Por Italo Pallotti.-

Seguir el curso de los acontecimientos a diario y como consecuencia con el paso de los años, hace vivir, lamentablemente, al pueblo en un estado de incertidumbre. Esto provoca que muchas veces sea imposible no sumergirnos en un ánimo colectivo que, a manera de ciénaga, nos hunde cada día más. Tanto se ha escrito sobre el tema que desde el aspecto social hasta el económico, saltando obviamente múltiples instancias, el país fue imprimiendo su propia impronta con una monotonía casi exasperante y, ¿por qué no decirlo?, en un modo cruel.

El país se inscribe en las páginas más tortuosas de la historia de los pueblos. Con una matriz casi de rigor explícito, en cuanto a su convivencia cívica, fue con el correr de las décadas sumiéndose en un letargo e inmovilidad pasmosa que, de verdad, es para un análisis del que la psicología se haría un festín. Pasan los años y, cuando aparece alguien con el libreto, en apariencia correcto, surgen factores propios y extraños que tiran por la borda la intención de poner a la ciudadanía sobre un barco que la deje, finalmente, en algún buen puerto. Por el contrario, siempre el naufragio nos está esperando. Y así una nueva frustración hace que, aunque sean esporádicos esfuerzos, caigan en una nueva decepción. Y con ella el ánimo de quienes depositaron esperanzas renovadas en el nuevo líder y a veces aparentes Mesías, sucumban una y otra vez.

Difícil resulta explicar ese fenómeno. Desde la torpeza de dirigentes de escasa capacidad, actitud y aptitud; hasta un pueblo que, bajo el signo de su incompetencia cívica, da la sensación de que se complace en elegir siempre al menos peor; nunca, si lo encuentra, al un poco mejor. De tanto fracaso, engaño, apatía y cansancio, han ido abandonando paulatinamente principios elementales de raciocinio. Este aspecto del que desertó fue incapaz de hacerle comprender que lo que se pone en juego tras cada elección es, aunque ya no sea ocuparse del interés colectivo, al menos su propio honor. Bajo el ropaje del muchas veces “no me importa la política”, fue dejando jirones de su propia libertad y, lo más grave aún, de su dignidad. Y ese ciudadano, ya desahuciado del apego por lo social y colectivo está a tiro de cañón de dirigentes inescrupulosos y corruptos que no trepidan en mancillar ya no sólo el interés del prójimo sino su propia imagen y calidad de hombre público. De allí a la perversión y envilecimiento de los principios propios y ajenos, hay sólo un paso. Viene a cuento en este punto ir a los archivos del triunvirato gobernante (Alberto-Cristina y Sergio) en cuanto a las declaraciones previas a la toma del poder. Con tiempos distintos, donde cada uno hizo de su vulgaridad declamativa en contra del otro, un estilo, pensando quizás que nunca la vida los iba a entronizar (¿unidos?) en el mando de la nación. Si la vergüenza y el decoro (a los tres) los visitara en algún momento deberían alejarse del ánimo por conservar espacios de poder. El ostracismo debería ser su meta. El cinismo y la mentira parecen regodearse en ellos. Seguir sumando sus calamidades no le hace bien a nadie. Es de esperar que ninguno especule con mayores fracasos; aunque por estas pampas, ¡nunca se sabe! Nos han ido depositando de a poco en un hazmerreír ante los ojos del mundo. Templanza, coraje y conducta moral harán falta inocular a la ciudadanía para superar tanta ignominia impuesta.

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