Por Hernán Andrés Kruse.-

El 23 de abril se cumplieron 100 años de la partida del país del científico más relevante del siglo XX: Albert Einstein. Estuvo en Argentina un mes. Invitado por la Asociación Hebraica y por la UBA para dictar una serie de conferencias, fue objeto de innumerables homenajes. El genio arribó al puerto de Buenos Aires a bordo del Cap. Polonio el 25 de marzo, previas escalas en Río de Janeiro y Montevideo. En ese entonces era presidente el radical Marcelo Torcuato de Alvear, situado en las antípodas ideológicas de su predecesor, el también radical Hipólito Yrigoyen.

Luego de estudiar en Múnich, don Albert viajó a Suiza donde cursó, entre 1896 y 1900, en el Politécnico de Zúrich, donde obtuvo un doctorado en Ciencias Físicas. El destino quiso que no participara en la Primera Guerra Mundial debido a su decisión de nacionalizarse suizo, lo que le valió el encono y el odio de alemanes nacionalistas y de racistas. En 1921 recibió el Premio Nobel de Física por sus investigaciones sobre el efecto fotoeléctrico y sus contribuciones a la física.

En su estadía en Argentina se alojó en la mansión que Bruno Wassermann poseía en el barrio de Belgrano. Dictó ocho conferencias en francés en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; una en la Facultad de Filosofía y Letras y otra en la Sociedad Hebraica. El tema excluyente era, como no podía ser de otra manera, la teoría de la relatividad. Pronunció su primera conferencia en el aula Magna del Colegio Nacional de Buenos Aires. Hubo un hecho que lo sorprendió gratamente: la cantidad de jóvenes dispuestos a escucharlo. Los diarios se encargaron de publicar el contenido de sus conferencias y la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales lo nombró Académico Honorario.

Einstein dejó la Argentina el 23 de abril. Se dio el lujo de escribir columnas para el diario La Prensa. En la primera de ellas, analizó el concepto de lo que denominaba una “pan Europa”. En ese momento vislumbraba lo que se produciría ochenta años más tarde: la creación de la Comunidad Europea (fuente: Adrián Pignatelli, Infobae, 23/4/025).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Marco A. Martínez Negrete titulado “Albert Einstein: un retrato multifacético” (Revista Electrónica Sinéctica-Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente-Jalisco- México-2005). Además de poner de relieve el talento científico de Einstein, se preocupa por poner en evidencia el compromiso político del genio. En efecto, Einstein dedicó toda su vida a defender la libertad, la igualdad y la paz, valores que hacen a la esencia del liberalismo como filosofía de vida.

LOS ARTÍCULOS DE 1905

“El primer trabajo titulado “En torno a un enfoque heurístico sobre la emisión y transformación de la luz”, recibido por la revista alemana Annalen der Physik (AdP) el 18 de marzo, versa sobre la interacción energética entre la radiación electromagnética (como la luz visible, en el caso de cierto intervalo de frecuencias) y los cuerpos materiales, por ejemplo un metal. Conforme la suposición, que el mismo autor califica de “revolucionaria”, de que “la radiación electromagnética monocromática [el color se fija por la frecuencia] se comporta termodinámicamente como si consistiera de cuantos de energía mutuamente independientes de magnitud hv” (siendo h la constante de Planck y v la frecuencia de la radiación), Einstein logra explicar teóricamente los hechos experimentales referentes a la emisión de electrones de superficies metálicas por causa de la radiación. Éste es el llamado “efecto fotoeléctrico” observado varios años antes y medido por varios investigadores, sin que hasta entonces se le pudiera dar explicación.

A esta publicación se le conoce de forma inadecuada como “el artículo del efecto fotoeléctrico”, porque el término encubre precisamente lo más importante del trabajo: el hecho de que la radiación está compuesta de “paquetes” de energía, que se propagan e interactúan como corpúsculos con otros cuerpos. El carácter revolucionario de este trabajo de Einstein se explica en el contexto de la época, en que se creía que la luz era una onda y las interacciones mecánicas y electromagnéticas entre los cuerpos eran necesariamente continuas, sin saltos. Pero la idea del fotón y la explicación del efecto fotoeléctrico, cuestionan en forma radical las suposiciones de la física del continuo energético que se creían bien establecidas por la mecánica clásica de Newton y la teoría electromagnética de Maxwell.

Para Max Planck, por ejemplo, se trataba de una hipótesis “audaz”, a pesar de que él propusiera previamente en 1900 la también revolucionaria hipótesis (que consideró como una suposición meramente ad hoc) de quelos osciladores de las paredes de una cavidad (el famoso “cuerpo negro”) emitían y absorbían energía en forma discreta, cuantizada, porque sus niveles energéticos eran discretos, discontinuos, muy en contra de las teorías clásicas vigentes. Hay que mencionar dos puntos aquí: primero, el mismo Planck no dudaría más tarde en calificar a Einstein como un moderno Copérnico y, en cuanto a la naturaleza de la luz, décadas después éste le escribiría a su amigo de toda la vida, Michelangelo Besso: “Todos estos cincuenta años de consideraciones no me han acercado a la contestación de la pregunta, ¿Qué son los cuantos de luz?”.

Este trabajo abre el camino a las investigaciones que luego llevan a la formulación por otros (Schrödinger, Heisenberg, Dirac) de la mecánica cuántica al final de la década de los veinte, teoría que tanta importancia tiene en nuestra vida. Aunque se considera terminada la teoría en esos años, su interpretación física es aún motivo de acaloradas discusiones entre los físicos. Einstein trató de llegar a una formulación causal, al tratar de eliminar de ella el elemento probabilista, motivo por el cual se mantuvo de nuevo casi solo contra el mundo. De este tiempo son sus debates con Born, pero sobre todo con Bohr, ambos miembros de la llamada “interpretación de Copenhague” de la mecánica cuántica. Por esta contribución se le concedió a Einstein el premio Nobel de Física correspondiente al año de 1921. Dice la mención: “A Albert Einstein, por sus servicios a la física teórica y especialmente por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico”. Curiosamente, no hay referencia a las teorías de la relatividad especial y general.

El segundo trabajo, “Sobre el movimiento de pequeñas partículas suspendidas en un líquido estacionario requerido por la teoría cinéticomolecular del calor”, lo recibe la AdP el 11 de mayo. Se le conoce como “el artículo del movimiento browniano”. Como sucedió con el artículo anterior, esta denominación popular también es inadecuada, pues al parecer Einstein no estaba enterado de lo escrito sobre tal tipo de movimiento, el cual había sido reportado desde 1828. Tampoco se disponía de una explicación teórica de los datos de laboratorio. Einstein aplica argumentos estadísticos al movimiento de partículas pequeñas suspendidas en un líquido coloidal, suponiendo que se mueven en forma caótica como consecuencia de los impactos con las moléculas del coloide, que también se desplazan azarosamente. Así logra determinar, entre otras importantes cosas, el desplazamiento promedio de las partículas en relación con el tiempo y, aún más importante, el tamaño de las moléculas a través de su relación con el coeficiente de viscosidad y la temperatura (cantidades medibles), para calcular finalmente la cantidad de moléculas que hay en un gramo de sustancia. De esta forma consigue fundamentar la existencia de las moléculas y los átomos, es decir, la estructura discreta, discontinua, de la materia, cuestión que era motivo de intensos debates en la época. No todos los científicos creían en los átomos, entre ellos los famosos Mach y Ostwald (ganador éste del premio Nobel de química de 1909, al poco tiempo de convertirse al atomismo). Richard P. Feynman, premio Nobel de física de 1965 pone en perspectiva histórica la trascendencia de este trabajo de Einstein al sostener que la existencia de los átomos es la hipótesis más importante de la física moderna.

La tercera contribución llega a la AdP el 30 de junio, con el título “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento”. Se trata del “artículo sobre la relatividad especial”, título que, como en los casos anteriores, es inapropiado. La diferencia es que en este caso el propio Einstein habría estado en desacuerdo sobre la base de que aceptaba que el término “relatividad” no reflejaba con precisión el significado físico de su teoría, que debió ser llamada de otro modo. En su correspondencia parecía más feliz con el término Invariantentheorie (teoría de la invariancia) que con el término universalmente empleado (…)”.

EN OTROS ÁMBITOS

“Einstein fue un hombre comprometido con los asuntos humanos de su tiempo. Además de sus radicales y profundas contribuciones en la física, también escribió ampliamente sobre cuestiones filosóficas, políticas, económicas, sociales, educativas, etcétera. Ahí cuestionó las corrientes filosóficas, la concepción del Estado. Se involucró en una lucha constante en pro de la libertad y la dignidad del individuo y en contra de la persecución y la guerra. Sus puntos de vista sobre la ciencia y la sociedad aún reverberan en campos distantes de la física como en psicología, lingüística, arte, en la ética de la ciencia y la tecnología. Como una muestra de su influencia en otros campos se tiene el caso del conocido psicólogo Jean Piaget, quien en el primer párrafo de su libro publicado en 1946 señala que esa obra nació como sugerencia del propio Albert Einstein. Otros muchos científicos podrían acusar influencias semejantes, en otras ramas del saber.

Vivió dos guerras mundiales y murió en el transcurso de la tercera, la llamada “guerra fría” entre la urss y Estados Unidos. Él estaba convencido de que, de pelearse ésta con armamento nuclear, la civilización desaparecería. Por ello fue que, después de la física, dirigiera su atención de manera preponderante a la solución de dos problemas íntimamente relacionados: el desarme y la paz. En ambas cuestiones fue un activista comprometido, y a ellas aplicó la originalidad de su pensamiento y la devoción de su acción, ésta muy fortalecida por la gran fama y respeto adquiridos por el reconocimiento de su obra científica.

Ya en 1914 firmó su, quizás, primer manifiesto en contra de otro en que intelectuales alemanes justificaban la invasión de Bélgica y hermanaban la cultura alemana con el militarismo. Si bien solamente fue firmado por cuatro personas, ello da constancia de su incondicional adherencia a sus convicciones, aunque estuviera en franca minoría. Casi de inmediato, al principio de 1915, ingresa a un recién formado grupo en contra de la guerra, La Liga por una Nueva Patria, y empieza a hacer las primeras propuestas concretas en contra de la guerra y en favor de la paz, que nunca deja de formular hasta una semana antes de su muerte, cuando el 11 de abril de 1955 firma el documento conocido como el Manifiesto Russell–Einstein, promovido por aquél, en el que demandan de todas las naciones la renuncia a las armas nucleares. De esta proclama nace el movimiento internacional de científicos Pugwash, el cual durante décadas logra avances significativos, e influye en varios acuerdos y tratados entre los contendientes de la guerra fría, por ejemplo: el teléfono rojo entre Moscú y Washington, el tratado de limitación de pruebas nucleares y el inicio de negociaciones para un acuerdo de prohibición de defensas contra cohetes (por éstos y otros logros el Movimiento Pugwash obtuvo el premio Nobel de la paz en 1995)”.

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