Por Luis Orea Campos.-

Observen con atención el proceso electoral de la provincia de Buenos Aires porque ahí está la clave del futuro político de la Argentina.

Kicillof, al igual que Milei en 2023, viene apilado sobre su cabalgadura con el viento a favor del hartazgo de la mayoría de la dirigencia peronista con Cristina Kirchner y su hijo, sumado esto a la posibilidad cierta de que sea definitivamente ratificada su condena por la Corte antes de que pueda inscribirse su candidatura a diputada provincial o nacional.

Según algunas encuestas, el gobernador viene aproximándose peligrosamente al nivel de popularidad de Cristina en el espectro peronista y, como reza un viejo refrán turfístico, “caballo que de atrás alcanza ganar quiere”.

Si en la trifulca Kicillof derrota a Cristina, se convierte automáticamente en un polo de atracción para los capitanejos provinciales como posible candidato a la presidencia en 2027 capaz de aglutinar a todo el espectro peronista.

Y el que conoce cómo funciona el peronismo global sabe que cuando hay alguien que toca pito respaldado por un triunfo en el cuadrilátero de la pelea principal los muchachos se amontonan para posicionarse en el reparto que ya palpitan cercano.

Así fue como un candidato gris y con escasas dotes de liderazgo derrotó a quien en ese momento contaba con el inapreciable poder de la presidencia de la Nación pero no escuchó las voces que le advertían que “el peronismo unido jamás será vencido” y que su estrategia de preservar la identidad de su propuesta sería barrida por los intereses económicos de sectores ávidos de hacer negocios con un peronismo siempre abierto a propuestas lucrativas.

Es que cuando el aire huele a queso todos los resortes latentes del extraordinario mecanismo que sostiene el movimiento justicialista se activan y las convocatorias tienen el eco que faltó todo este tiempo de desconcierto y desarticulación.

Por eso lo que pase en Buenos Aires pondrá las marcas del futuro político, si gana Cristina, respira Milei, pero si pierde, se inaugura el principio del fin de un experimento gubernamental exótico dirigido y protagonizado por personajes carentes de las nociones más elementales de cómo funciona la política en las grandes ligas.

Y no es que Kicillof sea un gran adversario ni un político de fuste, pero en la actual indigencia peronista hasta la luz de una vela puede convertirse en un voraz incendio si el pasto está reseco. Lo saben bien el mercado y los inversores, que ya empiezan a dudar –como pasó con Macri– que un gobierno de fanfarrones consiga mantener en caja al indomeñable movimiento justicialista.

Y eso puede ser letal para lo que sea que proyecte un gobierno sin ideas sólo sostenido por la volátil ilusión de un pueblo cansado de fracasos y de buhoneros vendedores de elixires que curan todos los males.

Share