Por Carlos Tórtora.-

El choque de Javier Milei con Domingo Cavallo se sumó a las presiones devaluatorias del FMI, el nerviosismo de los mercados y la creencia social de que el atraso cambiario es insostenible. La política recepta entonces la crisis cambiaria con su propio esquema. Claramente, se van esbozando dos grandes bandos. Los que creen que el gobierno podrá evitar la devaluación hasta las elecciones y los que piensan que lo más probable es que la situación se escape de control antes de octubre y haya entonces que devaluar y pagar el costo de un aumento importante de la inflación y también de la pobreza.

De más está decir que una devaluación en plena campaña electoral le produciría un daño irreversible a La Libertad Avanza. Y hasta podría sellar su derrota en los dos distritos que son la vidriera del país, o sea Buenos Aires y Capital. Jaqueada política y judicialmente, a Cristina Kirchner hay que señalarla como tal vez la mayor interesada en una devaluación, ya que un aumento súbito de la pobreza en el conurbano, traería más votos para Unión por la Patria.

Por su parte, las especulaciones sobre la devaluación envuelven el andar de la dirigencia del PRO. Muchos de los que siguen detrás de Mauricio Macri estarían pensando que el partido amarillo podría sobrevivir si enfrenta a LLA en la Capital y no acuerda una alianza en provincia. Pero que, si Milei hace agua en la economía, toda la dirigencia del PRO que se pase a LLA no tendría retorno.

Tierra arrasada

Milei está tratando de subir a su barco a cuanto dirigente radical, peronista o del PRO que ande suelto. La estrategia libertaria consistiría en que, si la economía se cae, casi nadie quede exento de ser responsable político. La ratificación de José Luis Espert como cabeza de la lista de diputados nacionales por Buenos Aires opera también en este sentido. Espert es un vocero del modelo económico oficial.

Otra señal de que el presidente jugaría al todo o nada es la versión de que Federico Sturzenegger podría ser en cualquier momento jefe de gabinete.

Lo que parece indudable es que el oficialismo está empezando a perder la batalla de la opinión pública. Son varias las encuestas que muestran la creciente tendencia a creer que la devaluación es inevitable.

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