Por Italo Pallotti.-
Esta Argentina nuestra tiene la rara virtud de inscribirse en las páginas más extrañas de la historia de los pueblos de la región. Como una matriz de rigor explícito, en cuanto a su convivencia cívica, fue, con el correr de las décadas, y sobre todo en las últimas, sumiéndose en un letargo e inmovilidad pasmosa que da para un análisis del que la psicología se haría un festín. Pasan los años y cuando aparece alguien con la brújula en apariencia correcta surgen factores propios y exógenos que tiran al canasto la intención de poner a la ciudadanía en el barco que la deje finalmente en buen puerto. Por el contrario, da la sensación que siempre alguna tormenta nos está aguardando en el horizonte. Y así es como el nacer de una nueva frustración hace que los esfuerzos caigan en la posibilidad de una nueva decepción. Y con ello el esmero y la esperanza renovadas, puestas en el nuevo líder, sucumban una y otra vez. Desde la vulgaridad y el comportamiento de dirigentes de aparente discutida capacidad, actitud y aptitud, pasando por un pueblo con esa escasa competencia cívica, nos devuelve la certeza de haber elegido siempre al menos peor; antes que al mejor.
El despertar de cada día aporta la sorpresa. La presencia de los que gobiernan que parece encaminarse en la normalidad nos trae una nueva y desagradable impronta. Y desde el vocabulario poco ilustrado (la discursiva frente al atril), hasta el acto, con visos de intimidatorio, de un funcionario sin aparente cargo oficial (fotografiando la placa identificatoria de un periodista); o un Ministro, con reminiscencias morenistas (por el tema precios), nos vuelven el retrato de pasadas épocas donde el abandono del raciocinio parecía dominar la escena de los personajes más relevantes. Triste y deprimente. Porque tras de eso queda mancillado no sólo el perfil del pueblo que los eligió, sino la propia figura y su jerarquía de hombres públicos. Porque aquella vieja frase “de los políticos no esperemos nada” debe desterrarse. Porque a los argentinos, salvo aquellos que hacen de la obsecuencia y el fracaso una rutina grotesca, las encerronas de lo absurdo ya nos han traído suficientes disgustos. Porque no hay dobles varas. Dirigentes y ciudadanos están en la misma misión. Enaltecer sus roles es la tarea en común. Si no se entiende eso, nada bueno es posible esperar.
Dicho esto, un nuevo 1º de Mayo, junto a un largo, fastidioso e interminable fin de semana, nos devolvió la figura de una dirigencia sindical que desde lo vetusto de sus discursos hasta el arreamiento de miles de obreros (en plena jornada laboral), coronó una insólita convocatoria. Fuera de lugar. ¿Amañada? Porque al parecer el feriado eterno no era suficiente; ¿o bien el festejo en el propio Día del Trabajador (tan lejos de aquellos “Mártires de Chicago”) fracasaría por falta de adherentes? Tarea difícil, pensar como un cegetista. En tanto, esa vieja dirigencia, ya obsoleta; pero siempre como un tábano picando el lomo de la “nueva política” no perdió oportunidad para chicanear con su verba inflamada de derrotismo; olvidando redimirse de una vez por todas de antiguos pecados. Por esto y por lo expresado más arriba ¿“Estamos cerca”?, de arrancar con algo distinto. O nos faltará el combustible de la cordura para intentarlo.
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