Por Claudio Valdez.-

Una de las más incipientes enseñanzas de contabilidad explica: “Todo lo que el comerciante tiene más lo que le deben, menos lo que él debe; es el capital”. Ecuación fundamental para entender la situación patrimonial, ya se trate de micro o macroeconomía, que solo puede “no ajustar” debido a error o maliciosa registración. Los balances son el instrumento contable adecuado para establecerla (Activo – Pasivo = Patrimonio).

“Capital” en la ciencia económica es solo uno de los “factores de producción” de los restantes requeridos para producir riqueza. Es habitual que vulgarmente se asigne el nombre de capital al exclusivo “dinero” (contante y sonante) omitiendo que expresa también los diferentes derechos y obligaciones de propietarios y accionistas societarios. Valga de aclaración que todo “bien”, incluso los intangibles, siempre se expresan en dinero según su función de “unidad de cuenta” pero suelen resultar de difícil “convertibilidad o realización” en “dinero físico”.

Asimismo, la economía para producir requiere de emprendimientos personales, empresas y empresarios o entidades cooperativas en los socialismos reformistas, con la finalidad de llevar a cabo actividades primarias, industriales, comerciales, financieras, e incluso otro tipo de servicios, resultando imposible prescindir del concepto de capital o patrimonio. El denostado “capitalismo” evidencia apenas prejuicio ideológico: el capital puede ser de propiedad privada o estatal, pero nunca suprimido porque es uno de los factores de producción.

Negar esta realidad es pretender engañar y da oportunidad para estafar a la fe pública. Corruptos dirigentes discurseando con “relatos de prestidigitación” han logrado aprovecharse de “los derechos del capital, pero evadiendo las obligaciones contraídas para lograrlo” y sin poder evitar dejar rastros de “maliciosa registración” en la contabilidad pública. ¡Por supuesto comprobable mediante eficiente auditoría!

Los seguidores del fundamentalismo marxista, iniciado con “El Manifiesto Comunista” (1848) y desarrollado en la obra “El Capital” (1867) quisieron darle validez científica a su “utopía” reduccionista con pretensión de universalidad. Lograron después de siete décadas de frustración en la aplicación política, económica y social de “socialismo real” dejar en evidencia la inconsistencia de sus “supuestos”. Omitieron que las leyes sociales también resultan de “la relación necesaria de la naturaleza de las cosas” (según Montesquieu).

En economía una de las características de los bienes es la escasez; intentar socializarla es inevitablemente generar miseria. El capital, responsablemente invertido en bienes y servicios, es parte de la solución para el intrínseco problema económico. Asimismo, el capital pierde capacidad de satisfacer necesidades cuando no opera respetando las leyes económicas: su fracaso se convierte en déficit. ¡Y La Argentina sabe de eso!

El resto del mundo actual también sabe que la propuesta revolucionaria de “El Capital”, escrito por Carlos Marx, fue un fracaso. No en vano “el comunismo” mutó hacia estrategias “eurocomunistas” y actualmente prefiere ser identificado como “progresismo”. Lo cierto es que el progreso demanda satisfacer necesidades y esto no se logra sin producción ni capital.

Lamentablemente siempre que el capital aplicado es público, su administración es estatal y los gerentes solo funcionarios; por cierto, más voraces que los de la actividad privada que saben de los riesgos de “quiebra”. Para suerte de los dirigentes y funcionarios corruptos “el Estado no quiebra”. ¡Y los habitantes siguen financiando!

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