Por Luis Alejandro Rizzi

Abraham Maslow propuso, en su famosa pirámide de necesidades humanas, una gradación de cinco escalones. La base o primer escalón son las necesidades fisiológicas elementales o básicas para mantener la supervivencia.

En el segundo, las necesidades de seguridad y protección, que se integra con seguridad física, de recursos y de vivienda.

El tercero incluye las necesidades sociales, que tiene que ver con el acceso a la sociabilidad y a la aceptación social.

Finalmente el cuarto -excluyo el quinto-, se refiere a las necesidades de estima. Concierne al respeto a uno mismo e incluye sentimientos tales como confianza, competencia, maestría, logros, independencia y libertad; la estima baja concierne al respeto de las demás personas: la necesidad de atención, aprecio, reconocimiento, reputación, estatus, dignidad, fama, gloria e incluso dominio.

Sin estas necesidades satisfechas, la gente se siente “desestimada” y por tanto inferior, se desvaloriza la concepción de dignidad humana.

Eso es la pobreza como concepto.

La autoestima es una condición para lograr el equilibrio psíquico mínimo para poder desempeñarse en la vida con dignidad en esa tarea difícil de vivir, que puede ser el éxito, que consiste esencialmente en poder ser y tener por uno mismo; lo opuesto es el tan temido fracaso.

El peso de la ayuda social, cuando es significativo, es una prueba cabal de la imposibilidad, no ya de tener éxito, sino de acceso a las posibilidades para tenerlo, como lo enunció John Rawls en sus dos principios de justicia, la igualdad de oportunidades.

La ayuda permanente facilita el fracaso y dedigna la vida personal.

Según un análisis que publicó Guillermo Oliveto en el diario La Nación, el 78% de los hogares tiene un ingreso cuyo techo son $2.100.000,00. No cabe duda que este segmento es pobre, aunque aclare que hogares pobres serían “sólo” el 26%, el 35% de la población, la línea de pobreza la fija en unos centavos más del millón de pesos.

Si trasladamos el cuadro de Orvieto a la pirámide de Maslow, advertiríamos que la “pobreza” sería del 78%.

En el último trimestre de 2024, según la encuesta de ingresos del grupo familiar del INDEC, la base del décimo decil, el de mayores ingresos, sería de $2.500.000,00, para poco más de un millón de hogares y 3,4 millones de personas, menos del 10% de la población.

El noveno decil tiene una base de $1,8 millón y obvio el techo los 2,5 millones se corresponde a un millón de hogares y 4,5 millones de personas.

Entre ambos deciles sumarían 7 millones de personas, que serían ese 22% que Oliveto agrupa como “clase Alta-ABC1-y clase media alta-C2”.

El resto puede que estadísticamente no sean técnicamente pobres, pero conforman ese 78% de pobreza.

En marzo, el precio de la canasta básica total fue de $1.100.267,00. La base de ingresos total familiar del décimo decil sería apenas un poco más que el cien por ciento de esa canasta básica.

Puede parecer una ironía, pero hasta la clase alta se empobrece.

Así está la Argentina en abril 2025, con una moneda que se aprecia y una inflación que, más que bajar, está siendo aplacada sólo estadísticamente; una inflación del 30 por ciento anual es altísima.

El “SUPERPESO” y el “plan dolarcito”

El objetivo del gobierno está muy claro: llegar a octubre con un dólar en el piso y un peso fraudulentamente superapreciado.

Ingresarán dólares financieros por un plazo de seis meses, que justo vencería en la fecha de las elecciones de octubre.

Hace horas hubo una oferta por 500 millones de dólares a un tipo de cambio de 999,50, como las ofertas que se hacen en el metro o subte o vagón de ferrocarril, “Y como si esto fuera poco, le ofrezco un dólar recién salido de fábrica a sólo 999,99, pesitos…”

En el fondo, lo que no se logró con $LIBRA se estaría logrando con el FMI… y el plan “dolarcito. Los estafados seríamos “todos y todas…”

Como en el cuento del contrabando de carretillas, están contrabandeando dólares delante de nuestras narices.

El gobierno hace campaña electoral en las redes y con el plan dolarcito.

FMI eran los de antes…

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