Por Hernán Andrés Kruse.-

La tragedia bahiense enlutó al pueblo. Puso, además, al desnudo lo mejor y lo peor de la condición humana. Apenas se tuvo conocimiento del temporal que arrasó con la ciudad bonaerense, miles y miles de ciudadanos se solidarizaron con los bahienses. Micros, camiones y trenes fueron puestos a disposición para el traslado de alimentos no perecederos, remedios, artículos de primera necesidad, ropa, etc. en señal de apoyo a quienes se encuentran a la intemperie. Una vez más quedó en evidencia el espíritu solidario de los argentinos cuando se está frente a una situación límite. Lamentablemente, también florecieron las más bajas pasiones. Aprovechando la desesperación de los bahienses, hubo comerciantes que encarecieron de manera vil sus mercaderías para obtener pingües ganancias. También se tuvo conocimiento de una serie de robos cometidos por desalmados aprovechando la indefensión en la que se encuentran los bahienses.

El temporal también puso de manifiesto que, pese a sus deficiencias, el estado es fundamental cuando se trata de ayudar a quienes padecen las consecuencias de temporales como el que arrasó con Bahía Blanca. Semejante reconocimiento no implica de ninguna manera enarbolar las banderas del estatismo más extremo. Simplemente significa reconocer lo vital que resulta en estas circunstancias la presencia de un estado eficiente capaz de salvarles la vida a las víctimas de semejante mandoble de la naturaleza.

El temporal puso dramáticamente en evidencia el carácter quimérico del anarcocapitalismo enarbolado por Rothbard y propalado en Argentina por el mentor del presidente de la nación, Alberto Benegas Lynch (h). ¿Se imagina, estimado lector, si la ayuda a los damnificados por el temporal hubiera quedado en manos del mercado? ¿Se imagina, estimado lector, a los popes del establishment económico dándole la mano a los sufridos bahienses? ¿Se imagina, estimado lector, a los bahienses, en plena tragedia, contratando a un grupo de individuos para que garanticen su seguridad? Sin estado la sociedad contemporánea, por su complejidad, es inviable. El estado es indispensable pero, como lo remarqué más arriba, siempre que no se trate del estado elefantiásico que venimos padeciendo desde hace décadas.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Albert Esplugas (Universidad Pompeu Fabra) titulado “Libertad sin Estado: “¿es factible el anarco-capitalismo?” (Procesos de Mercado: Revista Europea de Economía Política-2007). Aconsejo su lectura porque expone con meridiana claridad los fundamentos de esa postura filosófica elevada por Milei a la categoría de dogma inmutable y que acaba de ser demolido por la tragedia de Bahía Blanca. A continuación paso a transcribir aquellos párrafos que considero más relevantes.

1) “El anarco-capitalismo o anarquismo de mercado propone la abolición de todos los impuestos y de todas las barreras de entrada, también en el ámbito de la justicia y la seguridad. Esta última característica es la que diferencia el anarco-capitalismo del minarquismo y es en la que nos vamos a concentrar.

El anarco-capitalismo defiende una sociedad sin Estado, no una sociedad sin ley y orden. Defiende una sociedad sin monopolio de la fuerza, no una sociedad en la que no se pueda emplear la fuerza contra los malhechores. No propone que la ley, los tribunales, los jueces, la policía, las prisiones, el ejército desaparezcan, sino que sean privatizados; que los servicios de justicia y gendarmería sean comprados y vendidos libremente en el mercado, de modo que cada cual pague por aquello que quiere y la protección de las personas y sus propiedades deje de responder a intereses políticos y pase a ajustarse a los deseos de los consumidores. Existen y siempre existirán individuos con tendencias criminosas en la sociedad, pero eso no es un motivo para concentrar el poder en lugar de dispersarlo, exigiendo un monopolio de la fuerza en lugar de múltiples agencias privadas de protección compitiendo entre ellas en un mismo territorio”.

2) “El anarco-capitalismo no adolece de la carencias que hemos identificado en el minarquismo: un sistema de mercado puro, en el que no existen barreras de entrada y todos los productos y servicios son vendidos y comprados voluntariamente, es un sistema que, per se, no implica el inicio de la fuerza contra personas inocentes. No hay impuestos, luego no se usurpa sistemáticamente la propiedad ajena, y no se impide por la fuerza que los individuos se organicen para dispensarse justicia y seguridad (formando empresas, asociaciones o lo que fuera). Es un sistema, por tanto, que no se sustenta en la agresión, en el inicio de la fuerza, como de hecho sí sucede con el Estado. Por otro lado, la provisión de justicia y la seguridad ya no adolecería del problema de incentivos y de cálculo económico que padece el monopolio público de la fuerza. Las agencias de protección (las empresas o asociaciones dedicadas a proteger a los individuos de las agresiones externas) tendrían incentivos para proveer el mejor servicio al menor precio posible y captar así más clientes. La agencia de protección que no satisficiera las necesidades de los consumidores quebraría frente a la competencia de las demás agencias y se retiraría del mercado”.

3) “Nos encontramos en un escenario anarco-capitalista. No hay impuestos y los servicios de gendarmería son dispensados libremente en el mercado como cualquier otro bien. En este contexto Miguel contrata los servicios de la agencia de protección A y Pedro, su vecino, contrata los servicios de la agencia de protección B. La agencia A se compromete por contrato a proteger a su cliente Miguel de las agresiones de otros individuos a cambio de una cuota anual, y la empresa B se compromete a proteger a su cliente Pedro de las agresiones de otros individuos a cambio de una cuota. Ahora supongamos que surge un conflicto entre ambos vecinos: Miguel acusa a Pedro de robarle sus joyas. ¿Qué sucedería? Una guerra entre las dos agencias es una posible respuesta. Miguel acudirá a su agencia para que vaya a recuperar sus joyas, y Pedro acudirá a la suya para que le proteja de Miguel y su agencia. De este modo, todos los conflictos entre clientes de distintas agencias se resolverán violentamente, y el anarco-capitalismo derivará en anarquía hobbesiana. Sin embargo, ¿por qué asumir que las empresas resolverán de forma violenta todos los conflictos que surjan entre sus clientes? Las guerras son costosas, y las empresas buscan maximizar sus beneficios minimizando sus costes. ¿Les conviene resolver de forma violenta todos los conflictos con las demás agencias, o más bien les conviene llegar a un acuerdo con todas ellas y establecer mecanismos para resolver pacíficamente sus conflictos? Así, las agencias A y B no tendrían por qué enzarzarse en una disputa violenta, podrían acordar que los conflictos entre sus clientes respectivos fueran resueltos por un tribunal privado determinado y comprometerse a acatar su veredicto. El conflicto entre Miguel y Pedro sería llevado a un tribunal privado C. En caso de fallar C en contra de Pedro la agencia de Miguel lo detendría y le exigiría la devolución de las joyas y el pago de restitución sin que la agencia de Pedro hiciera nada para impedirlo”.

4) “Si la ley es un bien económico vendido y comprado en el mercado, su contenido responderá a las preferencias de los consumidores, y en este sentido será tan diversa o tan uniforme como los consumidores quieran. El anarco-capitalismo es un sistema en el que la ley se provee de forma privada y al mismo tiempo la mayoría de la población demanda leyes liberales (esto es, que protejan su persona y sus propiedad de agresiones por parte de terceros: asesinato, robo, violación, fraude etc.). El anarco-capitalismo, como cualquier sistema político, presupone una mayoría social favorable (explícita o tácitamente) a este sistema. Podría suceder, sin embargo, que la ley se proveyera de forma privada pero los compradores demandaran leyes no-liberales. En este caso, en la medida en que se demandaran este tipo de leyes, no estaríamos ante una sociedad anarco-capitalista o enteramente libre. En un plano más práctico, no conviene que la aplicación de los principios liberales y el contenido concreto de las leyes se hallen al margen de la experimentación en el mercado y sean impuestas uniformemente con visos de verdad objetiva. La experimentación y la competencia entre los distintos tribunales pueden contribuir a descubrir o a perfilar los preceptos legales y los procedimientos jurídicos más adecuados. La imposición de una solución uniforme (que además puede ser muy imperfecta) imposibilita la búsqueda de una solución mejor mediante la experimentación descentralizada en el mercado, el mecanismo más apto a nivel social para detectar defectos, corregirlos y progresar”.

5) “Se objeta que el hombre es malvado por naturaleza y que el anarco-capitalismo pasa por alto este punto. El anarco-capitalismo presupone ingenuamente que el hombre es bueno por naturaleza. El anarco-capitalismo no presupone tal cosa. El anarco-capitalismo mantiene que, sea cual sea la naturaleza humana (bondadosa, malvada o una combinación de ambas), es mejor dispersar el poder que concentrarlo. Al fin y al cabo el Estado lo conforman hombres, si el hombre es malvado por naturaleza cabe presumir que también serán malvados los gobernantes, en cuyo caso no parece muy razonable centralizar el poder en sus manos. Sucede, no obstante, que aquellos que creen que el hombre es malvado por naturaleza a menudo atribuyen a políticos y a burócratas una naturaleza distinta, bondadosa y desinteresada. Una distinción por entero arbitraria, pues los políticos y burócratas son personas como cualquier otras. El Estado, como canal socialmente legitimado para ejercer la coerción, sirve, además, de parapeto a aquellos que buscan imponer sus valores a toda la sociedad. No es casualidad que tiendan a ser los individuos más innobles los que alcanzan posiciones de autoridad. La política atrae a los ávidos de poder y la competencia electoral, contrariamente a la del mercado, premia a los demagogos y a los que seducen con engaños a la ciudadanía. En un escenario anarco-capitalista nadie podría ampararse en el Estado para camuflar sus inclinaciones dominadoras, de modo que se desincentivaría la agresión sistematizada. Nadie agrediría a terceros y osaría decir que lo ha hecho por el bien común o por el bien de los agredidos, pues ya no tendría Estado donde parapetarse. En una sociedad anarco-capitalista las agresiones solo pueden ser explícitas. En una sociedad estatista las agresiones, además de explícitas, también pueden ser subrepticias y “legales”.

¿Es factible el anarcocapitalismo? Saque el lector sus propias conclusiones.

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