Por Otto Schmucler.-

El Senado de la Nación afortunadamente ha puesto las cosas en el lugar del que nunca debieron haber salido. Ayer, tras sortear todo tipo de zancadillas, incluso hasta amenazas que se denunciaron, rechazó de manera contundente los pliegos de Lijo y García Mansilla.

Durante todo un año el ejecutivo batalló en contra de una inmensa mayoría de opiniones autorizadas que sugerían bajar el pliego de Lijo pero, como dicen las fuentes informadas, Lorenzetti se lo sugirió y el Presidente le creyó, tanto que también le creyó a algún otro asesor que le susurró que Ariel era el que más conocía sobre “ciberdelitos” de todo Comodoro Py (así se lo hizo saber al periodista que lo entrevistaba) cuando este juez no hizo ni siquiera un mero cursillo introductorio a la Seguridad Informática y de lo que sí sabe mucho y parece ser especialista es sobre caballos de carrera.

Le hubiera bastado pedir informes en la justicia de las performances de los jueces federales para enterarse que Lijo era “uno de los que más” (sino el que más) bajo promedio de causas resueltas tenía de todo Comodoro Py. O haber escuchado las voces que reclamaban esos lugares para juezas y darle así una mirada de mujer, tan necesaria en las decisiones jurídicas (por el sólo hecho de guardar en su vientre el maravilloso cántaro de la vida, amén de capacidades, similares a la de los jueces).

¿Era necesario echar de mala manera a un Senador como Paoltroni, que denunció un apriete del “imberbe asesor que tiene el Presidente”?

¿Era necesario vilipendiar a cuanto aliado, personaje, periodista, o a la mismísima vicepresidenta por el solo hecho de opinar distinto o tener otra mirada sobre un mismo tema?

Si de todas estas preguntas la respuesta fuera NO, sería un momento oportuno para que de esta dura derrota el Presidente pueda sacar las mejores conclusiones.

El país necesita de ellas.

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