Por Juan José de Guzmán.-

Como si un terremoto hubiera pasado por encima del banco que me asignó la ANSES el día que comencé a percibir mi jubilación (hace más de 10 años), hoy se ha convertido en un lugar invadido por empleados irrespetuosos, que maltratan a las personas mayores a las que prácticamente no les permiten preguntar, respondiendo en tono severo: “sepa esperar, tenga paciencia, estamos trabajando” (con una lentitud exasperante).

Afortunadamente tomé la decisión de pedir el cambio de banco para el cobro de mis haberes mensuales; no así mi esposa, que sigue siendo una víctima de las muchas de esta irreconocible institución.

Digo irreconocible porque de los empleados que respondían con cordialidad y dulzura no ha quedado ninguno (me estoy refiriendo a la sucursal de Av. Rivadavia al 7200, que fue modificada totalmente en lo referente a su mobiliario y disposición y al personal que cumple de muy mala manera sus funciones (fuimos con mi esposa a retirar el dinero de un préstamo y no nos daban opción (“o aceptábamos que nos pagaran con ladrillos de 100 pesos o nada”). Sólo entraron en razones cuando levanté mi voz por encima de la cajera, que permanecía inflexible a entregarme los ladrillos o nada.

Dudé en escribir esta carta, porque pensé que ésta podría generar consecuencias negativas para los empleados, pero después de meditarlo llegué a la conclusión “no se queje si no se queja”.

Si pretendemos que algo cambie, tenemos que empezar por cambiar nuestras actitudes.

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