Por Italo Pallotti.-

Los argentinos, de varias generaciones a la fecha, hemos tenido la poca fortuna de vivir en un país con las condiciones propias de un algo ordenado, serio; con un proyecto nacional que fuera, al menos en tantas cuestiones básicas, un ejemplo a seguir por quienes nos fueran sucediendo en el tiempo. Argentina tuvo en su historia, según los libros, el haber sido uno de los países más prósperos y ricos, llamado a competir de igual a igual con las naciones más importantes del planeta y dispuesta a compartir liderazgo con ellas. Hoy, casi de una manera que espanta, se ha producido un deterioro en cada uno de los estamentos de la nación en áreas de la política, la economía, lo institucional y lo social que resulta violento, difícil de admitir semejante y triste resultado. Es casi ocioso decir que los gobiernos, en la mayoría de los casos, con una carga de cinismo casi patológico cada vez que abandonaron sus mandatos se han sentido poco menos que “orgullosos” de sus gestiones con frases por momentos más cercanas a la burla, que a certezas. Hubo, en tanto un pueblo que se mantuvo casi en silencio ante tanto desmanejo, latrocinio, ineptitud y corrupción (potenciado en los últimos tiempos). Nada pareció importar a una gran mayoría que el abismo estaba a la vuelta de la esquina. Mientras, dirigencias de todos los colores políticos y hasta los gobiernos de facto, tiraron al basurero más infame de sus gestiones todos los principios que la buena práctica aconsejaba.

Una ciudadanía que por ignorancia, obsecuencia e intereses egoístas se ha mantenido marginada, porque se bastardeó, hasta el infinito, la calidad de su voto, se constituyó casi en un cómplice obligado de un resultado que en nada enaltece la calidad de los mandatos. Frente a esto, si la mentira y el embuste en la manera de ejercer el poder no encuentra en la sociedad un freno, se llega, como en este caso, a una dependencia enfermiza de un Estado del que el momento para reaccionar, de sus efectos devastadores, suele resultar demasiado tarde.

Dicho esto, el país debe encontrar la manera de volver a la ruta de la racionalidad. El recuperar valores perdidos. Principios morales, la obediencia, la tolerancia, el respeto, la convivencia, la bondad, el buen decir y la solidaridad, entre tantas otras virtudes del comportamiento humano. Reencontrar vínculos que en algún momento nos presagiaban vivir en una sociedad con la armonía suficiente para buscar índices normales de crecimiento. Si no se entiende esto, cuya pobreza y carencia es tan perjudicial y nociva como la otra pobreza, la material, estaremos condenados al fracaso, víctimas de un síndrome inaudito. La sociedad argentina nos debemos, definitivamente, un examen de conciencia de los torpes errores cometidos; que son de larga data. No podemos dejar pasar el tren de la historia. El vagón de las ilusiones perdidas debe ser recuperado. De lo contrario habrá que plantearse lo del título “¿Qué encontraremos mañana?”

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