Por Hernán Andrés Kruse.-

El 2 de abril Trump anunció una serie de aranceles arbitrarios sobre todos los socios comerciales de Estados Unidos. Los efectos de lo que el presidente norteamericano denominó “el Día de la Liberación” fueron devastadores. Horas más tarde, el índice S&P 500 de las grandes empresas de EEUU se desplomó un 5%. Quien reaccionó con mayor virulencia fue Xi Jinping, presidente de China, quien le respondió a Trump con la misma moneda al anunciar un arancel adicional del 34% sobre todas las importaciones estadounidenses (fuente: The Economist Newspaper Limited, publicado en Infobae el 5/4/025).

Estamos en presencia del segundo round de la pelea entre los dos colosos del sistema internacional. El primero comenzó apenas Trump asumió como presidente en enero de 2017. El magnate embistió contra China a través de una lluvia de aranceles, táctica que fue replicada por su oponente chino. En 2025, la historia se repite. Lamentablemente, la guerra comercial declarada por Trump repercutirá negativamente sobre todo el planeta. Pero este tema poco le interesa al magnate. A Trump le molesta sobremanera que Xi Jinping tenga la osadía de disputarle el poder mundial. Ello significa que la guerra comercial no hace más que encubrir una feroz lucha entre los gobernantes más poderosos del planeta para dominar el centro del ring.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Sailí León Chaviano (funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba) titulado “La guerra comercial entre Estados Unidos y China. Impactos en América Latina desde la perspectiva neoeconómica” (XV Seminario de Relaciones Internacionales organizado por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI)-2024). La autora explica con meridiana claridad la naturaleza de la relación bilateral entre China y EEUU, centrando su atención en el impacto de la guerra comercial entre ambas superpotencias en América Latina desde la perspectiva de la geoeconomía.

INTRODUCCIÓN

“Históricamente, la relación bilateral entre China y EE.UU. se ha distinguido por fluctuaciones, tanto de carácter político como económico, y por períodos de tensión. Desde la década del 90, estos vínculos han estado signados por la competencia y la cooperación, así como por una creciente interdependencia económica. Según Hernández Pedraza, la emergencia de China como una economía pujante, con capacidades objetivas para cuestionar la hegemonía de los EE.UU., ha devenido factor determinante en la evolución de estas relaciones. Por tanto, el binomio China- EE.UU. se identifica como una de las claves estratégicas de las relaciones económicas internacionales actuales, como factor de reconfiguración del sistema internacional actual.

Durante la Administración Obama se adoptaron estrategias como las denominadas “pivote estratégico” y “reequilibrio con Asia-Pacífico”, con el objetivo de contener el avance geopolítico y geoestratégico de China. Igualmente, se iniciaron las negociaciones de dos mega-acuerdos comerciales: la Asociación Trasatlántica para el Comercio y las Inversiones y el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, como instrumentos económicos para la consecución del objetivo de política exterior estadounidense consistente en frenar el aplastante progreso económico chino. Este último, además de excluir a China, representó una alternativa para neutralizar las iniciativas chinas en la región de Asia-Pacífico, desplazando la inversión extranjera y el mercado de los miembros del acuerdo hacia EE.UU.

En respuesta a la rivalidad estadounidense, China adoptó mecanismos económicos para contrarrestar los efectos del TPP y el TTIP, como la iniciativa de la “Franja y la Ruta de la Seda”. No obstante, el empleo del método de negociación pacífica y del poder inteligente por el presidente Obama, posibilitaron la continuidad del comercio y la inversión entre ambos países, así como de la interdependencia económica bilateral. Desde 2017 hasta la actualidad se ha agudizado el diferendo económico entre estas naciones luego de una escalada de sanciones de Washington a empresas y bienes chinos, a lo cual se sumaron las respectivas respuestas por parte de Beijing. A partir de la asunción de Donald Trump como mandatario de EE.UU., la política exterior de contención estratégica hacia Beijing, combinada con el proceso de cooperación bilateral, alcanzó un mayor grado de confrontación. La máxima expuesta desde el inicio de su campaña electoral “Make America Great Again”, se tradujo en la aplicación de un férreo nacionalismo económico y de políticas aislacionistas que buscaron retomar la supremacía absoluta de EE.UU. en el sistema internacional.

Por tal motivo, en este análisis se tomará como referencia el período “trumpista” como caso de estudio que evidenció un punto crítico en el conflicto entre EE.UU. y China por la supremacía económica mundial. La escalada en la guerra comercial que sobrevino se ha convertido en una variable cada vez más influyente en el equilibrio regional y mundial, a la vez que representa una de las claves esenciales para entender las dinámicas actuales del sistema internacional, en etapa de transición intersistémica y reconfiguración del balance de poder global, así como las disputas por la hegemonía mundial que en este se suscitan.

Por tal significación, la presente investigación tiene como objetivo analizar el impacto de la guerra comercial entre EE.UU. y China en América Latina, desde la perspectiva de la geoeconomía. Este tema reviste alta importancia pues tanto EE.UU. como China representan un gran peso en la economía mundial, por lo que cualquier medida o acción emprendida por estos países tiene implicaciones globales. Además, EE.UU. y China son los principales socios comerciales de los países de la región de América Latina y constituyen prioridades de política exterior para estos. La vigencia de esta temática, la preponderancia de los actores involucrados, así como su relevancia e implicaciones para el diseño de cualquier estrategia de política exterior en el futuro inmediato, ponen de relieve la pertinencia científica de este trabajo investigativo”.

DESARROLLO

“La definición de geoeconomía -entendida como la aplicación de los instrumentos económicos para lograr objetivos de política exterior y geopolíticos, e influir en el equilibrio de poderes global- ha cobrado alta relevancia para académicos y expertos en el ámbito de las Relaciones Económicas Internacionales por desentrañar el vínculo entre política económica y cambios en el poder de un Estado o en su geopolítica, según Baru, lo cual se traduce en el estudio de las implicaciones geopolíticas y del uso geoestratégico de los fenómenos económicos. Como tendencia, los investigadores coinciden en que el objetivo fundamental de la geoeconomía consiste en proporcionar al Estado las herramientas de carácter económico, mediante las cuales desarrolle e implemente estrategias para que las empresas puedan no solo conquistar mercados, sino también proteger segmentos estratégicos de la economía nacional.

Precisamente en ello radica la relevancia de la geoeconomía tanto para EE.UU. como para China, en el empleo del poderío económico para el logro de fines geopolíticos y geoestratégicos, aunque en cada caso con matices diferentes y antagónicos en función de los intereses nacionales de cada uno de estos. La emergencia gradual de China como actor con notables capacidades de desempeño económico que le han conferido una participación decisoria en el rediseño internacional del poder político, ha debilitado la proyección hegemónica de los EE.UU., así como la autopercepción de su tradicional poderío como país hegemónico. En este sentido, la geoeconomía reviste especial relevancia en el mantenimiento de EE.UU. como potencia mundial, teniendo en cuenta el actual contexto de su relativa declinación de poder”.

APROXIMACIÓN AL CONFLICTO COMERCIAL SINO-ESTADOUNIDENSE. ELEMENTOS QUE NO DEBEN SOSLAYARSE EN EL ANÁLISIS

“La guerra económica, o el empleo de los instrumentos económicos con fines políticos para obligar al contrario a cumplir su voluntad, según el autor cubano Luis René Fernández Tabío, es un acto de extrema violencia llevado a cabo de forma refinada, que se ha venido empleando por parte de EE.UU., sobre todo en el caso de que el propósito político sea derrocar gobiernos. En otros casos se busca debilitar o disuadir, pero en general, se trata de reconfigurar el balance global de fuerzas a favor de esta potencia. En la actualidad esta ha sido emprendida con todo rigor hacia China, por las razones que se exponen a continuación.

Existe un consenso en la comunidad académica internacional en cuanto al reconocimiento insoslayable del sostenido progreso económico logrado por la República Popular China desde el inicio del proceso de Reforma y Apertura, catalogado como el “milagro chino”. De acuerdo con cifras del Banco Mundial, en las tres décadas que van desde 1978 hasta el 2008, el PIB de China tuvo tasas de incremento anual sostenido de alrededor del 10%, registrando su mayor expansión en 1984 con 15,2% y en 1992 con 14,2%. De esta forma, el PIB a precios corrientes del gigante asiático pasó de 1,211 billones de dólares en el 2000 a 13,608 billones de dólares en el 2018.

En el plano multilateral, China ha reclamado un aumento de su poder de decisión en las instituciones rectoras del sistema de Bretton Woods, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En el 2010, dichas instituciones aumentaron la capacidad de voto de China, aunque se mantuvo la preponderancia de EE.UU. y sus aliados occidentales. Además, ante las negociaciones de los mega-acuerdos TPP y TTIP, que excluían al gigante asiático, el gobierno de Xi Jinping buscó alternativas como la creación de instrumentos de integración megarregional. Entre ellos destacan la Asociación Económica Integral Regional, propuesta en noviembre de 2012; el Área de Libre Comercio de Asia Pacífico, basada en un proyecto previo del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), anunciada en noviembre del 2014; y la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII).

Estos son solo algunos ejemplos del vasto entramado de instrumentos económicos que forman parte de la base financiera de la geoestrategia china, así como su proyección geoeconómica, sintetizadas en la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Esta, más allá de promover la cooperación y el comercio mundial, una favorable inserción internacional de las economías subdesarrolladas, una mejor circulación monetaria y la conectividad entre los diferentes continentes, también se enfoca en fomentar el intercambio cultural y académico entre las naciones mediante una política exterior coherente con estos principios. Ante el exponencial ascenso geoeconómico chino, se puede constatar la autopercepción por parte de los gobiernos estadounidenses de la declinación de su liderazgo económico en varios documentos oficiales, publicados desde el gobierno de Trump, como son: la Estrategia de Seguridad Nacional del 2017 y la Estrategia de Defensa Nacional del 2018. En ambos textos se reconoce a la competencia estratégica de largo plazo entre las potencias como la principal amenaza al poder, la influencia y los intereses de EE.UU. en el mundo, relegando a un segundo plano al terrorismo por primera vez en los últimos 15 años.

Igualmente, se identifica la expansión global de China, sobre todo por sus crecientes vínculos con Latinoamérica, como el mayor desafío para preservar la prosperidad y la seguridad de EE.UU. como potencia hegemónica. Fue el cuadragésimo quinto presidente estadounidense el encargado de implementar drásticas medidas de contención contra el gigante asiático. De este modo, el 22 de enero y el 8 de marzo del 2018, Donald Trump anunció la imposición de aranceles globales del 30% a paneles solares y del 20% a máquinas lavadoras, así como tarifas del 25% a las importaciones de acero y 10% a las de aluminio, respectivamente, que iniciaron una escalada en el conflicto comercial de EE.UU. no solo con China, sino también con aliados como Canadá y la Unión Europea. En junio del mismo año, el gobierno norteamericano decidió imponer nuevos gravámenes del 10% exclusivamente contra China, que afectaban a una gran variedad de productos valorados en 50 mil millones de dólares. Esta medida recibió una réplica inmediata por la parte china, que igualmente impuso aranceles a una lista de productos estadounidenses por el mismo valor. Este punto de inflexión desató un proceso de acción-reacción entre ambos países, a través del incremento continuo de aranceles a las importaciones de una cantidad creciente de bienes de cada nación.

En adición al auge del proteccionismo, el gobierno de Trump puso en práctica otros instrumentos de carácter económico para contener el desarrollo tecnológico chino, como la persecución a la compañía tecnológica Huawei, una de las empresas más grandes del sector de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) en China y el mundo, que ya se encontraba desarrollando la conectividad 5G. Posteriormente, bajo la gestión del presidente Biden, el discurso pronunciado el 3 de marzo de 2021 por el Secretario de Estado Anthony Blinken, hizo referencia a la emisión de un documento denominado Guía Estratégica de Seguridad Nacional Provisional (Interim National Security Strategic Guidance, INSSG), en el que se expuso la perspectiva de la administración de Biden ante la evolución del panorama mundial y los nuevos desafíos geopolíticos y geoestratégicos que enfrentan los EE.UU.

La esencia del documento indica que para este país, la Seguridad Nacional (SN) también posee un enfoque geoeconómico, pues son las condiciones económicas las que garantizan, en última instancia, la ejecución de los intereses nacionales estadounidenses. La fortaleza económica de EE.UU. como base de su proyección imperialista, aunque en fase de relativa declinación, pretende recuperar lo que consideran su cuota de hegemonía perdida mediante un mayor empleo de los instrumentos económicos. De esta manera, la estrategia de SN aboga por la recuperación del papel de EE.UU. de potencia única en el escenario global, la reconstrucción de alianzas y la contención a los adversarios en ascenso. Este documento establece las bases para contrarrestar el creciente poder económico de China, país señalado como el principal responsable de la declinación del poderío estadounidense.

Por su parte, China ha mantenido su firme negativa a plegarse ante el incremento de la hostilidad estadounidense y ha continuado expandiendo su inserción en el comercio internacional como actor relevante en la determinación de los precios y en el funcionamiento del mercado mundial, aunque las relaciones de interdependencia económica con EE.UU. sean profundas. China, que se convirtió en 2008 en el principal acreedor de Washington, depende en gran medida de las exportaciones a su mayor socio comercial, y las empresas transnacionales norteamericanas dependen de los costos de producción y la calidad de la manufactura china en el sistema interconectado global de las cadenas de valor para mantener altos sus márgenes de ganancias (aunque actualmente dichas producciones chinas se dirigen también hacia otros países del sudeste asiático, Asia Central y Europa).

Esta situación ha generado una profundización de las contradicciones geopolíticas y geoestratégicas, reflejadas en el ámbito geoeconómico, en el seno del sistema internacional. De esta manera, si bien existen pugnas por imponer el orden, difícilmente se puede hablar de la existencia de dicho orden. Por lo tanto, las reglas que rigen esta etapa, aunque inestables y de corto plazo, constituyen un “orden de transición intersistémica”. (Dallanegra). Ante este panorama, las economías latinoamericanas se han visto directamente afectadas, pues son EE.UU. y China los principales socios comerciales de los países de la región, teniendo en cuenta que más de la mitad del comercio internacional de América Latina depende del intercambio con ambos”.

Share