Por Italo Pallotti.-

Los que pretenden defender la Democracia y todo lo que el término expresa en este pueblo argentino, sienten que sobre ellos pesa una gran deuda a la que los políticos se encargaron, silenciosamente unas veces o con grandilocuencias, en otras, de agregarle el condimento necesario para que el paso del tiempo parezca como detenido. Porque el accionar de la clase política, y no requiere esto ni siquiera ir demasiado lejos, se pudo acomodar a un lenguaje que por lo inútil parece ir consumiendo una parte muy notable de su historia. Nuevos y viejos vicios se encolumnaron en una secuencia cuya fertilidad institucional ha dejado mucho de lado. En un escenario de protagonismo pobre, marchito por el paso del tiempo, perdido en un laberinto que por lo trágico y repetido da la sensación de que nos hemos resignado a vivir contra natura de lo que realmente debe ser el proceder de la buena política.

Cuando todo parece encaminado a alumbrar un camino que seduce a la ciudadanía, un nuevo episodio lo oscurece. Siempre hay como una aureola de misterio que se mimetiza en esa porción de esperanza que cada uno siente hacia el futuro. Porque nunca termina de consolidarse con fuerza la imagen de lo apetecido, en base a las promesas, la discursiva o simplemente la nueva versión del relato; ya tantas veces ensayado, como también fracasado. Siempre nos enfrentamos a nuevos desafíos; porque obviamente hubo como una siniestra habilidad para dejarnos en la mitad del camino. Siempre como que nos corren la cinta de la línea de sentencia. El supuesto “salvador de la Patria” se diluyó en la estrategia equivocada. Nos persigue el maltrato crónico. Somos maestros en el aguante y la falta de reacción. Somos impasibles, y un grado de intrepidez desconocido nos lleva a esperar el mañana soñado. Pero en tanto, las fuerzas y el entusiasmo van siendo devorados por el fracaso de cada día. En política no debería haber hijos y entenados; pero el privilegio se encarga de mutilar la cuestión al respecto.

Viene a cuento una instancia, que parece ya adoptada, adaptada y tolerada por la ciudadanía como es el tema de los binomios presidenciales. Desde el nacimiento de la “nueva Democracia”, por no ir más lejos, este asunto ya se ha hecho tan repetido, tan insufrible que de verdad cansa, harta hasta lo indecible. Cuando parece que todo funciona como un mecanismo de relojería, al menos para la foto, nuevos e insólitos chisporroteos comienzan a debilitar la imagen. Los desmentidos, cuando comienzan a florecer, es porque la verdad generalmente se está escamoteando. De ahí a la ruptura; sólo un paso. Y el divorcio se acentúa. La foto se resquebraja y entonces, ante el difuso marco, ya hecho añicos, el pueblo se pregunta. ¿De nuevo?

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