Por Hernán Andrés Kruse.-
LAS LIBERTADES PÚBLICAS
“Estas observaciones, aplicables en principio al ámbito de lo cotidiano, adquieren un valor singular cuando se las proyecta hacia la vida social en general. Puede haber circunstancias dudosas en referencia a la conducta de un familiar o un subordinado, pues es obvio que en cada caso se presentan condiciones específicas que es difícil juzgar en profundidad. Pero, en el caso de lo que es público, los principios liberales se convierten en normas mucho más claras y definidas. No en vano el liberalismo, como corriente política, se formó en una larga lucha contra el despotismo de monarcas y dictadores defendiendo las libertades básicas, tanto políticas como económicas, que hoy consideramos como inalienables. Más allá de estas conquistas, que hoy prácticamente están aceptadas en lo político y en alguna medida también en lo económico, sobrevive sin embargo una concepción de lo público que lo sacraliza y que le otorga competencias y funciones lesivas para el libre desenvolvimiento de las personas.
Cuando se acepta que el poder público tiene facultades para normar conductas que sólo a nosotros pueden perjudicarnos, cuando se intenta modelar, desde el gobierno, el comportamiento o los valores de las personas, cuando se asume -para decirlo en forma más general- que el gobernante o la mayoría de los ciudadanos tienen el derecho a decidir por nosotros en lo que básicamente sólo a nosotros nos afecta, se está violando uno de los principios básicos del pensar liberal. Debe hacerse a este respecto, necesariamente, una distinción entre dos tipos de normas. Por una lado están aquellas que se establecen para regular la libertad de cada uno, de modo de que no invada la libertad de los demás, y que en tal sentido le imponen límites inevitables al accionar del individuo; por otra parte están las leyes que, todos los estados, establecen con el supuesto fin de mejorar la situación colectiva o de algunos grupos o personas en particular.
En el primer caso su justificación es evidente: si se permitiera que cada uno actuase a su albedrío, sin respetar la libertad de su prójimo, llegaríamos casi de inmediato a una situación de anarquía de tipo hobbesiano, donde se impondría de hecho la voluntad de los más fuertes y desaparecería por completo la libertad de casi todos. Si no se protege de algún modo la vida, la propiedad y la privacidad de las personas la posibilidad de una convivencia pacífica se desvanece por completo. Es por eso que en toda sociedad estable, en todas las culturas humanas, hay severas restricciones para esas conductas que vulneran el espacio personal al que todos tenemos derecho: el homicidio, el robo, la invasión de la vivienda y otras acciones -violentas o no- son por ello consideradas como crímenes y sancionados severamente en todas las sociedades conocidas. La historia muestra con suficiente claridad lo indispensable que resulta este tipo de normativa para mantener el orden social y crear condiciones que favorecen el progreso.
Pero la legislación vigente en cualquier estado moderno rebasa muy ampliamente este conjunto básico de normas. En cualquier nación existen hoy miles y miles de leyes, decretos, reglamentos y ordenanzas destinados supuestamente a mejorar la vida colectiva pero que interfieren de un modo sutil o brutal con nuestra libertad para expresarnos, desplazarnos, producir, relacionarnos o, en un sentido más amplio, procurar nuestra propia felicidad. Los estados modernos nos imponen su moneda, nos cierran el acceso a ciertos mercados protegidos, nos impiden comerciar o producir si no cumplimos con ciertos engorrosos trámites, nos cargan de impuestos cuyo destino nunca queda muy claro. Hay países donde es preciso realizar dificultosas gestiones para atravesar sus fronteras, donde sólo es posible recibir cierto tipo de educación, donde algunos gremios impiden actividades legítimas a quienes no están afiliados, donde se limitan arbitrariamente los horarios de las más inocuas actividades comerciales, donde -en fin- se restringe de mil modos la libertad personal.
Todo, o casi todo esto, se hace para favorecer supuestamente el interés general. Pero los resultados son normalmente contraproducentes: la intervención del Estado en la economía genera por lo regular estancamiento y pérdida de oportunidades, sin por ello favorecer claramente a los más pobres, pues acaba por estimular el desempleo, la inflación y mayores exacciones impositivas. Las políticas sociales, enormemente costosas, producen escasos resultados y, en muchas ocasiones, refuerzan los comportamientos y las actitudes que son en parte responsables de la pobreza. Detrás de toda esta amplia intervención de los estados modernos hay una concepción de lo social que es profundamente autoritaria, conservadora y racionalista. Digo que es autoritaria porque asume, de partida, que hay algunas personas investidas con el derecho para definir el bien de los otros. El gobernante, o a veces el simple funcionario, se arroga la potestad de decidir por los demás, como si pudiera conocer sus necesidades y los medios más idóneos para satisfacerlas. Se pone así «por encima» de los gobernados, quitándoles su capacidad para decidir, multiplicando a través de las herramientas del poder la misma asimetría de roles que tantos conflictos causa a nivel personal y grupal.
Se reduce de este modo la capacidad de decisión de muchos, se les hace más difícil la vida, pero no por ello se logran las metas que se dice procurar. Esto ocurre porque, al prohibir alternativas de conducta que podrían llegar a ser beneficiosas, se bloquen posibilidades de cambio y de mejoramiento individual y social. No es casualidad que las sociedades más restrictivas en este sentido —las que soportaron dictaduras comunistas— terminaran abruptamente, en medio de una implosión colosal, por causa de un estancamiento tecnológico y cultural que puede considerarse la forma más conservadora de gestión conocida en la historia, a despecho de su fraseología revolucionaria. Las sociedades comunistas no corrieron, por cierto, los riesgos asociados a la libertad: reprimieron innovaciones de todo tipo, hasta en el lenguaje, pero, paradójicamente, se cerraron de tal modo que la peor alternativa posible, el colapso general, los sorprendió de un modo inevitable.
Este profundo conservatismo, que es una respuesta paralizante ante los riesgos asociados con el cambio y que también fue característico de algunas monarquías absolutas de la antigüedad, está asociado, en la época moderna, a un racionalismo constructivista ya analizado por diversos autores. Al adoptar la arrogante posición intelectual de que todo puede ser conocido, controlado y dirigido, los racionalistas modernos, incluidos los socialistas, construyeron utopías que pretendieron crear sociedades «perfectas» de acuerdo a sus designios. Estas utopías lograron concitar adhesiones importantes en una época que asistió, como nunca antes, a la irrupción de «las masas» en el juego político de sociedades que se abrieron a formas de gobierno democráticas. Cuando, eventualmente, estas utopías racionalistas lograron por fin imponerse, como en la Revolución Rusa, los resultados fueron en verdad aterradores: guerras civiles e internacionales, campos de concentración y otras tragedias bien conocidas mostraron el fracaso sin atenuantes de un modo de concebir lo social que, creyendo conocer las leyes de su movimiento, desconfiaba en realidad de cualquier forma de acción autónoma de las personas.
Porque el constructivismo, que es la pretensión de crear o modificar, desde el poder político, la conformación y las relaciones básicas que se establecen en la sociedad, nunca acepta que hay procesos que no conoce ni puede llegar a conocer y cree, con una peligrosa mezcla de ingenuidad y altanería, que puede modelar como arcilla la conducta de las personas y de la colectividad. No afronta el riesgo de «dejar hacer», no confía en nadie salvo en la teoría supuestamente sin fisuras en la que profesa y desemboca entonces, cuando es llevado a su límite, en una u otra forma de totalitarismo. Este, asociado siempre al dogmatismo, proporciona sin duda seguridad: hay estabilidad en las afirmaciones que se colocan como verdades más allá de toda discusión, en la subordinación a la voluntad del líder que garantiza un rumbo de acción definido, en las prácticas que se terminan por repetir sin mayor cambio a lo largo de los años, como en el caso ya mencionado del comunismo, y también del fascismo. Pero esta seguridad es, por sus propias bases, efímera y ficticia. Dura sólo mientras se está dispuesto a cerrar los ojos a la cambiante realidad, mientras se acepten sin reflexión los fracasos del sistema, mientras el régimen pueda continuar en un relativo aislamiento. Tarde o temprano llega el choque con los hechos, la constatación del tiempo perdido y el fracaso, el colapso general del sistema.
LA UTOPÍA LIBERAL
“La exposición anterior quizás sorprenda a quienes tienen del liberalismo la visión estereotipada que se ha generalizado en los últimos años. Según ésta el liberalismo -que se confunde, deliberadamente o no, con las posiciones tecnocráticas que suelen llamarse «neoliberalismo»- se limita a la prédica a favor de una economía de mercado con escasa o nula injerencia estatal. Se lo presenta como un modelo económico «frío», basado sobre una concepción del ser humano que destaca antes que nada su egoísmo fundamental y lo reduce de un modo arbitrario, despojándolo de sus valores, su afectividad, su generosidad, su espiritualidad y toda tendencia hacia un comportamiento solidario.
Las auténticas ideas liberales, sin embargo, están enormemente alejadas de esta caricatura. Lejos de constituir una forma de pensar tecnocrático, que no es otra cosa que una variante de ese racionalismo constructivista que criticáramos en la sección precedente, el liberalismo se basa en una profunda confianza en las posibilidades de acción de la persona. Una persona que razona y resuelve sus problemas por sí misma y que, aunque egoísta o ignorante en ocasiones, es también capaz de aprender de sus errores y de adoptar comportamientos altruistas. Porque el mercado, aunque sea impersonal o anónimo, como se suele decir, no es otra cosa que un modo de cooperación entre gran cantidad de individuos que genera un orden espontáneo, autorregulado, del mismo modo que lo hacen otras creaciones humanas, como por ejemplo el lenguaje y determinadas costumbres y normas sociales.
No acusamos a estos, por cierto, de falta de espiritualidad o de «frialdad», sino que los aceptamos como un legado de generaciones pasadas que enriquece nuestras vidas y que nos permite disponer de herramientas indispensables para la interacción en sociedad. El mercado, desde este punto de vista, no es otra cosa que la expresión social de millones de decisiones individuales de personas que libremente disponen qué y a quién comprar, donde trabajar, qué crear y donde invertir. No es algo que se imponga «desde afuera» a los individuos, aunque así lo parezca al observador superficial, sino una resultante no deliberada de infinidad de decisiones que se retroalimentan entre sí, decisiones que -es bueno precisarlo- son independientes y no están forzadas por ningún poder.
Anticipamos también una crítica diferente a la disertación que venimos realizando. Si bien hemos dicho que estamos analizando un modelo abstracto o ideal, no las propuestas o la acción de entidades concretas, el lector pueda tener quizás la impresión de que el liberalismo que presentamos no existe ni puede existir en el mundo de las realidades efectivamente existentes: es demasiado puro y perfecto, tal vez, excesivamente alejado de las modalidades que suelen prevalecer en las relaciones humanas o en el acontecer político. Por eso podría calificárselo como utópico, para emplear una palabra que suele cargarse de connotaciones ambivalentes y complejas, aceptando la tradicional definición de utopía como la de un «plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación». La observación tiene algo de verdad, sin duda, pues en estas páginas hemos tratado de destacar las actitudes y los valores que constituyen el núcleo de una orientación ideológica basada en la libertad, postular una especie de límite que, por supuesto, nunca puede alcanzarse a plenitud en nuestras acciones y reflexiones.
¿Es una pérdida de tiempo tratar de describir lo que de partida parece irrealizable, postulando un liberalismo que no encontramos plenamente ni en organización ni en persona alguna? No creemos que resulte vano, como decíamos al comienzo de este trabajo, lanzar la mirada hacia adelante y tratar de hacer explícitos valores, metas y propuestas de fondo. Y, en cuanto a transitar el incierto camino de las utopías, conviene precisar que éstas pueden ser muy diferentes en cuanto a contenido e intención. Una utopía puede representar un designio racional de sociedad, elaborado por alguien que cree conocer lo que es mejor para todos y se arroga, así, el derecho de hablar por los demás. Será elaborada siempre con el limitado entendimiento de quien sólo conoce sus deseos y sus necesidades, con la comprensión parcial o equivocada que el autor tenga acerca de los complejos asuntos humanos. Esto, en principio, podría considerarse apenas como un ejercicio intelectual intrascendente.
Pero una utopía de esta naturaleza se convierte en cambio en una monstruosidad cuando se pierde de vista su carácter ideal y adquiere la forma específica de un programa de acción para ser aplicado a la sociedad. Es indiferente que sea un partido, una secta o un «déspota ilustrado» el que quiera imponerla: siempre habrá una violencia fundamental contra las aspiraciones de los millones de seres humanos que no han sido consultados, contra los intereses y actitudes que todos legítimamente tenemos y hasta contra las propias leyes que dominan de algún modo el acontecer de lo social. El socialismo, durante su larga expansión como movimiento político desde comienzos del siglo XIX encarnó, en buena medida, este tipo de pensamiento utópico: sólo los defensores del igualitarismo, la lucha de clases, el estatismo y el autoritario reconstruir de la sociedad desde la cima del poder tenían derecho a imponer su visión sobre toda la humanidad. Los demás, los defensores de la libertad o de la tradición, quedaban a su lado como ramplones representantes de los más egoístas impulsos del ser humano.
La historia ha servido para demostrar hasta qué punto de horror nos llevaron estas visiones de la realidad que combinaban, repletas de buenas intenciones, la altanería intelectual de los líderes con el desprecio más o menos oculto hacia la «masa». En nombre de la libertad y la igualdad el socialismo cometió los crímenes más atroces de la época contemporánea. Prometiendo la extinción del Estado —a quien Engels declaraba que se habría de llevar al museo de antigüedades «junto al torno de hilar y junto al hacha de bronce»—creó el aparato de poder más totalitario que se haya conocido, donde la más pequeña disidencia se castigaba a veces con la muerte y millones de personas languidecían en campos de concentración. Anunciado el impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas, supuestamente aprisionadas por las relaciones de producción capitalistas, generó pobreza y privaciones sin igual, como las que todavía experimentan los desdichados habitantes de algunos países. La revolución que prometía acabar para siempre con las clases sociales desembocó en un sistema donde los privilegios se hacían hereditarios y sólo los burócratas a cargo del poder podían tener acceso a determinados bienes y servicios.
El «internacionalismo proletario», bandera de Lenin durante la Primera Guerra Mundial, acabó tristemente por obra de un grupo de estados policiales siempre dispuestos a la guerra, nacionalistas y patrioteros, que crearon inmensos arsenales y aparatos de espionaje que todo lo penetraban. Otros socialistas, menos proclives a la acción revolucionaria, se apartaron ciertamente de estos horrores, pero sin llegar nunca a condenarlos de un modo claro y terminante. Crearon sin embargo sistemas burocráticos inmensos, que todavía en parte están en pie, donde a cambio de alguna seguridad se confisca mediante impuestos gran parte de la riqueza producida por las personas. La utopía igualitaria derivó, en estos casos, hacia un más tranquilo y mediocre estatismo, el mismo que hoy padecemos y que analizaremos con más detenimiento en una oportunidad más apropiada.
Pero el pensamiento utópico no puede, en honor a la verdad, circunscribirse a estas expresiones de lo que calificamos como racionalismo constructivista. Existe también un modo utópico de imaginar mundos sin opresión ni tiranías, existen sueños aparentemente irrealizables pero que, al ser expresados y debatidos en público, comienzan poco a poco a concretarse o a resultar menos utópicos. La utopía de un Leonardo, tan diferente a la de Moro, no era construir un sistema supuestamente perfecto para que lo habitaran los demás sino crear máquinas prodigiosas que expandieran las posibilidades de acción del ser humano más allá de lo que, en su tiempo, se consideraba como realizable. Volar, comunicarse a pesar de la distancia, poner los pies en la Luna o trasplantar órganos eran sin duda fantasías que parecían pertenecer más al reino de la magia que al de la realidad hasta hace apenas unos pocos siglos. Y, en un mundo dominado por gobernantes absolutos, donde se aceptaban como cosas naturales la esclavitud y la violencia, también parecía una fantasía creer en la posibilidad de iguales derechos para todos, de gobiernos sometidos a la ley, de unos ciudadanos que pudieran transitar con libertad, negociar sin trabas o adoptar la religión que prefiriera su conciencia.
Es verdad que el mundo de este siglo que termina está todavía muy lejos del ideal liberal, pero es cierto también que nos hemos apartado un largo trecho de las miserias e iniquidades de pasadas épocas. Las visiones que nos muestran un punto de referencia hacia el cual orientar nuestros esfuerzos, y que por ello contribuyen a dar un sentido a lo que pensamos y proponemos, han sido un recurso útil y tal vez indispensable en esta marcha accidentada hacia la libertad, pues han tenido la capacidad para movilizarnos espiritualmente y orientarnos en el farragoso acontecer de todos los días. La utopía, concebida como visión estática de una sociedad perfecta, ha fracasado una y otra vez en la historia, pero no por lo que haya tenido de irrealizable sino por su vana pretensión de creer que el curso de los asuntos sociales podía ser comprendido en su totalidad, y en consecuencia dirigido, desde la cima del poder político o desde alguna conciencia individual supuestamente superior a las demás.
Lo que es realizable o irrealizable, por otro lado, ha cambiado permanentemente a lo largo del tiempo, en parte por el esfuerzo y las visiones de quienes se han dedicado a pensar con imaginación y libertad. El auténtico liberalismo no propone rehacer la sociedad sobre la base del algún plan general concebido por intelectuales o políticos, ni promueve revoluciones de ninguna naturaleza. Es en cambio una prédica y una lucha política que se orienta a proteger y desarrollar la autonomía individual, a disminuir el peso asfixiante de los estados modernos, a crear mayores espacios para que -civilizadamente- todos podamos vivir y expresarnos. Su propósito es encaminaros a un mundo donde, guiados por el más absoluto respeto a la libre y responsable decisión de las personas, encontremos las condiciones para el desarrollo de todas nuestras potencialidades”.
(*) Carlos A. Sabino: “Liberalismo y Utopía” (Cedice Libertad).
02/12/2024 a las 10:19 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Qué negocian Javier Milei y Cristina Kirchner
Joaquín Morales Solá
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
1/12/024
La aritmética judicial, que no es nunca una ciencia exacta, le indica a Cristina Kirchner que con un poco más de presión al Gobierno podría conseguir una teórica mayoría en la Corte Suprema de Justicia. Si lograra cambiar el nombre del prestigioso académico Manuel García-Mansilla, propuesto ya por Javier Milei, por el de la fanática cristinista María de los Ángeles Sacnun, una exsenadora santafesina que perdió la banca en 2021 podría sumar a esta los nombres de Ricardo Lorenzetti y eventualmente el de Ariel Lijo. Tres contra dos en el tribunal más decisivo del país, que está integrado por cinco jueces. Habrá que ver después qué harán Lorenzetti y Lijo, si este llegara a una de las poltronas más empinadas de la Justicia.
Pero Cristina Kirchner nunca pierde la esperanza de controlar al Poder Judicial, ya sea promoviendo proyectos de leyes que lo desnaturalizan o negociando cargos para que los ocupen jueces que en principio le responderían. Sacnun es recordada en Santa Fe porque contribuyó a aprobar en el Senado nacional una ley regulatoria del biodiésel, cuando su provincia es la mayor productora nacional de ese combustible. “El voto de Sacnun lo decidió no el texto del proyecto, que afectaba a muchos productores santafesinos, sino porque Máximo Kirchner lo firmó”, recordó la actual senadora santafesina Carolina Losada, para probar el grado de sometimiento de Sacnun a Cristina Kirchner; no es raro que la expresidenta quiera ver ahora a Sacnun en la Corte. Cristina Kirchner se encamina a estar permanentemente en los próximos días, y también en los próximos años, en la agenda de la Corte, siempre por causas que la juzgan en gran medida por prácticas corruptas.
¿Será ella la que ayude a Milei a integrar un inapelable tribunal que la juzgará? El conflicto de intereses que afecta a la expresidenta está expuesto, mientras las constancias de una negociación entre el Gobierno y el kirchnerismo son más que evidentes. “Santiago Caputo habla con todos, todo el tiempo. Los acuerdos con el kirchnerismo son hasta palpables”, aseguró uno de los principales dirigentes del desairado Pro, autor inicial, aunque no final, del proyecto de ficha limpia que naufragó el jueves en la Cámara de Diputados en medio de una miserable serie de deserciones políticas. Cuidado: las sociedades perdonan los cambios políticos y hasta las traiciones, pero nunca las deserciones. Esta vez Martín Menem tuvo razón cuando levantó la sesión a la hora justa, porque faltaban 13 diputados, no uno como sucedió la semana anterior. De esos 13 diputados que desertaron, ocho son de La Libertad Avanza, el partido del Presidente. Fue el oficialismo, entonces, el mayor responsable de que no hubiese sesión de los diputados para establecer un sistema que habría hecho imposible que los políticos corruptos se protegieran en los fueros parlamentarios. La afectada más destacada por esa ley hubiera sido Cristina Kirchner, pero no tenía por qué ser la única. Dos días antes, la señora de Kirchner le había enviado una prueba de amor al Presidente cuando autorizó a la senadora Lucía Corpacci, tan cristinista como Sacnun, a firmar el dictamen de la Comisión de Acuerdos en favor del juez Lijo como miembro de la Corte. Vale la pena hacer un paréntesis: ¿cuándo pedirá licencia Lijo como juez federal? Ya no está en condiciones de juzgar a funcionarios del gobierno de Milei ni a ningún senador nacional porque en manos de todos ellos está su discutido ascenso a la cima del Poder Judicial. Si, en cambio, fuera nombrado por decreto en comisión como integrante del máximo tribunal, Lijo deberá renunciar como juez federal. El conflicto de intereses que acorrala a Lijo es tan riesgoso como el de Cristina Kirchner.
“Hay muchas cosas para negociar con el Gobierno, no solo los dos jueces de la Corte. Están también el nombre del futuro procurador general de la Nación (el jefe de la acusación en el país) y los nombres de 140 jueces federales en todo el país”. La frase corresponde al jefe del bloque peronista de senadores, José Mayans, deslizada entre legisladores propios. La diferencia entre el kirchnerismo y el Gobierno es que a este le da vergüenza después, y hasta lo persigue el temor de un escándalo social, cuando se conoce la negociación secreta con Cristina, mientras al kirchnerismo le sientan bien esas tratativas. Las pruebas no solo son aquellas ocho deserciones que protegieron a Cristina Kirchner, sino también varias más. ¿Ejemplo? Uno: se ausentaron dos diputados de Pro que responden a Patricia Bullrich, ministra de Milei. Por esas mismas horas, el Presidente retuiteó en X un tuit (que pertenece a la mileísta cuenta Escuela Austriaca de Economía) que mostraba una foto de Bullrich con la siguiente frase: “Veo fórmula”. Ese mileísta escondido detrás del anonimato promovía para 2027 la fórmula Milei-Patricia Bullrich. No fue solo una opinión personal porque el Presidente la retuiteó y amplió su difusión. Victoria Villarruel quedó, de esa manera, liberada definitivamente de compromisos futuros con el jefe del Estado; está ahora en condiciones de establecer por sí sola su propio camino electoral, lejos de la diarquía política de los Milei, que no la tolera desde los tiempos de la reciente campaña electoral.
Al revés, no puede provocar ninguna suspicacia la ausencia de Ricardo López Murphy de la crucial reunión fallida de la Cámara de Diputados por la “ficha limpia”. El exministro avisó con muchos días de anticipación que debía viajar a Estados Unidos para cumplir con un compromiso con sus nietos. Una hija de López Murphy murió hace poco en Estados Unidos. ¿Otro ejemplo? La incansable diputada Silvia Lospennato, que lucha desde hace años por una ley de ficha limpia, reflexionó en la noche del jueves ingrato: “No puedo salir de mi asombro. 133 diputados comprometieron su asistencia hasta poco antes de la sesión para votar el proyecto de ficha limpia y estuvieron solo 116. Las ocho ausencias de La Libertad Avanza fueron decisivas para el fracaso”. El proyecto, inicialmente de Lospennato, lo terminaron firmando en primer lugar dos encumbrados diputados del mileísmo: Nicolás Mayoraz, presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales, y Manuel Quintar, titular de la Comisión de Justicia de la Cámara baja. Mayoraz y Quintar hicieron mucho más restrictivos los alcances de la “ficha limpia” (establecieron que solo afectaría a los políticos con condena en dos instancias de la Justicia y no en una sola) y limitaron sus alcances al delito de corrupción. Al mismo tiempo, fue el mileísmo el que tranquilizó el futuro electoral de Cristina Kirchner. Estaba en juego una negociación mucho más importante, incluida la reelección de Martín Menem como presidente de la cámara. Afuera la “ficha limpia”. La influyente AEA, que nuclea a los dueños de las grandes empresas; IDEA; la Cámara de Comercio, y, lo que es más significativo para Milei, la Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina (presidida por Facundo Gómez Minujín, un hombre sensato y consensual) hicieron pública su preocupación por la falta de quorum parlamentario para sancionar la corrupción. Los empresarios se indignaron.
“Una alianza electoral con La Libertad Avanza está ahora mucho más lejos que en cualquier momento”, se enojó un dirigente de Pro muy cercano a Mauricio Macri, autor a su vez de un documento en el que criticó duramente las deserciones de diputados en la reunión por la “ficha limpia”. “Con dirigentes corruptos no hay futuro”, se despachó el expresidente antes de iniciar un breve viaje al exterior. Para peor, poco después de esa sesión malograda, un ejército de tuiteros mileístas atacó de manera furibunda a Pro y a sus dirigentes. Amigos de Macri lo escucharon decir que está dispuesto a que Pro vaya con una alianza distinta a la de La Libertad Avanza en las elecciones del próximo año hasta en la Capital Federal. “Habrá tres tercios en la Capital y veremos cuál sale primero”, dijo, mencionando al mileísmo, a Pro y al peronismo, que en el distrito federal siempre retiene entre un 22 y un 25 por ciento de los votos. Versiones confiables aseguran que a Milei no le gustaron las últimas declaraciones públicas de Macri, que defendió elementales principios institucionales. Se opuso a las políticas que niegan el cambio climático (Milei las apoya); no estuvo de acuerdo con una “caza de brujas” en la Cancillería como se anunció; promovió que la Argentina sea “amiga de todos los países siempre que respeten las cosas en las que creemos” (Milei privilegia la relación casi exclusiva con Estados Unidos e Israel), y señaló que a “Milei le falta equipo” para gobernar la administración. Cuando le preguntaron a Macri si esas definiciones podían poner en riesgo su relación con Milei, el expresidente respondió: “Digo y hago lo que creo correcto, aunque no sea lo conveniente”. Al Presidente lo incomodó encontrarse de pronto con un político que no le tiene pánico, porque a él le gusta pavonearse contando que, después de haber echado a figuras notables de su administración, gobierna con un equipo en estado de pánico. Mala compañía.
El pánico se notó en la reunión anual de la Unión Industrial, a la que no fue ningún funcionario luego de que el jefe del Estado anunciara su inasistencia. Los industriales están preocupados por los anuncios de apertura de la economía. El Gobierno tiene razón cuando señala que hay una parte del empresariado acostumbrado a la protección permanente de la economía y a decidir, por lo tanto, sobre la calidad y los precios de los productos nacionales. Los industriales tienen su parte de razón cuando responden que no están en condiciones de competir con productos extranjeros cuando aquí deben lidiar con una fenomenal carga impositiva, con los sucesivos impuestos nacionales, provinciales y municipales, y con una industria del juicio que todavía existe. Una discusión seria debería darse en esos términos. El converso mileísta José Luis Espert los mandó “a cagar” a los empresarios industriales. Cuesta escribir semejante grosería, y cuesta más imaginar que solo así se puede quedar bien con gobernantes parciales, fríos e implacables.
02/12/2024 a las 10:22 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
El León triunfa y construye un criadero de fanáticos
Jorge Fernández Díaz
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
1/12/024
Masticando bronca, resignación o miedo, y apuntando dudas razonables de mediano y largo plazo, las usinas mediáticas e intelectuales del llamado “progresismo” –colectivo de gradaciones cada vez más copiosas y difusas– se anticiparon esta semana al balance del año de gestión y dictaminaron, a grandes rasgos y casi por unanimidad, que el gobierno de Javier Milei había triunfado.
Tienen razón, y su dolorida admisión es relevante porque proviene precisamente de una trinchera donde consideran al mileísmo poco menos que una maldición bíblica. Es lo único que le faltaba al León para sonreír con todos los dientes, puesto que aun hasta sus contendientes más enconados reconocen su pericia macroeconómica, una gobernabilidad a la bartola pero hasta ahora eficaz y una imagen pública altísima a pesar de todos los pesares.
Como el oficialismo tiene tantos propagandistas de buena o mala fe, este articulista no abundará en los logros, sino que intentará cumplir con su misión de lanzar “alertas tempranas” acerca del lado oscuro del fenómeno y sobre los riesgos de la ebriedad del éxito. Comencemos por la gran paradoja del momento: el Presidente de la Nación acomete, con financiamiento empresario (hay un nuevo capitalismo de amigos de Milei) la construcción de un curioso criadero de fanáticos, que le respondan ciegamente y que desde la “pureza ideológica” ya mismo patrullan la zona y cancelan a cualquiera que se aparte un centímetro de su “doctrina”. Esos mismos guerrilleros digitales estuvieron toda la semana levantando el dedito, marcando detalles y estupideces en las redes y erigiéndose como comisarios políticos de la moral, mientras sus ministros y legisladores les hacían favores fabulosos a los sindicalistas megamillonarios de la CGT y a los principales caciques del kirchnerismo a través de “ficha sucia”. Más significativo e indignante todavía que el hundimiento de estos proyectos nobles –doble boicot ordenado desde el Triángulo de Hierro– es la inmensa hipocresía que denota todo el episodio y el carácter farsesco que revela. La críptica respuesta del general Ancap –si es que la decodificamos bien– estuvo destinada a aquellos republicanos honestos que le recriminaban esta infamia, y consistió en hacerles saber que prefiere a un “malvado” que a quien “se comporta como bueno, y no sabemos nunca cuáles son sus actitudes y sus intenciones nefastas”. Cualquiera que no lo acompañe aun en sus decisiones más aberrantes es un traidor y, en el fondo, es preferible un kirchnerista. Exige obediencia castrense el Topo del Estado. Pero esa concepción tiene una dimensión más amplia: el “centro es el enemigo más peligroso” porque anestesia el voto de la “reacción”, declararon esta semana algunos de sus pensadores y amigos, que por cierto reivindican esa palabrita: no sería de extrañar, homofóbicos como son y con una sobredosis de testosterona –llaman a combatir a la izquierda “virilmente” y con “la máxima brutalidad”–, que en cualquier momento convoquen a la Marcha del Orgullo Reaccionario. Esos entusiastas militantes del libertario acusan a los liberales de “pusilánimes” y de practicar “diálogos claudicantes”, y señalan a Luis Lacalle Pou como un emblema de ese mal. ¿Qué se supone que debería haber hecho el presidente uruguayo para impedir la alternancia clásica de su país? Es una pregunta simple pero inquietante, puesto que sugiere la opción de una radicalización violenta en pos de una hegemonía a suerte y verdad. No es cierto que solo el libre mercado enriqueció a las naciones, como sostiene Milei; fue también la democracia representativa la que le dio marco jurídico y social e hizo posible al Occidente más próspero. La izquierda siempre detestó la “democracia burguesa”, pero quizá sea finalmente la derecha populista –aquella que desdeña las “instituciones de la casta” y el juego de los acuerdos, equilibrios y contrapesos– la que le gatille su tiro de gracia. El grupo que se encuentra en el poder busca crear un Nuevo Orden, basado en una filosofía según la cual los derechistas son “objetivamente superiores” y la derecha encarna el bien, la verdad, la belleza, la vida, Dios, la patria y la familia (sic). Entregar al fin del mandato constitucional los atributos presidenciales a cualquier opositor –es decir, a un malo, un mentiroso, un feo, un apóstata, un ateo, un apátrida o un verdugo de la vida y la familia– resulta de nuevo una escena impensable. Los arcángeles de las Fuerzas del Cielo, enredados en sus propias hipérboles, verían esa simple acción institucional como una capitulación. También en eso se parecen a Cristina Kirchner.
El más destacado ensayista de toda esta corriente, Agustín Laje, lo dijo con toda contundencia en la Fundación Faro: “La Argentina está partida entre los buenos y los malos. Podemos identificar perfectamente a la gente de bien y a la gente de mal; sabemos quién está en cada bando por primera vez en la historia. De un lado estamos los que defendemos la vida y la dignidad humana; y del otro lado están los zurdos hijos de puta”. Es una suerte que en el nuevo think tank libertario hayan descubierto la fórmula mágica de la existencia; deberían patentarla e incluso armar un sitio interactivo donde uno pueda preguntar por el bien y por el mal, y obtener una respuesta asertiva: sería un servicio invalorable a la Humanidad y hasta podrían extendernos, si nos portamos bien, un certificado de buena conducta. El arte y la historia nos han demostrado a través de los siglos cómo grandes canallas han consumado hechos heroicos y cómo grandes héroes perpetraron canalladas, y también cómo muchas verdades tienen la mala costumbre de ser ambiguas y grises, y los hombres y sus circunstancias no pueden medirse con varas tan maniqueas. Caer en esta clase de caricaturas, negar el carácter poliédrico de las cosas, instruir en burdas y agresivas simplificaciones a los cuadros de las Juventudes Mileístas no tendrá resultados inocuos para la política argentina de los próximos años. Decía Keats que los fanáticos crean un ensueño y lo convierten en el paraíso de su secta, pero advertía Yourcenar que en todo combate entre el fanatismo y el sentido común, muy pocas veces logra imponerse este último. Es por eso que, en los próximos tiempos, solo la sensatez será revolucionaria.
02/12/2024 a las 10:25 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
A Milei se le cae una máscara
Eduardo van der Kooy
Fuente: Clarín
(*) Notiar.com.ar
1/12/024
Existen señales claras de que el gobierno de Javier Milei estaría introduciendo modificaciones en la estrategia política para su segunda etapa. Coincide con el inicio del segundo año en el poder y la rendición de cuentas en las elecciones legislativas del 2025. El líder libertario superó el primer ciclo, sembrado de enigmas, apoyado en dos pilares: su personalismo absorbente; la aplicación sistemática de una fórmula que le fue garantizando gobernabilidad.
¿De qué se trató? El Presidente obtuvo las herramientas clave para su administración en los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU). En especial, la que se conoce como Ley Bases. Logró bloquear todo aquello que le resultaba inconveniente en el Congreso mediante alianzas circunstanciales que siempre le permitieron consolidar un tercio. A veces con el PRO, otras con peronistas que colaboraron respondiendo al mandato de los gobernadores. En ese listado puede inscribirse, en primera línea, a Raúl Jalil, de Catamarca y Osvaldo Jaldo, de Tucumán. Pero también a Martín Llaryora, de Córdoba y Gerardo Zamora, el radical K de Santiago del Estero.
Registros de aquella resistencia hubo incluso la semana pasada en Diputados. Volvió a fracasar una sesión para la modificación de la normativa de los DNU, en este caso aplicado al canje de deuda de Luis Caputo, el ministro de Economía. Por obra de la reglamentación que ejecutó Cristina en 2006 poseen un valor superior al de una ley. ¿Por qué razón? Con que una de las dos Cámaras del Congreso no lo rechace conservan vigencia. Cualquier proyecto se transforma recién en ley cuando consigue la aprobación de diputados y senadores.
Ocurrieron otras cosas que no podrían encuadrarse en aquel esquema de bloqueo tradicional sostenido por el tercio. Se cayó la reforma sindical, alentada entre otros por el radicalismo y el PRO, aliado principal de La Libertad Avanza. Buscaba poner límite a las reelecciones indefinidas de los burócratas. Los más bisoños acumulan casi dos décadas de conducción. Carlos Acuña, de Estaciones de Servicio y secretario de la CGT; Roberto Baradel, de SUTEBA, los docentes bonaerenses.
El otro asunto se vincula con el naufragio, por segunda vez, del tratamiento de la ley de Ficha Limpia. Espoleada también, entre varios, por el PRO. Impediría la presentación como candidatos a dirigentes que tengan una doble condena firme. La lupa estuvo colocada –lo está aún—sobre Cristina Fernández. Carga con una pena de 6 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos a raíz de haber favorecido con la obra pública al empresario K Lázaro Báez.
En ambos casos parece haber quedado desnuda una evidencia. Milei cambió la colaboración de aliados y ayudas circunstanciales por la negociación con la mayoría opositora. El kirchnerismo y peronistas que lo merodean. Se trata de cuestiones –poder eterno y corrupción– que encajarían con fluidez en la narrativa libertaria usada hasta el hartazgo: la acusación a “la casta” por la enorme crisis incubada en la Argentina a partir del espejismo que significó el 2003 como punto de partida. Puede asegurarse, en ese sentido, que al Presidente se le acaba de caer una máscara.
Cada episodio tiene una explicación. Difícilmente sirva como justificativo si se coteja con la argumentación oficial. El Gobierno transó con la CGT por dos motivos. Ha comunicado su predisposición al diálogo. En paralelo, logró aislar a Pablo Moyano, que dio un portazo y emigró de la central obrera. El hijo de Hugo, con quien está distanciado por los negocios y las cuitas familiares, propiciaba un paro general para este mes que no encontró eco.
El acuerdo, implícito o expreso con el kirchnerismo resulta de muchísima mayor complejidad. Detrás del telón caído de la Ficha Limpia se ocultan otros temas que marcan una convergencia objetiva entre los libertarios y la principal oposición. El oficialismo necesitará de Unión por la Patria para no poner en riesgo al vacilante titular de la Cámara de Diputados, Martín Menem. Está, además, el pliego de los jueces Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla postulados por el Gobierno para integrar la Corte Suprema. Y otras 150 vacantes a llenar en el Poder Judicial. El proyecto para la eliminación de las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Agenda que podría figurar, junto a otras migajas, en el posible llamado a sesiones extraordinarias del Congreso. Uno de los asuntos representa otro viraje llamativo en la relación libertaria con el PRO: aquellas primarias son defendidas por el macrismo y detestadas por Cristina. Como lo fueron siempre, más allá de haber participado en su invención por urgencia junto a Néstor Kirchner.
La caída de la Ficha Limpia reconoció un preámbulo cuya confección estuvo en manos de Karina Milei, la secretaria general y hermanísima. Circuló la semana pasada dos veces por el Congreso. ¿Dialogó en secreto con el jefe del bloque de Unión por la Patria, el santafecino Germán Martínez? Estuvo secundada por el subsecretario de Asuntos Institucionales, Eduardo “Lule” Menem. Apareció en un palco junto a Federico Sharif Menem, hijo de “Lule”. Correo inconfundible de la interna que Karina mantiene con el joven narrador Santiago Caputo. Pretende que en el armado de las listas libertarias futuras figure la legión de jóvenes que cobija y no la “guardia pretoriana” de Daniel Parisini, el Gordo Dan de las patrullas digitales.
Karina se asomó durante el debate en Diputados del proyecto de ley para combatir la ludopatía que recibió, al final, media sanción. En ese recinto se escucharon conceptos sorprendentes. Pocos como aquellos que desplegó la diputada libertaria Lilia Lemoine. La Libertad Avanza se opuso a la aprobación anclada en el principio de desregulación que aplica con automatismo. Explicó que la regulación para combatir las adicciones implicará un gasto innecesario al Estado. Sostuvo que la lucha contra los adictos debe corresponder únicamente al grupo familiar. Reveló ignorancia sobre el asunto. Los tratamientos contra la adicción no involucran sólo al principal afectado. Envuelven a toda la familia. Se trata de un principio básico de la enfermedad que demanda una asistencia conjunta de salud pública o privada. ¿Sólo podrían aspirar a una recuperación aquellos que tienen dinero? No parece un buen camino para un problema que se amplía geométricamente.
La transa con el kirchnerismo se extiende a otros campos trascendentes para el habitual cristal opaco de la política. La colina de los intereses la ocupan ahora los jueces Lijo y García-Mansilla y la próxima integración de la Corte. A fin de mes el máximo Tribunal quedará con tres miembros (Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti) por la jubilación de Juan Carlos Maqueda.
El asunto permanecía estancado hasta que apareció la firma de la senadora de Catamarca, Lucía Corpacci, avalando el pliego de Lijo. La mujer le hizo un favor a medias: “Si no es Ariel puede ser otro peor”, afirmó al explicar su conducta. Nadie podría dudar que detrás de ese paso está el aval de Cristina. La realidad tampoco suele ser lineal: el postulante a la Corte gestionó por cuenta propia otras firmas de su pliego. Ambas cosas pueden haber convergido.
El gobierno libertario hizo una oferta al kirchnerismo para intentar zanjar diferencias. Pidió el voto para aquellos dos magistrados a cambio de que a futuro se amplíe la Corte Suprema y se designe a una mujer. Chupetín insulso. Las promesas no sirven en la principal oposición. Menos, de parte de un oficialismo que, entre muchas fobias, anunció que terminará con la política de cupos pensada para estimular la presencia femenina en la actividad pública.
Ese panorama indujo a Milei a redoblar la apuesta. La posibilidad de entronizar a Lijo y García-Mansilla por decreto. El bloque de senadores peronistas replicó que, en ese caso, rechazarían ambas postulaciones. De nuevo la esgrima presidencial: advirtió que podría designar en comisión las 150 vacantes de la Justicia e, incluso, al procurador general. Nadie conoce cuánto hay de sustancia en ese intercambio de amenazas.
El Gobierno necesita la sobreactuación para ahuyentar la complicidad que ha quedado instalada con el kirchnerismo. Se mostró horrorizado por las acusaciones de haber dejado caer la Ficha Limpia. Veamos detalles. En el primer intento en Diputados en LLA se ausentaron dos legisladores. En la sesión del viernes 8. Uno de ellos, Santiago Santurio, nexo casi excluyente con la Casa Rosada. En el PRO, esta vez, se ausentaron tres. Dos de ellos, José Núñez y Gabriel Chumpitaz que, casualmente, responden a Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad. El dicho popular refresca que si un animal ladra, mueve la cola y tiene cuatro patas, es un perro.
La postura oficial, por otra parte, había sido blanqueada por Guillermo Francos. El jefe de Gabinete expresó que el temor sobre la Ficha Limpia obedecía a que no quedara en el imaginario como un intento de proscripción a Cristina. Reparo similar al que tiene el Presidente: desea verla en la grilla del 2025 para polarizar con ella y pulverizar cualquier embrión de centro.
Un gesto que se dibujó en el tablero certificó aquella teoría del perro. Milei se apuró a llamar a Silvia Lospenatto para jurarle que el Gobierno enviaría un nuevo proyecto de Ficha Limpia. En el ínterin el PRO y LLA se acusaron mutuamente de cómplices de los corruptos. ¿Había algo en el texto que naufragó, empujado por la diputada del PRO desde el 2016, que no le convencía? Evidentemente, sí. De otro modo, la conducta libertaria hubiera resultado diferente. Lospennato tuvo un día antes de su chat la confirmación del jefe de LLA acerca de que todos sus integrantes -con excepción de Marcela Pagano, con un embarazo delicado- estarían presentes.
Casi una burla. También, demostración de que las narrativas pomposas marchitan frente a la realidad.
02/12/2024 a las 10:29 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Javier Milei ahora necesita más a Cristina Kirchner que a Mauricio Macri
Marcos Novaro
Fuente: TN
(*) Notiar.com.ar
1/12/024
Después de una semana de practicar todo tipo de agachadas y triquiñuelas para mantener viva a Cristina Kirchner como candidata, a Ariel Lijo como candidato a la Corte Suprema y a Martín Menem como presidente de la Cámara de Diputados, colaborando en cada una de esas ocasiones con sus más acérrimos enemigos políticos y dejando en la estacada a sus supuestos aliados, el presidente se despachó con una proclama bíblica contra los tibios y moderados, esos que, según él, “juegan para todos lados” y “son los peores de todos, porque no sabemos nunca cuáles son sus actitudes y sus intenciones nefastas”.
¿No habrá sido mucho? ¿No habrá advertido que estaba dejando expuesto su propio juego, porque muchos podrían pensar que quien mejor cuadra en esa descripción de “jugar para todos lados”, al menos por lo hecho en los últimos días, es él mismo?
Seguramente desde su perspectiva esa impugnación no se le aplica porque sus maniobras tácticas están plenamente justificadas, por la necesidad de fortalecer su gobierno y el curso general que el mismo persigue: para lograrlo necesita polarizar con Cristina, a un juez adicto en el Tribunal Supremo, y mantener a alguien leal al frente de al menos una de las dos cámaras (ahora que Victoria Villarruel ha dejado definitivamente de integrar su tropa), así que cualquier costo político, daño institucional o ambigüedad moral que impliquen esas jugadas serán más que compensados por el beneficio resultante de que su programa reformista se consolide y avance.
Pero justamente eso es lo que alegan todos los políticos pragmáticos, y también los fanáticos, y los oportunistas. Y la frontera entre unos y otros es a veces bastante difícil de determinar. ¿Qué es Milei?, o más precisamente, ¿cómo ha estado combinando esas formas de actuar en distintos terrenos? El modo en que en estos días confronta y a la vez sostiene a Cristina, mientras va enterrando más y más a Mauricio Macri, nos ofrece una buena guía para comprenderlo.
Ante todo, una distinción útil: pragmático es alguien que actúa según un plan, una estrategia para avanzar en cierta dirección, dentro de la cual justifica rodeos y desvíos porque le permiten acomodarse a las circunstancias y evitar que los obstáculos que se le presenten en el camino se vuelvan insuperables; el oportunista, en cambio, es quien se amolda a la descripción bíblica a la que recurrió Milei, porque va para un lado o el otro según las conveniencias del momento, no tiene objetivos más allá del de sacar provecho de todas las oportunidades que se le presenten para acumular beneficios, que es su única meta, obtener más y más poder, dinero, fama o lo que sea.
Por último, el fanático se distingue de los otros dos porque no persigue una meta concreta, sino dar testimonio de su fe, y dejar en evidencia que si esa fe no se impone es porque el mal domina en el mundo. Con eso le basta y le sobra, por lo que tanto los fines prácticos como los cálculos de costo, beneficio y oportunidad le son por completo indiferentes.
El presidente hasta ahora se había venido distinguiendo por una combinación variable pero más o menos equilibrada de pragmatismo y fanatismo. Consumió una buena cantidad de tiempo en batallas ideológicas contra el Congreso y otros adversarios, choques en los que no iba a lograr imponerse, pero justificó por la necesidad de aplicar el “principio de demostración”, dejar ver que “la casta” no tenía remedio y seguía siendo el origen de todos los males del país; y fue paulatinamente sumando más y más giros pragmáticos, para negociar con las bancadas conciliadoras acuerdos lo más útiles posible para sus objetivos, establecer ciertas mínimas pautas de convivencia con los gobernadores, etc.
Pero a medida que logró con esta fórmula cierto control de la situación, aumentó su inversión en causas de fe al mismo tiempo que empezó a prepararse para la próxima batalla electoral con un enfoque nuevo, más oportunista que pragmático: así fue que hizo dos cosas aparentemente contradictorias, aumentó la dosis de fanatismo, con más batalla cultural, más reformismo moralizante contra los viejos partidos y la vieja política (PASO, financiamiento de las campañas, etc.), y buscó conciliar posiciones con sus enemigos declarados, para distribuirse con ellos los recursos de poder disponibles (y los votos), polarizar la escena y diluir a los opositores moderados.
Así ha venido actuando en las últimas semanas frente a la CGT (bloqueando la reforma sindical), con la Justicia (acordando con el kirchnerismo para imponer a Lijo en la Corte), con Ficha Limpia (para sostener la candidatura de Cristina el año próximo) y con el Presupuesto (negándose a cualquier negociación con los gobernadores y bancadas moderadas).
El mayor escándalo lo generó su inconsecuencia frente al proyecto de Ficha Limpia, porque dividió y dejó expuestos a sus legisladores, no ofreció ninguna explicación sensata para frustrar la reforma, y a continuación sugirió que presentaría otra opción mejor, que aún se desconoce, y lo único seguro es que llegará cuando ya no se pueda aplicar en el próximo turno electoral. Mientras, avanzará sí con la eliminación de las PASO, que le conviene tanto a él como al kirchnerismo, y complicará a las fuerzas de centro, que son las que podrían usar las internas para facilitar acuerdos electorales.
Milei y su gente podrán decir que ellos no tienen la culpa de que el peronismo siga dominado por la figura de Cristina, ni de que suceda lo mismo con “los gordos” en los gremios, ni tampoco es su responsabilidad que el juez penal con más experiencia y cintura política de Comodoro Py sea también el que más acusaciones acumula en su contra en el Consejo de la Magistratura. Para construir el nuevo orden tienen que convivir con algunos de los actores más impresentables del antiguo.
De otro modo, si se mantuvieran fieles a sus principios, fracasarían: si amenazaran las reelecciones eternas en los sindicalistas tendrían un gremialismo soliviantado y unido en su contra haciendo una huelga general tras otra como quiere Pablo Moyano, si se bloqueara la candidatura de la expresidenta tal vez el peronismo el año próximo sacaría muchos más votos, y si promovieran jueces imparciales y respetuosos de la Constitución tal vez la interpretarían en contra de las necesidades del gobierno, cosa que están seguros a Lijo nunca se le ocurriría hacer.
Piensan, además, en el oficialismo, que estas cuestiones son las que los separan irremediablemente de Macri y su “liberalismo bobo”, su fe procedimentalista y republicana que lo llevó a fracasar. Y a ellos no les va a pasar lo mismo porque saben “usar las armas del populismo en su contra”. De allí que lo que menos necesiten sea acordar con el PRO: no les va a sumar más votos, pero pretende restarles libertad de acción.
Las ocasiones en que en las últimas semanas el oficialismo chocó contra la agenda legislativa de los macristas deberían haber bastado para dejar esto en claro: el gobierno cree tener un gran futuro por delante, y va a buscarlo haciendo a un lado o mejor sepultando a esos moderados, que son “los que van para un lado o el otro” porque no se dan cuenta de que tienen que apoyar siempre al gobierno, no importa lo que haga, porque todos los medios que elija y las decisiones que tome están plenamente justificadas.
Y puede que el oficialismo tenga su cuota de razón. Solo que los recursos circunstanciales a que echa mano no tendrán impacto solo circunstancial; no podrá luego prescindir fácilmente de ellos, por lo que moldearán sus chances futuras de promover reformas.
Ese es el drama de los oportunistas: los medios a que recurren se vuelven fines en sí mismos. Si quieren aprovechar las ventajas de tener una oposición radicalizada y atada al pasado, luego pagarán las consecuencias de no contar con interlocutores que acepten siquiera mínimamente las mismas reglas de juego. Si hoy no avanzan en acotar el poder de la burocracia sindical, luego les será más difícil prescindir de esos aliados, o siquiera convencerse de que convendría un sindicalismo más democrático y transparente. Si no se amoldan desde el principio a convivir con una Corte independiente, nada los impulsará luego a promover una Justicia imparcial y confiable.
El liberalismo de Macri y el resto de los políticos moderados ha sido en ocasiones políticamente “bobo”, se dejó atrapar en ocasiones por sus pruritos y su excesiva confianza en sacrosantas reglas del juego institucional. Pero las dosis extremas de oportunismo y manipulación populista a que están echando mano los libertarios puede que nos conduzcan al problema opuesto, el remanido drama de los gobiernos a los que mientras están en auge parece que les salen todas, y después no les sale ninguna.