Por Hernán Andrés Kruse.-

LA CRÍTICA AL ANTIGUO LIBERALISMO Y LA PROPUESTA DE SOCIALIZACIÓN CULTURAL EN SUS PROPUESTAS INICIALES

“Para Ortega, en sus primeros escritos políticos, liberalismo cultural significa socialismo. Se entremezclan en esta primera propuesta y se convertirá en una constante, la concepción estrictamente política, al entender el socialismo como una superación de las libertades que propone el liberalismo y, a la vez, por otro lado pero de un modo fundamental y primigenio, una dimensión sociológica que interpreta el socialismo como un instrumento de socialización o educación social. Sin embargo la defensa explícita de un liberalismo socialista va unida a una fuerte crítica a cuatro rasgos fundamentales del socialismo marxista: el materialismo, el internacionalismo, la lucha de clases y el obrerismo y falta de intelectualidad del socialismo español. Ortega toma posición como filósofo liberal aunque para él, el liberalismo es algo más que un ideario político de partido, es una exigencia moral. Su liberalismo procede de la concepción misma de la vida y en ese sentido es un verdadero humanismo, o como afirma Cerezo, «en cuanto ontología de la libertad no pudo menos que ser siempre con un matiz u otro, liberalismo».

Este liberalismo como imperativo de moralidad, se presenta, sin embargo, contrario al liberalismo del XIX en distintos frentes que tienen por núcleo su oposición al individualismo atomizante que concibe al sujeto aislado y que sitúa la voluntad y los intereses individuales como un absoluto, un subjetivismo disgregador y particularista. Como consecuencia, critica el liberalismo contractualista que entiende los derechos individuales derivados de un pacto, esto es, derivado de la voluntad subjetiva y la decisión de los hombres. Y se opone también al utilitarismo porque éste, según nuestro autor, planteaba el liberalismo dentro de la concepción que denomina vida como acomodación que supedita todo el pensamiento a la utilidad, es decir a buscar buenos medios pero olvida los fines. Ortega contrapone a la interpretación utilitaria de la vida, la vida creadora, vital por la excelencia, espontánea y desinteresada.

Por otra parte, pero en esta misma línea, el antiguo liberalismo, pendiente de buscar seguridades, no había sabido incorporar las reivindicaciones y exigencias que imponían los nuevos movimientos sociales: un liberalismo estático. Para Ortega a medida que varía la sensibilidad colectiva el liberalismo debe hacer frente a nuevas concreciones de los valores e ideales morales, siempre abierto a renovación. Por eso mientras en los siglos anteriores debía proclamar y extender los derechos políticos, las nuevas exigencias consisten en los derechos sociales. Como consecuencia de estas críticas de calado filosófico su juicio del liberalismo del Partido Liberal es que éste se ha quedado estancado en la oficialidad y subordinado a las corrupciones de la Restauración. Al quedar institucionalizada la dimensión crítica, se va aplanando en el disfrute del poder. Por eso concluye que el viejo liberalismo del «partido liberal no es liberal».

El nuevo liberalismo es antes un deber que una comodidad, siempre en vanguardia, «fronterizos de revolución», un esfuerzo continuo para aumentar la libertad, humanizar la vida entendida como un ansia de superación y proyección imaginativa. El liberalismo debía ir unido a la proclamación de nuevos derechos y el nuevo derecho es el socialismo, «luego no es posible hoy otro liberalismo que el liberalismo socialista». Quede claro que la opción por el socialismo no es contraria para Ortega con el liberalismo, porque el liberalismo es un impulso de exigencia moral y en este sentido el socialismo es, para Ortega, más que un proyecto económico, un ideal moral de virtud y de justicia. El socialismo se traduce en la propuesta fundamental de la organización de la sociedad desde el principio del trabajo. La sociedad ha de ser una comunidad de intereses racionales compartidos gracias al trabajo. Es decir, si la sociedad es cooperación, para Ortega los miembros deben ser considerados antes que cualquier otra cosa, trabajadores. Y añade «Socializar al hombre es hacer de él un trabajador en la magnífica tarea humana, en la cultura, donde cultura abarca todo, desde cavar la tierra hasta componer versos».

Un proyecto que imagina en 1910 que incluye cultura, derechos sociales, y comunidad compartida de un pueblo de trabajadores, y que en líneas generales permanece muy semejante hasta los tiempos de la República de los años treinta. Pero a la vez, como decimos, esta concepción del socialismo se sustenta en una concepción social. El impacto que la estancia en Marburgo, especialmente por la influencia de Natorp, tuvo en el joven Ortega dejará, junto con cierto idealismo neokantiano, la concepción de «un sistema moral del que era un rasgo fundamental la educación». Silver ha destacado en este sentido la influencia que debió causar en Ortega el hecho de que las ideas sobre la reforma pedagógica de Natorp fueran una importante contribución al marxismo neokantiano de Marburgo.

Para Natorp el ideal ético solo podía realizarse dentro de la comunidad y el Estado. De manera que esta concepción social suponía un fundamento para la pedagogía social, y el mismo origen de su crítica al individualismo y al subjetivismo. Por esta razón afirmará Ortega «El individuo aislado no puede ser hombre, el individuo humano, separado de la sociedad, no existe, es una abstracción». El individuo se entiende siempre en cuanto que contribuye a la realidad social y es condicionado por ésta. Para él, el verdadero liberalismo no es individualista en el sentido de suponer en el individuo la primacía y la decisión sobre el Estado. No hay individuo fuera de la sociedad, pues el hombre encuentra su realización como miembro de una sociedad, de ahí que sea una obligación moral inapelable encaminar a los hombres a la altura de la humanidad, manteniendo así el imperativo kantiano de la dignidad de los hombres como un fin absoluto. «Para mi socialismo y humanidad son dos voces sinónimas».

El socialismo suponía la idea de una comunidad en la que el respeto a la libre personalidad y al desarrollo de cada hombre permitiera el desarrollo de todos. «Si todo individuo social ha de ser trabajador en nuestra cultura, todo trabajador tiene derecho a que se le dote de la conciencia cultural». En consecuencia Ortega describe el socialismo como instrumento lento y concienzudo de promoción de la cultura, capaz de transformar el carácter español. El socialismo debe pues entenderse en el marco de su concepción política como educación, la Gran Política. La educación social, entendida como ciencia para la transformación de las sociedades, sustituye a la política clásica, a la vez que los movimientos políticos son representaciones científicas que han sustituido a las religiones.

En estos momentos coincide con la concepción que del socialismo tenían Unamuno y Maeztu, para quienes se trataba de un movimiento cultural. No es un partido de dogmas, sino de tendencias y por tanto representa la posibilidad de realizar la gran renovación cultural de España. Fox ha destacado cómo parece que Maeztu y Ortega se influyeron mutuamente. Maeztu estaba familiarizado con el movimiento socialista fabiano inglés que defendía un socialismo democrático independiente del marxismo, tomando como estrategia la influencia de una minoría intelectual transformadora inmersa en las instituciones e independiente de los partidos. Tuvo de hecho gran influencia en el programa del Partido Reformista fundado por Melquiades Álvarez y Gumersindo Azcárate y más tarde en la Liga de Educación Política.

Para Ortega la sociedad capitalista ha hecho imposible la existencia de hombres verdaderamente superiores porque ha provocado un individualismo de personas sólo preocupadas por su bienestar. El capitalismo ha hecho que dominen, según piensa, no las tendencias culturales de las mejores ideas y del valor de las personas, sino el poder material anónimo, cuantitativo que es el dinero. Las personas quedan de este modo mercantilizadas: el proletariado reducido a mercancía, a fuerza de trabajo; y a la vez, el capitalista reducido a mero soporte del capital, «siervo del dinero». Por eso es necesario el socialismo. El capitalismo ha mercantilizado al hombre y el socialismo lo humanizará. Y es que para Ortega, es indispensable una condición previa que transforme las instituciones para que todos los hombres puedan ser cultos: hacer más justa la economía social. Este es, según defiende Ortega, el sentido del socialismo iniciado por Saint-Simon que da un contenido inagotable a la idea de democracia.

Para que la cultura pueda cumplir su función socializadora es necesaria la socialización política de los medios de producción. «El estado moral de España obliga al socialismo –no al que hay, sino al futuro– a erigirse en defensor de la cultura […] El socialismo es un método para el gradual mejoramiento de las condiciones del trabajo humano, tendente a ponerle al hombre en condiciones de ahondar más y más en la cultura». En esta línea considera al Partido Socialista un mecanismo para la regeneración cultural que necesita España. Pero advierte que lo importante no será la lucha de clases ni la nivelación económica a través de los medios de producción, sino que estos elementos del socialismo son únicamente instrumentos al servicio de la socialización cultural de la ciencia y la virtud. «Cultura es el cultivo del entendimiento humano en cada hombre, de su moralidad, de sus sentimientos». Por eso afirmará «Soy socialista por amor a la aristocracia» […] «Aristocracia quiere decir aquí estado social donde influyen decisivamente los mejores». No se trata de que gobiernen los mejores sino de que las opiniones más acertadas, más bellas, más nobles, más justas, adquieran el predominio que les corresponde en los corazones de los hombres. Para esto es necesario que haya tales opiniones. Y para que las haya tendrán que haber hombres preparados y sensibles que las creen y que estén dispuestos a acogerlas. «La humanidad no puede vivir sin aristócratas, sin fuertes hombres óptimos. Si pudiera vivir sin ellos el socialismo carecería de sentido».

La dificultad filosófica con la que Ortega se enfrenta en estos momentos de juventud es, como explica F. Salmerón, la de relacionar dos profundos frentes de influencia aparentemente incompatibles, pero que en él se unen: por un lado las ideas socialistas y por otro, la moral aristocrática proveniente de Nietzsche. Para Nietzsche la humanidad no cuenta, la igualdad no es real, lo importante es la lucha personal por la autodefinición. Para los socialistas, sin embargo, el esfuerzo moral es un esfuerzo de nivelación social encaminado a la igualdad como instrumento de una verdadera libertad. El individualismo de Nietzsche sería pues, opuesto al liberalismo, el socialismo es para él nihilismo. Y sin embargo es ésta precisamente la síntesis que desarrolla Ortega al concebir el socialismo como instrumento al servicio de la elevación de los hombres, elevación del nivel histórico que es el resultado de la influencia de los valores superiores sobre el pueblo y no la imposición de los valores de la mediocridad. «…cierto que el individuo no es un algo aislado, pero de aquí no se sigue que haya de ser la muchedumbre norma de valores».

En 1906 escribe en una carta refiriéndose a su vinculación a las ideas socialistas. «Esto soy no por razones que suelen llevar al pensamiento al socialismo sino porque creo que sólo en él serán posibles de un lado las libertades íntimas, de otro las virtudes viriles». En este sentido la reforma socialista que propone Ortega se debe interpretar no como una reforma colectivista, sino esencialmente personalista. La sociedad necesita ser reconstruida, pero debe serlo para que todos los hombres lleguen a ser más cultos, más autónomos o lo que es lo mismo, más hombres. Las conquistas económicas que reivindica el socialismo van dirigidas, para Ortega, a la conquista de un derecho que es la cultura integral humana. Para que la cultura pueda cumplir su función socializadora es indispensable hacer más justa la economía social. Sin embargo, progresivamente va haciendo explícita su crítica con respecto al Partido Socialista, precisamente porque concibe el socialismo como un ideal moral al servicio de un ideal superior.

Comienza explicando que el socialismo es una realidad tan profunda que contiene en sí varios pisos o estratos y sería empequeñecerlo creer que todo él se reduce a uno solo de ellos. El primero es el Partido socialista mismo, que es el de la superficie, la táctica más concreta que se ve y al que vincular las emociones en función de un ideal. El segundo lo representa el socialismo como proyecto ideal de reforma humana, como idea política. De esta manera el partido Socialista es el instrumento del socialismo pero no abarca por completo el ideal. El Partido supone una convención ciertamente deformada y reducida del socialismo, que es una idea de incalculable riqueza considerada en su integridad. Pero aún existe un tercer nivel por el que el socialismo, a su vez, no es más que un medio, una táctica que sigue la historia encaminada a la perfección moral de la humanidad, para su mejora integral. Por tanto el socialismo lo entiende como un instrumento útil, pero como todo instrumento, es sólo momentáneo y no se puede terminar en él, sino que hay que superarlo. No debemos olvidar que Ortega destaca entre los rasgos del siglo xix el afán por construir una cultura de medios de forma que se ha olvidado la reflexión por las cuestiones últimas. Lo decisivo para Ortega es la reforma del hombre. Una reforma moral. «No hay más que un progreso, el progreso en libertad». Y por ello entiende educar al pueblo, sustituir el instinto por la voluntad racional, «anticipar ideales», preocuparse de «lo universalmente justo», despertar «emociones universales y cosmopolitas».

Junto a esta apreciación sobre el lugar que ocupa el ideal moral, las críticas se centran en tres elementos característicos del marxismo: el materialismo, la lucha de clases y el internacionalismo. Con respecto al materialismo marxista, Ortega no comparte que el socialismo se empeñe en un objetivo centrado en la dimensión económica. Lo económico es siempre un medio para sustentar la vida, pero la vida no se reduce a lo económico. A Marx le interesó dejar claro que todo lo demás que compone la historia social humana: religión, política y moral, son siempre dependientes de la realidad económica y como tales hay que interpretarlas. Para Ortega éste es el fundamento de su error. «La vida social no es sólo economía: la economía en cada instante está sometida a una serie de leyes, al derecho. Y el derecho es la organización». Es decir, la economía y el mundo Industrial son resultado del poder espiritual. La economía está sometida a las ideas y no al revés como defiende Marx, como si las ideas surgidas de la conciencia de los hombres fueran el resultado de los modos de producción.

Para superar la unilateralidad del materialismo histórico, Ortega definiría al hombre, tal como interpreta Pellicani, como un animal ideológico-tecnológico, de forma que consideraría el substrato ideológico y el aparato económico como dos variables interdependientes que articulan la respuesta del hombre ante su circunstancia, convirtiéndose a la vez, al objetivarse, ellas mismas en circunstancia. Lo primero no es la idea, tampoco la materia, lo primero es la vida como quehacer. A la altura de Meditaciones del Quijote en 1914, Ortega ya es consciente de su proyecto de superar tanto el materialismo como el idealismo. Desde la comprensión de la razón vital como única y radical realidad, se supera la confrontación con el materialismo que aquí se discute. Para Ortega, la vida y la confrontación con el medio que ésta implica, no puede entenderse nunca independientemente de los hombres que luchan con sus circunstancias y de sus ideas, su interpretación y su fantasía como orientación de la acción. Asumir la tesis de Marx sería, para Ortega, renunciar al fundamento metafísico en beneficio de un determinismo en el que el espíritu es mero reflejo de las relaciones objetivas, y por tanto, de una dimensión parcial de la circunstancia, a la vez que rompe con la condición de individualidad de la conciencia. El marxismo no puede ser asumido por Ortega por coherencia con sus postulados filosóficos, siempre anteriores a los políticos, y no al revés.

Dos razones más argumenta Ortega contra el marxismo como consecuencia del giro estético y nacionalizador. La primera tiene que ver con el internacionalismo. El comunismo como estrategia común a todas las naciones no tiene en cuenta las diferencias y particularidades de cada país. El internacionalismo es evidentemente una tendencia a la síntesis universalista. Pero esa tendencia no puede suponer abstraerse de las preocupaciones nacionales o intentar aplicar programas; alcanzar pretensiones o esgrimir tácticas, que no tengan en cuenta la realidad, es idealismo vacío. El peligro viene del imperio de una «razón» pura, universalista que ha olvidado la vida y quiere aplastarla. Una vez más, el peligro consiste en que el utopismo haga desvincularse de la circunstancia real. No se puede excluir lo nacional. Parece que a partir de 1914 la crítica se hace mayor a medida que desconfía de los ideales irrealizables. No se trata de renunciar a los ideales, sino que su definición debe ser menos retórica y hacerse más productiva atendiendo a lo real. «Esta sería la nacionalización del socialismo: quiero decir, el socialismo concreto frente a un socialismo abstracto….».

Y por último, Ortega rechaza el principio de la lucha de clases porque es contrario a la necesidad de vertebración nacional, principio que se hace explícito en España Invertebrada, pero que aparece antes en su pensamiento. El socialismo tiene para Ortega una función organizadora, interclasista, un ideal moral capaz de armonizar contrarios que resultaba contradictoria con la concepción hostil de la lucha de clases: «el socialismo es el constructor de la gran paz sobre la tierra». El objetivo del socialismo es precisamente la integración de los hombres por el trabajo y la justicia, un sistema que permitiría vertebrar la nación en un proyecto de ilusiones compartido.

Finalmente Ortega, como Maeztu, entendía que el socialismo era una tarea cultural dependiente de los intelectuales. Se lamenta, sin embargo, de que en España el socialismo hubiera calado inicialmente en la mente de los obreros, cuando en otros países como Inglaterra o Alemania el socialismo comenzó a crecer en las universidades y en los libros científicos. Parece como si en España el socialismo tuviera que ser exclusivo de los obreros y sin embargo necesita de intelectualidad para no convertirse en un movimiento inarticulado, mera protesta sin rumbo. El problema es que el socialismo se ha convertido en un socialismo de clase, es decir que ha renunciado a ser intelecto y ha reducido su interpretación histórica, de una manera exclusivista, al socialismo. O como lo podría haber explicado un poco más adelante: “se ha hecho particularismo de clase. Dejando a un lado sus utópicos ademanes y la rigidez de sus dogmas, que la corriente revisionista del partido obrero en otros países condena, no dudaríamos en afirmar todas sus afirmaciones prácticas “.

(*) Ángel Peris Suay (Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia): “El socialismo en el pensamiento político de Ortega y Gasset” (Contrastes. Revista Internacional de filosofía. Departamento de Filosofía-Facultad de Filosofía y Letras-Universidad de Málaga-2014).

Share