Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 23/9 Clarín publicó un artículo de Daniel Santoro titulado “La tensa relación de Javier Milei con la prensa: ya registra más de 20 denuncias de ataques a periodistas”. El libertario fue elegido diputado nacional por La Libertad Avanza en 2021. A partir de entonces se trenzó en reiteradas oportunidades con periodistas y medios de comunicación, lo que motivó a la Academia Nacional de Periodismo, a ADEPA y a FOPEA, a manifestar públicamente su preocupación por la relación que Milei tendría con la prensa en caso de llegar a la Casa Rosada.

La periodista y candidata a diputada nacional por La Libertad Avanza, Marcela Pagano, reconoció que el malestar de Milei con la prensa se debe a la decisión de los medios de decir barbaridades sobre su relación con su hermana, sus progenitores y sus perros. En marzo pasado la periodista de TN Jésica Bossi le preguntó sobre la postura de Ricardo Bussi, en ese momento candidato a gobernador de Tucumán, a favor de la libre portación de armas. Visiblemente molesto el libertario la acusó de defender a los delincuentes y de enarbolar la bandera abolicionista de Raúl Zaffaroni. Al rato fue repudiado por FOPEA. Pagano afirmó que Milei no pretendió agredir a Bossi sino embestir contra la filosofía penal de Zaffaroni. El libertario, continuó Pagano, cree que una parte del periodismo contribuyó sobremanera a la instalación pública de la cultura que valora más los derechos de los victimarios que los de las víctimas.

En mayo de este año La Gaceta de Tucumán intentó entrevistar a Milei. Éste aceptó sólo si no le hacían preguntas sobre la venta de órganos o la libre portación de armas. La negativa del diario fue contundente y FOPEA rechazó los condicionamientos que el libertario trató de imponer. En julio Milei embistió contra periodistas de La Nación que habían denunciado una supuesta venta de candidaturas, acusándolos de recibir sobornos para esmerilar su candidatura. Cansado de las críticas de ADEPA hacia su persona, el libertario utilizó su cuenta de Twitter para manifestar que “ADEPA es una vergüenza y lo que ha hecho el periodismo en esta campaña también. Difunden porquerías sin pruebas, justamente para que no se discutan propuestas. Cualquier cosa vale en búsqueda de rating o proteger amigos”. El 13 de agosto a la noche, luego de confirmada la victoria de La Libertad Avanza, Milei y sus militantes utilizaron términos calumniosos contra periodistas. La Academia Nacional de Periodismo manifestó “su profunda preocupación por las recientes e insultantes referencias” del libertario. “En otros casos, los seguidores de Milei corearon, delante del candidato, estribillos injuriosos contra periodistas con nombres y apellidos y con acusaciones probadamente falsas”. Horas más tarde, Milei contraatacó: “hay un periodista que a mí, verdaderamente, me sorprendió su nivel de violencia. Con muy lindas formas, pero muy agresivo para con los votantes de Libertad Avanza a quienes trató de ignorantes, de brutos, de emocionales, como algo irracional. Eso ocurre recurrentemente, fue Morales Solá”. El 3 de septiembre Laura Serra, periodista de La Nación, le pidió al libertario ampliar conceptos de un discurso que dio en la Cámara de Diputados. El legislador le exigió que tomara textual sus palabras vertidas en el recinto y le espetó: “Y no las falsees, como hacen siempre en La Nación”. Días pasados Diego Sehinkman, conductor de TN, reveló que el libertario no tenía intención de participar en su programa porque no estaba de acuerdo con los invitados que compartirían con él la entrevista. Se trató, en su opinión, de “una emboscada”. Finalmente, el viernes 22 de septiembre Milei le dijo al periodista Facundo Pastor en los pasillos de América TV que si llegaba a la Rosada él (por Pastor) no trabajaría nunca más de periodista.

Nadie duda de la existencia de periodistas ensobrados, de periodistas que no son tales sino operadores políticos. Nadie duda de que no existe libertad de prensa sino libertad de empresa. Los periodistas, incluso los más encumbrados, son empleados de los dueños de los medios de comunicación donde ejercen sus tareas. Todo político con ambiciones sabe perfectamente cómo se manejan los medios de comunicación. Conoce a la perfección cuáles son las reglas de juego. Javier Milei sabe que se mueve en un terreno hostil, en un ambiente que jamás imaginó que debería considerarlo un serio candidato a la presidencia. Sabe que ese ambiente no desea que llegue a la Rosada porque lo considera un advenedizo, un intruso. Sabe que, por ese motivo, los periodistas de los grandes medios de comunicación no harán más que provocarlo, que sacarlo de las casillas, para esmerilar su candidatura. Lamentablemente, Milei está reaccionado como ellos quieren. Está cayendo en la trampa tendida por los grandes medios de comunicación. Es intención de esos medios presentarlo como un intolerante, un energúmeno, un “loquito de verano”. Hasta ahora, lo están consiguiendo. Milei debería recordar que profesa una filosofía política, económica y social que hace un culto de la tolerancia. En efecto, la tolerancia es una de las banderas liminares del liberalismo. Con semejantes ataques a los medios de comunicación y a algunos periodistas Milei se muestra como un intolerante, un autoritario. Y la intolerancia y el autoritarismo son la antítesis del liberalismo.

A continuación paso a transcribir partes de un ensayo de José Luis Tejeda González (Universidad Autónoma Metropolitana, México) titulado “La política de la tolerancia”.

ACERCA DE LA TOLERANCIA

“La tolerancia consiste en “soportar” lo que no es como nosotros. En donde no existe la tolerancia, sobrevienen la guerra y el conflicto permanente. Aquello que es diferente, extraño o exótico puede alterar y molestar mi ser y mi identidad. La respuesta instintiva y primitiva nos lleva a la violencia contra los otros. Si no queremos entrar en guerra y en enfrentamiento con lo que no forma parte de nuestro ser, tenemos que soportarlo y aguantarlo como lo que es, en su condición de otredad. ¿Es la tolerancia una muestra de debilidad o de poder? Depende del punto de vista. En cuanto a la atalaya de la verdad absoluta, tolerar lo que consideramos erróneo e incorrecto puede resultar una debilidad de carácter y una concesión innecesaria. De ahí que se imponga la política del exterminio y de la aniquilación del adversario. Quien asume un punto de vista más relativo y contextual puede llegar a valorar como positiva la diversidad. La aceptación entusiasta de la tolerancia se deriva de un rechazo de la verdad revelada y de la predestinación del ser. Aquí no se soporta al otro, sino que se le ve como alguien diferente de quien se puede aprender y rescatar algo para nosotros mismos.

La tolerancia tiene varios niveles que van desde la actitud de resignación ante el otro, hasta la intención abierta de entender y comprender lo diferente. Walzer ubica precisamente en cinco niveles la tolerancia: la primera actitud, algo ligada a la tolerancia religiosa, consiste en la aceptación resignada de la diferencia para mantener la paz. Una segunda postura refleja un estado de indiferencia, pasiva y relajada ante la diferencia. La tercera es propia de cierto “estoicismo” moral que consiste en reconocer el derecho que tienen los otros a ejercer sus atributos, aunque no sean atractivos para nosotros. La cuarta forma expresa apertura, curiosidad, ganas de aprender, en tanto que la quinta actitud tolerante es de adhesión y admisión entusiasta por la diferencia. Como puede observarse, la tolerancia se ha desarrollado desde su manifestación más elemental hasta una adhesión entusiasta por abrirse a otros mundos y realidades. La primera de las formas de la tolerancia es importante porque refleja el paso de una política violenta y conflictiva a un tipo de política pacífica que difiere y neutraliza el conflicto. En algunas interpretaciones sobre el ejercicio de la política, ésta se nos presenta como fuente de conflicto, o bien, como elemento de orden y estabilidad. La política como conflicto tiene en Maquiavelo a uno de sus más importantes exponentes. En esta línea, la política es un campo de fuerzas conflictivas. El poder puede recubrir y esconder la violencia, pero no la puede anular. En esta dimensión de la política como guerra y conflicto, tendremos que encontrarnos con uno de los autores más relevantes en la política del antagonismo: Carl Schmitt. En la lectura schmittiana la política debe entenderse como una relación de amigos y enemigos. No hay sitio para los matices ni para los puntos medios. Aunque pudiera sobrevenir la negociación, los acuerdos de paz siempre serán precarios y, en ese caso, se sustentarían sobre una política bélica o de conflicto.

Foucault, uno de los herederos de la visión negativa sobre el poder y la política, sostiene que ésta es la prolongación de la guerra por otros medios, con lo que parafrasea a Clausewitz, uno de los clásicos de la teoría militar, para quien la guerra sería la continuación de la política por otros medios. Cuando la política se apoya en este antagonismo es porque se quiere aniquilar al adversario. Si se impone la paz o una tregua, es más bien como consecuencia de la imposibilidad de extender el conflicto. Los momentos de tregua y pacificación son pausas pertinentes para acumular fuerzas y recuperarse de las hostilidades para nuevos enfrentamientos en el futuro. El asunto se detiene por momentos y vuelve a reaparecer una y otra vez. En esta política, la guerra no debe parar hasta que se extermina al enemigo, o por lo menos, debe ampliarse a un periodo más extenso. Schmitt es uno de los grandes teóricos de la dictadura y del Estado de excepción. No es raro que se haya convertido en uno de los ideólogos del nacionalsocialismo. En las antípodas y desde la izquierda comunista, el leninismo y el estalinismo hicieron una verdadera apología de la dictadura revolucionaria y proletaria. Aunque los divide el factor ideológico, tienden a coincidir en la definición negativa de la política y en la justificación de un régimen de excepción sustentado en la fuerza.

En esta visión la política es poder y conflicto. Si todo es una relación de amigos y enemigos, la tolerancia sale sobrando, e incluso es un elemento incómodo, ya que neutraliza el conflicto y puede llevar al fin de las hostilidades. La tolerancia primaria acepta a los diferentes, porque sabe que una política de rechazo o acoso contra ellos sólo va a atizar la hoguera y a sacudir el avispero. Los diferentes se ven obligados a convivir y coexistir. En ocasiones estas situaciones de tolerancia son generadas después de largos choques y combates bélicos y políticos. Las guerras religiosas llevaron a una actitud de mayor prudencia ante los adversarios, los enemigos o simplemente ante quien no es como uno. La guerra y el conflicto permanente no llevan a ningún sitio y al final se imponen el diálogo y la negociación. Los acuerdos para detener un conflicto tienden a estabilizar las fuerzas y las cosas. El equilibrio puede ser frágil si sobrevive una política antagónica y si se está a la espera de un momento oportuno para propinar nuevos golpes al enemigo. La política de la tolerancia, en tanto, tiende a evitar la guerra y difiere los pleitos y las ofensas. Sólo en condiciones sumamente excepcionales se vuelve a quebrantar el orden y la estabilidad de las partes. En lo fundamental, las partes en conflicto aprenden a tratar al otro y buscan la reciprocidad de su contraparte”.

TOLERANCIA, DEMOCRACIA Y POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO

“Es el surgimiento del régimen democrático lo que pone de relieve la política de la tolerancia. Al quebrarse y debilitarse el esquema de amigo-enemigo tiende a imponerse un tipo de relaciones políticas que evita el enconamiento del conflicto. La política de la tolerancia se ve acompañada del desarrollo de los matices, las mediaciones y las neutralizaciones de los conflictos. Éstos nunca desaparecen, ni mucho menos, pero sí quedan diferidos de una manera prolongada. Mouffe dice que la política democrática actual debería ser agónica más que antagónica. La política del antagonismo y la confrontación lleva a la larga a la violencia, la guerra y la dictadura. La política agónica neutraliza la violencia, sin que tengamos que eludir las temáticas radicales. Jamás hay soluciones definitivas y últimas, del mismo modo que no hay juicio final. El bien absoluto quiere aniquilar y eliminar el mal absoluto de la faz de la tierra. La política al servicio de la moral absoluta lleva al imperio de los sacerdotes y los dictadores. Un cristiano puede ver en un islamista radical la personificación del mal, mientras que un musulmán puede ver en la cultura moderna la decadencia de sus valores absolutos. Un militante de izquierda radical verá en el empresario a un sujeto explotador y abusivo. Un empresario “exitoso” vería a los excluidos como elementos indeseables y prescindibles. Si se tratara de imponer a los demás estos puntos de vista particulares que se consideran absolutos, tendría que recurrirse a formas extremas de coacción y violencia para someterlos de manera definitiva. En vez de eso, tenemos que aprender a vivir y “agonizar” con los conflictos y males de la humanidad.

Uno de los límites de la cultura liberal es generar un espacio público democrático para los pares y los iguales. Al eliminarse las diferencias locales y regionales, se constituye un espacio homogéneo en el que se puede dar la tolerancia entre los similares. La verdad es que ni la diferencia ni el antagonismo llegan a desaparecer. Persisten y ponen en el centro de la discusión temáticas molestas e incómodas. La política radical puede descubrir temas y asuntos controvertidos que buscan el fondo de las cosas, los hechos y la realidad. Lo que no puede hacer, y eso ha quedado demostrado en el siglo XX, es resolver de un golpe y para siempre los “males” del mundo. Un ejemplo entre muchos lo tenemos con la izquierda radical y revolucionaria, cuando se propuso eliminar a la burguesía parásita de la faz del planeta. Los triunfos revolucionarios dejaron en claro que se necesitaba de un sector dirigente empresarial. El capital cultural se fue de las naciones revolucionarias o se negaba a colaborar con el nuevo régimen. Los nuevos poderes tuvieron que improvisar con gente sin conocimientos y sin experiencia. El poder revolucionario, al menos en la Unión Soviética, tuvo que hacer concesiones para que volvieran los “especialistas”. Al final se formaría una “nueva clase” con la fusión de los restos de la vieja clase de regreso y los nuevos cuadros dirigentes. Aquella formulación leninista de que hasta una cocinera podía entender los secretos de la administración del Estado, ha resultado funesta.

Puede servir para poner en evidencia toda la parafernalia y los protocolos del poder, pero elude la cuestión de los procesos de instrucción y aprendizaje que implica toda actividad de dirección. Así que no basta con echarlos para Miami, fusilarlos o meterlos en campos de reeducación. El asunto no se resuelve ni con cárceles ni con pelotones de fusilamiento. Más adelante veremos que se requiere un sector dirigente de la vida laboral. Visto así, hay que preguntarse si no es mejor empujar en el sentido de la transformación de la cultura empresarial, en la que los líderes de las empresas se abran a los asuntos espinosos y los trabajadores también consideren el punto de vista de la eficiencia y el incremento de la productividad en un marco de coparticipación. Esto sólo puede lograrse en un régimen democrático. Lo que permite la democracia como estado de vida es el reconocimiento a la diversidad y la convivencia de las diferencias ideológicas, religiosas, políticas y culturales en un marco legal e institucional común. En una democracia se gana y se pierde, así como en la lucha por el poder. Lo mismo puede y debe ocurrir con las otras disputas. En ocasiones se pueden lograr situaciones de empate y de conciliación de las diferencias, pero tendremos momentos en que una de las partes puede llegar a ocupar el espacio público. Lo que el régimen democrático permite es que esta toma del espacio y del poder por una de las partes no sea definitiva. Existe el dispositivo para que quienes han perdido o que no ocupan el poder lo recuperen o lo alcancen a la larga. Eso obliga a que quienes ocupan provisionalmente el poder se vean obligados a actuar de la mejor manera posible y con apego a las normas existentes, porque el veredicto ciudadano y la rendición de cuentas los amagan de manera constante.

Quienes se encuentran en la oposición o constituyen una minoría ideológica, étnica, sexual, racial y cultural, algún día pueden tener las garantías de que no serán arrasados, de que tienen derechos y de que pueden llegar a convertirse en una fuerza mayoritaria. Estos grupos tienen que renunciar a la violencia y a la ilegalidad para que puedan ser reconocidos como pares e iguales en la disputa democrática. Claro que esto implica un cambio de actitud de los actores sociales y políticos. Cuando se vive un proceso de transición a la democracia se nota la mimetización de los viejos actores a los nuevos tiempos. Tratan de acomodarse a la democracia y su variación de actitud va desde la simulación hasta un proceso de “travestismo” ideológico y político. Particularmente esto opera entre los grupos privilegiados que no están acostumbrados a perder y que sólo quieren “aparentar” que se avanza hacia la democracia. Aquí no se trata de eso. Si se quiere realmente que las partes evolucionen hacia otro estatuto político, social y cultural, se necesita de una modificación profunda en la actitud de los actores de los procesos de transición. Uno de los valores relevantes por recuperarse es el de la tolerancia, ya que obliga a los contendientes a reconocer derechos iguales en los interlocutores. Los grupos privilegiados tienden a concentrar el poder económico, político, cultural, informativo y comunicativo. En un régimen democrático avanzado podrían perder espacios, poder e influencia, mientras que los grupos subalternos pueden incrementar sus poderes. Sin la democracia estas disputas ideológicas, políticas y sociales, con sus consecuentes reajustes, degeneran en la violencia estatal y de los subalternos. El régimen democrático permite la rotación y movilidad del poder en todos sus sentidos sin que corra la sangre. Los grupos privilegiados “ganones” están habituados a ganar de todas maneras, y si no ganan, arrebatan. Para que la democracia pueda afianzarse es determinante que estos núcleos de poder heredado se acostumbren a vivir en los marcos del riesgo democrático. Sólo así puede solicitarse que los grupos subalternos y las minorías desistan de acciones violentas y recurran a las herramientas que permite el régimen legal”.

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