Por Italo Pallotti.-

En el número once de las “Veinte verdades peronistas”, puede leerse: “El Peronismo anhela la unidad nacional y no la lucha. Desea héroes; pero no mártires”. Ni lo uno, ni lo otro. Por el contrario, aquella vieja expresión que quedó en el sarcófago de las buenas intenciones sucumbió bajo una catarata de incoherencias. Porque los que heredaron aquel lenguaje, más retórico que efectivo, no supieron, ni por cerca, legitimar el mensaje. Porque en lugar de pensar en el pueblo, en el sentido estricto, sepultaron todo en un populismo y una demagogia exasperante y trágica. Desde ya que se incluye en esta reflexión aquellos que, por complacencia, servilismo, soberbia, corrupción (sobre todo), vedetismo, amiguismo o incapacidad manifiesta, fenecieron junto a una verdadera implosión y explosión a la que han sometido al país, durante gran parte de las últimas ocho décadas. Porque ni el miedo, ni siquiera el recato y el respeto por aquellas “verdades”, los hicieron retroceder. Ni la posibilidad de un castigo ejemplar los hizo titubear en sus manifestaciones y actos de gobierno. Es una obviedad que gran parte del pueblo, en su mayoría, se supone, de ignorantes, cortoplacistas, titiriteros, nulos cívicamente, corruptos, mendaces y tanta otra bajeza, han sido los cómplices, muchas veces obligados, a un momento político que vivió y vive el popular partido creado por el líder-padre del justicialismo.

Décadas hubo en que en ese deseo de “héroes y no mártires” se diluyó; pues los sucesores, tantas veces, apelando a la necrofilia (sobre Perón y Evita) trataron de salvar el ropaje hecho hilachas por la sucesión de torpezas y banalidades en el ejercicio del poder. En tanto, y como consecuencia, no trepidaron en tirar a un chiquero la dignidad, no solo como dirigentes, sino lo que es más duro, los honores y la reputación personal. Porque dentro del proceso democrático, del que se ufanaron siempre con sostener hipócrita y cínicamente sus virtudes, no tuvieron un mínimo de empatía para con “su pueblo” el que sostenidamente, y a veces como manada, los apoyó y apoya, a como dé lugar.

Resulta que ahora, una de sus “sucesoras” más relevantes: Cristina (bajo proceso y condena), con esa habilidad innata para sacar de la galera partidos como si nada; siempre enrolada en las supuestas bases de la doctrina peronista, de cuyo movimiento supo renegar en otros momentos de su cambiante enfoque partidista, asume la conducción del Partido Justicialista. Casi del manual de lo insólito, rebuscado. Jolgorio, risas, mohines, fue el entorno del acto; con varios de los que hasta hace un rato parecían en veredas opuestas e irreconciliables. Ausencias puntuales (Kicillof-Massa-CGT) o presencias como sacadas del baúl de los innombrables, coronaron un evento de esos que con “habilidad” convocante aparecen en la vidriera para el aplauso berreta y complaciente. Todos “unidos triunfaremos” parece ser el vetusto y repetido slogan del extraño experimento; aunque sus pilares de sustentación huelen a endebles; cuando es indisimulable la “justificación” del porqué estar en ese lanzamiento. De esa reaparición de viejas y olvidables caras; como diciendo “y sí, aquí estoy”, porque el tren quizás me lleve, aunque más no sea, al viaje final; o bien, a una estación que si no es de mi agrado me pueda bajar a tiempo. Porque la historia dice que rendir cuentas y las lealtades, no está su léxico. Por eso aquello del título: “¿Qué les pasa?”

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