Por Hernán Andrés Kruse.-

El 30 de abril de 1945 se suicidó en su Bunker situado en una Berlín que estaba a punto de caer en manos del Ejército Rojo, uno de los megalómanos más despiadados de la historia universal: Adolf Hitler. Aunque cueste creerlo, su muerte fue puesta en duda desde un principio, dando lugar a una serie de versiones disímiles (una de ellas afirmaba que Hitler se había radicado en Argentina) cuyo mensaje central era que el suicidio de Hitler (y el de su mujer, Eva Braun) eran una farsa para encubrir su huida. Finalmente, la verdad se impuso. En abril de 2000, Moscú dio a conocer el contenido de sus archivos secretos sobre la Segunda Guerra Mundial. Como corroboración del suicidio de Hitler el 30 de abril de 1945 exhibió un fragmento medio quemado de un cráneo, perforado por una bala, hallado en 1945 en el jardín de la Cancillería del Reich, siendo identificado como perteneciente a Hitler. Esos restos (la dentadura, fundamentalmente) le permitieron al médico forense, arqueólogo y antropólogo francés Philippe Charlier concluir en una “concordancia perfecta entre las radiografías presentadas como pertenecientes a Hitler en vida y los elementos dentales presentados” por las autoridades soviéticas (fuente: Daniel Cecchini, Infobae, 30/4/025).

Adolf Hitler impuso a sangre y fuego en Alemania un totalitarismo basado en la pureza de la raza aria. Lo increíble fue que semejante atrocidad fue tolerada por buena parte de la población alemana. También fue aceptado por una buena parte de la intelectualidad de ese país, uno de los más adelantados del mundo. La pregunta inevitable es la siguiente: ¿cómo fue posible que Alemania cayera en manos de semejante megalómano?

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Aron Gurwitsch (Johns Hopkins University) titulado “Algunas raíces filosóficas del nazismo”. Su objetivo es demostrar que el nazismo fue un fenómeno complejo, lo que significa que lejos está de reducirse a una sola causa. Sin embargo, el autor aclara que su intención no es explicar de manera exhaustiva el nazismo, sino buscar una respuesta a un asunto más limitado. ¿A qué asunto se refiere? Escribe: “¿Cómo, entonces, pudieron escritores, artistas, filósofos, historiadores, científicos, etc., de forma expresa o silenciosa, aceptar la doctrina de que la nación alemana es un «pueblo escogido» -no escogido por la voluntad de un poder trascendente, ni por sus propios logros, sino en virtud de su sangre y de su raza-; de que toda la cultura y toda la vida espiritual no tienen valor por sí mismas y no tienen una significación humana universal sino que están determinadas por la raza y por la sangre y tienen que considerarse como un producto y una expresión del alma-raza condicionada por la sangre; de que esto también es cierto para la ciencia, incluso para las matemáticas, de modo que hay matemáticas alemanas tan opuestas a las matemáticas francesas y judías; de que, de conformidad con la superioridad de la sangre alemana, la civilización alemana es incomparablemente superior a cualquier otra civilización, de modo que donde quiera que se hayan llevado a cabo en otras naciones los auténticos logros, debe suponerse que, los que los lograron, sin importar el período en el que vivieron, eran de sangre alemana; de que hay un «Führer», la más alta encarnación y corporalización del alma-raza alemana; de que él es la sede de la competencia universal y la autoridad suprema en cada campo de actividad; de que hay que obedecerle incondicionalmente; de que la fe en él tiene que ser sustituida por el razonamiento individual, por la convicción racional e, incluso, por la religión; y así sucesivamente?”. Para responder una pregunta tan relevante Gurwitsch analiza las raíces filosóficas del nazismo, raíces que se condensan en una sola palabra: el absoluto.

ABSOLUTO

“La Razón absoluta se revela a sí misma en la naturaleza así como en la historia. Sin embargo, para el propósito que nos ocupa, las especulaciones acerca de la naturaleza son de un interés menor. ¿Bajo qué luz aparece la historia y, particularmente, la historia del pensamiento humano, la historia de la filosofía? En la medida en que la Razón absoluta se revela en el proceso histórico, Hegel no puede evitar dar por sentado, con anterioridad a un examen más detallado de la cuestión, o incluso sin tal examen, que todo el proceso, desde el principio hasta el final, forma un movimiento continuo único, y que este movimiento tiende hacia un objetivo que debe ser el hacerse consciente de sí misma de la Razón absoluta. Esto significa que toda la historia del pensamiento humano debe culminar en un sistema filosófico en el que este proceso histórico se afirma y se interpreta como el regresar gradual a sí misma de la Razón absoluta.

Ese sistema filosófico en el que la Razón absoluta se concibe como habiendo evolucionado a través de los sucesivos estadios por los que ha pasado –y pasado por intrínseca necesidad– y como habiéndose hecho completamente más consciente de su propio desarrollo –es decir, el sistema de Hegel– debe, por tanto, resultar ser la última y definitiva filosofía. Si escogemos de la historia cualquier sistema filosófico A no podemos decir que merece preferencia sobre un anterior sistema B porque A lleva más lejos la discusión de los problemas que en B fueron respondidos de un modo menos satisfactorio o porque las implicaciones escondidas en B se revelan en A y, por tanto, se hace una aproximación a nuevos problemas; o porque los hechos expuestos incompletamente en B, o todavía bastante desconocidos, han sido explicados en A; o porque el sistema A toma en consideración un progreso en la ciencia que, independientemente del desarrollo de la filosofía, ha ocurrido mientras tanto; o por cualquier otra razón semejante.

El sistema A es superior al sistema B por la sola razón de que lo sigue y se deriva de él, por esa intrínseca necesidad por la que la Razón absoluta pasa de un estadio de su evolución al siguiente. El pensamiento humano ya no es, por tanto, un intento por lograr un objetivo, a saber, la verdad –aunque este objetivo esté incluso situado en el infinito. Si el pensamiento humano tiene lugar para ser un proceso que continúa por su propia intrínseca necesidad en la que nada desde el exterior puede interferir –es decir, la continuidad de los pensadores humanos por una idea, aunque quizás vaga, de lo que la verdad podría ser–, entonces las nociones de verdad y de conocimiento objetivo pierden todo significado. El filósofo individual se convierte en un simple instrumento de este proceso; él no se orienta en los problemas que se le presentan, esforzándose en avanzar su discusión más allá de lo que sus predecesores han logrado: él es sólo un medio a través del cual el proceso continúa y él debe permitir que este proceso continúe a través de él.

Así que no podemos discutir con los filósofos del pasado, como si fueran nuestros contemporáneos, juzgando sus sistemas por sus logros al servicio de un objetivo. No podemos alabar un sistema por haber avanzado problemas o por haber abierto una nueva vía de investigación, así como tampoco tenemos derecho a rechazar otro sistema como una aberración o como por no haber contribuido nada al avance del conocimiento. Lo que nosotros podemos y debemos hacer es «entender» cada sistema histórico, esto es darle su lugar en el desenvolvimiento de la Razón absoluta y considerarlo como la expresión adecuada de ese estadio a través del cual la Razón absoluta pasó en este momento necesariamente. Aquí yace la raíz, me parece, de la noción de «Verstehen» que ha tenido mucha importancia en la «Geisteswissenschaften» en Alemania –por lo menos en cuanto a que por esta noción se quiere decir más que la reconstrucción racional y la explicación de los fenómenos históricos, sociológicos, etc. Como es muy frecuentemente utilizado, el término «Verstehen» connota una cierta conformidad, sanción, incluso identificación y, en este sentido, complicidad con lo que se da para la razón que es real. Esta connotación extrae su sentido del telón de fondo filosófico que ha sido mostrado.

Cuando el pensamiento humano es interpretado de este modo, se convierte en un proceso natural, sin importar lo espirituales que puedan ser los términos en los que este proceso es explicado por Hegel. Lo que es decisivo es que la historia del pensamiento humano procede por intrínseca necesidad, que para ser alcanzada no se concibe a la luz del conocimiento y de la verdad para ser obtenida, que la verdad última consiste en hacerse consciente del proceso histórico y de su intrínseca necesidad. Esta visión de Hegel es en sí misma naturalista y materialista, aunque él habla un lenguaje espiritualista. Sustituyamos la fuerza de economía productiva por la Razón absoluta y tendremos la concepción materialista de la historia: la verdad última y el objetivo de toda la historia del pensamiento consiste en hacerse consciente del hecho de que este pensamiento sólo refleja las fuerzas económicas productivas en el proceso de su evolución; cada sistema filosófico del pasado no es sino una expresión –y una expresión necesaria– de las fuerzas económicas productivas como tuvieron lugar en ese momento; cada filósofo individual se convierte en un representante de su clase social.

Sustituyamos los términos pseudobiológicos por los hegelianos y tendremos ideología nazi: todo el pensamiento y toda la vida espiritual está condicionada por factores raciales; la tarea del filósofo consiste en expresar la peculiaridad del alma alemana condicionada por la sangre y proferir la verdad específicamente alemana; puesto que, como todo pensamiento depende de la raza del pensador individual, por supuesto no puede haber una verdad universal válida para toda la humanidad, sino sólo varias verdades condicionadas por la raza, de modo que el pensador individual se convierte aquí en un instrumento de su raza, en un medio a través del que su raza habla. Únicamente podemos insinuar esta sustitución, cuya historia nos parece que coincide con lo que se llama el crecimiento del «nihilismo alemán». Los idealistas alemanes creían en la naturaleza espiritual de sus entidades, y los motivos cristianos estaban todavía vivos con ellos. El decaimiento de la religión en Alemania está íntimamente relacionado con esa sustitución. Los términos del pensamiento han cambiado, pero el estilo o el marco del pensamiento ha permanecido igual, y aquí el acento está en esto último. Lo que vale para la historia de la filosofía también vale para la historia política.

La historia política es otra expresión de la progresiva auto-manifestación de la Razón absoluta. Por tanto, cuando un nuevo sistema político llega al poder, este hecho, es decir, el propio éxito, indica que la Razón absoluta ha alcanzado un nuevo estadio en su despliegue. Lo único es «entender» el proceso histórico en el sentido anteriormente mencionado, es decir, en el sentido de la connotación que «Verstehen» lleva consigo. Y cuando la llegada al poder de un sistema político y su éxito no pertenece al pasado sino al presente, entonces tendremos el privilegio de observar a la Razón absoluta avanzando un paso más en su auto-manifestación. ¿Qué actitud debe adoptarse excepto la de aceptarla, confabularse con ella, incluso venerarla? No hay principios eternos para ser propuestos en relación a todos los sistemas políticos y formas de gobierno; por ejemplo, que la dignidad y los derechos individuales de cada persona deberían respetarse, de modo que un gobierno que viole estos principios ya no es un gobierno sino una tiranía. Afirmar tales principios es, para Hegel, abandonarse a ideales abstractos y vacíos, es simplemente subjetiva pedantería.

El proceso histórico sigue adelante por intrínseca necesidad, su resultado es un momento necesario en el despliegue gradual de la Razón absoluta. El éxito atestigua el juicio de Dios, incluso en este mismo juicio. ¿Puede el pensamiento y el razonamiento individual prevalecer contra la Razón absoluta? ¿No es la resistencia y el no conformismo más bien una blasfemia? Si para Hegel en 1806 Napoleón es el Weltseele, ¿por qué Hitler no podría, unos 130 años más tarde, convertirse en el Weltseele, puesto que su llegada y su éxito habían proporcionado evidencia de que ésta es la forma real que el proceso histórico y la razón encarnada han tomado en él? Puesto que la historia le había permitido convertirse en una realidad política y en poder, ¿no debe también el Nazismo aparecer como consagrado por la historia? El éxito significa justificación, no puede interpretarse sino como la suprema justificación, y así de hecho fue considerado por el propio Hegel. Cualquiera que piense, incluso no necesariamente en los términos pero al menos según las líneas generales, en las concepciones de Hegel, en absoluto puede sentirse con el derecho a disentir.

Una vez de nuevo, efectúese la susodicha sustitución y el resultado será que hay un Führer, la más sublime expresión del alma alemana condicionada por la sangre. Y puesto que la raza es el factor que todo condiciona, la expresión suprema de la raza debe tener la más grande competencia y la más alta autoridad en cada aspecto de la vida. Él nunca se puede equivocar. Por tanto, hay que obedecerle sin reservas. La fe en él debe incluso suplantar la fe religiosa. No es de ningún modo por mera casualidad que, en países en donde las ideologías que se derivan del hegelianismo llegaron al poder, o en donde el hegelianismo jugó un papel en la tradición nacional, veamos una deificación de los líderes políticos (bajo títulos que varían con los términos utilizados en la sustitución mencionada anteriormente), tomándose la no conformidad como un delito, negándose toda dignidad, valor y derecho a los individuos, y considerándoselos como simples instrumentos al servicio de la colectividad.

La filosofía de la historia de Hegel es la base metafísica y la justificación de la Gleichschaltung; es, podría decirse, la teoría de la Gleichschaltung expresada en términos metafísicos. Los distintos estadios a través de los que el Weltgeist está pasando en el proceso de su despliegue gradual corresponden, según Hegel, al predominio sucesivo de las diversas grandes naciones de importancia histórica. Cada una de estas naciones representa un estadio definitivo del desarrollo del Weltgeist, de modo que cuando llega el turno de una cierta nación, su Volksgeist encarna la forma que el Weltgeist encarna en ese momento. Que el turno de la nación alemana estaba llegando fue proclamado por Fichte, cuando en 1807-1808, después de la caída de Prusia ante los ejércitos de Napoleón, anunció, en su Reden an die Deutsche, el advenimiento de un nuevo mundo cuyos verdaderos propietarios serían los alemanes. También para Fichte, la nación estaba asociada con lo divino; es un espejo en donde se refleja lo divino; es la faz que toma lo divino.

El pensamiento de Fichte es menos histórico y en consecuencia menos relativista que el de Hegel, sin embargo. La preeminencia de la nación alemana que encontrará su expresión en el nuevo mundo que va a ser creado por esa nación, no se debe a que el Weltgeist alcance un nuevo estadio histórico. Esta preeminencia ha existido siempre, pero ni los alemanes ni los extranjeros fueron conscientes de ella. Por consiguiente, la tarea de Fichte se convierte en atraer la atención de los ciudadanos hacia su superioridad sobre las naciones europeas occidentales, quedando excluido el mundo eslávico de sus consideraciones. La razón última de la superioridad de los alemanes está, según Fichte, en el hecho de que han vivido siempre en su patria, mientras que las naciones europeas occidentales son descendientes de las tribus germánicas que habían emigrado de sus países originarios. Por tanto, Alemania es la patria madre, y los países occidentales no son sino colonias. Fichte no cree en factores raciales, ni en la pureza de la raza, ni enfatiza las influencias geográficas. El hecho decisivo es, para él, que puesto que los alemanes han vivido siempre en su patria siempre han hablado su lengua originaria. Ésta se ha desarrollado a través del tiempo, por supuesto, pero se ha desarrollado de un modo continuo. Las tribus germánicas que emigraron han adoptado una lengua –el latín– que no sólo no era suya sino que sobre todo incluso estaba muerta en el momento de su adopción.

La diferencia entre los alemanes y las naciones europeas occidentales es precisamente una diferencia entre la vida y la muerte. Puesto que la vida es superior a la muerte, del mismo modo el mundo alemán es superior al mundo europeo occidental. Los asuntos espirituales, los cuales son suprasensoriales, sólo pueden concebirse simbólicamente, por medio de metáforas. Porque es aborigen y viva, la lengua alemana posee metáforas que emergen de la vida de la nación, que están conectadas con la totalidad de la historia de la vida de la nación, y que están expresando el pensamiento de la nación del modo más natural, puesto que este pensamiento se ha desarrollado de forma continua bajo la propia influencia de la lengua. Éste no es el caso de las lenguas neolatinas. Puesto que adoptaron una lengua extranjera, las tribus germánicas también tomaron metáforas que ellas no habían inventado y que hablando propiamente, les resultaban ininteligibles. Por lo que se refiere al reino de lo suprasensorial, en las lenguas neolatinas, solamente hay signos convencionales para las nociones arbitrarias; las últimas ya no corresponden a una intuición viva puesto que no provienen de la totalidad de la vida de la nación. Cierto, las lenguas neolatinas también se han desarrollado hasta un cierto grado, pero estas lenguas contienen un elemento muerto ya que están separadas de la fuente de la vida. Por tanto, el desarrollo de estas lenguas debe llegar a un cierto estadio de perfección más allá del cual ya no es posible progreso alguno, mientras que la lengua alemana, debido a su aboriginalidad y a la continuidad de su desarrollo, tiene un futuro infinito por delante”.

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