Por Hernán Andrés Kruse.-

ÉPOCAS Y PUNTOS DE VISTA

“Para poder integrar los puntos de vista de la Exhortación y las épocas de los Caracteres hay que tener en cuenta en primer lugar la observación hecha más arriba respecto de que diversas edades pueden darse en el mismo tiempo cronológico. A partir de ahí resulta comprensible que esa dimensión moral encerrada en las edades se pueda combinar con los puntos de vista éticos posibles propios de los individuos. Sólo cuando esos puntos de vista son dominantes en un período podemos hablar de épocas. Y así ocurre, como veremos, en gran medida con las dos primeras épocas e igualmente con las dos últimas y con los respectivos puntos de vista, si bien respecto de las épocas IV y V y del cuarto y quinto punto de vista con algunas matizaciones, que tienen que ver con el hecho de que estemos ante proyecciones futuras no susceptibles de comprobación empírica.

La correspondencia entre el tercer punto de vista y la tercera época es aparentemente más difícil, pues el criterio de la dominancia del punto de vista debe ser descartado a la hora de determinar la tercera época, que Fichte denomina como de la pecaminosidad acabada, siendo así que el tercer punto de vista aparece caracterizado como el de la moral verdadera. Para poder integrar este último será necesario combinar el juego entre el tiempo cronológico y el tiempo moral con la idea misma de síntesis quíntuple y el papel asignado en ella tanto al tercer punto de vista como a la tercera época. Respecto de las dos primeras épocas, aquella en la que domina el instinto ciego y aquella otra en la que domina una ley moral mediante la coacción, ambas tienen la característica de pertenecer al pasado y como tales son susceptibles de una comprobación empírica propia del historiador.

Ya hemos señalado que Fichte considera la filosofía de la historia como una ciencia a priori, en la que: «el servirse de la historia es solo ilustrativo y se limita a presentar en la vida viviente lo que también sin la historia se entiende […] Ni siquiera piensa en demostrar históricamente que la Humanidad tiene que hacer ese camino, sino que ya lo ha probado filosóficamente y se limita a añadir, como ilustración, en qué ocasión se revela eso mismo en la historia». De hecho, ese es el modo de proceder de Fichte con respecto a las dos primeras épocas. Pero desde ellas resulta posible establecer una coincidencia con los puntos de vista de la Exhortación siempre que alguno de esos puntos de vista tuviera un carácter dominante, que sería lo que permitiría señalar una condición epocal.

En efecto, el primero de esos puntos de vista se caracteriza por la preeminencia de lo sensible, es decir, por el hecho de que habiendo conciencia, esta tiene a lo sensible por lo único verdadero. Esa preeminencia parece confirmada en la descripción que nos da de la primera época a la que define como aquella en la que «el instinto racional domina ciegamente sin tener conciencia de sí». En la segunda, en cambio, lo que domina es una ley vacía y abstracta, que como tal contiene lo racional, pero se expresa como ley y por tanto acompañada de un elemento coactivo. También aquí parece posible encontrar una correspondencia con ese segundo punto de vista en el que domina una ley mediante la coacción. Podemos comprobar, pues, una fuerte correlación entre las épocas y puntos de vista, correlación que además puede ser avalada con realidades históricas empíricamente corroboradas por la historia.

Las cosas no resultan tan sencillas respecto de las dos últimas épocas, precisamente porque estas se proyectan hacia el futuro y no son susceptibles de comprobación empírica. En la medida en que son principios explicativos a partir de la idea del plan del universo, dependiente de la dimensión moral de la aproximación fichteana de la historia, no pueden tener una correlación histórica en sentido estricto. Como principios postulados y deducidos son un desiderátum implícito en el concepto a priori de ese plan y a la vez condiciones de posibilidad trascendental de la comprensión de la vida de la especie como dirigida a la plenitud moral, una consideración que afecta a toda la filosofía de Fichte desde sus primeros escritos.

Recordemos que la cuarta y quinta épocas se caracterizaban por lo que Fichte llama la ciencia, es decir, el reconocimiento del dominio de la razón, y por el arte, es decir, la capacidad de realizar ese reconocimiento y vivir conforme a él. La deducción de ambas la expresa Fichte de la siguiente manera: «mediante la liberación frente al instinto racional se hace posible la ciencia de la razón y conforme a esa ciencia deben realizarse todas las relaciones de la especie […], más es claro que para esa tarea no basta el conocimiento de la ciencia, en una palabra, es necesario el arte». Un problema adicional se da además si tenemos en cuenta que el cuarto y quinto punto de vista de la Exhortación son respectivamente la religión y la ciencia, siendo así que la religión como tal no tiene una correspondencia en las épocas señaladas por Fichte, si bien aparece ampliamente considerada, en forma de cristianismo, en distintos momentos de los Caracteres.

La solución a estas dificultades exige en primer lugar considerar que ambas épocas constituyen principios teóricos desplegados a priori y a partir del plan del universo y como tales capaces de deducir trascendentalmente ese ideal moral aplicado a la temporalidad de la especie proyectada hacia el futuro, a fin de llegar a lo que denomina «la pura imagen de la razón». A partir de ahí es necesario hacerse cargo del hecho de que el arte racional, tal como aparece definido en la quinta época, no se corresponde con ninguna de las visiones de la Exhortación. Ahora bien, en el proceso de deducción de las épocas el papel del arte racional no es propiamente el centro definitorio de la época, o más bien, no determina un contenido de la época, que es lo que a nosotros nos interesa al establecer la correlación entre puntos de vista y épocas.

En efecto, en su definición de esa época nos dice Fichte que es aquella «en la que la humanidad se edifica a sí misma, con mano segura e infalible, hasta ser la imagen exacta de la razón». El papel de ese arte racional sirve para denominar la época, pero no tanto por el contenido, cuanto por el modo de realizarlo. La mención del arte en esa época posee una dimensión instrumental, dirigida a edificar y realizar el contenido sustantivo que comparte con la cuarta época o época de la ciencia. Pero la ciencia es el contenido común a ambas y como tal es lo único equiparable con la perspectiva adoptada en la Exhortación. No cabría algo así como un punto de vista de la realización de esa edificación. Los puntos de vista de la Exhortación, en la medida en que afectan a individuos y no al conjunto de la humanidad, no requieren de ese proceso mediador del arte. Lo determinante desde el punto de vista moral de la quinta época es esa imagen de la razón y lo que la separa de la cuarta consiste en que lo que en esta última es unánimemente reconocido y ya dominante, en la quinta es realizado a través del arte, que la define como época en su condición de mediador necesario para esa realización. Este último aspecto a su vez nos permite conciliar el silencio en torno a la religión como época, porque a su vez el contenido a realizar en la quinta época mediante el arte es común a lo pensado en la religión y a la ciencia, es decir al cuarto y al quinto punto de vista.

En la Exhortación la diferencia entre ambas no es de contenido, pues en ambos el contenido, como acabamos de ver en las épocas cuarta y quinta, es el mismo: es la imagen de la razón, lo uno idéntico o Dios. Lo que diferencia ambos puntos de vista es el modo de acceder a eso allí pensado y en ese sentido es de nuevo instrumental. Refiriéndose a las dos nos dice Fichte: «Y para ella (la ciencia) se hace genético lo que para la religión era sólo un factum absoluto. La religión, sin ciencia, es una mera fe imperturbable. La ciencia supera toda fe y la convierte en contemplación». Pero ese aspecto, desde el punto de vista de la temporalidad, una vez proyectado hacia el futuro y atendiendo a la humanidad desde el punto de vista moral del plan del universo, remite a un objeto común que es esa imagen de la razón. Lo que separa los puntos de vista no es esa posibilidad de proyectar el contenido compartido hacia al futuro, sino sólo la forma en que se accede de modo individual tal como es articulado en la síntesis quíntuple de la Exhortación. Con ello hemos obtenido una correspondencia entre los puntos de vista y las épocas que se sitúan respectivamente en los extremos de la síntesis quíntuple en las dos obras.

Pero para completar el cuadro nos falta indagar la correspondencia, si es que se da, entre la posición intermedia de cada una de las síntesis, a saber, entre la tercera época, que es el presente, lo que llama la edad contemporánea, y el tercer punto de vista, que es el de la moralidad superior y verdadera. Y aquí las cosas parecen complicarse, pues a primera vista no parece posible hacer coincidir una época que define como de la pecaminosidad acabada y un punto de vista que se caracteriza como «la moralidad verdadera y superior», lo cual no puede en principio parecer más antitético. Para considerar esa aparente contraposición es preciso tener en cuenta que en ambos casos estamos en el miembro intermedio de la síntesis. O expresado de otra manera, nos encontramos con el lugar que ocupa habitualmente la posición central, el cual es explicado a partir de los elementos extremos, que a su vez se presentan mediante un juego de contraposiciones.

En efecto, en la medida en que la síntesis fichteana no abandona su condición transcendental, el lugar central de la misma se corresponde siempre con aquello que se ha de explicar o deducir en términos trascendentales, mientras que los demás miembros, en este caso épocas, constituyen más bien condiciones de posibilidad en ese sentido trascendental del término. La estructura común de la síntesis quíntuple se articula siempre en torno a cinco elementos, en las que los miembros extremos se contraponen, de manera que I y II son opuestos a IV y V, situándose en el centro el miembro intermedio III. Para ello es necesario que I y II y IV y V se relacionen mutuamente, dando lugar de este modo a III. El elemento III de la síntesis, es en el caso de los Caracteres, el presente desde la perspectiva moral, es decir, proyectado hacia la posibilidad de que la humanidad progrese moralmente, un tema que por lo demás ha estado presente ya en la época de Jena, en particular de forma explícita en la Doctrina del sabio del 1794. Y en lo que a la filosofía de la historia se refiere, ese hecho a explicar lo ha explicitado Fichte en el título de la obra y en el sentido de la misma: una descripción del presente entendido como época contemporánea. Ese lugar comparte con las dos primeras épocas su condición de ser contrastable empíricamente y con las dos últimas ser el lugar desde el que se proyecta moralmente hacia el futuro.

Analicemos cada una de esas dimensiones. Fichte ofrece, a partir de la definición inicial que ya conocemos, distintas descripciones de la época presente. Una de ellas hace referencia a lo que llama la liberación del imperio de la autoridad que había dominado en la segunda. En esta última la razón estaba ya implícita en forma de ley y de coacción y es su liberación de esa coacción la primera descripción esencial que nos ofrece del presente. ¿Cómo interpretar esa liberación? Hay un sentido en el que Fichte parece contradecirse, puesto que esa liberación no puede suponer en ningún caso que la razón, por lo demás presente incluso en la primera época, aunque sin conciencia de ella, haya desaparecido de pronto, más teniendo en cuenta que esa época, su presente, es la que ha visto nacer la Doctrina de la Ciencia que él mismo está exponiendo ante su auditorio, en este caso en forma popular y en la que se contiene ya un vislumbre de la libertad en su sentido pleno a realizar en el futuro de la humanidad.

En otra de las descripciones que nos da de esa tercera época, Fichte la llama de la Ilustración. Esa breve alusión puede darnos una pista para salir del problema si acudimos al clásico texto de Kant respecto de la pregunta acerca de qué es Ilustración. Recordemos que allí Kant había establecido la distinción entre una época Ilustrada y una época de Ilustración, siendo la diferencia entre ambas un aspecto que de algún modo hemos encontrado en la proyección futura que nos ofrece Fichte hacia las dos últimas épocas, a saber, la realización o no de la misma. Ese esquema, que Fichte no desconoce, nos permitiría entender que el presente al que se refiere como época de la pecaminosidad acabada y de la indiferencia hacia la verdad de la razón sea compatible con el conocimiento moral de un principio superior al de la ley y la coacción, un dato que por otra parte debería resultar incontestable para Fichte, teniendo en cuenta que ese es el sentido de su obra.

Si asumimos esa interpretación, entonces resulta fácil entender que el tercer punto de vista pueda considerarse como adecuado a la tercera época. De hecho, sería la época que lo habría hecho posible. Y así parecen corroborarlo las breves alusiones que de ese punto de vista nos da en la Exhortación, donde afirma que Platón se habría acercado a él, es decir, no lo habría alcanzado, aunque sí se habría acercado, y sobre todo que Jacobi lo habría rozado. Sin embargo, en contraste con lo que ocurría en las otras dos épocas previas, ese punto de vista alcanzado no sería el dominante y frente a él domina, nos dice Fichte, la indiferencia hacia la verdad. Pero la indiferencia no es ignorancia. Antes, al contrario, la indiferencia se da allí donde algo es conocido pero desatendido. Fichte nos da una explicación de esa indiferencia y una razón que resulta muy esclarecedora cuando de lo que se trata, como es el caso, es de proyectar las actitudes éticas posibles, que son las recogidas en la Exhortación, hacia la humanidad proyectada en el tiempo, como es el caso de su filosofía de la historia.

Esa explicación tiene que ver con el principio que aparece una y otra vez en distintas formulaciones a lo largo de su descripción del presente. Lo que domina no es el punto de vista de la especie, de la humanidad, sino el egoísmo, el instinto de conservación, de la habilidad técnica y del bienestar. Es en ese medio donde emerge sin embargo un punto de vista que «crea dentro de lo presente». La correspondencia entre el presente y el tercer punto de vista se da precisamente en la posibilidad de pensar un tránsito hacia la cuarta y quinta época y es el sentido mismo de la Doctrina de la Ciencia. Es aquí donde expresa su juego la última pieza de esa totalidad orgánica aludida en el prólogo de la Exhortación donde menciona la reedición de El destino del sabio junto a los Caracteres y la doctrina de la religión. El rol asignado al sabio es el de establecer la mediación entre el punto de vista individual, que sabemos que es el dominante en la tercera época, y el punto de vista de la Humanidad, que es la nota característica de las épocas cuarta y quinta. La tarea asignada al sabio es la de trasladar a la humanidad en su conjunto ese punto de vista, algo que ya había afirmado Fichte en las lecciones del 1794 y que es la clave igualmente de las lecciones sobre la esencia del sabio pronunciadas en Erlangen en 1805 y publicadas en Berlín en 1806 y de las que nos dice que son en realidad un reedición de aquellas de 1794”.

(*) Vicente Serrano (Universidad Austral de Chile): “Ética y Filosofía de la historia en Fichte” (Pensamiento-2019).

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