Por Hernán Andrés Kruse.-

“Este discurso concentrado en el futuro lo diferencia del populismo latinoamericano y del marxismo en dos sentidos: temporalidad y formas. En primer lugar, deja constancia que, en sentido contrario del determinismo histórico del marxismo ortodoxo, el presidente uruguayo prioriza el proceso sobre el resultado. Se impone lo que Gramsci califica como “filosofía de la praxis”, un sistema de pensamiento que hace hincapié en la transformación moral, intelectual y cultural de la sociedad. El pensador italiano proponía superar la perspectiva exclusivamente material del socialismo, trascender el economicismo que envolvía a una gran parte del pensamiento marxista de su época. Volviendo a Mujica, este considera que el cambio civilizatorio se produce de manera incremental, con otro modelo de educación (basada en el “ser” más que en el “tener”), proponiendo otra conciencia sobre la libertad del individuo y promoviendo el respeto a la naturaleza. De este modo, en vez de descansar en el optimismo teleológico, que la historia está programada para acabar con el capitalismo, Mujica propone una praxis diaria que genere un nuevo orden cultural en la sociedad.

La búsqueda de un sentido común distinto al imperante (el consumismo) es un trabajo cotidiano que, como vimos previamente, se debe desarrollar dentro de las instituciones políticas, sociales y educativas. Así lo marcaba en una entrevista al diario El Periódico de España: “No se puede estar 30 o 40 años planteando la palabra revolución y que la gente tenga dificultades para comer. No podemos sustituir las fuerzas productivas de un día para otro, de la noche a la mañana ni en 10 años. Son procesos que necesitan la coparticipación de la inteligencia. Hay que dar batalla en el seno de las universidades para la multiplicación del talento humano. Pero, al mismo tiempo que peleamos por transformar el futuro, hay que hacer funcionar lo viejo porque la gente tiene que vivir. Es una ecuación difícil. El desafío es bravo. Hay quienes todavía siguen con lo mismo que decíamos en los años 50 del siglo pasado. No se han hecho cargo de lo que pasó en el mundo y por qué pasó. Siento como mías las derrotas que tuvo el movimiento socialista. Me enseñan lo que no debo de hacer. Pero eso no significa venirme a tragar la pastilla del capitalismo a estas alturas de mi vida” (29/11/2013).

Como se observó en la construcción de la trama, en la estructura temporal también se detecta una concepción humanista por parte de Mujica. La defensa a largo plazo de la especie humana es una premisa que el presidente uruguayo sostiene a lo largo de todo su gobierno. Poner por delante los intereses del ser humano más que los de una nación determinada. El cuidado del medioambiente es la piedra angular de esta noción, pero no es la única variable que pregona Mujica. El impulso de valores posmateriales –el matrimonio igualitario, las despenalizaciones del cannabis y del aborto– son fundamentales para lograr una sociedad más justa y abierta en el futuro. Así, lo prospectivo se impone sobre lo reivindicativo y la visión desplaza a la memoria. Temporalmente, el relato político se sitúa entre el presente y el futuro, entre la gestión y un horizonte de expectativas.

Con relación al repertorio simbólico, el objetivo es precisar y analizar los distintos signos que caracterizaron a la narrativa presidencial: vestuario, escenarios, próceres, dispositivos, mitos, rituales, gestos, banderas, etc. Lalancette y Raynauld denominan “retórica visual” a la combinación de estos recursos, a cómo se estructuran en una narrativa coherente y consistente para movilizar a la opinión pública. Un primer aspecto para destacar es el lugar que le otorga Mujica a su vida privada. En vez de ofrecer entrevistas a medios de comunicación o reuniones políticas en ámbitos institucionales, tales como el Palacio Estévez, la Residencia presidencial de Suárez y Reyes o la Estancia Anchorena, el extupamaro privilegia su chacra ubicada en Rincón del Cerro. Diluye la esfera pública en la esfera privada. Desde la intimidad de su hogar le imprime significado al relato político. La trama de la transformación cultural se materializa con el contexto visual de su casa. Animales sueltos –gallinas, perros, gatos–, una flora abundante, una huerta de verduras, un tractor, un Volkswagen Escarabajo año 1987, árboles por doquier y una construcción de tan solo tres ambientes marcan la geografía privada de Mujica.

Este repertorio simbólico corporizó y potenció temáticas sensibles para Mujica como el cuidado al medioambiente y la promoción de una vida austera. Matías Ponce, Doctor en Ciencia Política y miembro del equipo comunicacional del gobierno de José Mujica (2010-2015), señala la recepción de esta comunicación no verbal: “Fue todo un repertorio simbólico. De hecho, mucha gente lo critica: fue todo simbólico y nada concreto. La perra Manuela. Su fusca. Todo el mundo conoció su casa. Era inusitado el interés que despertaba en los medios internacionales. Una persona que vivía como el pueblo. Es la antítesis de Tabaré Vázquez y Ricardo Lagos. Un estadista o un profesional” (10/12/2020). Esta marca estética despertó gran interés a nivel internacional. La cadena británica BBC tituló un reportaje: “El presidente más pobre del mundo”.

Además de las enunciaciones del presidente, la prensa prestaba atención a la información contextual. El factor noticiable era que un mandatario nacional acopla el lenguaje verbal con el lenguaje no verbal, una conexión entre el texto y la imagen, una coherencia entre lo predicado y lo vivido. En un escenario político signado por la crisis de representación, donde la ciudadanía percibe que sus líderes no cumplen en su vida privada con lo pregonado en las instituciones públicas, el correlato entre los niveles discursivo y práctico le aportó un diferencial a Mujica. Asimismo, producía una conexión especial con los sectores más humildes, que percibían que su presidente los representaba no solamente a través de la escucha y canalización de sus demandas, sino también desde el plano simbólico.

“Yo creo que los presidentes deben vivir como vive la mayoría de su pueblo y no como vive la minoría privilegiada”, sostuvo en repetidas ocasiones Mujica ante la televisión. Christian Mirza lo analiza del siguiente modo: “Vos ves la foto del Rey Juan Carlos visitando a Mujica en chancletas es surrealista, pero es real. Eso le dio un grado de legitimidad política muy importante. La gente más pobre, sobre todo, lo veía como un igual. Más allá de la investidura, ver al Pepe que dijo nunca voy a ir de corbata al senado. El traje se lo ponía obligado. Esa figura que tiene un poco de populismo, pero no es populismo. Es otra cosa: un dirigente popular que ha hecho políticas populares. Era coherente. Eso le daba un plus de legitimidad respecto a cualquier otro dirigente” (5/12/2020).

Mujica condensó la simbología del gobierno en su figura. Asumió la centralidad estética y revistió a la gestión mediante imágenes vinculadas a la esfera íntima, no institucional. En este caso, los atributos personales funcionan como atajo cognitivo de la administración. La ciudadanía sintetiza una cantidad de información importante en un solo individuo. A través del registro visual personal (nivel micro), se simplifica el significado de la gestión (nivel macro). En vez de ofrecer imágenes de los ministros o mensajes simbólicos inclusivos (bandera de Uruguay), el presidente recurre a su estilo de vida. José Luis Dader (2017) califica a este fenómeno como “escenificación política hiperbólica”, que se caracteriza por la exageración de los aspectos íntimos y la respectiva conexión de estos con la cultura popular, brindándole un halo de celebridad al sujeto protagonista.

Afuera de su espacio privado, Mujica también entabla una estrategia visual diferenciada. En línea con la crítica que le hace al consumismo, se presenta con un vestuario informal, sobrio, no usa joyas, corbata ni trajes de marcas conocidas, solo utiliza camisa y saco. A su vez, para completar el sistema diacrítico, aparece despeinado y sin afeitarse. El ejemplo más contundente fue el 26 de diciembre de 2013, cuando se presentó en sandalias a la jura del nuevo ministro de economía, Mario Bergara. Con unas uñas largas –que mostraban cierto descuido–, los pantalones levantados como si fueran bermudas y un perfil en general desalineado, la imagen llamó la atención de la opinión pública que, como pocas veces, se dividió en dos posiciones contrapuestas. Por un lado, se resaltó la espontaneidad, coherencia y naturalidad del presidente, atributos que sin duda tallaron su impronta y su gestión. Pero, por otra parte, también se lo criticó por no cumplir con el protocolo oficial, de imponer una cultura estética personalista que desprestigiaba la cultura institucional.

Con relación a esto, el presidente tenía una metodología comunicacional que repitió a lo largo de toda su gestión, que eran las ruedas de prensa informal. Al finalizar cada actividad o acto, Mujica recibía a los periodistas en la calle sin ningún tipo de protocolo ni agente de prensa que regulara las preguntas. Frases resonantes, titulares provocativos, declaraciones polémicas formaban parte de dichas exposiciones mediáticas. Si bien a veces encuadraba la noticia y lograba direccionar el sentido social, en otras ocasiones esta dinámica le ocasionaba ciertos perjuicios comunicacionales, porque deslizaba una afirmación que erosionaba a aliados o contradecía a fuentes oficiales. Este canal comunicacional informal se complementó con las entrevistas individuales que Mujica otorgaba a periodistas locales y extranjeros.

A diferencia de otros líderes de la Nueva Izquierda Latinoamericana, como Hugo Chávez, Cristina Fernández o Evo Morales, que optan por lo que José Natanson llama “bypass mediático”, es decir, esquivar la vía de la prensa y relacionarse directamente con la sociedad, el presidente uruguayo escoge la mediación de los periodistas. Se ajusta al modelo liberal, donde el periodismo funciona como un cuarto poder que vigila, hace de contrapeso y representa a la opinión pública. Según Mujica, las empresas mediáticas no son vehículos de las clases dominantes para manipular al pueblo. En escasas ocasiones reconoció que pueden tener sesgos ideológicos y no emprendió iniciativas legales para modificar el mercado de los mass media, como se hizo en Argentina, Bolivia, Venezuela y Ecuador. En vez de establecer una relación conflictiva y polarizadora, podríamos afirmar que Mujica instauró un vínculo simbiótico, donde ambas partes sacaban provecho: los medios tenían la cobertura y el titular del día, y el presidente lograba amplificar su agenda o postura.

En la circulación del ethos presidencial, Mujica relató su experiencia como preso en la última dictadura cívico-militar. El último encarcelamiento, que duró trece años (1972-1985), fue una época fructífera para él: revisó su doctrina ideológica, la lucha armada y su forma de abordar la vida. Estos elementos biográficos son recuperadaos asiduamente por el presidente y aplicados estratégicamente para abordar problemáticas actuales. El pasado funciona como un depósito de herramientas. Así lo puso de manifiesto en sus discursos en la Asamblea General de las Naciones Unidas y la UNASUR: “Mi historia personal, la de un muchachoporque alguna vez fui muchacho- que, como otros, quiso cambiar su época, su mundo, el sueño de una sociedad libertaria y sin clases. Mis errores son en parte hijos de mi tiempo. Obviamente los asumo, pero hay veces que medito con nostalgia. ¡Quién tuviera la fuerza de cuando éramos capaces de albergar tanta utopía! Sin embargo, no miro hacia atrás porque el hoy real nació en las cenizas fértiles del ayer. Por el contrario, no vivo para cobrar cuentas o reverberar recuerdos (24/8/2013). Por eso, pertenezco a un movimiento que se golpeó la boca. Y salió a intentar cambiar el mundo y nos molieron a palos. Acariciamos nuestros sueños. Eran tiempos que pensábamos que la dictadura del proletariado era una explicación importante de la lucha de clases. Y naturalmente cada generación comete sus vicisitudes. Pero aquel fuego que llevábamos adentro era tan grande que nos permitió llegar hasta hoy, siendo conscientes de los errores que cometimos, pero siendo consciente de la gigantesca generosidad con que abrazamos la vida” (5/12/2014).

Como se vislumbra, Mujica utiliza el pasado de una manera pedagógica, no reivindicativa. Se autopercibe como un militante político que intentó cambiar el mundo mediante las armas, y no lo logró. La revolución socialista fue el objetivo que, entre la década del sesenta y la del setenta, se trazó el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Cuando rememora ese pasado, no lo hace desde una postura positiva, sino que lo hace desde una óptica crítica. Pone en tela de juicio las aspiraciones (alcanzar una sociedad sin clases) y la metodología que escogieron (guerrilla urbana). Él forma parte de una generación que, supuestamente, aprendió de sus errores. Dicha curva de enseñanza lo legitima para afrontar la agenda del mundo actual. Mujica intentó otras vías políticas y económicas, y falló. Por condiciones subjetivas (mala praxis suya y de Tupamaros) y objetivas (contexto desfavorable para llevar a cabo una revolución). Con el paso del tiempo y la prisión, revalorizó la democracia representativa liberal y la economía de mercado. Al haber formado parte de una organización guerrillera y revolucionaria, Mujica ensayó y materializó los discursos más extremistas de su época. Este viraje, constituido por una introspección y una autocrítica, lo legitima frente a actores que en el presente y en el plano narrativo se posicionan a la izquierda del espectro ideológico.

Un segundo elemento para subrayar de su experiencia en la cárcel es el aprendizaje ontológico. Además de las consideraciones políticas e ideológicas, Mujica incorporó determinados atributos tales como el perdón, la reconciliación, la resiliencia y la alteridad. Así lo enfatizó en Naciones Unidas: “Y sabes una cosa, nadie te puede devolver lo que perdiste. Lo que perdiste en un calabozo, lo que fuiste tratado como tarro al basural y otras cosas. En la vida hay que aprender a cargar con una mochila de dolor, pero no vivir mirando la mochila. La vida hay que mirarla hacia delante. Cada madrugada amanece y la vida es porvenir. Y es tan hermoso que hay que defenderla y hay que quererla. Y transmitir: puedes caer mil veces, el asunto es que tengas la fuerza y el coraje de volver a levantarte, y volver a empezar. Y el volver a empezar es una actitud general que hay que pregonar en la vida. Los únicos derrotados en el mundo son los que dejan de soñar y luchar y de querer. Y es la diferencia que tiene la vida humana: se le puede dar un contenido” (31/5/2013).

Como evidencian estos dos extractos, Mujica interpreta que la vida es evolución. El pasado funciona como un insumo informativo para no repetir los errores. Pero el esfuerzo –mental y anímico– no debe estar concentrado en lo que sucedió, sino en el porvenir. Para progresar es imprescindible vivir sin rencores. El perdón es clave para avanzar. Condonar tanto a los terceros como a uno mismo. En su caso, el pedido de perdón se refiere a la praxis de Tupamaros; en cambio, las disculpas en tercera persona apunta al accionar de las fuerzas armadas, a los militares que lo torturaron, lo aislaron y lo tuvieron preso en cuatro oportunidades. El presidente uruguayo, a través de su experiencia personal, siempre pregonó la superación de lo sucedido en las décadas del setenta y del ochenta. El 5 de mayo de 2011, cuando se votaba la anulación de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado que amnistió a los militares por los crímenes cometidos en la última dictadura, el mandatario se presentó en la Cámara de Diputados y les dijo a los legisladores del Frente Amplio: “No vengo a pedirles que no voten, pero siento la necesidad, más que como presidente, como integrante de la fuerza política, de decir que este es un camino equivocado”. Finalmente, debido a la ausencia de un diputado cercano a Mujica y militante del MPP, Víctor Semproni, no se pudo anular dicha norma.

La reconciliación –según él– es el camino correcto para que Uruguay evite fricciones y divisiones innecesarias y se concentre en el presente y el progreso. Daiana Ferraro, docente e investigadora en Universidad de la República y subdirectora General de Integración y Mercosur, y Matías Ponce, así lo explican: “A título personal: siempre fue conciliador. Él habla que su primer desfile fue frente al batallón que lo tuvo preso. No confrontaba. A título país se intentó cambiar la ley de caducidad para perseguir a las personas que habían violado a los derechos humanos. Pero el no estaba enojado. Huidobro y Rosencof tampoco estaban enojados. Huidobro fue ministro de Defensa” (6/12/2020). “Él podría haber venido con ideas revanchistas, que sería totalmente comprensible después de estar preso durante 13 años, tres años en un pozo negro. En una época, hicimos una campaña para que ganara el Nobel de la Paz. Y se lo tenía que haber ganado porque no usó su historia de modo revanchista. Y ahí cuando se despidió del senado lo volvió a decir: “Yo no cultivo el odio en mi corazón. Se pueden quedar tranquilos que no cultivo el odio en mi corazón”. Y se dio un abrazo con Sanguinetti” (10/12/2020).

Además de la reconciliación, Mujica también proyecta su estilo de vida austero. Utiliza su esfera privada –vivienda, automóvil, jardín, mascotas, etc.– para difundir un discurso de sobriedad en la esfera pública. Así lo ponía en evidencia en una entrevista en la cadena británica BBC y en un discurso en el Senado de Chile. “Dicen que yo soy el presidente pobre, no: yo no soy presidente pobre. Pobres son los que tienen más, los que no les alcanza nada. Esos son pobres. Porque se meten en una carrera infinita. Entonces, no les va a dar el tiempo, la vida ni nada. No. Yo tomo la austeridad como camino y el renunciamiento. Liviano de equipaje para tener tiempo para hacer lo que a mí me gusta” (15/11/2012). “Entonces, el andar liviano de equipaje no es una pose poética, es un cálculo crudamente materialista: no esclavizar la vida por cuestiones materiales para tener el mayor margen de libertad y tiempo de la vida para gastarlo en las cosas que a uno lo motivan. Hay una libertad en el sentido abstracto, grandilocuente, o de carácter histórico, pero hay una libertad personal. Cada vez que me tengo que gastar la existencia peleando por la chaucha, si la chaucha es muy complicada, si tengo una casa muy complicada, si necesito muchos medios materiales, si tengo que cambiar el coche todos los años, bla, bla, bla, bla, todo eso, tengo que laburar, y después laburar para que no me roben y así sucesivamente hasta que soy un viejo hidropésico, y marchaste” (12/3/2014).

La discusión que intenta habilitar Mujica es el sentido de la vida. El mandatario se opone a lo que Michael Sandel denomina “triunfalismo de mercado”. Esto quiere decir que la economía comienza a dominar todas las dimensiones del hombre: ocio, afectos, educación, salud, cultura, etc. Se mercantilizan todos los aspectos del ser humano. En vez de tener una economía de mercado, se tiene una sociedad de mercado. La moralidad es reemplazada por la lógica de rentabilidad que se apoya en la ecuación costo-beneficio. Lo llamativo es que Mujica toma esta última concepción como base y arguye que él no tiene demasiados bienes materiales para no perder tiempo en ellos. Ese espacio temporal prefiere dedicárselo a actividades que le dan placer, como la lectura, la florería o las amistades. Por eso, afirma que la austeridad es un cálculo: menos bienes materiales, más tiempo para disfrutar.

Mujica ha sostenido durante décadas esta imagen de austeridad. Esta secuencia de largo plazo le aporta legitimidad y solidez en cuanto a su imagen. De este modo, conecta el decir con el hacer; verbo y acción están ensamblados. Esta coherencia es el cimiento de lo que se denomina “storydoing”, una “técnica narrativa que, a través de la visualización de acciones o experiencias, moviliza el sentido social y, al mismo tiempo, incrementa la credibilidad y legitimidad del líder político” (Sarasqueta). Este ascetismo lo ha acercado a la sociedad de su país. “A él le fastidia la pompa del poder. Instaló la moda de no usar la corbata. El presidente liso y llano. Hay muchas cosas estas de Mujica que son uruguayas. El tema es que Mujica las lleva a la N”, señala el politólogo Adolfo Garcé. En resumidas cuentas, se podría decir que la austeridad, a nivel local, teniendo en cuenta la idiosincrasia uruguaya, le aportó credibilidad y, a nivel internacional, exposición y protagonismo”.

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