Por Oscar Edgardo García.-

Al mismo tiempo que Javier Milei se afirma en su candidatura presidencial, los interrogantes negativos que se plantea la ciudadanía sobre su futura gestión al frente del Poder Ejecutivo son cada día más concluyentes.

Su pregonada y enfática guerra contra la «casta política» cosecha dudas sobre su veracidad debido a la incorporación a sus listas de candidatos con antecedentes de actuación en la citada casta en representación de otros movimientos políticos, la asociación que ha concretado recientemente con el histórico «patrón» sindicalista Luis Barrionuevo, la paupérrima fundamentación de su adhesión al oficialismo en la votación de la eliminación del impuesto a las ganancias y su inusitado silencio ante el escandaloso desfalco a las arcas de la Provincia de Buenos Aires cometido con tarjetas de débito de falsos empleados de su legislatura.

Por otra parte, son de dudosa aceptación y viabilidad sus propuestas en materia de dolarización, eliminación del BCRA, sistema de vouchers para educación, comercio de órganos humanos y eliminación de la coparticipación federal de impuestos, entre otros.

Es indubitable que no contará con suficientes legisladores propios, así como tampoco con gobernadores provinciales, como para avanzar por sí mismo con sus proyectos y la probabilidad de que pueda concretarlos mediante plebiscitos populares es muy baja.

Ante la carencia de una conformación política que le permita una independiente gobernabilidad como Presidente de la Nación, sería dable inferir que la primera acción de la motosierra de Javier Milei se llevaría a cabo, paradójicamente, sobre su propia concepción mesiánica.

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