Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra era casi una obviedad que en el transcurso de los acontecimientos, y sobre todo si éstos fueron de una matriz contra natura durante muchísimo tiempo, las consecuencias no serían otras que las que están apareciendo en la superficie de la política doméstica.

Cuando en el predominio de las fuerzas de ese escenario se dieron en muchas décadas las situaciones más inverosímiles, cuando no trágicas, se fue conformando un mapa en el que las divisiones que lo conforman no presentaron una sincronización que nos permitiera a los argentinos sentir la sensación de que las cosas se hacían con la seriedad y la calidad suficientes; para concluir, finalmente, en un país con los atributos necesarios por los que su población se sintiera en armonía, en paz, y gobernada por una camada de dirigentes, de todos los niveles (nación, provincia, municipios) con la jerarquía e idoneidad suficientes para conseguir aquel objetivo requerido por una mayoría, al menos.

Una pregunta que subyace frecuentemente es aquella de “¿somos todos culpables de todo los que nos pasa a los argentinos”? Es muy probable que una inmensa mayoría de los que participan en el juego electoral puedan sentirse con una cuota mayor de responsabilidad. La manera recurrente de votar sin la debida preparación cívica y, más aún, por seguir recetas de relatos que, a sabiendas, aparecen como mentirosos sin duda que pesan como una carga en el sentimiento popular. Sumado a esto que los verdaderos responsables de orientar culturalmente un tipo de país, qué modelo debían sustentar, lejos estuvieron de ese objetivo. Ni que hablar que la Justicia lejos estuvo siempre de poner blanco sobre negro en los disparates y la matriz corrupta de una innumerable cantidad de dirigentes. Un variado vocabulario de promesas incumplidas completa el cuadro bochornoso de un final anunciado. Y como corolario, una rara mezcla entre la seducción y la sumisión hizo del hombre común una especie de ser despersonalizado, carente de voluntad y decisión, que finalmente se mezcla en hordas, utilizada por una dirigencia perversa y mal intencionada.

La sucesión histórica de los gobiernos desde Perón a la fecha (para no ir más lejos), con alternancias entre militares y civiles, éstos de casi todas las banderías políticas, presentan un cuadro de malversación de caudales públicos, mal desempeño de funciones, corrupción generalizada (sobornos, tráfico de influencias, nepotismo, fraude, prevaricato, dádivas, entre otros), que han dañado de manera escandalosa el ámbito político.

Dicho esto, el mayor impacto de los actos referidos tuvo su conclusión en estos días con la confirmación, por parte del Procurador General de la Nación, de la condena a 12 años de cárcel, por asociación ilícita (Jefa), en la dilatada causa “Vialidad”, de la ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Nadie sabe, pues el terreno de las conjeturas es variado y múltiple, qué dirá finalmente la CSJN. En cuanto al gobierno del Presidente Milei, por su cercanía con el advenimiento al poder, convengamos el beneficio de la duda, en estos menesteres. El tiempo y sus circunstancias darán el veredicto. Lo cierto es que las conductas de los funcionarios que se apartan del camino de la legalidad deberían, en todos los casos, tener este tipo de sentencia; para confirmar aquello del título que todo caiga, finalmente, “Por su propio peso”.

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