Por Hernán Andrés Kruse.-

El viernes 7 de marzo marcó un punto de inflexión en la historia de Bahía Blanca. A partir de la madrugada y durante 6 horas, un feroz temporal se abatió sobre la ciudad. Las escenas captadas por la televisión erizan la piel. Una ciudad, lisa y llanamente, devastada por la naturaleza. Lo peor, lo más dramático, es la muerte de 16 personas y la desaparición de más de un centenar. En esta situación límite emergió, una vez más, las miserias de la clase política. Quien mejor describió la nula empatía de los dirigentes políticos por los bahienses fue Eduardo Reina, quien el 10 de marzo publicó un artículo en Perfil cuyo título es harto elocuente: “Embarrarse con la gente: la política de la distancia”. Escribió el autor:

“La tragedia que golpeó a Bahía blanca dejó al descubierto, una vez más, la desconexión de la dirigencia política con la realidad del pueblo. En momentos de emergencia, cuando la gente lo pierde todo, lo mínimo que se espera de sus gobernantes es que estén ahí, en el barro, en el agua, en el sufrimiento. No alcanzan las fotos, no basta con desplegar mapas en una sala de reuniones ni sobrevolar la zona en helicóptero (…) Pero la gente esperaba más. Esperaba verlos embarrados, quedándose en el lugar, coordinando la ayuda de primera mano. En cambio, los vieron llegar, sacarse la foto y marcharse sin siquiera ponerse las botas de goma. Parece mentira, pero muchos sintieron más compañía de los medios de comunicación que de sus propios gobernantes. La lupa de un país entero mira de reojo estas actitudes de los políticos”.

Los bahienses se sienten abandonados a su suerte, desamparados, indefensos. Los ministros de Seguridad y Defensa se limitaron a sacarse unas fotos y marcharse raudamente del lugar. Kicillof brilló por su ausencia. Por su parte, el presidente de la nación se limitó a monitorear la ayuda desde Olivos. Ya que no se molestó en acercarse a la devastada ciudad, ¿por qué no le habló a los bahienses a través de la cadena nacional? ¿Qué le costaba? No lo hizo porque su empatía con ellos es lisa y llanamente nula. Seguramente, al enterarse de la catástrofe, haya exclamado en la intimidad: “¡La puta que lo parió, justo ahora este temporal viene a romperme las pelotas!; ¡que se ocupe el soviético!”. Hace unas horas el infame Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, hizo público el sentir del gobierno nacional: “es un problema que debe ser resuelto por el gobierno provincial y la intendencia de Bahía Blanca”. Más tarde, el deleznable ministro de Economía, Luis Caputo anunció una ayuda de parte del gobierno nacional que asciende a los 10.000 millones de pesos. El problema es que el costo de la reconstrucción de Bahía Blanca demandará unos 400.000 millones  de pesos. La pregunta del millón se cae de madura: ¿quién pondrá los 390.000 millones de pesos restantes?

Quien salió con los tapones de punta fue Víctor Hugo Morales (fuente: Página/12, 10/3/025):

“Ante la catástrofe de Bahía Blanca, el dolor que traspasa a todos los argentinos busca intérpretes que puedan paliar esa angustia. El gobierno nacional debería disponer 400 mil millones de pesos, pero no hay plata, dice, y entonces ofrece 10 mil millones, el 2,5 por ciento de lo que se necesita. Se parece esa ayuda que todos recuerdan, aquella de un año atrás, cuando les dijo arréglense como puedan, “plata no hay”. Con ese recuerdo y un anuncio tan cipayo de guardar la plata para el Fondo Monetario. Con eso bastaría para entender el mal rato pasó Bullrich cuando apareció en Bahía Blanca, abucheada, rechazada, en un viaje de corte más electoral que solidario. Milei no se anima a ir, cobardea, lo cual es peor: al menos Bullrich puso la cara. Milei, frustrado porque se perdió la fiesta de la vendimia, se quedó a monitorear la tragedia. Imagínenlo, sentado en el living acariciando a Conan-¿vive Conan?-como distraído o calculando que lo arregla con 10.000 millones de pesos. Piensen. Sandra Petovello había desmantelado tres días antes la Dirección Nacional de Asistencia en Situaciones de Emergencia. Entre los 2000 despidos hay áreas que podían ocuparse con oficio de aquello que sólo puede reparar el estado. Andá a pedirle a los privados, Milei. Pediles ahora a tus héroes de la riqueza que pongan un mango. Es el estado el único que se puede ocupar. Pero mirá qué mala suerte, Milei, el estado sos vos y lo despreciás (…) Bahía Blanca ha despertado la solidaridad después de la perplejidad ante tamaño desastre natural. Aparece lo mejor de los argentinos, empezando por la propia gente de la ciudad, que ha hecho un culto del compañerismo, el apoyo y la fraternidad. Mientras les escasean las caricias del estado nacional, Bahía Blanca se refugia en el abrazo y, siempre, en la esperanza”.

Pero aquí hay que hacer honor a la honestidad intelectual. La tragedia de Bahía Blanca no es responsabilidad exclusiva de Javier Milei. En el artículo citado, Eduardo Reina escribe: “Hace décadas que existen informes serios alertando sobre el tema, incluso en varias oportunidades se planteó claramente. Hace 13 años, un estudio del Conicet anticipaba un posible desastre climático en Bahía Blanca. El informe de 2012 se refirió a la ubicación de la ciudad en la cuenca baja del canal Maldonado y del arroyo Napostá. El trabajo del Conicet, basado en un análisis del sistema de drenaje local, identificaba la geografía del terreno, especialmente en sectores de baja pendiente, como un factor agravante. En estas áreas, el escurrimiento proveniente de zonas más altas erosiona las calles sin pavimentar, transportando sedimentos que terminan por bloquear los sistemas de drenaje existentes en las partes bajas de la ciudad”.

¿Quién gobernaba la provincia de Buenos Aires en ese entonces? Daniel Scioli. ¿Quién estaba sentada en el Sillón de Rivadavia? Cristina Kirchner. ¿Tuvieron conocimiento de ese informe? Tanto si la respuesta es negativa como si es positiva, la irresponsabilidad de ambos es gigantesca. Porque cuesta creer que ignoraran la indefensión de Bahía Blanca frente a los embates de la naturaleza. Y aquí arribamos al meollo del asunto: la frialdad de la clase política frente a desastres de este calibre. Refresquemos nuestra memoria. En febrero de 2012 tuvo lugar la tragedia de Once. A Cristina no se le movió un pelo. En noviembre de 2017 se hundió en el Atlántico Sur el ARA San Juan. A Macri no se le movió un pelo. En agosto de 2021 los medios publicaron una foto fechada el 14 de julio de 2020 donde se observa a la entonces primera dama Fabiola Yáñez festejando su cumpleaños en Olivos rodeada de un grupo de amigos y del propio presidente, mientras estábamos encerrados por la cuarentena. A Alberto no se le movió un pelo.

Si uno fuerza la memoria histórica, los ejemplos saltan a borbotones. ¿Se acuerda, estimado lector, de la decisión de Galtieri de enviar a Malvinas a adolescentes sin instrucción militar?  Al recordado militar beodo no se le movió un pelo. ¿Se acuerda, estimado lector, de la decisión de Menem, apenas asumió en julio de 1989, de aplicar una cirugía sin anestesia que provocaría estragos? Al metafísico de Anillaco no se le movió un pelo. ¿Se acuerda, estimado lector, cuando en 1995 voló por los aires Río Tercero? Al metafísico de Anillaco no se le movió un pelo. ¿Se acuerda, estimado lector, cuando De la Rúa escapó de la Casa Rosada mientras CABA se incendiaba? A don Fernando no se le movió un pelo. Nunca un presidente pidió perdón por la ruina que causaron sus decisiones. No lo hicieron Alfonsín por la hiperinflación, Menem por el ajuste impiadoso, De la Rúa por su inoperancia, Duhalde por la pesificación asimétrica, el matrimonio Kirchner por presentarse como falsos adalides de los derechos humanos, Macri por el infame acuerdo con el FMI y Alberto por la inhumana cuarentena.

La tragedia de Bahía Blanca y su deleznable politización me hicieron recordar las siguientes palabras de José Ingenieros: “Políticos sin vergüenza hubo en todos los tiempos y bajo todos los regímenes; pero encuentran mejor clima en las burguesías sin ideales (…) Cuando las naciones dan en bajíos, alguna facción se apodera del engranaje constituido o reformado por hombres geniales. Florecen legisladores, pululan archivistas, cuéntanse los funcionarios por legiones: las leyes se multiplican, sin reforzar por ello su eficacia (…) El nivel de los gobernantes desciende hasta marcar el cero; la mediocracia es una confabulación de los ceros contra las unidades. Cien políticos torpes juntos, no valen un estadista genial (…) Los políticos sin ideal marcan el cero absoluto en el termómetro de la historia, conservándose limpios de infamia y de virtud, equidistantes de Nerón y de Marco Aurelio (…) En los pueblos sin ideales, los espíritus subalternos medran con torpes intrigas de antecámara. Toda excelencia desaparece eclipsada por la domesticidad. Se instaura una moral hostil a la firmeza y propicia al relajamiento (…) Los deshonestos son legión; asaltan el Parlamento para entregarse a especulaciones lucrativas. Venden su voto a empresas que muerden las arcas del Estado; prestigian proyectos de grandes negocios con el erario, cobrando sus discursos a tanto por minuto; pagan con destinos y dádivas oficiales a sus electores, comercian su influencia para obtener concesiones a favor de su clientela. Su gestión política suele ser tranquila; un hombre de negocios está siempre con la mayoría. Apoya a todos los gobiernos” (El hombre mediocre).

Ingenieros escribió esta maravilla hace un siglo. Saque el lector sus propias conclusiones.

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