ANTIPERONISMO Y TENSIONES EN EL IDEARIO DEMOCRÁTICO

“El triunfo de Juan Domingo Perón en las elecciones de 1946 fue el comienzo de un cambio en la organización política. La acción expansiva del peronismo abarcó especialmente a las mujeres tanto en el intento de organizar su participación a través de las vías partidarias como en la preocupación por dictar un estatuto normativo sobre los alcances de sus derechos políticos. Sobre el primer aspecto, rápidamente alcanzan visibilidad los centros cívicos, que luego se unificarían en el Partido Peronista Femenino. A su regreso de Europa, en 1947, Evita se erigió en adalid de los derechos políticos de la mujer y potenció la necesidad de sancionar una normativa legal para enmarcar esos derechos.La ley 13010 de derechos políticos de la mujer abrió un juego político en el que las mujeres se convertían en una apetecible “clientela política”.

Tras la derrota electoral de 1946, el Partido Socialista encarnó una acción de sistemática oposición, aunque por primera vez, sin representantes parlamentarios. La falta de bancadas parlamentarias y las dificultades del accionar público por la persecución sufrida por el partido le quitarán posibilidades de intervención política. Según Marcela García Sebastiani, a raíz de su nueva situación postelectoral el socialismo debió apelar a una estrategia de oposición basada en actos públicos y la edición y la opinión crítica al gobierno desde La Vanguardia como una manera de mantenerse en el juego político visible en la esfera pública. El socialismo apostó a reforzar los dispositivos educativos y propagandísticos a fin de “ilustrar” al pueblo para que finalmente comprendiera que su partido de clase no era el peronismo sino el socialismo.

Alicia se inscribió en esa línea y aceptó, fiel a sus principios, las consecuencias de las elecciones de 1946 aunque no hubieran resultado a favor de su partido como anhelaba. Su postura antiperonista y la evaluación del momento político como condensación autoritaria iban contra todo pronóstico optimista que apenas un año atrás había formulado respecto del futuro político nacional. Pero, después de todo, ella misma había sentenciado que un pueblo poco educado en las prácticas y teorías democráticas pudiera elegir a quienes mejor lo representarían. Si bien había implícita una desconsideración a la elección realizada por el pueblo y una autoimagen de vanguardia política propia del pensamiento de la dirigente, Moreau trabajó para elevar la cultura ciudadana, especialmente la femenina que se veía amenazada por la manipulación que se pretendía hacer del voto femenino y el avance de Evita, esposa del primer magistrado, vista por el socialismo como una cortesana, revanchista y antojadiza.

Para Moreau esta ley adolecía de tres males: era sancionada en un contexto profundamente antidemocrático, el peronismo; pecaba de una intención claramente clientelística y atribuía el éxito a una recién llegada sin reconocer la lucha sufragista anterior. Sin embargo, ni individualmente ni a nivel partidario rechazó la ley de derechos políticos femeninos cuando fue sancionada en septiembre de 1947. Desde el Partido, del que Alicia formaba parte del Comité Ejecutivo desde la década del 30, se lanzó una campaña de educación ciudadana. En la “Conferencia Nacional de Mujeres Socialistas” de 1947, Alicia invitó a las mujeres a “crear a la sufragante” con conciencia. Las militantes comenzaron así prácticas didácticas realizadas a través de giras, charlas y debates por medio de los que intentaba esclarecer a las argentinas para que el voto no sirviera “de pedestal a los “salvadores de la patria” con alma fascista”. También publicitó las iniciativas socialistas y visibilizó a sus propulsores, construyó sus propias tradiciones y liderazgos y destacó también a personalidades extrapartidarias.

Las socialistas se mostraron activas en educar a las futuras ciudadanas con campañas de distinto alcance que incluían los envíos por correo de artículos, charlas y conferencias. Sin embargo, la persecución del gobierno obligó a los y las militantes socialistas a una acción semiclandestina, cuando no clandestina. Los escritos de Moreau menguaron en este lapso. Sus obras de este período apuntan, fundamentalmente, a la consolidación del partido y a delinear propuestas orgánicas de funcionamiento. Tal el caso de su obra El Socialismo según la definición de Juan B. Justo de 1946. Seis años más tarde, al tiempo que el Partido se sumía más y más en una crisis, la veterana dirigente creyó oportuno apuntalar las nociones de Partido.  Antes de las elecciones de 1951, Moreau dictó una conferencia en la que se preguntaba ¿Qué es un partido político? Allí, discurría en la diferenciación entre un partido democrático y uno autocrático, no siendo este último, en realidad, un verdadero partido sino un instrumento personal de un tirano. A lo largo del texto se hacía alusión implícita al peronismo. Así, se señalaba que “ningún político, por grande que sea su influencia” podía hacer abstracción de una tradición democrática cimentada a lo largo de la historia. Moreau insistía en rescatar para nuestro país un ideal democrático que sería, finalmente, salvaguarda del futuro y sobre el que cimentaba la dirigente el optimismo en las instituciones de libertad y bastión de la misma: el sufragio universal. Ello, con todo, no la exceptuaba de lecturas elitistas: “los partidos agrupan los hombres y mujeres más activos, los que comprenden con más claridad la inquietud que los grandes problemas colectivos despiertan”.

Los políticos como un baluarte moral de la nación aparecen repetidamente en esta obra de Moreau. Su concepción del partido, que implicaba una organización de cierto grupo selecto en el cual la población delega ciertos aspectos del manejo de la cosa pública, hizo que la lectura de sí de los socialistas tergiversara su propio objetivo social y político. Como señala García Sebastiani, ello impidió al partido revisar sus propias bases programáticas. En los escritos de este período, Moreau afila la idea de que el socialista es un partido de clase obrera, aunque “su composición humana puede no serlo”. Proponía que el Partido conservaba la representación obrera aún cuando los obreros no lo hubieran votado por falta de comprensión sobre cuáles eran los medios para alcanzar sus ideales “como clase”. El tono propedéutico, elitista y desconsiderado de la racionalidad de los electores le quita el distanciamiento y plasticidad a su conceptualización de la política que se había apreciado en otros escritos. Devela el intento desesperado por dar vida a un partido que languidecía irremediablemente no solo por la supuesta falsa conciencia de los votantes sino, también, por las estrategias de represión que recayeron sobre el mismo.

En ese marco, Alicia se preocupó por la apertura a las nuevas generaciones a quienes era necesario alejar de la influencia peronista que tanto influjo tenía. Cuando Alicia Moreau publica su obra La juventud argentina y el Partido Socialista, en 1953, vuelve a los mismos tópicos de esas dos obras mencionadas en el párrafo anterior. La propuesta de una vida deportiva y política se aunaban en la propuesta que intentaba captar a los jóvenes (de sexo masculino) y orientarlos por una senda que los alejara de la fascinación del peronismo y sus propuestas deportivas grandilocuentes. No obstante, contrariamente a lo que se ha postulado en relación con el distanciamiento que los viejos dirigentes presentaban respecto de la juventud, Alicia abre un camino en relación con las nuevas generaciones que la colocan nuevamente a la vanguardia de las estrategias políticas del socialismo.

Más allá de que los resultados fueron dispares en relación con esa intervención, cabe señalar que ella es también tributaria de la posición marginal que Alicia mantenía en el partido, a pesar de encontrarse en órganos de decisión del PSA. Durante este lapso, sus apuestas feministas –que habían caracterizado su labor durante los períodos anteriores– quedaron subsumidas a los denodados intentos de brindarle soportes de subsistencia al partido. Luego del golpe de 1955 que desalojó del gobierno a Juan Domingo Perón, la Dra. Moreau de Justo fue designada por el Comité como integrante de la Junta Consultiva Nacional (JCN), un organismo creado por el gobierno de facto conformado por representantes de distintos partidos (excepto el peronista y el comunista) que debían establecer su opinión sobre ciertos puntos sobre los que el ejecutivo se expediría luego. En ese contexto, el PSA constituye para María Spinelli un partido revanchista en tanto alienta el castigo de las clases ilustradas sobre la plebe peronista.

Moreau esgrime que en ese momento y teniendo en cuenta que el gobierno peronista representaba una tiranía nazi fascista, “lo único que se puede pensar: desmantelar la máquina construida por la tiranía, educar al pueblo en la sana doctrina de las convivencias, elevar su standard de vida y sustraerlo de la posibilidad de que cualquier especulador, por inteligente que sea, lo aproveche, lo explote y lo convierta en instrumento ciego de sus ambiciones”. Ello genera una tensión respecto de sus posiciones sobre los gobiernos militares que antes había censurado. Introducida la idea de que el peronismo era una tiranía, salvaba –al igual que lo hacía el partido–, pero no sin inconvenientes, al gobierno militar de la Revolución Libertadora. Sin embargo, en algunos momentos, Alicia se mostrará incómoda con este rol en la JCN. A su vez, tendrá posiciones diferenciadas de los otros consejeros socialistas en la JCN, especialmente cuando se debate sobre la intervención política de las mujeres que se reedita en torno a los problemas de su empadronamiento y a la reforma de la ley electoral. Las internas frente a la proscripción del peronismo y a la represión del gobierno de las manifestaciones de ese cariz, resquebraron al socialismo.

Además de dirigir el periódico La Vanguardia, del que es retirado Américo Ghioldi –quien junto con Repetto conformaban una línea opuesta a Moreau de Justo–, Alicia impulsa la revista Ciudadana, una revista mensual editada por la Unión de Mujeres Socialistas. Esta revista fue un intento por avanzar en la formación de las mujeres en el compromiso de la ciudadanía y, de alguna manera, de borrar la impronta nociva que había significado el peronismo sobre ellas. Apareció en marzo de 1956 y dejó de salir en diciembre de 1957. Allí, junto con viejas compañeras de militancia como María Luisa Berrondo, Alicia comparte espacios con las nuevas generaciones que encuentran en la revista un ámbito para difundir ideas sobre diversas temáticas. Desde allí, además de apelar a la formación de las mujeres en las lides cívicas, se impugnaron algunas acciones del gobierno. Una de ellas fue la crítica por la suspensión de la ley de divorcio que desde Ciudadana se consideraba un atropello a la laicidad del Estado y que implicaba, también, un retroceso desde la mirada de género.

Alicia escribió por entonces una contribución en la que sentenciaba: “¿Urgía que el gobierno provisional tomara tal medida que perturbaba a millares de hogares? Si hemos de llegar, dentro de poco tiempo, a un parlamento surgido del pueblo –¿no se podía esperar que los distintos partidos políticos– incluyendo en sus respectivas plataformas electorales, la ley de divorcio o su negación, consultaran libremente la opinión pública?”. Según la autora, la medida “por su rigidez” tenía “visos de crueldad”. La situación se presentó más compleja de resolver ante algunos hechos. Por ejemplo, en mayo de 1956 criticaron con contundencia los apremios policiales perpetrados contra un supuesto militante peronista. Sin embargo, cuando se produjeron los fusilamientos por el levantamiento pro peronista de junio de 1956 el editorial de julio apeló a la solidaridad de las familias antes las fuerzas de la regresión agazapadas.

Alicia no firmó una nota sino hasta el número siguiente, de agosto, donde sostuvo que el deber de la hora era “Impedir por todos los medios que el totalitarismo pueda volver”, pero advirtió que no siempre era “fácil conocer los medios de cumplimiento de ese deber” por lo que era necesario comprender que el retorno al pasado “no puede ser impedido sólo por la presión armada, por la vigilancia permanente, por la angustia siempre lista a la defensa”. Era, en verdad, muy difícil para Alicia congeniar sus ideales con el gobierno provisional que supuestamente venía a realizarlos. Seguramente, como lo revelan sus escritos, lo intuía, pero su abominación del peronismo la hacían persistir en que el camino estaba trazado y su intervención lo prohijaba, con una mirada severa, pero que no condenaba (…)”.

(*) Adriana María Valobra (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata): “Recorridos, tensiones y desplazamientos en el ideario de Alicia Moreau”.

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