Por Hernán Andrés Kruse.-

El Medio Oriente es un gigantesco volcán que entró en erupción el pasado 7 de octubre, cuando terroristas de Hamás invadieron territorio israelí provocando una masacre. El dantesco hecho conmocionó al mundo. La televisión registró escenas escalofriantes protagonizadas por Hamás en los kibutz. Israel calcula en 240 el número de rehenes en manos de los terroristas islámicos. Luego de algunos días de tensa calma Israel dio comienzo a su operación militar.

Su objetivo es exterminar a Hamás y ejercer el control absoluto sobre la Franja de Gaza. Para ello las Fuerzas de Defensa de Israel tienen planeado arribar a la capital de la Franja luego de sucesivos combates acotados con los terroristas islámicos que les permitan consolidar las posiciones tomadas. Deberán enfrentar a un enemigo que conoce al dedillo la zona y que dispone de numerosos y mortíferos elementos de guerra: caza bobos, francotiradores, células operando en los túneles de la Franja, drones, granadas antitanques y fedayines con amplia esperiencia guerrera. Expresado en términos futbolísticos: Hamás juega de local y conoce el campo de juego a la perfección. Su objetivo es que se transforme en una trampa mortal para el ejército israelí. En las últimas horas el primer ministro Benjamín Netanyahu afirmó que la Guerra de Gaza es “la segunda guerra de la independencia”, en obvia referencia a los hechos que tuvieron lugar en 1948 cuando fue creado el Estado de Israel y dio comienzo a una larga y cruenta guerra contra las poblaciones árabes lindantes con Israel. El objetivo de la máxima autoridad israelí no admite dudas: la ocupación total de Gaza y la obligación de los palestinos de aceptar su autoridad. Quien no la acepte no tendrá más remedio que abandonar el lugar y radicarse en otras localidades controladas por los árabes (fuente: el informe de Román Lejtman desde la frontera de Israel con Gaza publicado por Infobae el 29/10/023).

Luego de dos días de feroces combates las Fuerzas de Defensa Israelí lograron quebrar la resistencia de Hamás y asentaron una cabeza de playa en Beit Hanun, una ciudad situada a seis kilómetros de Sderot. Desde Beit Hanun dio comienzo a una implacable embestida contra la ciudad de Gaza pero se encontró con otra no menos implacable resistencia de Hamás, cuyas células les dieron la bienvenida con misiles, granadas antitanques y drones. Pese a ello luego de dos días de fuertes combates urbanos el ejército de Israel logró consolidar su avance sobre esa ciudad. Sin embargo, conviene ser muy cauto. Pese a la cercanía del ejército israelí con la ciudad de Gaza, es imposible predecir cuánto tiempo le demandará efectivar el asalto final. ¿Por qué? Por una simple y contundente razón: durante años Hamás estableció un sistema de defensa que incluye túneles, misiles, cohetes y granadas antitanques manejadas no sólo por los terroristas de Hamás sino también, como se expresó precedentemente, por fedayines con experiencia de combate en zonas calientes como El Líbano, Siria, Irak y Afganistán. Pero el control de Gaza lejos está de implicar un problema exclusivamente militar. También es un problema geopolítico ya que si finalmente Israel logra su propósito, lo más probable es que se abra un segundo frente de combate desde El líbano fogoneado por el enemigo histórico de Israel, Irán, y brote una insurrección civil en Cisjordania, cuya población siente simpatía por Hamás (fuente: el informe de Román Lejtman desde la frontera de Israel con Gaza publicado por Infobae el 30/10/023).

En las últimas horas las Fuerzas de Defensa Israelí aseguraron que “aviones de combate atacaron al comandante del Batallón Beit Lahia de la Brigada Norte de Hamás, Nasim Abu Ajina”, provocando su muerte. Fue quien lideró los ataques de Hamás contra los Kibutz Erez y Moshav Netiv HaAsara, y diseñó los vehículos aéreos no tripulados y los parapentes utilizados por Hamás para ingresar a Israel y provocar la masacre del 7 de octubre. En estos momentos las fuerzas israelíes tienen rodeada a la ciudad de Gaza. Pero su controol no será sencillo ya que Hamás está agazapado. No hay que olvidar que esta organización terrorista conoce el terreno al dedillo, ejerce el control sobre kilómetros de túneles, instaló numerosas bombas caza-bobos, desplegó una relevante cantidad de francotiradores y dispone de miles de granadas antitanques provistas por Irán y Corea del Norte. La batalla por Gaza será casa por casa y calle por calle (fuente: el informe de Román Lejtman desde Tela Aviv publicado por Infobae el 31/10/023).

Se trata de un nuevo capítulo de un largo (y aparentemente infinito) conflicto entre árabes y judíos. Se trata de un nuevo capítulo de un complejo conflicto político, económico, geoestratégico y, fundamentalmente, religioso. Propongo al lector hacer un repaso de la historia de este conflicto porque de esa manera estaremos mejor preparados para intentar comprender la barbarie que tuvo lugar en Israel el pasado 7 de octubre. Mucho se ha escrito sobre el tema. Buceando en Google encontré un muy interesante trabajo de Luciana Manfredi, Pamela Bezchinsky y Maximiliano Uller titulado “El conflicto árabe-israelí: Historia y perspectivas de resolución” (Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini-Departamento de Economía y Política Internacional, 2007).

Un buen punto de inicio para intentar entender la tragedia que hoy enluta a Medio Oriente es un punto de inflexión histórica: la partición de Palestina en 1948. Escribieron los autores: “(…) Por lo tanto, y ante la eventualidad del final del Mandato el 15 de mayo de 1948, las Naciones Unidas suscribieron en Asamblea General el Plan de partición de Palestina con Unión Económica a través de la Resolución 181 (II). Esta propone el reparto del territorio con fronteras delimitadas, la conformación de dos estados y la internacionalización de la ciudad de Jerusalén, descartando propuestas más integradoras como la creación de un Estado binacional con autonomía de las comunidades árabes y judías, modelo sugerido fundamentalmente por los países del Tercer Mundo. En el punto del apartado A de su primera parte (futura constitución y gobierno de Palestina), la resolución señala que «un Estado Árabe y uno Judío independientes respectivamente y un régimen especial para la ciudad de Jerusalén deben ser puestos en vigencia dos meses antes de la evacuación de las fuerzas mandatarias», enfatizando en el artículo 9 del apartado B que «durante la transición ningún judío podrá establecer residencia en el área del Estado árabe propuesto» y lo mismo para los árabes respecto del área designada para el Estado judío. Además, obliga a ambas partes a «redactar una constitución democrática» (artículo 10), algo que el Estado de Israel jamás cumplimentaría (…) Más adelante, en el capítulo 1 de la Declaración de la Asamblea, referido específicamente a los Lugares Santos, se decide que en éstos debe existir una absoluta libertad de acceso y movilidad para todos los ciudadanos, sean árabes o judíos y que las construcciones religiosas y sitios sagrados «deben ser preservados» (artículo 3) y puestas a resguardo las minorías religiosas. Por otra parte, en el capítulo referido a los derechos de ciudadanía, hace hincapié en la obligación de cada Estado de reconocer y respetar la voluntad de aquellos residentes que decidan adoptar su nacionalidad, asegurando el completo goce de derechos civiles y políticos. Resulta subyacente señalar este punto, ya que como observaremos en capítulos posteriores, la conducta del Estado de Israel luego de su fundación ha sido completamente violatoria de estas disposiciones y sucesivamente condenada por la ONU. Uno de los puntos más sensibles del plan era el referido al problema del agua. En efecto, para sustentar el desarrollo económico de los futuros estados, era una condición indispensable determinar el uso del recurso acaso más valorado en la región, de modo de garantizar el acceso a las fuentes de irrigación para los cultivos. En la sección D, referida a la Unión Económica, destaca la importancia de la irrigación, puntualizando en el artículo 2e que «el acceso para ambos estados y la ciudad de Jerusalén a las fuentes de energía y el agua debe determinarse sobre una base de no discriminación», algo que en las décadas posteriores se convertirá en uno de los ejes fundamentales del fortalecimiento del poder israelí en la región y fuente de graves crisis económicas.

Pero, sin lugar a duda, el punto de discusión fundamental era la cuestión de los territorios y los límites de cada Estado, además del régimen especial para la ciudad de Jerusalén. Como advertíamos al comienzo de este capítulo, la considerable brecha poblacional entre judíos y árabes y la distribución territorial de las colonias sionistas respecto a las aldeas y ciudades palestinas eran claramente desfavorables para los primeros, lo que hacía sospechar que, de utilizarse un criterio ecuánime en el momento de fijar límites, la conformación de ambos estados sería desequilibrada. Sin embargo, el Plan otorgaba 53% del territorio palestino al futuro Estado judío, el 47% restante al Estado árabe, junto con un enclave costero en la ciudad de Jaffa, y preveía la internacionalización de la ciudad de Jerusalén, sujeta a un régimen especial de administración fiduciaria por parte de Naciones Unidas. El plan no sólo no logró obtener el consenso de los árabes, sino que suscitó un enérgico rechazo debido a lo que consideraban era una expropiación de vastas extensiones territoriales históricamente habitadas por los árabes (…). Por último, la situación de Jerusalén se ratificaba a través del régimen especial que pretendía convertir a la ciudad en una zona neutral, accesible a todas las comunidades. En el artículo 1(a) del Estatuto de la Ciudad, obliga a «proteger y preservar los intereses espirituales y religiosos de las tres grandes creencias monoteístas, el Islam, el Judaísmo y Cristianismo». En el punto 2(b) manifiesta su profundo compromiso para «alentar y apoyar el desarrollo pacífico de las mutuas relaciones entre ambos pueblos palestinos en la Tierra Santa», enfatizando el carácter de «ciudad desmilitarizada y neutral» (artículo 4(a)) y garantizando la «libertad de tránsito, visita y residencia controladas por el gobierno autónomo de la ciudad» (artículo 8)”.

La mencionada resolución 181 es de capital importancia. En efecto, en su apartado A de su primera parte garantiza la existencia de un estado judío y estado árabe independientes, con la obligación de redactar una constitución democrática, si por tal entendemos aquel régimen político que garantiza la vigencia de principios liminares como la soberanía del pueblo, la división de poderes, el pluralismo ideológico y la tolerancia política y religiosa. Ello significa que el objetivo fundamental de las Naciones Unidas fue la creación de dos estados cuya convivencia debía basarse en la tolerancia y el respeto mutuos.

Hubo un hecho, enfatizan los autores, que desató un incendio de colosales dimensiones: la cuestión de los límites de cada estado. Las Naciones Unidas decidieron otorgarle al futuro estado judío el 53% del territorio palestino, pese a que su población era numéricamente notoriamente inferior a la palestina, mientras que al estado palestino le otorgó el 47% restante. Esta arbitraria delimitación de los límites provocó un enérgico rechazo de los árabes ya que consideraban que Israel se había quedado con territorios históricamente habitados por los árabes. La pregunta del millón es la siguiente: ¿por qué las Naciones Unidas efectuaron semejante partición siendo conscientes del malestar que provocaría en los árabes?

Otro punto relevante del eterno conflicto árabe-israelí es la primera guerra entre ambos pueblos en mayo de 1948. Escribieron los autores: “El 14 de mayo de 1948 Israel declaraba su independencia a través de su líder político más importante, David Ben Gurion, quien se transformaba así en el primer jefe de Estado de la flamante nación. El nuevo Estado fue rápidamente reconocido por los Estados Unidos y la Unión Soviética (con algunas horas de diferencia), ante el repudio generalizado del mundo árabe, cuyos representantes políticos encontraban una oportunidad para tratar de restaurar una legitimidad minada por años de alianzas con occidente y el descontento de las masas populares y los sectores medios, ampliamente proscriptos de la vida política y social. Las desprestigiadas monarquías de Faruk en Egipto, de Faisal II en Irak y de Abdullah en Jordania y la Siria de las dictaduras militares pro-francesas trataban de aprovechar el rechazo hacia la creación del Estado de Israel para canalizar sus crisis internas y la dilación de las transformaciones estructurales en el «enemigo sionista», al que consideraban responsable de la situación cada vez más dramática de cientos de miles de palestinos que veían con alarma la posibilidad de perder sus hogares. ¿Qué le garantizaba a los árabes palestinos que el Estado de Israel los albergaría en su seno, cuando la idea pionera del sionismo era reforzar el carácter judío del mismo? En el caso del nuevo Estado Árabe – Palestino, ¿bajo qué condiciones sería constituido, si sus promotores pertenecían a la Liga Árabe estrechamente vinculada a los intereses imperialistas? Algunos intelectuales árabes sostenían que la verdadera razón por la cual unilateralmente Israel había declarado su independencia, en esa fecha, respondía al presunto vacío legal que implicaba el vencimiento del mandato (previsto para el 15 de mayo) que permitiría a los ejércitos árabes invadir la región y combatir contra los sionistas; la declaración de la Independencia y el reconocimiento de la comunidad internacional instaurarían un nuevo status quo favorable a los reclamos de Israel. Esta controversia fue tal vez alimentada por los endebles regímenes árabes y sus decadentes clases dominantes, las cuales albergaban un profundo temor a que la ofensiva israelí desplegara un éxodo masivo de palestinos hacia sus territorios, acrecentando las ya insostenibles situaciones domésticas.

En suma, la convergencia de estos hechos políticos sumió a ambos pueblos en una profunda crisis, cuya consecuencia inmediata fue el estallido de la Primer Guerra Árabe-Israelí el 15 de mayo de 1948 (Guerra de la Independencia para los israelíes), iniciada tras los ataque de los ejércitos árabes (Siria, Egipto y Jordania). La intención manifiesta de éstos era que la Resolución 181 no fuera puesta en vigor y evitar que se prolongara una sangrienta guerra civil en los territorios palestinos que pudiera desbordarse hacia sus fronteras. El resultado final de la contienda fue un claro triunfo de Israel -con el apoyo de occidente- que contaba con una fuerza militar superior y una fortaleza moral de la que carecieron sus adversarios. Es así como se consolidaron las posiciones territoriales israelíes a través de la ocupación de amplios sectores adjudicados por la Resolución 181 al futuro Estado Árabe-Palestino, extendiendo las fronteras del 53% original a un 78% (…) Lo que quedó de los territorios árabes fueron dos áreas completamente incomunicadas, con una franja central ocupada por el ejército sionista. La retórica israelí justificó la ocupación y posterior anexión de los territorios (que aislaba completamente la Franja de Gaza de Cisjordania) por razones de seguridad para el naciente Estado, generando duras controversias no sólo en la comunidad internacional (la Unión Soviética y el bloque socialista rechazaron indeclinablemente la anexión de la región de Galilea, el enclave de Jaffa, el corredor occidental de Cisjordania y el sur de Gaza al este del Sinaí) sino también al interior de la sociedad israelí”.

El flamante estado de Israel tuvo el apoyo de Occidente (léase, Estados Unidos) y la URSS., pero fue repudiado por el mundo árabe, cuya clase dirigente estaba al servicio de Occidente. Por un lado, los árabes palestinos desconfiaban tanto del flamante estado israelí como de los gobernantes de Egipto, Irak, Siria y Jordania, claramente alineados con Estados Unidos. La crisis finalmente provocó el estallido, el 15 de mayo de 1948, de la primera guerra entre árabes e israelíes. La superioridad militar de los israelíes garantizó el claro triunfo del estado judío. La victoria se materializó en la ocupación por parte de Israel de amplios territorios que la Resolución 181 de Naciones Unidas había otorgado a los árabes palestinos (la región de Galilea, el enclave de Jaffa, el corredor occidental de Cisjordania y el sur de Gaza al este del Sinaí). Los árabes palestinos consideraron que Israel se había apropiado por la fuerza de territorios que le pertenecían. Si hubo alguna vez alguna posibilidad de enhebrar relaciones civilizadas entre árabes y judíos se esfumó para siempre con el conflicto bélico mencionado.

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