Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“Lo malo es el poder político ilimitado. Nadie tiene capacidad suficiente para ejercer sabiamente unos poderes omnímodos”. Friedrich von Hayek.

Admiro profundamente a Uruguay, un país pequeño -en superficie y cantidad de habitantes- que da impecables clases de cultura cívica e institucionalidad al mundo. Lo probó el sábado cuando Luis Lacalle Pou -a quien la Constitución le impidió postularse a una reelección que, con seguridad, hubiera logrado- entregó el mando a su sucesor, Yamandú Orsi, no sólo cambió la persona sino también el signo político: éste representa al Frente Amplio, de izquierda. Me emocionó ver el respeto y la cordialidad con que se trataron los tres expresidentes vivos del Uruguay -Luis Lacalle Herrera, Julio Sanguinetti y José Pepe Mugica- pertenecientes a corrientes ideológicas opuestas, algo imposible de imaginar en la Argentina.

Esto, obviamente, viene a cuento por el feroz terremoto que está sacudiendo aquí a los tres poderes del Estado, cuyo origen sólo puede atribuirse a la monumental cantidad de errores no forzados que ha cometido el ya un poco oxidado “triángulo de hierro”. El affaire de $LIBRA que, si bien no repercute más allá de los sectores más informados, afecta ya a Karina Milei, especialmente en los tribunales extranjeros, puso -y pone- en riesgo la gobernabilidad que su hermano había logrado, con esfuerzo y real politik, en un H° Aguantadero que le era inicialmente adverso por el escasísimo volumen de sus propias (y lábiles) bancadas legislativas. El artículo que publicó el viernes pasado The New York Times y, más grave aún, la nota de Mary Anastasia O’Grady en Wall Street Journal, en los que se dieron nuevos detalles, muy complicados y sucios y de las presuntas formas espurias de acceder al despacho presidencial, seguramente traerán cola en los organismos de control financiero de Estados Unidos y en los Tribunales de la Unión Europea, y todo eso dio nueva fuerza a la deshilachada y dispersa oposición local.

La inexplicada y estúpida obsesión por designar al impresentable Ariel Lijo como ministro de la Corte por decreto, hoy podría transformarse en una grave derrota simbólica, porque se elevan voces desde toda la oposición para resistir una aprobación en el Senado que, hasta diciembre, parecía inevitable. Como se dice, al negarse Lijo a renunciar a su cargo actual (Juez Federal) para asumir en la Corte y así habilitar a ésta para que ignorara su nombramiento, dejó pagando al Gobierno pues, de haberlo hecho, hubiera podido jurar como ya hizo Manuel García-Mansilla.

El otro error, sólo atribuible a la omnipotencia de la que hace gala el super asesor (no oficial) Santiago Castito Caputo, fue permitir que una mera sugerencia al Gobernador de la Provincia de Buenos Aires -correrse en el tema de la seguridad ciudadana- se convirtiera en una falsa amenaza de intervención federal, logró algo hasta entonces lucía como altamente improbable: el respaldo de Cristina Fernández al carísimo Axel Kicillof, contra quien combatía a diario por el liderazgo en esa jurisdicción.

Más complicado aún resultaría que el Ejecutivo se negara a cumplir la ley vigente (obra de Alberto Fernández y de su Ministro de Economía, Martín Guzmán), que exige que cualquier nuevo acuerdo con el FMI sea aprobado por el Congreso, y también recurriera a un decreto presidencial, por mucho que el procedimiento fuera tolerado por el organismo internacional, fuertemente presionado por Donald Trump para ayudar a su amigo criollo. Los potenciales inversores, sin duda, lo verán como un deterioro mayor de la seguridad jurídica local, toda vez que cualquier contrato o concesión futura quedaría también a tiro de un decreto.

El magnate norteamericano que –recordemos- sólo lleva dos meses en el poder, ha desatado un infierno generalizado con la imposición -o la amenaza de hacerlo- de aranceles extraordinarios a productos importados. Sin duda, y como ya ha comenzado a sentirse en los bolsillos, eso provocará inflación en los Estados Unidos; la preocupación por ese factor fue una de las más importantes razones para que hoy ocupe el Salón Oval y, por ello, su disparada, que se convertirá en una crisis global, podría costarle muy caro.

Pero, mientras tanto, su vocación por terminar con la guerra que desató Vladimir Putin invadiendo a Ucrania lo ha llevado a retirar la ayuda militar y de inteligencia a Volodimir Zelensky; las razones que dio para ello (los enormes gastos que han significado para Estados Unidos) podrían preocupar, también, a sus aliados asiáticos: Japón, Corea del Sur, Australia, Filipinas, Nueva Zelanda, etc. La Unión Europa recién ahora toma conciencia de la necesidad de blindar sus fronteras ante los apetitos expansionistas de Rusia y, para ello, requiere que todos los países incrementen el gasto en defensa y reduzcan los beneficios del “estado de bienestar” al que sus sociedades se mal acostumbraron durante décadas. La incógnita es cómo reaccionarán cuando lo perciban, en especial los jóvenes, que se negarán a pelear en conflictos bélicos que ven ajenos, aún cuando estén a sus puertas.

Para aumentar las preocupaciones de este mundo enloquecido, tampoco hay que olvidar que Xi Jinping, en la convención anual del Partido Comunista chino dijo esta semana que su país está dispuesto a cualquier guerra contra Estados Unidos, sea ésta comercial o bélica. Espero que sólo se trate una frase retórica aunque, además de aumentar su acoso a Taiwan, ya se haya inmiscuido en la guerra de Ucrania, tanto autorizando a Kim Jon-Un a enviar tropas norcoreanas y permitiendo a Irán suministrar sus drones, cuanto auxiliando a un Putin debilitado económicamente, al comprarle, con grandes descuentos por cierto, el petróleo y el gas que ya no puede vender a sus vecinos europeos por las sanciones que le fueron aplicadas.

Share