Por Paul Battistón.-
“Trump utiliza la política comercial como instrumento de geopolítica” Javier Milei.
Mientras la guerra tradicionalmente caliente aún muerde las fronteras de ciertas naciones a modo de ejercicio tardío del ajedrez del siglo XX, Trump se convierte en el iniciador declarado de un formato de confrontación con el que pretende conquistar salteando el indeseado formato caliente y aun apagar los focos encendidos costosos en dólares y vidas.
Todos vuelven mejor en lo suyo y Trump no fue la excepción sino la exacerbación de esa norma. Los EEUU de hace 8 años, ahogado en el wokismo cultivado en la sombra Obama, no estaba ni cerca de listo para entender a un Trump en el salón oval, más allá como el de una alternancia con un recambio que pronto debería ser subsanado, pero la semilla prendió lo suficiente para que los vaivenes en lugar de apaciguarse entraran en una resonancia suficiente para reponerlo, ya con la certeza de que el poder no debe ser desperdiciado cuando se lo posee.
Una América grande (MAGA) encierra ese improperio en el que América en tono de adjetivo es territorialmente impreciso. Lleva esa vieja costumbre de apropiación plena del nombre continental ¿por qué no el de un golfo?
Con una Europa concentrada en acelerar partículas pero frenar el desarrollo de inteligencia, su progreso queda atado al esfuerzo analógico. Mal agestados con Trump en su “primer tiempo” ahora serán puestos a practicar el gesto del temor.
Todo puede ser transaccionado, hasta las ideologías, y Trump parece querer la adecuada para América, aun en lo que era su patio trasero. El agotamiento de los modelos de fracaso socialista, aunque pudiera parecer una ventaja para Trump, también es una oportunidad para el bloque antagónico oriental que, con su salvataje, puede prolongar la agonía de los derrumbes económicos y apoderarse de los mismos. Las políticas para Venezuela parecerán contradictorias pero todas tendrán el mismo fin para Trump, comprar y poseer, redirigir costos y daños, y aun cuando desde la columna de un periódico pueda leerse como un apoyo al régimen cada una de ellas esconderá un jaque.
Canadá y México han sido costosos para EEUU y Trump, como hombre de negocios, tratará de obtener una corrección.
La libertad es costosa y la misma no se sostiene si el espacio geográfico que la promueve no la preserva aun con restricciones. Trump tiene todas las cuestiones complejas necesarias a enfrentar para convertirse en el malo de la película o, viéndolo de otra forma, en el protagonista de la mala nueva película que nos toca cursar, donde los libretos rompen el molde de lo acostumbrado.
Los acontecimientos inusuales que veremos lo serán simplemente porque estaremos observando reales batallas de esta nueva conflagración sin deflagraciones. ¿Taiwan es negociable? ¿Shanghai puede ser un lugar neutral? ¿Tik tok es un espacio territorial a conquistar? ¿El canal de Panamá, Groenlandia, el pasaje de Drake son geografías que deben ser demostradas como propias? ¿De quién es la Luna? Es todo esto un nuevo escenario inimaginable en el que Trump sólo es un elemento más arrastrado por la inercia.
Estamos al borde de ver el primer chino en la Luna, ese exacto lugar que Elon Musk necesita de trampolín a Marte. ¿Prometerá Trump el primer hombre en Marte antes del final de la década o será un plazo demasiado prolongado?
¿Quién ganará nuestra primera batalla cósmica contra Benu, China o Elon? ¿La corporación de un estado o la libertad de emprendimiento? ¿Cuánto nos cobraría Elon por salvarnos o que factura nos pasaría China por el mismo trabajo?
Tres frentes se le dibujan a Trump en su obligación de componer una América grande nuevamente. El escenario lo compromete con esta obligación, no hay ninguna posibilidad de que su oferta de gobierno sea menor (para lamento de los wokes). Tendrá que combatir las ideologías adversas del vecindario con estrategias económicas de ataque (le podrán decir imperialismo sin vergüenza). Tendrá otro frente donde deberá usar el arma de las políticas claras de demarcación de territorios, ni colonias danesas, ni francofonias, ni inversiones imperialistas orientales, ni mares congelados permeables son opciones a ser aceptadas. También deberá desarrollar una política de equilibrios frente a conflictos en marcha o terrenos recientemente resignados ante quienes siguen en el pasado de lo caliente. Guerras de ese tipo son un gran gasto fuera de contexto. Y el último y más importante de los frentes, el de la Libertad versus el Control (aunque el mismo pueda desdibujarse puertas adentro).
Trump acaba de montar una bisagra que inevitablemente lo esperaba, el giro de la misma proviene de desequilibrios inaceptables (Obama en Cuba a modo de ejemplo).
Todo será transable hasta un nuevo equilibrio, aunque también se corre el riesgo de que pequeños infiernos (acotados) puedan desmadrarse ante la inconveniencia de ambos lados.
La negativa a jugar en este nuevo tablero de algún partícipe menor siempre traerá el riesgo de encendidos anacrónicos. En este nuevo escenario sólo el tiempo dirá si el malo de la película conservará el título o para sorpresa resulta ser finalmente el bueno en su acierto de ver anticipadamente lo inevitable y tomar los riesgos necesarios para llegar con el título de grande.
China es quien ha tomado las decisiones acerca de la velocidad con que corre el siglo con los alcances y eficiencias de los desarrollos tecnológicos. ¿Cuál sería una política correcta ante esa situación, acaso la defensiva de tratar de detenerlos? Trump ha entendido que está obligado a superarlos, la velocidad ya está determinada. Europa cree que debe autoimponerse un freno como una ilusión de que contribuiría al frenado de algo que no se detendrá, mientras tanto siguen acelerando partículas al mismo ritmo que frenan las libertades de sus naturales frente a las de los innaturales llegados. Se puede ver un continente de apenas sobrevivientes tras un dique de auto colapso programado llamado Erdogan. No lo ven; tampoco vieron el peligroso desequilibrio que provocaron al auto desenergizarse para someterse a una innecesaria dependencia de un autócrata (Putin). La cuestión Erdogan no deja de representar un apuro a la resolución del conflicto de Ucrania (nada es seguro con esa Turquía cerca del calor).
Trump ha resaltado ya la importancia que tendrán los acuerdos bilaterales en esta guerra transaccional que transitamos y no deja de recordarnos las infantiles ideas de Perón respecto a determinar las cotizaciones de las monedas mediante acuerdos bilaterales en sus escritos previos a su caída, sólo que hay un par de grandes diferencias en esta analogía, Trump no mendiga acuerdos, simplemente está en la posición de poder capaz de darles valor, no está en caída sino en ascenso y va al hueso en la cuestión de empoderar al dólar eliminando los déficits.
Trump ha venido a transar, apagar, contener, retener, aniquilar en los superpuestos escenarios que le tocan y de los cuales pretende reducirlos a uno. Será el bueno, el malo y el feo al mismo tiempo. Está en su salsa.
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