Por Jorge Augusto Cardoso.-

El asesinato de la niña Kim Gómez ha puesto por demás en evidencia la falta de ocupación del gobierno en tratar leyes que procuren contener la creciente inseguridad producto de la impunidad; ésta va alentada por el hecho de que la sociedad no deja traslucir el castigo de los crímenes como próximos y ciertos. La escalada del delincuente comienza con un hurto, un simple hurto, siempre impune, luego un robo; la policía lo detiene y la justicia sólo lo advierte. El delincuente se toma el hábito de obtener dinero sin trabajar, y lo hace “a como dé lugar”, sin respetar vida alguna; total nada grave le ha de pasar.

La liviandad de las sanciones, y el retardo con que se aplican, crean un clima propicio al contagio de la delincuencia. ¿Para qué esforzarme y trabajar por un salario modesto, si puedo obtener más robando sin que nada me pase?

Es necesario promover leyes que impidan discrecionalidad a los jueces, de cumplimiento efectivo para todos los que delincan de acuerdo al nivel del crimen cometido sin considerar la edad de los actores; a un asesino le debe caber la misma pena, sea éste menor o mayor de edad. No habiendo cárceles, se debería dejar de tener como museos a la de Ushuaia y a la de Martín García, y reabrirlas. No habrá sociedad vivible si no se cumplen las leyes.

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