Por Hernán Andrés Kruse.-

La grave situación social, económica y política que nos viene agobiando desde hace años hizo posible el surgimiento de una figura ajena al mundo de la política, formada en los principios del liberalismo libertario o, si se prefiere, el anarcocapitalismo. Estoy hablando, obviamente, de Javier Milei. Estoy hablando de un economista que se nutrió de las enseñanzas de grandes pensadores liberales, como Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Milton Friedman y Murray Rothbard, entre otros. Son autores de un gran nivel académico, que escribieron libros memorables como “La acción humana” (Mises), “Los fundamentos de la libertad” (Hayek), “La sociedad abierta y sus enemigos” (Popper), “Libre para elegir” (Friedman) y “La ética de la libertad” (Rothbard). Tanto Mises como Hayek, Popper y Friedman son emblemas del liberalismo del siglo XX o, si se prefiere, del neoliberalismo. Rothbard, en cambio, es el emblema del liberalismo libertario, del anarcocapitalismo cuyas banderas están siendo enarboladas por Milei. Lo que hace el candidato a presidente por La Libertad Avanza es poner en discusión las ideas estatistas e intervencionistas defendidas a lo largo de la historia tanto por el peronismo como por el radicalismo y, en los últimos tiempos, por el macrismo. Para Milei esas fuerzas políticas son “socialistas”. Las considera de esa manera porque, desde su óptica libertaria o anarcocapitalista, tienen en común su defensa de un Estado elefantiásico que enerva cualquier atisbo de iniciativa privada.

He aquí la idea medular del liberalismo libertario o anarcocapitalismo: el Estado o, mejor dicho, el gobernante de turno y sus funcionarios, son una banda de forajidos que se dedican a saquear a los atribulados ciudadanos obligándolos a pagar impuestos. Para el liberalismo libertario o anarcocapitalismo el pago de impuestos, el servicio militar obligatorio y la guerra, por ejemplo, son acciones delictivas que deberían ser castigadas como corresponde. El Estado como institución es lisa y llanamente una asociación ilícita, tal como lo fue, por ejemplo, la banda de mafiosos liderada por Alfonso Capone. El liberalismo libertario o anarcocapitalismo enarbola banderas tanto de la izquierda (el antibelicismo, por ejemplo) como de la derecha (la defensa a ultranza de la propiedad privada, por ejemplo). Se considera la única ideología coherente, a diferencia de las ideologías de derecha e izquierda. ¿Cómo es posible, se pregunta el liberalismo libertario o anarcocapitalismo, que la derecha esté a favor de la propiedad privada y al mismo tiempo defienda la guerra? ¿Cómo es posible, se pregunta el liberalismo libertario o anarcocapitalismo, que la izquierda enarbole al mismo tiempo las banderas del pacifismo y la intervención estatal en la economía?

Murray Rothbard es uno de los exponentes más destacados del liberalismo libertario o anarcocapitalismo. Nació en El Bronx (Nueva York) el 2 de marzo de 1926. Este economista, historiador y teórico político formó parte de la Escuela Austríaca de Economía (Mises y Hayek). Fue quien dio un impulso notable al liberalismo libertario o anarcocapitalismo, una suerte de anarquismo apoyado en la propiedad privada y el libre mercado. En 1945 obtuvo la licenciatura en Matemática y Economía en la Universidad de Columbia y diez años más tarde logró el doctorado en Economía bajo la tutela del profesor Joseph Dorfman. En 1946 militó en el Partido Republicano y se vinculó con políticos conservadores. Más adelante se acercó a la nueva izquierda estadounidense, enarbolada por sectores estudiantiles. En 1971 fue uno de los que sentaron las bases del Partido Libertario estadounidense, partido en el que desempeñó una activa militancia política durante años. En 1989 decidió abandonar el Partido Libertario y se acercó a la derecha conservadora. No dudó en apoyar a Pat Buchanan por su postura aislacionista en política exterior. Murray Rothbard falleció en Nueva York el 7 de enero de 1995 (fuente: Wikipedia, la enciclopedia libre).

A comienzos de la década del setenta del siglo pasado Rothbard publicó “El manifiesto libertario”, libro que condensa los principios medulares del liberalismo libertario o anarcocapitalismo. A continuación paso a transcribir su quintaesencia: “el axioma de no agresión”.

“El credo libertario descansa sobre un axioma central: ningún hombre ni grupo de hombres puede cometer una agresión contra la persona o la propiedad de alguna otra persona. A esto se lo puede llamar el “axioma de No-Agresión”. “Agresión” se define como el inicio del uso o amenaza de uso de la violencia física contra la persona o propiedad de otro. Por lo tanto, agresión es sinónimo de invasión. Si ningún hombre puede cometer una agresión contra otro; si, en suma, todos tienen el derecho absoluto de ser “libres” de la agresión, entonces esto implica inmediatamente que el libertario defiende con firmeza lo que en general se conoce como “libertades civiles”: la libertad de expresarse, de publicar, de reunirse y de involucrarse en “crímenes sin víctimas”, tales como la pornografía, la desviación sexual y la prostitución (que para el libertario no son en absoluto “crímenes”, dado que define un “crimen” como la invasión violenta a la persona o propiedad de otro). Además, considera el servicio militar obligatorio como una esclavitud en gran escala. Y dado que la guerra, sobre todo la guerra moderna, implica la matanza masiva de civiles, el libertario ve ese tipo de conflictos como asesinatos masivos y, por lo tanto, completamente ilegítimos. En la escala ideológica contemporánea todas estas posiciones se incluyen entre las ahora consideradas “de izquierda”. Por otro lado, como el libertario se opone a la invasión de los derechos de propiedad privada, esto también significa que desaprueba con el mismo énfasis la interferencia del gobierno en los derechos de propiedad o en la economía de libre mercado a través de controles, regulaciones, subsidios o prohibiciones, dado que, si cada individuo tiene el derecho a la propiedad privada sin tener que sufrir una depredación agresiva, entonces también tiene el derecho de entregar su propiedad (legar y heredar) e intercambiarla por la propiedad de otros (libre contratación y economía de libre mercado) sin interferencia.

El libertario apoya el derecho a la propiedad privada irrestricta y el libre comercio, o sea, un sistema de “capitalismo del laissez-faire”. Nuevamente, en la terminología actual, se llamaría “extrema derecha” a la posición libertaria sobre la propiedad y la economía. Pero para el libertario no hay incoherencia alguna en ser “izquierdista” en algunas cuestiones y “derechista” en otras. Por el contrario, considera su posición personal virtualmente como la única de valor en nombre de la libertad de cada individuo, puesto que, ¿cómo puede el izquierdista oponerse a la violencia de la guerra y al servicio militar obligatorio cuando al mismo tiempo apoya la violencia impositiva y el control gubernamental? ¿Y cómo puede el derechista vitorear su devoción a la propiedad privada y la libre empresa cuando al mismo tiempo está a favor de la guerra, el servicio militar obligatorio y la proscripción de actividades y prácticas no invasivas que él considera inmorales? ¿Y cómo puede el derechista estar a favor del libre mercado cuando no ve nada de malo en los vastos subsidios, distorsiones e ineficiencias improductivas involucradas en el complejo militar-industrial? El libertario, que se opone a cualquier agresión privada o grupal contra los derechos a la persona y la propiedad, ve que a lo largo de la historia y en la actualidad, siempre hubo un agresor central, dominante y avasallador de todos estos derechos: el Estado. En contraste con todos los demás pensadores, de izquierda, de derecha o de una posición centrista, el libertario se niega a darle al Estado aval moral para cometer acciones que, en opinión de casi todos, son inmorales, ilegales y criminales si las lleva a cabo una persona o un grupo en la sociedad.

El libertario, en suma, insiste en aplicar la ley moral general sobre todos, y no hace ninguna excepción especial para personas o grupos. Pero si, por así decirlo, vemos al Estado desnudo, nos damos cuenta de que está universalmente autorizado, e incluso incentivado, para realizar todos los actos que los no libertarios consideran crímenes reprensibles. El Estado habitualmente comete asesinatos masivos, a saber, la “guerra” o, a veces, la “represión de la subversión”; participa en la esclavitud respecto de sus fuerzas militares, utilizando lo que llama “servicio militar obligatorio”; y su existencia depende de la práctica del robo forzado, al que denomina “impuesto”. El libertario insiste en que, independientemente de que esas prácticas sean o no apoyadas por la mayoría de la población, no son pertinentes a su naturaleza; que, sea cual fuere la sanción popular, la guerra equivale al asesinato masivo, el servicio militar obligatorio es esclavitud y los impuestos son robos. En suma, el libertario es como el niño de la fábula, que se obstina en decir que el emperador está desnudo. Con el transcurso de los años, la casta intelectual de la nación ha provisto al emperador de una especie de seudo ropas. En siglos pasados, los intelectuales afirmaban al público que el Estado o sus gobernantes eran divinos o, al menos, investidos de autoridad divina, y que, por lo tanto, lo que para una mirada inocente e inculta podía parecer despotismo, asesinatos masivos y robo en gran escala no era más que la acción benigna y misteriosa de la divinidad que se ejercía en el cuerpo político.

En las últimas décadas, como lo de la sanción divina era algo trillado, los “intelectuales cortesanos” del emperador concibieron una apología cada vez más sofisticada: informaron al público que aquello que hace el gobierno es para el “bien común” y el “bienestar público”, que el proceso de imponer contribuciones y de gastar funciona a través del misterioso proceso “multiplicador” concebido para mantener a la economía en un punto de equilibrio, y que, en todo caso, una amplia variedad de “servicios” gubernamentales no podrían ser realizados de ninguna manera por ciudadanos que actuaran voluntariamente en el mercado o en la sociedad. El libertario niega todo esto: ve la variada apología como un medio fraudulento de obtener apoyo público para el gobierno del Estado, e insiste en que cualquier servicio que verdaderamente preste el gobierno podría ser suministrado en forma mucho más eficiente y moral por la empresa privada y cooperativa. Por lo tanto, el libertario considera que una de sus tareas educativas primordiales, y más desagradables, consiste en difundir la desmitificación y desacralización del Estado. Tiene que probar, reiteradamente y en profundidad, que no sólo el emperador está desnudo, sino que también lo está el Estado “democrático”; que todos los gobiernos subsisten gracias a su imperio abusivo sobre el público, y que ese imperio es lo contrario de la necesidad objetiva. Lucha por demostrar que la misma existencia del impuesto y del Estado establece necesariamente una división de clase entre los explotadores gobernantes y los explotados gobernados. Trata de poner de manifiesto que la tarea de los cortesanos que siempre han apoyado al Estado es crear confusión para inducir al público a aceptar el gobierno del Estado, y que estos intelectuales obtienen, a cambio, una porción del poder y del dinero mal habido extraído por los gobernantes a los engañados súbditos.

Tomemos, por ejemplo, la institución del impuesto, que según los estatistas es, en cierto sentido, realmente “voluntaria”. Invitamos a cualquiera que verdaderamente crea en la naturaleza “voluntaria” del impuesto a negarse a pagarlo, y entonces verá lo que le sucede. Si analizamos la imposición de tributos, encontramos que, de todas las personas e instituciones que constituyen la sociedad, sólo el gobierno consigue sus ingresos por medio de la violencia coercitiva. Todos los demás en la sociedad obtienen sus ingresos sea a través del obsequio voluntario (albergue, sociedad de caridad, club de ajedrez) o mediante la venta de bienes o servicios voluntariamente adquiridos por los consumidores. Si cualquiera que no fuese el gobierno procediera a “imponer un tributo”, éste sería considerado sin lugar a dudas como una coerción y un delito sutilmente disfrazado. Sin embargo, los místicos arreos de la “soberanía” han enmascarado de tal modo al proceso que sólo los libertarios son capaces de llamar al cobro de impuestos como lo que es: robo legalizado y organizado en gran escala”.

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