Por Italo Pallotti.-

En el país hemos sido capaces de cometer tantos desatinos que ya es difícil disimularlos a la hora de pasar revista a los hechos que conforman nuestra realidad. La dirigencia política, por décadas, pareció empecinada en no entender, o no le preocupó demasiado, que ellos formaban parte, también, de la nación. Hay como una cadena de sembrar viejos vicios en la que se encolumnaron la mayoría detrás de la quimera que con el populismo y la demagogia se conseguían los avales necesarios para perpetuarse en el poder. Y detrás de esa figura se fueron encaminando a un tobogán en el qué, unos por incapaces, otros por cómplices de esos y una mayoría por corruptos se olvidaron del verdadero sentido que la función pública otorga a los herederos del voto popular. Una adecuada planificación estuvo ausente. La falta de estructuras para generar trabajo, educación, vivienda digna, sanidad y seguridad hundieron a los ciudadanos en la más condenable marginalidad. Paralelamente a esto la ley y el orden fueron sucumbiendo, hasta caer en un estado de decadencia peligrosa, casi de fase terminal. Hasta que esos factores no comiencen a transitar la vida de la República, bajo la responsabilidad de todos, nuestro país seguirá en el desquicio al que lo han llevado tantos años de vulnerar principios básicos de funcionamiento institucional y político.

Un interrogante que subyace cuando se aborda este asunto es sobre quiénes son los culpables de lo antedicho. ¿En alguna medida todos? Sí, ya sea por acción u omisión. Porque hemos sido negligentes a la hora de plantearnos qué modelo de país queríamos. Y como consecuencia influir de modo contundente sobre los responsables con la cuota de seriedad que trae consigo el desempeño de un cargo público. Lamentablemente, ni el temor a la deshonra los hizo reaccionar. Ni la posibilidad de un castigo ejemplar, con una Justicia de verdadera valía en sus decisiones, cambió a la hora de cometer ilícitos. Todos enredados en una maraña de corrupción, impuesta casi como un rito burdo, en el que, de tan normal, hasta los supuestamente buenos se animaron a transitar ese despreciable rumbo.

Es realmente insólito, absurdo y reprochable que aún aquellos que recorrieron ese nefasto camino, ya de nuevo en el llano, busquen en la consideración popular una reivindicación política, como si los dislates cometidos pudieran exculparse como si tal cosa. El caso más significativo es el de la ex vicepresidenta (Cristina). Resulta que ahora, cuando una sombra parece ceñirse sobre su figura y la de sus compañeros de andanzas políticas (aunque esto poco parece interesarle) quiere olvidar su pertenencia al Frente para la Victoria, o Unidad Ciudadana (producto de esas volteretas engañosas, en otros tiempos), o Frente de Todos y su último hallazgo de Unión por la Patria, escudo formidable de sus desvaríos, para volver “victoriosa” al viejo sello (aunque poco apetecido a su paladar ahí nomás hace un tiempito) del Peronismo. Un “descubrimiento” postrer, en la búsqueda de salvar las pocas pilchas que su historial pecaminoso (según ha dictaminado la Justicia) le está reservando en el placard político. No es difícil vaticinar que, como a tantos, su derrotero entre las mieles y las hieles de un campo tan vidrioso, como el que recorrió, como líder astuta tantos años, caiga sepultado por aquello del título: “Cuando ya nadie te atienda”; o bien, como dijo Discépolo: “Cuando manyés que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar”.

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