Por Italo Pallotti.-

Es una obviedad decir que un gobierno dura 4 años; pero lo que realmente también es cierto es que el daño que puede provocar en ese corto espacio de tiempo puede tener consecuencias extremadamente negativas para el pueblo. De más está decir que si ese espacio temporal se prolonga se multiplican los efectos de devastación. Argentina, como un karma, vivió presa de una encerrona cuya responsabilidad debe atribuirse no sólo a la clase gobernante, sino también a una mayoría poblacional que en su voto dejó impresa la calidad y cualidad de los hombres elegidos para gobernar. Hemos sido capaces de no entender que el mundo giraba en otra frecuencia. Nos hemos entretenido en la modorra caprichosa de sostener a una clase que lejos estuvo de, a pesar de cifras monumentales gastadas en viajes a otros lugares del planeta, al menos copiar en algo lo que nos hubiera permitido salir de ese atolladero en el que nos han dejado. Nada importó, por mucho tiempo, lo que vendría después. Ninguno aceptó que el abismo estaba ahí nomás; aun a riesgo de ser arrastrado fatalmente hacia él, sin excepciones. Es justo decir que aquella minoría ínfima que algo intentó para el cambio fue fagocitada por una rémora malsana que hizo todo lo posible para hacer que el cambio fuera sólo una utopía, lejana; tan distante que de salida el destino estaba sellado. La arbitrariedad, el desencuentro, la zancadilla torpe, impúdica, grosera siempre, ahí cerca para inducir al fracaso.

Resulta que ahora vienen, ojalá, otros momentos en los que parece alumbrar la luz de un algo que seguramente hace largo tiempo había dejado de dar su presencia. Aquellos sectores que han estado, y lo están, agazapados para que todo explotara, no se resignan a esa posibilidad. Por lo tanto, habrá que estar muy atentos a esos movimientos subterráneos capaces de hacer tambalear cualquier intento por salir adelante. No se está planteando aquí que lo nuevo debe ser excluyente, revolucionario, sobre todo lo que la mayoría desea; simplemente el criterio y la sensatez, no exenta de coraje y audacia debe marcar el nuevo camino a recorrer. Basta de esa educación cívica que sólo conoció la regalería y el prebendismo que terminó por embrutecer a generaciones enteras. Barajar y dar de nuevo, sin atenuantes, debería ser la consigna, si el horizonte nuevo aspira hacerse realidad.

La clase política, siempre en campaña, ya mira la próxima elección. No si los resultados de sólo un año de gobierno tienen los merecimientos necesarios para ya estar pensando en las urnas y no en afianzar con los mejores resultados la gestión. Las novedades diarias nos traen el saldo de una borocotización, a manera de reciclaje, de viejos y nuevos dirigentes hacia el oficialismo. Todo modelado, o mejor dicho ilustrado, con un nuevo lenguaje de aquello más parecido al “no aclare que oscurece” que a auténticas convicciones. Aunque se trate de hacernos creer que el nuevo hombre público (saltarín) se las sabe todas para decirnos, sin escrúpulos, que nada de lo vetusto vendrá a contaminar el terreno con nuevos “miguelitos” ideológicos, sino todo lo contrario. Esas cabriolas para hacer del pase un acontecimiento resucitador de buenas y mejores intenciones, siempre quedará bajo sospecha; guste o no. Por eso lo del título: ¿Todos redimidos? Esperemos.

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