Por Alberto Medina Méndez.-
Desde hace algún tiempo se ha instalado una perversa idea que parece muy simpática y cuenta con muchos adeptos, pero que oculta profundos riesgos. La llegada de algunos personajes a la política, que no provienen de ella y que han intentado diferenciarse, es la marca registrada de este tiempo.
Ellos pretenden mostrar que existe una nueva forma de hacer las cosas y sostienen que los gobiernos deben simplemente emular a las empresas. Este recurrente planteo convoca a un desafiante debate de fondo.
Es probable, que el desparpajo de muchos dirigentes políticos en el pasado, quienes a la hora de tomar decisiones apelaron solo a su intuición, haya generado esta huella, creando el campo propicio para el aterrizaje masivo de una casta de profesionales enrolados en esta moderna tecnocracia.
Esta suerte de «gobierno de los técnicos» intenta anteponer sus métodos científicos por delante de la política. Creen, firmemente, en la neutralidad de los criterios técnicos y afirman que todo se puede hacer sin orientación ideológica alguna, apostando a la contundencia de una supuesta evidencia.
Colocar en un plano de igualdad al gobierno con las empresas constituye un grosero error conceptual. Una empresa tiene accionistas, que invierten voluntariamente su propio dinero con el objeto de maximizar ganancias, crear valor e incrementar sus beneficios, utilizando el estímulo del lucro.
Un gobierno tiene un rol bien diferente. Fue creado para garantizar el pleno ejercicio de derechos fundamentales para los miembros de una comunidad. Se nutre exclusivamente de recursos que extrae de la gente coercitivamente y no existe en su esencia ni la rentabilidad, ni la búsqueda de dividendos. Jamás podría funcionar como una empresa, porque no lo es.
A no equivocarse. La tecnología es siempre bienvenida, pero se debe entender que solo es una herramienta y no una meta en sí misma. Es saludable ofrecer excelentes resultados. Lo peligroso es creer que gobernar solo conlleva hacer una buena gestión, administrar con eficiencia los recursos o disponer de conocimientos especiales en abundancia.
La política es algo mucho más trascendente, que está distante de esas incompletas concepciones que los tecnócratas traen consigo. La tarea de gobernar implica proyectar una visión integradora que abarca la filosofía, la economía y la política. Los técnicos solo deben adaptarse a ella e intentar implementar esas decisiones estratégicas de un modo inteligente.
Es innegable que son tiempos de profesionalización de la política. Pero no se debe confundir una cosa con la otra. Los que conocen el ruedo, los que dominan una materia, los que se han formado en los diferentes campos, deben ser parte, protagonizando esos procesos. Pero la conducción general del gobierno no puede quedar en manos de esos «gerentes». Ellos pueden aportar una mirada específica, única, muy útil, pero siempre parcial. Están para integrarse a los equipos de trabajo y administrar lo que les toca.
Cierta tentación contemporánea ha llevado a exacerbar esta tendencia. Convocar a los mejores técnicos no hará que todo funcione de maravillas, porque las cuestiones humanas son mucho más complejas y asegurar derechos esenciales no es territorio exclusivo de los especialistas en ciencias duras.
Existen, en la historia reciente, muchas experiencias parecidas con gobiernos regidos por la dinámica de los números, pero que no han logrado avances concretos en la calidad de vida, que sean tangibles para los ciudadanos. Las cifras ayudan a evaluar la marcha de los acontecimientos, contribuyen de un modo decidido como parámetros, aportan referencias vitales, pero jamás logran ser el alma de una gestión de gobierno.
El rumbo lo determina siempre la impronta ideológica de quienes han sido elegidos para encaminar la coyuntura. De eso depende, en buena medida, el éxito o el fracaso de esa etapa. Los aspectos técnicos siempre inciden y contribuyen mucho, pero lo hacen respecto de las definiciones políticas previas. Es imperioso, entonces, eludir la creencia de que los técnicos pueden gobernar y desterrar esta simplificación que sostiene que poblar el Estado con este tipo de perfiles es sinónimo de magníficos resultados.
Se trata de lograr un sano equilibrio. La política sin técnicos no marchará adecuadamente, porque las mejores ideas necesitan ser instrumentadas de un modo eficaz. Un gobierno repleto de técnicos, pero sin norte, sin las sutilezas de la política, sin el talento de esos liderazgos que permiten convertir lo imposible en factible, tampoco puede lograr nada bueno.
Las reacciones espasmódicas nunca ayudan. La sensatez y la racionalidad no deben perderse nunca, y mucho menos a la hora de ocuparse de los asuntos públicos. Ya se sabe que cuando llegan al poder los demagogos, intuitivos e improvisados nada termina bien, pero se debe evitar caer en la trampa de pensar que los expertos son una alternativa válida para obtener todas las soluciones anheladas.
Si la dirección elegida, si la ruta seleccionada, no es la correcta ningún avezado profesional, ni la suma de muchos de ellos logrará llegar a buen puerto y nada resultará cómo algunos ingenuos esperan. Lamentablemente, todo hace pensar que los errores están asomando a la puerta, porque otra vez, la tecnocracia se puso de moda.
15/02/2016 a las 12:58 PM
Evidentemente ver el estado como una empresa es una interpretación cuanto meno discutible; la salud de un ciudadano no se la puede ni debe ser vista con un enfoque mercantilista y la atención a los desposeídos no se le puede negar porque es un pasivo que no se recupera. Pero ello es tan detestable e inapropiado este enfoque, como sostener que solo un político de raza o de profesión puede gestionar la vida de un estado, en cualquiera de sus funciones. No importa de que sector de actividad proviene un político electo o un funcionario, pero sin duda es determinante su moral, decencia y vocación de brindar un servicio a los ciudadanos. La historia reciente nos enseña las dos cosas: la importancia de una gestión correcta y la presencia, sine qua non, de valores morales y éticos fuera de toda sospecha
15/02/2016 a las 1:07 PM
Son incompatibles, para dirigir a una empresa no se puede mentir y se debe atenerse a los costos de lo que se hace… en la politica se miente constantemente y no importan los costos… Por eso una empresa se agranda y un pais se achica….
15/02/2016 a las 8:52 PM
De otro jubilado: Su apreciación es más que correcta. Discrepo en parte con el articulista, pues para muestra basta y sobra un botón: La señora K hizo una carrera política desde sus años jóvenes, vivió a costilla del Estado en varios de sus niveles y ya ven lo que hizo con el país, rodeándose -además- de técnicos de poca monta o montados en bolsones de dineros mal habidos.
15/02/2016 a las 1:38 PM
En todo caso sería deseable encontrar un mediano equilibrio entre la «tecnocracia» y la «cleptocracia». De ésta última tuvimos mucho en los ultimos años. y está claro que puede ser tanto o más nociva que la primera. Pero, claro, la Argentina es así. Un país aparentemente eternamente adolescente, que nunca encuentra el equilibrio de la madurez.
15/02/2016 a las 8:53 PM
Coincido con su apreciación.
15/02/2016 a las 1:38 PM
Los Tecnócratas son profesionales funcionarios especializados en la aplicación de la Econometría.
Esto es la introducción exagerada del CALCULO MATEMATICO, para tratar de obtener resultados. Emplean ahí el CALCULO MATRICIAL, consistente en el despeje de ecuaciones de múltiples variables. El problema es que dichas variables mutan permanentemente y, en general, se requeriría que algunas no lo hagan tan rápido ni conjuntamente con otras, con lo cual se les cae el esquema y se distorsionan los pretendidos resultados.
Sucede que la ECONOMIA es eminentemente DINAMICA y consiste en la DESCRIPCION DEL ACCIONAR HUMANO, que se basa en pocas leyes descubiertas y descriptas por los Hombres estudiosos de dicha materia. Es, por lo tanto, una CIENCIA MORAL, HUMANA, que POCO TIENE que ver con las CIENCIAS EXACTAS, tales como la Matemáticas. Adam Smith era un FILOSOFO que entendía de moral y razonaba como el común de los hombres, nada más que un poco más observador.
Matemáticamente se puede determinar que un obrero levanta una pared en un día; por lo tanto, dos obreros lo harían en medio día; y cinco obreros conseguirían hacerlo en un quinto de día. Lamentablemente, tantos obreros juntos con seguridad jamás lograrían levantar ninguna pared. Porque se entorpecerían mutuamente y todo el tiempo. Es la Ley de los Rendimientos Marginales Decrecientes la que actuó en este ejemplo.
15/02/2016 a las 8:56 PM
Es decir que la sobre-población instituida por la familia K dentro del estado Nacional, no fue correcta ni iba encaminada a una mayor eficiencia sino a cautivar votos propios y a poner bombas antipersonales por si perdían. Así les fue.