Por Luis Alejandro Rizzi.-

El derecho a peticionar a las autoridades incluye el llamado “derecho a la protesta y desobediencia” pero, como todo derecho no es absoluto ni discrecional, no se puede protestar ni desobedecer, pero tampoco mandar, de cualquier manera.

La protesta es la declaración o proclamación de un propósito que debe tener un fin noble, que incluso podría ser erróneo o difícil de concretar. La protesta es causa de “conflictos” que deben resolverse mediante la “negociación racional”.

Hay otra forma, que es la “agonal”. En ese supuesto lo resuelve a su favor la parte que tiene más poder o fuerza física. Generalmente en estos casos se recurre a la violencia privada, que desafía a la mal llamada “violencia legal” que ejercen los estados, que no por ello siempre se ejerce de modo legítimo o legal.

Asimismo, debemos advertir que el “conflicto agonal” puede ser un “buen negocio político”.

En diciembre de 2001, la “protesta agonal” generó la renuncia del Dr. De la Rúa a la presidencia de la Nación y el fin de una política económica y monetaria.

También puede ser legítima la “desobediencia legal”, pero cuando se respeta paradojalmente el sistema legal institucional.

Una jueza de la CABA liberó a una centena de personas detenidas el pasado miércoles 12 por los incidentes ocurridos en las cercanías del Congreso de la nación. El fundamento de la jueza fue la insuficiencia de los medios probatorios aportados por la policía para disponer no sólo la detención sino eventuales procesamientos.

Esa resolución, si no conformara, debiera ser apelada a un tribunal superior para que la examine, en su caso la corrija y, si corresponde, aperciba al juez de la instancia inferior.

Recién en este momento y según los fundamentos del tribunal superior, se podría pensar en la existencia de una causa para iniciar un proceso de destitución por mal ejercicio.

El Poder ejecutivo al promover la denuncia de la destitución de modo directo, sin esperar la decisión del tribunal superior, está actuando de modo violento y “patotero” contra la jueza, aplicando una violencia “más silenciosa o sin estrépito”, pero muy sonora, violencia al fin, que, por otra parte, es una advertencia de comportamiento partidario al resto de los jueces.

Inadmisible.

Se debe distinguir entre el uso del poder y el ejercicio de la violencia.

El Poder es la capacidad de hacer algo para contribuir al bien. Cuando contribuye al mal, caemos en la “violencia”, que como tal siempre es condenable, al punto que el derecho de defensa tiene sus límites, tiene que tener relación con la agresión recibida o la amenaza de tal.

En esta etapa política del gobierno de Milei es difícil distinguir el uso del poder y el ejercicio de la violencia, más bien se usan erróneamente, como sinónimos.

Es violento el presidente en su discurso y en muchas de sus decisiones; son violentos sus “trollers” o “influencers”; es violento “Kputo”, en su secretismo y ocultismo; podría tener, en su esoterismo, alguna similitud con el perverso López Rega, que en definitiva sólo era un “esclavo del mal.”

“El que las hace las paga” es un eslogan peligroso. Milei ¿está dispuesto a pagar por “$LIBRA”?, parece que no. Ni la política parece dispuesta a hacerle pagar por su estupidez en ese caso. Ese eslogan pierde valor cuando deja de ser simétrico.

Hace tiempo que la “política “busca su “muerto”, lo que me hacer acordar a Vaclav Havel, cuando desde la prisión les decía a sus partidarios, que sólo hallarán eco en la prensa cuando hubiera un “muerto”. En ese momento la violencia política del comunismo sería noticia, el maltrato carcelario, era insuficiente.

“Cuando la vida nada vale, la muerte tiene un precio” rezaba la presentación de unos de los famosos “westerns” de hace unos cuarenta o cincuenta años.

La política argentina parecer querer tener “muertos nobles”, para legitimarse; en definitiva, sigue vigente lo de Américo Ghioldi, “letra con sangre entra”. Hay muertos y muertos…

En la Argentina de hoy, la república está extremadamente débil, la protesta es una agresión, la desobediencia un delito y el poder es “violencia”, como alguna vez lo explicó el cura Leonardo Castellani, las palabras perdieron el valor de su significado.

Es el costo de la incultura general.

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