Por Hernán Andrés Kruse.-

En su reciente visita a Davos, el presidente de la nación expresó, entre otros conceptos, lo siguiente: “Desde estos foros se promueve la agenda LGBT, queriendo imponernos que las mujeres son hombres y los hombres son mujeres sólo si así se autoperciben y nada dicen de cuando un hombre se disfraza de mujer y mata a su rival en un ring de boxeo o cuando un preso alega ser mujer y termina violando a cuanta mujer se le cruce por delante en la prisión. Sin ir más lejos, hace pocas semanas fue noticia en todo el mundo el caso de dos americanos homosexuales que, enarbolando la bandera de la diversidad sexual, fueron condenados a cien años de prisión por abusar y filmar a sus hijos adoptivos durante más de dos años. Quiero ser claro que cuando digo abusos no es un eufemismo, porque en sus versiones más extremas la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil. Son pedófilos, por lo tanto, quiero saber quién avala esos comportamientos” (fuente: Casa Rosada-Presidencia).

El mensaje de Milei es claro y contundente. Homosexualidad y pedofilia son sinónimos. Para el presidente quien es homosexual es potencialmente un pedófilo. En consecuencia, no queda más remedio que expulsarlo de la sociedad para garantizar su salud ética. Cuesta creer que aún haya quienes están convencidos de que la orientación sexual determina la moral. Milei cree que ser homosexual es sinónimo de persona sin principios éticos. Si ello es así, entonces el ser heterosexual es sinónimo de persona con principios éticos. El enfoque es sencillamente espeluznante. Nada tiene que ver la orientación sexual con la moral. Hay homosexuales que son personas éticas y hay heterosexuales que también lo son. También hay homosexuales que son pedófilos y hombres heterosexuales que también lo son. Lo mismo cabe decir respecto a las mujeres heterosexuales y las mujeres homosexuales (lesbianas).

El mensaje homofóbico del presidente no hizo más que enfurecer al colectivo LGTB+. Sin prever semejante reacción, Milei no hizo más que darle de comer a las fieras. El sábado 1 de febrero el centro porteño (al igual que varias ciudades del país) se vio colmado por una multitudinaria “Marcha del Orgullo antifascista y Antirracista”. Aprovechando el malhumor provocado por el presidente, varios referentes del arco opositor y sectores del poder sindical, y líderes de la izquierda, movilizaron a sus seguidores en apoyo de la marcha.

Una vez más quedó dramáticamente en evidencia la partición de la Argentina en dos sectores antagónicos, irreconciliables. Una vez más quedó dramáticamente en evidencia la existencia de una Argentina invertebrada, parafraseando al eminente Ortega y Gasset, quien en 1921 publicó “España invertebrada” (Calpe, Madrid). Es un crudo análisis de la España de su tiempo, sacudida por el particularismo, el egoísmo desenfrenado y el descreimiento en las instituciones de la democracia liberal. Su vigencia es de tal magnitud que brinda las herramientas de análisis adecuadas para comprender lo que nos sucede en nuestro querido y quebrado país.

A continuación paso a transcribir lo que considero son sus párrafos más relevantes:

(1) “La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás. No le importan las esperanzas o necesidades de los otros y no se solidarizará con ellos para auxiliarlos en su afán. Como el vejamen que acaso sufre el vecino no irrita por simpática transmisión a los demás núcleos nacionales, queda éste abandonado a su desventura y debilidad. En cambio, es característica de este estado social la hipersensibilidad para los propios males. Enojos o dificultades que en tiempos de cohesión son fácilmente soportados, parecen intolerables cuando el alma del grupo se ha desintegrado de la convivencia nacional”.

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