La inserción de la Argentina en el nuevo sistema mundial (II)
Por Jorge Castro.-
Donad Trump se impuso en los siete estados cambiantes (“swing states”) que determinan el resultado en el Colegio Electoral (Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Georgia, Carolina del Norte, Arizona y Nevada) y de esa manera logró más de 270 bancas en esta institución decisiva.
Al mismo tiempo logró el control del Senado y se aseguraría una mayor representación en la Cámara Baja, pero lo notable es que también obtuvo la primacía en el voto popular, con una diferencia de más de 6.5 millones de votos respecto a la candidata demócrata Kamala Harris.
Trump, en suma, ha obtenido un formidable poder político, lo que sumado al voto popular le otorga un mandato rotundo a su segundo gobierno a contar del 20 de enero de 2025.
Esto modifica el posicionamiento internacional de Estados Unidos en los últimos cuatro años, en que experimentó un debilitamiento excepcional de carácter geopolítico, con rasgos incluso de vacío de poder en Washington, debido a la virtual desaparición de la autoridad presidencial de Joe Biden.
Esto implica que el 5 de noviembre acarreó un cambio de fondo en el sistema global, lo que abre nuevas perspectivas para todos los países del mundo y los obliga a un replanteo de fondo de carácter estratégico/político, incluyendo ciertamente a los de América del Sur, sobre todo a los que revelan un mayor grado de protagonismo internacional, como es el caso de Brasil y la Argentina.
El triunfo de Trump como hecho histórico es inseparable de su personalidad y una muestra arquetípica del significado del liderazgo en la construcción de los grandes acontecimientos históricos.
Hay que advertir que el auténtico calibre de un líder se revela en la adversidad, y Trump ha enfrentado en los últimos cuatro años cuatro causas federales en las que se lo acusa por 94 delitos e incluso ha recibido una condena en un tribunal local de Nueva York que tiene todas las características de una desenfrenada persecución política.
Además, recibió dos atentados en los últimos sesenta días y después de todo esto, una suerte de prolongada agonía, ha obtenido la victoria que le asegura su instalación en la Casa Blanca.
“La energía es la virtud esencial de los estadistas”, señala Max Weber, y Donald Trump es un hombre de 77 años que en el último día de la campaña electoral que lo llevó al triunfo del 5 de noviembre realizó cuatro actos multitudinarios en otros tantos estados de la Unión.
Trump superó en el voto popular en más de 6.5 millones de sufragios a Kamala Harris (51% vs 47.1%), y se impuso incluso en estados como New Jersey, en donde el resto de los cargos fueron para los demócratas.
Eran ya seis las contiendas presidenciales en que el voto popular correspondió invariablemente a los demócratas, y ahora ha aparecido esta novedad histórica, políticamente superlativa.
En el discurso de la victoria pronunciado en la madrugada del 5 de noviembre, Trump anunció que Estados Unidos abría paso ahora a “Una nueva Era Dorada” de prosperidad y de mejora sistemática de las condiciones de vida.
Significativamente, inmediatamente después, saludó y agradeció a la “nueva estrella” del firmamento político norteamericano que es Elon Musk, convertido en una figura fundamental de la campaña electoral.
No hay que tomar esta afirmación como una metáfora híper-optimista de contenido esencialmente político, porque la “Era Dorada” que promete ahora Trump tiene un contenido concreto de carácter histórico-estructural: ante todo, declarar de inmediato la “emergencia energética” a partir de enero de 2025 y a partir de allí multiplicar por cuatro la perforación de pozos gasíferos y petroleros, de acuerdo a la repetida consigna electoral (“Drill baby, drill”), con el objetivo de disminuir a la mitad el precio de la gasolina y de esa manera reducir drásticamente el costo de vida.
Luego, a través de Musk, incorporado de manera directa al nuevo gobierno, desatar un proceso sistemático de desregulación de la economía y de recortes de toda la estructura ineficiente del Estado, combinando esto con la utilización intensiva de la Inteligencia artificial, capaz de quebrar el “statu quo” en todas partes al mismo tiempo.
Atrás de estos acontecimientos hay una gran visión histórica que se sustenta en el convencimiento de que la oportunidad es ésta y el momento de actuar ahora.
La “Era Dorada” que se promete a Estados Unidos tiene un carácter inmediatamente global, porque la economía norteamericana es el eje y cuna de la revolución tecnológica de la Inteligencia artificial, convertida en el signo de la época.
Por eso el triunfo de Trump es un extraordinario detonante del “statu quo” en todas partes sin excepción y esto es lo que puede convertir a Donald Trump en una figura que inaugura una nueva época en la historia del mundo.
- Para todos los países del sistema global, y en primer lugar los de América del Sur, se trata de participar de este nuevo orden que empieza a manifestarse a partir del 5 de noviembre. Lo que determina la mayor o menor lejanía de la nueva civilización que se esboza es el posicionamiento que se adquiera en el mismo.
Todo esto está inscripto como en un codicilo cargado de sentido en ese día histórico que es el 5 de noviembre para Estados Unidos y el mundo.
Por ese motivo el índice Dow Jones obtuvo un récord histórico de 44.000 puntos el viernes 8 de noviembre. Por su parte, el Standard & Poor’s 500 trepó por encima de 6.000 puntos básicos por primera vez en la historia de Wall Street, en la perspectiva de un gran salto desregulatorio y de una drástica reducción de impuestos anticipados por Trump.
Sintomáticamente, las acciones que más se valorizaron fueron las de Tesla, cuyo titular es Musk, cuyo valor de mercado superó por primera vez U$S 1 billón, lo que implica un aumento de 29% en sólo dos días.
Este logro histórico adelanta un boom económico fenomenal a desatarse en 2025 y que se desplegaría plenamente en los primeros seis meses del segundo gobierno de Trump.
Este extraordinario boom de Wall Street que adelanta el futuro coincide con el pleno despliegue de la 4ta Revolución Industrial, que es la digitalización completa de la manufactura y los servicios que ya está en marcha; y cuya tecnología fundamental que abarca a todos los sectores económicos es la Inteligencia artificial, que es un fenómeno inmediatamente global, y cuyo liderazgo corresponde a los Estados Unidos, la primera economía del mundo y una de las dos superpotencias de la época, junto con China.
Todo esto constituye un extraordinario impulso a la pasión por emprender e invertir característica de los estadounidenses. Se refiere al espíritu básico del capitalismo en los términos de Schumpeter y de Keynes, que son los “animal spirits”, todo esto sustentado en la búsqueda instintiva de la prosperidad que caracteriza a la civilización norteamericana.
Trump no aspira a presentar una nueva doctrina económica, sino a poner de relieve la realidad que está a la vista. Es una visión absolutamente estadounidense, donde todo se subordina a lo práctico y comercialmente eficaz.
Hay tres fuerzas que impulsan el boom histórico norteamericano:
- En primer lugar – y el más decisivo -, la desregulación generalizada de la economía, cuyo costo supera a tres billones de dólares, cifra que las empresas dejarían de abonar y se incorporaría directamente al sistema productivo.
- En segundo lugar un nuevo recorte de impuestos que lleva el tributo corporativo de 21% a 15%, a condición de que se trate de empresas que producen y venden en el mercado norteamericano, cuyo significado económico asciende a dos billones de dólares.
- Por último, hay que considerar el compromiso asumido por Musk que se incorpora al gobierno de Trump para eficientizar el gasto público y desregular la economía, con especial énfasis en Wall Street y Silicon Valley, en un esfuerzo que alcanza a dos billones de dólares, que benefician directamente al sector privado.
Esto coincide con el pleno despliegue de la Inteligencia artificial (IA), que es el factor de fondo que transforma en sus raíces a la 1era economía del mundo; y que ha abierto un proceso de extraordinaria “destrucción creadora”, que es el traslado masivo del capital y el trabajo hacia los sectores más productivos, que son los más avanzados.
La magnitud de este proceso la muestra el hecho de que la inversión en equipos de Inteligencia artificial (IA) superaría este año U$S 200.000 millones y que una cifra similar se espera en 2025.
Lo que esto implica es que el gasto en equipos IA trepó 62% en los primeros seis meses del año, y experimentaría un alza de más de 100% en los próximos doce meses.
Alan Greenspan señaló que la mayor fortaleza de la economía norteamericana es su enorme capacidad de “destrucción creadora”, que es un producto de su cultura de frontera.
“Estados Unidos está siempre en una situación de comenzar nuevamente, y por eso es la tierra del mañana, en la que la autoridad del pasado no pesa jamás”, dice Ralph Waldo Emerson o. en los términos de Karl Marx: “Estados Unidos es la única sociedad capitalista sin pasado feudal” y por eso absolutamente volcada al futuro.
La civilización norteamericana tiene un significado esencialmente comercial, como advirtió Tocqueville en 1837.
Todo esto sucede con un inmediato significado global, debido a que el extraordinario “softpower” propio de la cultura norteamericana ha recibido una gigantesca inyección de adrenalina.
Esto implica que el nuevo ranking de las naciones no surge ya de su condición de “avanzada” o “emergente”, sino de su mayor o menor cercanía con lo que a todas luces constituye el eje de la época. Es una manifestación más, sólo que superlativa, de la reconocida “excepcionalidad” norteamericana.