismo

Por Hernán Andrés Kruse.-

El 27 de abril de 2003 tuvieron lugar las elecciones presidenciales que permitieron al kirchnerismo adueñarse del poder. El mensaje de las urnas fue contundente: ningún candidato obtuvo más del 25% de los votos. El triunfador pírrico fue el ex presidente Carlos Menem, quien recibió el respaldo del 24,45% del electorado. Luego le siguieron Néstor Kirchner (22,25%), Ricardo López Murphy (16.37%), Adolfo Rodríguez Saá (14,11%) y Elisa Carrió (14.05%).

El llamado a elecciones que hizo el entonces presidente Eduardo Duhalde para el 27 de abril de 2003 fue la consecuencia de su incapacidad para cumplir el mandato del ex presidente De la Rúa, quien había renunciado el 20 de diciembre de 2001. La bomba que destruyó la presidencia del caudillo de Lomas de Zamora fueron las ejecuciones públicas de los piqueteros Kosteki y Santillán en la estación de Avellaneda. La tragedia ocasionada por miembros de la bonaerense obligó a Duhalde a adelantar los comicios a presidente. Su obsesión era impedir que su enemigo íntimo, el ex presidente Menem, retornara al poder. El riojano, que a esa altura había perdido el apoyo del poder político y financiero internacional, quería volver a ser presidente costare lo que costare. ¿Qué hizo Duhalde para impedirlo? Con el apoyo de la justicia permitió que tres sublemas del peronismo, el encabezado por Menem, el conducido por el ex presidente Rodríguez Saá, y el comandado por su delfín, el por entonces ignoto gobernador santacruceño Néstor Kirchner, compitieran en las presidenciales como si fueran fuerzas políticas independientes. La jugada le salió redonda porque de esa forma obligó al ganador a competir con Kirchner en el balotaje. En ese momento todas las encuestas eran coincidentes: en la segunda vuelta Carlos Menem sufriría una derrota humillante, independientemente de la identidad de su contrincante.

Menem no dudó. No podía darse el lujo de ser aplastado por un dirigente desconocido. Entonces resolvió no presentarse al balotaje. Así fue como Néstor Kirchner, con el escaso 22% que cosechó en la primera vuelta, se transformó en el sucesor de Duhalde en la Casa Rosada. Así fue la génesis del kirchnerismo. Ahora bien, Duhalde jamás pensó en Kirchner como su candidato para competir con Menem. Su preferido era Carlos Reutemann, entonces gobernador de Santa Fe. Su imagen positiva era muy alta y gozada de una buena imagen en el exterior, fruto de su extensa y exitosa carrera en la fórmula 1 internacional. Pero el Lole, por razones que se llevó a la tumba, se negó a competir con su mentor. Quien quería ser presidente era el entonces gobernador cordobés, José Manuel de la Sota, pero las encuestas no lo favorecían. Ante semejante panorama Duhalde no tuvo más remedio que valerse de Kirchner para impedir la victoria de Menem. El santacruceño fue, pues, un candidato por descarte. En las elecciones del 27 de abril de 2003 Kirchner fue apoyado por el aparato Duhaldista de la provincia de Buenos Aires. Expresado en otros términos: Duhalde puso al santacruceño en la Casa Rosada.

El kirchnerismo fue, pues, el fruto de la peor crisis institucional y económica de la Argentina contemporánea. Si De la Rúa hubiera concluido su mandato en 2003, seguramente hubiera obtenido la reelección. El kirchnerismo le debe al político cordobés nada más y nada menos que su existencia.

A continuación paso a transcribir un artículo de Horacio Verbitsky publicado en Página/12 a pocos días de la asunción de Kirchner. Se titula “Los cinco puntos” (12/5/2003) y se refiere a una proclama del entonces subdirector de La Nación, Claudio Escribano, en el que claramente lo conminaba a no apartarse del neoliberalismo si pretendía cumplir su mandato tal como lo estipulaba la constitución.

“El último discurso de campaña de Néstor Kirchner comenzó a leerse cuando se apagaban los reflectores y el telón despeinaba en su caída la calva del ex candidato Carlos Menem. Kirchner habló sin saber que ya era el presidente electo, algo que no ignoraba el subdirector del diario La Nación, Claudio Escribano, cuando ocupó con una proclama la portada del diario de los Saguier. No sólo escribió que “la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año”, sino que además atribuyó la frase a un amenazador ente genérico que denominó “Washington”.

El desayuno

Ese indisimulado llamamiento golpista lo habría formulado alguien que el columnista no se tomó el cuidado de identificar, durante la última reunión del Council of Americas, en cuanto se supo que Kirchner pasaba a la segunda vuelta junto con Menem. Según propia confesión, sus fuentes no le dijeron si fue una opinión personal o un juicio compartido por el resto de los miembros del Council que, en sus palabras, “congrega a cuantos tienen en los Estados Unidos una opinión de peso que elaborar, tanto en el campo político como empresarial, sobre los temas continentales, desde Colin Powell a David Rockefeller” (sic). En tono enigmático, Escribano agregó que Kirchner conocía esa información desde el lunes 5 de mayo y que estaba de acuerdo en que “el principal asunto a resolver en el país es el de su gobernabilidad”. Mostró así una pista que permite reconstruir una audaz operación política. Ese 5 de mayo, entre las 9.30 y las 11 de la mañana, durante un desayuno en la casa del jefe de campaña de Kirchner, Alberto Fernández, Escribano le transmitió a Kirchner un virtual ultimátum: en el Council of Americas, que describió casi como una organización filantrópica interesada en América latina, recogió la impresión de que cualquiera fuera el candidato electo en la segunda vuelta, no duraría más de un año.

Ese día La Nación informaba en su portada: “Kirchner ya se mueve como si fuera presidente. Visitará a Lula y a Lagos; termina un plan de gobierno”. Una nota de la sección política se titulaba: “El gobernador de Santa Cruz ganaría por cuarenta puntos”. De modo que el mensaje tenía un solo destinatario. Escribano dijo que consideraba necesario imponer a Kirchner de lo que ceremoniosamente llamó “los postulados básicos” de La Nación porque “seremos inflexibles en su defensa”. A continuación enumeró su pliego de condiciones, reminiscente de aquel que el ex dictador Alejandro Lanusse trató de imponerle a Juan D. Perón en 1972:

1 “La Argentina debe alinearse con los Estados Unidos. No son necesarias relaciones carnales, pero sí alineamiento incondicional. Es incomprensible que aún no haya visitado al embajador de los Estados Unidos”.

2 “No queremos que haya más revisiones sobre la lucha contra la subversión. Está a punto de salir un fallo de la Corte Suprema de Justicia en ese sentido. Nos parece importante que el fallo salga y que el tema no vuelva a tratarse políticamente. Creemos necesaria una reivindicación del desempeño de las Fuerzas Armadas en el contexto histórico en el que les tocó actuar”.

3 “No puede ser que no haya recibido a los empresarios. Están muy preocupados porque no han podido entrevistarse con usted”.

4 “Nos preocupa la posición argentina con respecto a Cuba, donde están ocurriendo terribles violaciones a los derechos humanos”.

5 “Es muy grave el problema de la inseguridad. Debe generarse un mejor sistema de control del delito y llevarse tranquilidad a las fuerzas del orden con medidas excepcionales de seguridad”.

Kirchner respondió en un tono no menos formal que el de su interlocutor. “Mi mayor preocupación es que me acompañen los argentinos, por eso no empiezo por los empresarios ni por el embajador de ningún país. Tampoco pienso en un alineamiento automático con Estados Unidos ni en buscar que me aprueben como precondición para gobernar mi país. Ocurre que usted y yo tenemos visiones distintas del país. Como es difícil que podamos ponernos de acuerdo, sería importante tratarnos con respeto. Usted tiene la suerte que a mí me falta, de haber heredado un diario”. Escribano respondió que no lo había heredado él sino los Saguier. “Pero usted es un empleado histórico”, replicó Kirchner. Allí concluyó el diálogo. Desairado, Escribano hizo pública la amenaza en su columna del jueves 15. Durante su reportaje con Mirtha Legrand el presidente electo dio una interpretación concisa del abismo entre ambos: “El estuvo de acuerdo con el Proceso y yo no. Yo repudio la represión y las desapariciones”.

Censura

En la misma página en la que le auguró un nuevo mandato interruptus, Escribano sembró dudas acerca de cuál será la relación de Kirchner con las Fuerzas Armadas, a las que el mensaje presidencial no había mencionado. Para hacer posible esta falsificación, acudió a uno de sus recursos preferidos cuando algo no le gusta: censuró un párrafo, aquel que decía: “Pertenezco a una generación que no se dobló ante la persecución, ante la desaparición de amigos y amigas y ante el mayor sistema represivo que le haya tocado vivir a nuestro país”. Para Escribano sería de mal tono mencionar esa época siniestra de la historia argentina y cualquier mención implicaría a las Fuerzas Armadas, a las que de ese modo congela en un pasado en el que el 99 por ciento de sus actuales integrantes no tuvo actuación ni responsabilidad. Esa es la misma estrategia que aplica el jefe del Ejército. En el caso del general Ricardo Brinzoni hay una causal de justificación: necesita contaminar al resto para defenderse, dada su actuación en la intervención militar en el gobierno chaqueño, en el momento en que sucedió la masacre de Margarita Belén, por la que en cualquier momento podrá ser llamado a declaración indagatoria. En su utilización de un diario de tradicional circunspección para un apriete al presidente electo Escribano no actuó como periodista sino como operador político. Otra página de esa misma edición, con belicosas opiniones anónimas de “hombres de negocios y de las finanzas”, dijo que el discurso de Kirchner “contra las corporaciones” había sido “virulento, retrógrado y salpicado de rencor”. También vaticinó una “inevitable fractura del justicialismo” y concluyó que “a los hombres que se manejan con números, las cuentas de la gobernabilidad, así, todavía no les cierran. Y se preguntan en qué momento Kirchner se bajará de la tribuna para empezar a entenderse con el establishment”. Está claro que desde ese sector no habrá tregua ni período de gracia para el nuevo gobierno.

Discursos

Algo más preciso que el párrafo acerca de las corporaciones fue el que Kirchner dedicó a “los intereses de grupos y sectores del poder económico que se beneficiaron con privilegios inadmisibles durante la década pasada, al amparo de un modelo de especulación financiera y subordinación política. A esos mismos intereses que cooptaron el Estado y compraron la política, a esos mismos intereses que corrompieron a los dirigentes y arruinaron la vida de los ciudadanos, tributa [Menem] esta huida”. Las corporaciones fueron también el eje discursivo de la presidencia de Raúl Alfonsín, cuya propaganda electoral giró en torno de la denuncia del pacto militar-sindical, con algunas referencias tangenciales a la Iglesia. En el campo económico ese discurso encubría un desconocimiento profundo de los cambios estructurales producidos desde el golpe de 1976. Cuando tomó nota de las nuevas realidades, Alfonsín declaró la economía de guerra contra el salario y capituló ante los entonces denominados “capitanes de la industria”. Ese es el peligro de las definiciones imprecisas, que no sirven como hoja de ruta para sortear los obstáculos que aparecerán en el trayecto. Veinte años después los sindicatos y las Fuerzas Armadas han dejado de ser actores políticos de primera línea y el Episcopado, sacudido el lodo de su conciliación con los masacradores, se embellece con la cosmética del diálogo nacional, en el que acepta sentarse junto con otras organizaciones no gubernamentales que antes su radar no registraba, como las Abuelas de Plaza de Mayo. Más aún, postula la “erradicación del hambre y la pobreza extrema”, los derechos económicos, sociales y culturales, la transparencia en la gestión de gobierno, la participación ciudadana en los asuntos públicos, la generación de empleos productivos y hasta la mejora de la calidad de la representación política. Este es una cartilla muy distinta a la del nacional-catolicismo hegemónico, antidemocrático y antiliberal, que inspiró a la Iglesia desde la expulsión del Nuncio Mattera por Roca en 1884 hasta el fin de la dictadura militar en 1983.

La Orga

Es imprescindible avanzar desde la denominación gruesa de corporaciones hacia la descripción de los actores reales que protagonizaron las grandes batallas por el poder en las últimas décadas. Esto permitirá discernir entre dos proyectos si no antagónicos al menos contradictorios. Uno es el de los grupos económicos locales, liderados por la transnacional italiana Techint, y el otro el de las empresas privatizadas, los bancos y el sector agropecuario exportador. Techint ha iniciado una estrategia clara de diferenciación, en busca de ampliar sus alianzas sociales. Pueden mencionarse tres indicios muy claros:

1-Fracturó el frente de los concesionarios viales, al desistir del reclamo por una prórroga de los contratos en los corredores carreteros y de los fabulosos ingresos que hubieran significado de continuar la relación abusiva con el Estado que caracterizó el proceso de concesiones.

2-Planteó que también las dirigencias empresariales deberían tomar nota de consigna “Que se vayan todos”. Renunció a integrar una lista de unidad en la Unión Industrial Argentina junto al sector liberal encabezado por los agroindustriales alimenticios de Alberto Alvarez Gaiani. En cambio propició una lista denominada “Industriales”, encabezada por el ex presidente de Alpargatas Guillermo Gotelli. En las respectivas campañas electorales, Alvarez Gaiani tuvo que negar que fuera menemista y Gotelli, su identificación con el senador Eduardo Duhalde y el candidato Kirchner. La victoria de Alvarez Gaiani favorece la estrategia diferenciadora de los italianos.

3-Presentó un plan para el crecimiento de la economía y la reducción del desempleo a un dígito hacia el final de la década elaborado por dos operadores externos de la Orga, Carlos Tramutola y Javier Tizado. El plan fue entregado a los candidatos presidenciales. Se basa en exportaciones, desgravación de inversiones, promoción industrial, consumo interno de sectores de altos ingresos, obras de infraestructura en ferrocarriles, carreteras, accesos portuarios, riego y control de inundaciones.

Esto requiere un dólar alto, fuentes de financiación para la obra pública y una negociación dura con los acreedores externos, postergando y reduciendo transferencias al exterior. Los planes sociales se reorientarían hacia las empresas como parte del sueldo y no al subsidio directo, lo cual permitiría la creación de empleo pero consolidaría el bajísimo piso salarial actual, que explica la paradoja argentina: con cerca de 20 por ciento de desocupación abierta hay 60 por ciento de personas que viven por debajo de la línea estadística de la pobreza. Esto indica que dos de cada tres pobres tienen trabajo. Es probable, pero no seguro, que el desolador punto de partida atenúe las reacciones sociales ante la lentitud y la discreta magnitud de la mejoría previsible. Kirchner y su ministro de Economía Roberto Lavagna parecen más próximos a esta concepción, como también lo estuvo durante su campaña de 1999 y su interinato de un año y medio el senador Duhalde. Lavagna fue secretario de industria de Alfonsín y renunció con su célebre denuncia acerca del festival de bonos que llevaba a la quiebra del Estado. Luego integró uno de los equipos económicos de Menem antes de asumir, conducido por Eduardo Bauzá, otro hombre de histórica relación con los grupos económicos liderados por Techint. “Burguesía nacional” gustan ser llamados los integrantes de este sector, con términos que vienen de otra era geológica, ineptos para describir cualquier fenómeno actual. Una posible fuente de financiamiento para las obras públicas serían los créditos del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Pero esto no será posible sin un acuerdo pleno con el Fondo Monetario Internacional. Lavagna ha puesto el ojo en la caja de las AFJP, que por su estrepitoso fracaso constituye el eslabón más débil del sector financiero. La utilización de esos recursos permitiría mejorar el cumplimiento de compromisos externos y recibir a cambio los créditos para infraestructura de los organismos multilaterales.

Banqueros y privatizadas

En cambio banqueros como Jorge Brito o Fernando de Santibañes jugaron en forma abierta con Menem. El desembarco de algunos jóvenes valores de la UCR en la carpa menemista y en la radio Diez (en cuya conducción figura Daniel Hadad) forma parte de esta coalición. Su proyecto, en el que coinciden las empresas privatizadas y el sector agropecuario exportador, se inclina por un tipo de cambio más bajo, incremento del superávit fiscal, aumentos más pronunciados en las tarifas de los servicios públicos y una rápida recomposición de relaciones con el sistema financiero internacional, con mayores transferencias al exterior. Las privatizadas tienen gran influencia sobre los medios de comunicación, dado el paquete publicitario que les aportan. Al empeoramiento de la crisis social que todo esto produciría, la principal respuesta sería represiva, como planteaban tanto Menem como Ricardo López Murphy. Derrotados en las elecciones, se disponen a presionar al nuevo gobierno y buscar puntos de fractura. La próxima puerta que tocarán será con alta probabilidad la del vicepresidente Daniel Scioli, quien solicitó sin éxito el nombramiento de un hermano al frente de la SIDE y sus cajas. A todo esto se refería Kirchner cuando habló de cooptación del Estado y corrupción de los dirigentes.

Concentración

El impacto de cada proyecto sobre la distribución del ingreso y la concentración de la riqueza puede apreciarse en los resultados de la década menemista y en los del primer año de Duhalde. La población del país se divide en diez partes iguales ordenadas en función de los ingresos de todo tipo que perciban. Cada decil está integrado por el mismo número de personas, lo que difieren son sus ingresos. El primer decil es el de los más pobres, el décimo el de los más ricos. En octubre de 1974, al concluir el ciclo peronista, el primer decil recibía el 2,3 por ciento del ingreso total, porcentaje que se mantuvo a lo largo de la dictadura, por el temor militar a una radicalización política. Menem lo redujo al 1,5 por ciento y De la Rúa al 1,3. Con Duhalde volvió a caer, al 1,1 por ciento en mayo de 2002, pero se recuperó para volver al 1,3 por ciento con los planes Jefes y Jefas de Hogar. La situación del decil más rico evolucionó en la dirección opuesta. Se apropiaba del 28,2 por ciento del ingreso al morir Perón y del 38,9 por ciento al concluir el primer año del gobierno de Duhalde. No hubo gobierno con el que no creciera. Lo mismo ocurrió con la brecha entre la base y el vértice. Era de doce veces con Perón y llegó a casi 30 veces con Duhalde.

En el Cuadro 2 la comparación se limita a las gestiones de Menem y Duhalde. Con Menem los más pobres perdieron más de un tercio de su participación en el ingreso total, a un promedio de 3,5 por ciento de caída anual. Los más ricos en cambio incrementaron su participación a un promedio del 0,23 por ciento anual. La brecha entre unos y otros pasó de 15 a 24 veces, con un incremento promedio de 5,6 por ciento anual. Si se compara este desempeño con el del primer año de la administración duhaldista se verá que el porcentaje de la participación de los más pobres en el ingreso se mantuvo sin cambios, pero el de los más ricos creció un 4,3 por ciento y la brecha entre ambos un 4,5 por ciento. Es decir que la brecha creció a un ritmo algo menor que el promedio anual del menemismo. En cambio la participación de los más ricos en el ingreso total creció a un ritmo sin precedentes, 18,6 veces más que en la década menemista si se miden promedios anuales. Esta asimetría del impacto devaluatorio sobre los diversos segmentos sociales golpeó con mayor fuerza a los sectores medios bajos y medios plenos, para los que no hubo planes de asistencia. Son los que mayor participación en el ingreso perdieron el año pasado. Su transferencia al 10 por ciento más rico de perceptores explica el record anual de crecimiento en su participación desde que lo mide la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC. Revertir esta pauta es esencial para que la Argentina tenga algún futuro”.

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Hernán Andrés Kruse

Doctor en Ciencia Política Rosario, Argentina @HernanKruse

Un comentario en «La génesis del kirchnerismo»

  • La MARCA A FUEGO dejada por PERÓN fue el MANIQUEÍSMO: ayer Menem vs. KIRCHNER.
    Hoy:
    C.F.K. vs. A.L.
    “Crítica de las Ideas políticas argentinas” por JUAN JOSÉ SEBRELI ~ Ed. Sudamericana ~págs. 282/284.-

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