Por Hernán Andrés Kruse.-

“Una buena parte de la dirigencia revolucionaria cubana (y casi toda la dirigencia progresista en América Latina) estaba en sintonía con este pensamiento, visible en varias de sus alocuciones públicas y en ciertas medidas que el gobierno dictaminó, como fue el caso de la primera Reforma Agraria. En el seno de la nueva clase dirigente, la búsqueda de un mayor intervencionismo del Estado en la economía de la isla y la necesidad de mayor producción y diversificación agraria se conjugaban con la finalidad de sentar las bases para una aceleración de la industria, motor económico que garantizaría la soberanía cubana a nivel internacional y mejoraría la situación de todo el pueblo. Conjugando nacionalismo con reformas de origen socialista, Cuba avanzaba durante los primeros meses de la Revolución hacia un proyecto de industrialización, tecnificación agraria y Estado interventor, solventado no solo por el peso que Castro tenía en el gabinete recién constituido, sino también por la participación activa de varios de sus miembros como el ministro de Agricultura Humberto Sorí Marín, el de Comercio, Raúl Cepero Bonilla y el de Hacienda, Rufo López Fresquet, entre otros.

En la reunión celebrada en Buenos Aires, Castro afirmaba que apoyaría la iniciativa del presidente de Brasil. Desde su mirada, el mayor problema de América, el más grave, era el subdesarrollo: no puede haber libertad sin pan y pan sin libertad y no es posible separar el ideal económico del político. Fustigó la corrupción de las dictaduras pero también a los gobiernos constitucionales que se apartan de la moral (La Nación, 3 de mayo de 1959). Agradeció las palabras de bienvenida del presidente de la conferencia y aseguró que era un honor para él estar en el seno de esa sesión “de la que esperamos los cubanos los mejores resultados”. Decía Castro: “Nuestra presencia aquí demuestra el interés que tiene Cuba en esta reunión que es interesante por dos razones: primero, la convicción de la profunda importancia que tiene para los pueblos de América Latina el desarrollo económico; segundo, la creencia de que ha llegado la hora de que los pueblos de América Latina hagamos un esfuerzo serio para encontrar una verdadera solución a la raíz de nuestros males, que son de carácter económico”. Luego se refirió a la iniciativa de Brasil, y aclaró que Cuba no pudo estar desde el inicio en estas reuniones, y al momento de su alocución dijo: “No he traído un discurso escrito, he preferido correr los riesgos de hablar con toda espontaneidad y sinceridad –a veces la máquina de escribir traiciona el pensamiento–, y, como tenemos confianza en las verdades que ya se hacen evidentes en la conciencia de nuestro continente, es por lo que no debemos vacilar en expresar con claridad lo que sentimos”.

A continuación, afirmaba que: “Soy aquí un hombre nuevo en este tipo de reuniones; somos, además, en nuestra patria, un gobierno nuevo y tal vez por eso sea también que traigamos más frescas las ideas y la creencia del pueblo, puesto que sentimos todavía como pueblo, hablamos aquí como pueblo, y como un pueblo que vive un momento excepcional de su historia, como un pueblo que está lleno de fe en sus propios destinos». Escuchó todos los discursos, leyó los otros, en los que no estuvo presente, lo que lo llevó a decir que “tenemos claridad mental suficiente para analizar y comprender nuestro problema” pero «el fallo está en que, realmente, muchas veces no se convierten en realidades. Así las conferencias internacionales se convierten, por esta razón, en meros torneos de oratorias” (La Nación, 3 de mayo de 1959). Desde su punto de vista, finalmente, la fe de los pueblos se despierta con hechos, con realidades, con soluciones verdaderas ya que los problemas económicos y políticos de la América Latina son graves y “sería imperdonable ceguera por parte de los dirigentes de las naciones de América no encontrar las soluciones adecuadas en el momento oportuno” (La Nación, 3 de mayo de 1959)”.

VISITAS, MEDIOS Y PÚBLICO A MEDIADOS DEL SIGLO XX EN LA ARGENTINA

“A pesar de lo que una primera impresión pueda generar, la visita de Castro y la repercusión que despertó su figura en la sociedad porteña no eran una novedad. Para ese entonces, Buenos Aires registraba una larga zaga histórica de grandes protagonistas políticos de repercusión global, por lo menos desde principios del siglo xx. Desde los presidentes de Brasil y Chile, Campos Salles, Getulio Vargas y Pedro Montt, respectivamente, hasta los franceses como George Clemenceau y Jean Jaures, pasando por el príncipe de Gales Eduardo de Windsor y el presidente estadounidense Franklin Roosevelt, muchos arribaron a suelo argentino con fines diversos: cumplir misiones diplomáticas, firmar convenios bilaterales, participar en encuentros internacionales o simplemente por motivos proselitistas.

Esta saga de visitas estelares, no solo evidencia los intereses que despertaba el país para diversas naciones en materia económica o en geopolítica mundial, sino también la ferviente atención que en general recibieron por parte de franjas significativas de la sociedad nacional. Ya sea las celebradas conferencias que dictó Clemenceau con motivo del Centenario en 1910, o el colorido desfile organizado en honor al presidente Montt y la infanta Isabel de España; en cada uno de estos recibimientos se aprecia una bienvenida entusiasta y un interés por cubrir tales acontecimientos por parte de los medios de comunicación.

En efecto, diversos fueron los sectores sociales, de la prensa y el público en general, que siguieron con atención, e incluso participaron, de desfiles, conferencias y eventos desarrollados en honor de estos ilustres huéspedes. El cine proyectaba en las salas imágenes sobre los eventos, incentivando la curiosidad local y muy probablemente respondiendo a la demanda social de observar lo que acontecía. A mediados del siglo xx, la televisión también se sumaba a los medios que amplificaban estos arribos. No es difícil sugerir, por tanto, que, por ese entonces en la Argentina, y más concretamente en la ciudad de Buenos Aires, hacia la mitad del siglo pasado se haya formado una “cultura espectacular” en torno a las visitas internacionales que habían comenzado a gestarse a principios de la centuria.

La presencia Fidel Castro se insertó en esta recurrente afluencia de figuras ilustres, con sus recorridos pautados, su cobertura mediática y la acogida entusiasta por parte del público argentino desde el inicio mismo de su arribo. A su llegada, y a pesar de la hora y el inclemente frío de mayo, lo recibió una entusiasta multitud calculada en más de seiscientas personas. Según el diario Clarín, en Ezeiza había “periodistas, fotógrafos, cinematografistas, televisionistas, radiotelefónicos […] representantes de la cancillería argentina y edecanes del presidente de la República y miembros de la misión diplomática de Cuba acreditada ante nuestro gobierno, integrantes de la Legión 26 de Julio residentes en Buenos Aires, el padre del “Che” Guevara y algunas señoras y admiradores”. Asimismo, se sumaron trescientos agentes de la policía bonaerense dispuestos para el operativo (a cargo del comisario inspector Carlos Malespina) y varios policías de civil y servicios de inteligencia.

No obstante, el elevado número de agentes para garantizar la seguridad, la prensa subrayó la mala organización de la recepción al barbudo líder caribeño. Al parecer, quisieron sacarlo del aeropuerto por una puerta que estaba cerrada –“¡nadie tenía la llave!”– y lo tironeaban entre los policías de civil y los uniformados. De manera irónica, el cronista de Clarín apuntó que: “El apretujamiento fue tan insólito y brutal que, a Fidel Castro, los largos días belicosos en la Sierra Maestra le deben haber parecido deliciosas jornadas de paz y dulce descanso, comparados con esos veinte minutos vividos entre sus custodias, entre su descenso del avión y su ascenso al automóvil que lo trajo a la Capital. Fidel Castro tiene que haber recibido una primera impresión ligeramente deplorable de los argentinos y de Buenos Aires. Felizmente ya habrá podido comprobar que no somos así” (La Nación, 2 de mayo de 1959).

Tras ser declarado huésped oficial del gobierno argentino, Castro y su comitiva se dirigieron al lujoso Hotel Alvear, ubicado en el coqueto barrio porteño de la Recoleta. Este hotel, inaugurado en 1932, fue el elegido por reyes y príncipes que visitaron nuestro país. Después de descansar unas pocas horas, por un ligero estado febril, Castro se levantó bien temprano para leer todas las ponencias que se presentarían en la Reunión de los 21 y terminar de preparar la suya.

Dejemos a Fidel por un instante y veamos una nota del diario Clarín titulada “Salud barbado caballero” para observar cómo era presentado el líder cubano. Allí se señalaba a “un hombre casi legendario, un intrépido caballero del ideal que se jugó la vida en una bella aventura con acentos de heroísmo poético, porque estuvo integrada con los elementos del romance, la sangre del drama y la mueca de la muerte. Es el jefe indiscutido de una falange de soñadores que salieron al encuentro de la aurora, ligados por un juramento que fijaba la preferencia de rendir la vida antes que vivirla en la ignominia” (Clarín, 2 de mayo de 1959). Luego, se narraba el accionar de Fidel y sus hombres en la Sierra Maestra –a los que equiparaba con los cruzados– e indicó que el mundo entero –especialmente la juventud– siguió de cerca los avatares de la lucha en Cuba, acompañando a “ese puñado de valientes con la adhesión de sus simpatías, con el apoyo de contribuciones que hicieran posible llevar adelante la increíble empresa, con la incorporación de nuevos legionarios para la hora de la lucha y de la sangre. Fidel Castro los llevó a la victoria coronando una de las hazañas juveniles más hermosas de la historia política de América, en su lucha sin tregua por afirmar la democracia y consagrar definitivamente el sentimiento de la libertad” (Clarín, 2 de mayo de 1959).

A las 9:20 a.m. del 2 de mayo, Fidel abandonó el hotel y dio un breve paseo por Palermo. Al volver, tomó una ducha y se dirigió a la Secretaría de Industria, al noveno piso, donde tendría lugar la reunión. La prensa gráfica señaló que la delegación de Cuba estaba inscripta en último término para exponer –ese día también lo harían los delegados de Costa Rica, Paraguay, Honduras, Venezuela, Haití y Bolivia– y que se daba por descontado que hablaría Fidel Castro. Cabe señalar que antes de iniciarse la conferencia los representantes de Cuba formularon expresa reserva de su posición “por no haber concluido aún la revisión de los actos de política exterior del gobierno depuesto”. Su presencia en la reunión revolucionó a delegados, autoridades gubernamentales y periodistas. Todos los ojos y los flashes de los fotógrafos se posaron en su atuendo: chaqueta verde oliva, charreteras con los colores rojo y negro del Movimiento 26 de Julio y la estrella de Cuba; sus gestos –fumaba poco, nervioso e inquieto, juguetea con un lápiz en la boca, anota en una pequeña libreta, etc.–, pero especialmente en su vehemente oratoria de una hora y cincuenta minutos. Quince mil palabras, contó el diario Clarín, interrumpidas en numerosas ocasiones por “tempestades de aplausos”.

La recepción fervorosa por ver o seguir los pasos de Fidel por las calles porteñas, no se explica solo por la existencia de esta tradicional atención dispensada a las visitas ilustres que expresaba una ciudad moderna y cosmopolita como era Buenos Aires a fines de la década del cincuenta. Fidel representaba mucho más que la llegada de un emergente star system político global. Su visita de carácter oficial asociada a participar en la reunión de la OEA en Buenos Aires, desbordaba el interés por las ideas o propuestas que podría enunciar en el encuentro. La presencia de Castro y la expectativa que generó su arribo también estuvo en estrecha relación con la noción de ser un representante de la “lucha democrática” que el continente afrontaba contra las dictaduras como las caribeñas de Trujillo y Batista, las sudamericanas de Manuel Odría, en Perú, y Gustavo Rojas Pinilla, en Colombia; o gobiernos como había sido el peronista, que se consideraban autoritarios o directamente dictatoriales, de iguales características a los casos antes señalados. En conclusión, para ciertos sectores de la sociedad argentina, y para la prensa de mayor circulación, el ejercicio de traducción local de la figura de Fidel abrevaba en la idea de ser un libertador de los regímenes autoritarios que asolaron a la región en los años cuarenta y cincuenta”.

(*) Jorge Núñez y Martín Ribadero: “Fidel Castro y su primera visita a la Argentina (mayo de 1959)” (“A 50 años del restablecimiento de las relaciones entre Argentina y Cuba. Una revisión de los documentos históricos”, María Cecilia Míguez y Leandro Morgenfeld (comp.), Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales).

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