Por Hernán Andrés Kruse.-

El presidente de la nación siente devoción por uno de los más preclaros exponentes de la Escuela Austríaca de Economía. Hago referencia a Friedrich August von Hayek, nacido en Viena el 8 de mayo de 1899 y fallecido en Friburgo el 23 de marzo de 1992. Discípulo de Friedrich von Wieser y Ludwig von Mises, se hizo conocido por su férrea defensa del liberalismo y por sus feroces críticas a la planificación económica y al socialismo. Escribió libros donde deja en evidencia su enorme erudición, como “Los fundamentos de la libertad”, una de las Biblias de Javier Milei, y su clara militancia política, como “Camino de servidumbre”.

En una oportunidad, Hayek declaró en una entrevista a El Mercurio sobre el régimen dictatorial de Pinochet que prefería una dictadura liberal a una democracia antiliberal. Semejante sentencia fue aprovechada por sus detractores como prueba de que el liberalismo extremo propiciado por la Escuela Austríaca sólo puede ser ejecutado por una dictadura militar. Lo notable es que semejante acusación fue lanzada a comienzos de los cincuenta, es decir, mucho antes del derrocamiento de Salvador Allende, por otro relevante intelectual liberal, de buena relación con Hayek. Me refiero a Raymond Aron, quien por ese entonces afirmó que el liberalismo político y económico de Hayek sólo puede ser aplicado por una dictadura militar.

Buceando en Google, me encontré con un ensayo de Daniel Mansuy (Director del Instituto de Filosofía de la Universidad de Los Andes, Dr. en Ciencia Política por la Universidad de Rennes, Francia) titulado “Liberalismo y política: la crítica de Aron a Hayek”. Analiza con meridiana claridad la postura de Aron sobre el pensamiento de Hayek expuesto en su obra ya citada “Los fundamentos de la libertad”. Sus párrafos más salientes son, a mi entender, los siguientes:

1) “El primer texto aroniano que trata sistemáticamente la obra de Hayek es un artículo publicado en 1961, cuyo título es “La definición liberal de la libertad”. Aron realiza allí una crítica acuciosa de algunos aspectos centrales de “Los fundamentos de la libertad”, que había sido publicado en 1960. Según Pierre Manent, uno de sus discípulos, se trata del texto que mejor permite comprender la naturaleza del liberalismo aroniano, pues allí su pensamiento político se develaría de modo particularmente nítido en el contraste con la doctrina hayekiana. El primer problema que ocupa a Aron es precisamente la definición de libertad. Recordemos que Hayek propone una noción puramente negativa, cuyo núcleo es la ausencia de coacción. Al pensador francés le resulta llamativo que esta definición excluya, por principio, tres ideas frecuentemente vinculadas a la noción de libertad: la participación en el orden político, la independencia de la nación y el poder (del individuo o de la colectividad) para alcanzar ciertos fines. Dicho de otro modo, la definición negativa de libertad toma bastante distancia de cualquier consideración política, o acerca de las posibilidades de despliegue de capacidades: solo importa el individuo y su libertad de movimiento”.

2) “Para Hayek, el único modo de evitar la coacción es garantizando una esfera privada para los individuos, en la que nadie pueda intervenir. Aron considera que esto confirma que se trata de una concepción negativa de libertad: el objetivo es preservar una esfera inviolable que impida -por principio- cualquier tipo de intromisión. Aunque es innegable que el sistema hayekiano es coherente consigo mismo, Aron vislumbra más de una dificultad. Por de pronto, cabe preguntar si acaso es posible distinguir de modo nítido las influencias coercitivas de las influencias no coercitivas. Toda vida social implica un enorme número de interacciones entre los individuos, que Aron llama la “coordinación de actividades”. Esta coordinación exige necesariamente reglas y jerarquías, sea cual sea su naturaleza. Naturalmente, Hayek no niega la legitimidad de las interacciones (eso implicaría negar la realidad de la vida social), siempre y cuando no sean coercitivas. Sin embargo, dicha prevención supone que podemos saber, con claridad meridiana, cuándo hay coerción, y cuándo no la hay”.

3) “Aquí reside, si se quiere, uno de los principales puntos ciegos del liberalismo de Hayek. En efecto, el asunto es bien problemático, y basta imaginar algunos casos para percibir que la distinción es menos simple de lo que parece. ¿Es libre, por ejemplo, un soldado que debe obedecer a sus superiores? Si no lo es, ¿cómo podríamos justificar el servicio militar obligatorio? Para Aron, si optamos por restringir la noción de libertad a la esfera de decisión individual, se hace muy difícil distinguir entre un soldado enrolado contra su voluntad en una sociedad democrática y un soldado enrolado contra su voluntad por una potencia extranjera. En el esquema de Hayek, ambos fenómenos son difíciles de distinguir. Tampoco resulta fácil, en esta lógica, dar cuenta de la vida religiosa: ¿dónde empieza y dónde termina eso que Hayek llama, con tanta facilidad, coerción? Con todo, el pensador austríaco es consciente de estos problemas. Para resolverlos, afirma que ni el soldado ni el jesuita pueden ser descritos, en estricto rigor, como seres libres”.

4) “La crítica de Aron tiene una segunda dimensión, tan importante como la primera. Se trata de lo siguiente: Hayek tiende a omitir un dato fundamental, en ausencia del cual toda reflexión política queda coja. Ese dato es que no existe una sociedad humana, sino varias, lo que implica la posibilidad del conflicto entre ellas. ¿Cómo manejar esos conflictos sin atentar contra aquello que Hayek entiende por libertad? Las relaciones internacionales no pueden someterse a reglas generales, pues por definición son contingentes. Esto implica que la gestión de la política exterior debe confiarse a un hombre, o a un grupo de hombres, que debe tener cierta autonomía al margen de la ley; o, para emplear el lenguaje de Hayek, que debe poder dictar mandatos específicos. Se trata de un fenómeno que Locke ya había visto con claridad: la conducción de la política exterior no puede ser confiada a la ley, sino a una voluntad (y a partir de eso explica lo que llama el poder federativo)”.

5) “En la misma línea, Aron formula otra crítica: el sistema hayekiano, dice, no explica ni trata el sentimiento nacional. La existencia de este último abre un abanico de posibilidades que deben integrarse a cualquier teoría política. En concreto, la sola posibilidad de que haya hombres dispuestos a sacrificar su vida en nombre de una libertad colectiva implica ciertas exigencias teóricas. Dado que las consideraciones de Hayek siempre tienen al individuo como punto de partida, encuentran obstáculos serios para dar cuenta de realidades difícilmente reducibles al individuo. La libertad bien puede tener un componente colectivo, o incluso racial: es razonable que muchas personas tengan el sentimiento de no tener libertad si no pertenecen a tal o cual unidad política, incluso si las leyes son perfectamente generales y no coercitivas. También puede faltar el sentimiento de libertad si no hay derechos políticos, más allá de la coerción. Naturalmente, Hayek siempre podrá responder a estas objeciones afirmando que el ejercicio de la libertad es estrictamente individual, pero eso no resuelve la pregunta de fondo: ¿qué hacemos con las libertades que son efectivamente vividas y reivindicadas como colectivas? ¿Pueden ser simplemente ignoradas, en cuanto no serían manifestación de una libertad auténtica? ¿O no cabría más bien integrarlas al sistema, dado que están allí, y han sido con frecuencia un motor decisivo de la historia humana?”

6) “Aron termina su comentario con una última objeción: ¿por qué la protección de la esfera individual habría de constituir un fin último, un axioma indiscutido? Después de todo, “Los fundamentos de la libertad” no ofrece ninguna argumentación para probarlo. Hayek podría responder esta objeción aseverando que no pretende justificar la libertad como valor último, sino más bien por sus frutos. Así, la libertad hayekiana combinaría las ventajas de la eficiencia y de la justicia: algo así como el mejor de los mundos. En este punto Aron sugiere un desacuerdo muy profundo con Hayek: el francés no cree en ningún tipo de armonía preestablecida entre moralidad y utilidad. “Los liberales –dice- tienen a veces tendencia, como los marxistas, a creer que el orden del mundo podría reconciliar nuestras aspiraciones con la realidad” (La definición liberal de la libertad). Viniendo de Aron, esta crítica es particularmente severa, pues acusa a la filosofía de Hayek de descansar en algún tipo de filosofía de la historia. En el fondo, Aron piensa que este tipo de liberalismo cree -de modo más o menos explícito- que la sola aplicación de ciertos principios abstractos podrá resolver buena parte de los problemas humanos. Dado que Aron se mantuvo siempre lejos de toda filosofía de la historia (y eso le permitió ser uno de los testigos más lúcidos del siglo XX), no puede tampoco suscribir las tesis de Hayek, que presuponen un equilibrio natural de las cosas humanas si la libertad es puesta en marcha”.

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